
La facilidad para acceder a opiniones y discursos en redes sociales y espacios multimedia, ha llevado a una explosión de análisis y comentarios sobre temas que, en otros tiempos, habrían sido reservados para académicos y expertos en ciencias sociales y políticas.
Sin embargo, una tendencia preocupante ha surgido: el tratamiento de las teorías de estado y gobierno, así como de otros conceptos fundamentales de las ciencias sociales, como simples «conjeturas» u «opiniones».
Esta banalización refleja un desconocimiento profundo sobre cómo funcionan las ciencias y el rigor que subyace en el desarrollo de las teorías.
Las teorías de estado y gobierno no son suposiciones espontáneas o ideas lanzadas al aire; son sistemas de pensamiento construidos sobre la base de investigaciones meticulosas, datos históricos, análisis filosóficos y estudios de caso.
El pensamiento político de Hobbes, la teoría de la soberanía de Rousseau o el concepto de hegemonía en Gramsci no surgieron como opiniones casuales; representan el resultado de años de observación, argumentación y debate.
Sin embargo, hoy, es común encontrar personas que emiten opiniones sobre el estado o la “gobernanza” como si fueran expertos, trivializando ideas complejas sin comprender su profundidad, ni su contexto, ni la historia.
Este fenómeno de superficialidad se explica, en parte, por la falta de educación en ciencias sociales y políticas. Las escuelas no siempre proporcionan una comprensión adecuada sobre el funcionamiento de las teorías y métodos científicos, lo que contribuye a que la opinión pública confunda una teoría con una conjetura.
En ciencias sociales, una teoría es un marco estructurado, mientras que una conjetura es una hipótesis sin sustento. Esta diferencia es clave, pero su desconocimiento permite que surjan “teorías” basadas en impresiones subjetivas o en “ideologías” personales sin el mínimo rigor metodológico.
La consecuencia de esta banalización es grave: si las teorías de estado, gobierno y otras áreas de las ciencias sociales son vistas como opiniones intercambiables, se debilita la capacidad de construir un debate público informado y riguroso.
A medida que este desconocimiento se expande, se pierde la oportunidad de entender fenómenos complejos y de aplicar soluciones basadas en el conocimiento y en el consenso académico.
La democracia, la ciudadanía y las políticas públicas necesitan más que nunca un compromiso con el conocimiento, con el rigor y con el respeto por el valor que las teorías científicas aportan a una comprensión profunda de la sociedad.