Memorias del sacerdote historiador José Agustín Amaya. (Pesca, Boyacá, 1918-Málaga, Santander, 2007).Perteneció a la Academia Boyacense de Historia.
Cuando desempeñaba la capellanía del Colegio Boyacá, el 6 de agosto de 1946 en un automóvil Chevrolet, modelo 39, que mi padre José Santos Amaya me había regalado, me trasladé a Bogotá para asistir a la posesión del Dr. Mariano Ospina Pérez. Me alojé en el Hotel Boyacense, situado en la Calle 12 con Décima. Y salí, ya entrada la tarde, a buscar al sacristán de la Catedral para acordar con él la celebración de la santa misa el día siguiente, aunque la Catedral estaba cerrada en esos días, porque había inusitado movimiento de gente con motivo de la posesión presidencial. En la mañana del 7 de agosto llevé algo de almuerzo, celebré la Eucaristía y me gané al sacristán para que otorgara permiso de ubicarme en un sitio privilegiado, desde donde pudiera observar la ceremonia del cambio de mando. El sacristán me condujo por la escalera del campanario y allí, acostado de pecho por debajo de las campanas de la Catedral Primada, alcanzaba a divisar la mayor parte de la Plaza de Bolívar.
La tropa encargada de rendir honores por primera vez a Ospina Pérez, el ejército y la caballería del Dr. Lleras Camargo, represaba la gran manifestación liberal que desde la Carrera 8ª. y las Calles 10 y 11, con banderas rojas y lanzando abajos contra sus opositores y el presidente electo, intentaba tomarse la Plaza de Bolívar. El Dr. Ospina desde la víspera se había alojado en una casa de la Carrera 7ª, donde después quedaría el almacén Ley, una casa antigua de balcones a continuación de la Casa del Florero. De allí salió con doña Bertha y los altos oficiales del ejército lo escoltaron hasta el Capitolio.
El acto de posesión se difundió por altoparlante a la Plaza de Bolívar (entonces era escasa la transmisión por radio), y desde mi atalaya pude oír claramente los discursos y ver los detalles hasta el final de la ceremonia. El sacristán de la Catedral, un gran liberal, subió al campanario también y desde allí vimos al Dr. Ospina del brazo de doña Bertha y en el atrio de la Catedral como a cien sacerdotes antioqueños, venidos de su tierra a presenciar la investidura presidencial de su paisano.
El sacristán, con ojos humedecidos, se volvió hacia mí para hacerme la siguiente propuesta: Me invitó a que le hiciera el entierro al partido liberal en la misma Catedral, para lo cual tenía todo preparado. Me causó extrañeza la proposición inusitada y por fuera de mi agenda, pues jamás había soñado con un suceso de aquellas magnitudes. Sin embargo, accedí. Me condujo a la sacristía, prendió incensario y acompañado de acólitos me ayudó a revestir con capa pluvial negra y demás ornamentos acostumbrados en las exequias de los feligreses para entierros de primera.
En la mesa de los canónigos, (un mueble de cedro existente todavía), habían armado una suerte de estatua yacente cubierta de velo negro, con un galón luctuoso que decía en letras doradas: «Partido Liberal Colombiano, día de su entierro: 7 de agosto de 1946». Yo revestido, los acólitos con ciriales e incensario y ante la concurrencia de unos 30 compadres del sacristán, entre hombres y mujeres, todos de su misma corriente política, empecé la oración solemne: Absolve, quaésumus, Dómine, ánimas famularúmquetuárum et ómnium fidéliumdefunctórum, Partido Liberal… etc. Luego incensario y suficiente agua bendita.
En ese momento tomé la palabra para la homilía y dije: «Acabo de pronunciar la oración que la Santa Madre Iglesia preparó desde hace siglos, para encomendar el alma de sus amados difuntos y pedir perdón por los yerros que hubiesen cometido. Y uno de sus amados difuntos es, sin duda, el partido liberal, hijo de la Iglesia. Por eso en esta tarde llorosa y de luto, la Iglesia lamenta su pascua y su deceso. Pero a continuación, añade el texto litúrgico, entre los santos y bienaventurados algún día resucitará con gloria». En este punto resonaron aplausos y con abrazos y parabienes todos los liberales de la sacristía me felicitaron alborozadamente.
Después de los rituales consabidos, de haber incensado y bendecido de nuevo el catafalco, los compadres del sacristán empezaron a traer bandejas de gallina, costillas de cordero asado, cerveza a discreción y otras bebidas espirituosas, para mitigar el guayabo que les causaba la expiración de su glorioso partido. Cuando acabamos el banquete, los compadres prorrumpieron en vivas para el padre Amaya, quien se había dignado acompañarlos con aquel ritual tan solemne.
Como epílogo me llamó la atención de una manera placentera lo siguiente, (porque toda la vida he sido pobre, tenía carro, pero casi no me alcanzaba para comprar gasolina):
El sacristán, provisto de una bandeja de buen tamaño, recorrió el auditorio recogiendo limosna para pagar los estipendios. Y de esta manera eché yo unos pesos al bolsillo aquel día patrio, una fecha inolvidable en mi vida sacerdotal, cuando presidí en la inhumación del gran gigante liberal.
Así pude volver tranquilamente al Hotel Boyacense donde la dueña me aguardaba con cierta preocupación, ignorante de la suerte corrida desde temprano, cuando salí a la Catedral Primada a encontrarme con el sacristán.
Biografía:
Pedro Elías Martínez (Contratación, Santander 1951), filósofo.
Publicaciones: La Piedra de los Aburridos, Bucaramanga, 2013, crónica e historia.
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