Amargas sonrisas

De la mano con la vida estoy transitando el camino de mi Navidad 71: hoy en la madrugada me despertó el reloj biológico, invitando a ofrecerle descanso a mi organismo.

De inmediato dirigí mis pasos a cuarto solo, y presuroso atendí el llamado de mi inseparable y fiel amigo de la vida; después de exhalar un profundo suspiro evocando tiempos idos, regresé a la alcoba y sentado a la orilla de la cama, observé por la ventana la exuberante luna decembrina brillando colgada en el cielo azul del paisaje boyacense.

Se veía rodeada por un tenue manto de neblina que al paso de la luz blanca se teñía de colores pastel, azul, violeta y rosado, igual al manto de María en los pesebres de la iglesia del pueblo en mi infancia.

Entonces pensé en María y José, recorriendo posadas y golpeando puertas, las que nunca se abrieron para poder descansar el embarazo divino en un cómodo lecho, igual a peregrinos en su tierra, sufriendo las injusticias del desplazamiento o de los desposeídos, así deambularon por todo el pueblo hasta llegar al establo señalado por la estrella, y allí en medio de la humildad que hace grandes a los hombres justos, recibieron al ser supremo.

Recordé el noticiero de la noche anterior, que informó los desplazamientos en Urabá, y entendí que la injusticia será siempre parte de la historia humana, el poder de Herodes se replicaba hoy en los paramilitares, y familias terratenientes que apoyadas por la injusticia intimidan a las víctimas con la misma ley que los había dejado sin tierra.

Hoy les devolvieron sus parcelas, sin poder establecerse en ellas.

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