Para los creadores del Collins Dictionary la palabra del 2023 fue “inteligencia artificial”. Tal como ha ocurrido en el pasado, hay detractores y defensores de esta tecnología. Un temor recurrente es la posibilidad del desplazamiento de mano de obra, mientras otros afirman que nos puede ayudar a hacer nuestro trabajo de manera mucho más eficiente.
En algo que muchos analistas concuerdan es que la educación juega un papel fundamental para hacer más competitivas a las personas frente a los retos que representan la incorporación de este tipo de tecnologías.
Ciertamente, especialistas en temas educativos sugieren que en lugar de negar el potencial de las tecnologías como la inteligencia artificial generativa (como Chat GPT), o en lugar de prohibir su uso, lo que se debe hacer desde la docencia es replantear las formas en que se suelen desarrollar diversas actividades de enseñanza y aprendizaje.
Una estrategia pedagógica posible puede orientarse a privilegiar el seguimiento a los procesos (por ejemplo, de lecto-escritura) por encima de los resultados (el texto “definitivo”). Esto no es nuevo, es decir, se trata de un enfoque que suele ser muy recomendado en los procesos formativos desde hace varias décadas.
Por otra parte, la incorporación de tecnologías en los procesos productivos puede (debe) llevar a reflexiones sobre cómo la educación convencional y la formación para el trabajo aporta a la competitividad. En este escenario, se puede proponer análisis más allá de los estados del arte en la educación convencional, es decir, podría sugerirse que también se podría (debería) adelantar vigilancia tecnológica como un insumo clave para la actualización curricular.
Acá se puede hacer análisis en función a los roles, por ejemplo, de los docentes (para estar actualizados y preparados para usar estas tecnologías) y de los estudiantes (para aprovechar el potencial de estas herramientas para potenciar el aprendizaje).
Pero también se puede reflexionar sobre la cultura, digamos las prácticas alrededor del uso de estas tecnologías. Por ejemplo, si partimos del supuesto de una “cultura facilista”, estas tecnologías pueden limitar el aprendizaje para quienes la usen con el ánimo de “cumplir” con una tarea en lugar de “aprender”. Si suponemos de hay una cultura orientada a la innovación, estas herramientas pueden ser un potenciador importante de procesos cognitivos y meta-cognitivos. El debate apenas empieza.