En estos días de drama mundial, cuando es obligatorio hacer fila en las entidades bancarias y tragar saliva por la irrupción de los que se creen inmortales, hay que tener humildad para aguantar cualquier despropósito; con decirles que se me heló el espinazo por la irresponsabilidad de un miserable, que sin mascarilla, sin guardar la distancia y a grito herido hablaba por celular; de verdad que sentí la irónica intención de recordarle su origen materno, pero me arrepentí, pues la mamá no tiene la culpa.
Ese incidente, como pretexto para la desdicha, me permite opinar que se han convertido en una estampa habitual de Sogamoso los grupos de personas apiñadas sin protección, como también, con mayor frecuencia, ver los avisos de: ‘se vende’ o ‘se arrienda’, por toda la ciudad, y es que el alcalde no ha podido, ni puede como un ‘cusumbosolo’, controlar las medidas de bioseguridad por todas las calles, pero sí puede castigar al comercio, pues resulta perturbador que hoy varios comerciantes estén dispuestos a iniciar la desobediencia hacia la informalidad, y es que a todo se acostumbra uno, menos al hambre; dicho de otro modo, otros serán los condenados a descargar esa daga, y que la vida siga.
Preguntas: ¿qué pasará con las cámaras de comercio? ¿Seguirán pensando en volver a la normalidad? ¡Ojalá que no!, porque esa normalidad era el problema y, en serio, ¿el concurso de vitrinas también le toca hacerlo al alcalde?
Coletilla: ahora que la vida por segundos agoniza, levanto mi mano con un adiós ligero, y me despido de todos los que se fueron en esta tragedia planetaria.
