Segunda entrega del perfil de Luis Torres Quintero
Dudas que atormentan
Las circunstancias de la muerte de Luis Torres Quintero no han sido claras para sus familiares.
—El 31 de julio de 1966 Luis Torres Quintero muere en un, entre comillas, accidente, más raro y antiaccidental del mundo, allí cerca a la vereda Barro Colorado del municipio de Ventaquemada —ha dicho su hijo mayor Andrés Torres Beltrán.

Luis Torres Quintero. Óleo elaborado por el maestro Jorge Casas.
Rosa Lucía, la cuarta hija, quien tenía 13 años al momento del fallecimiento de su padre ha señalado:
—Eso de que fue un accidente ha dejado mucho qué pensar. Por el lado de los hermanos de mi padre y de mi madre dijeron que dejáramos eso así, porque de pronto era peligroso, pues mi mamá quedó solita y con 10 hijos. No se hizo ninguna investigación, pero sí ha habido muchos interrogantes con respecto a eso. La investigación sobre la muerte de mi padre quedó de ese tamaño.
Luis María, el quinto hijo, sostiene:
—Que a mi papá lo mandaron matar fue algo que poco a poco se fue instalando en nuestros corazones y en nuestras mentes como una certeza. Yo me reuní con personas que me lo dijeron.
Afirma también que:
—Dos semanas antes de su muerte, mi padre había denunciado, ante la Procuraduría, amenazas contra su vida. Ese documento lo conocí, lo tuve en mis manos.
Víctor Ricardo, el noveno de sus hijos, ha manifestado:
—Cuando mi padre murió yo no había cumplido los seis años. Al momento de ese accidente, ese supuesto accidente, porque usted debe saber también que en realidad la muerte de mi papá nunca quedó clara y hay mucha gente que teme hablar de eso, pero nosotros como hijos de él no tememos. Yo crecí bajo un manto de duda al respecto porque conocí muchos, muchísimos amigos de mi papá, aún a esta edad que tengo, que voy por ahí recorriendo sitios y me encuentro boyacenses que me reconocen como hijo de Luis Torres por la cara, me parezco mucho físicamente, la mayoría de la gente comenta que a mi papá lo mataron. Yo crecí con esa duda, con ese dolor de que mi papá fue asesinado.
La descendencia
Fueron 10 los hijos de Luis Torres Quintero: Andrés Avelino, María Manuela, Pedro Pablo, Rosa Lucía, Luis María, Julia Mercedes, Jaime Ernesto, Jorge Alberto, Víctor Ricardo y María Claudia.
Andrés Avelino nació en Tunja.
—Yo nací en 1949, pero antes, mi madre tuvo dos embarazos fallidos.
El nombre se lo colocaron en homenaje a su bisabuelo paterno, Andrés Avelino Torres Ladrón de Guevara
Estudió bachillerato en el colegio Salesiano Maldonado de Tunja y se graduó como abogado en la Universidad Javeriana de Bogotá. Fue alcalde de Tunja, director de la Biblioteca Distrital de Bogotá, diputado a la Asamblea de Boyacá y candidato a la Gobernación de Boyacá en 1997.
María Manuela nació en Bilbao, España, cuando su padre se desempeñaba como cónsul de Colombia en esa ciudad. Le fue puesto el mismo nombre de su madre. Luego de culminar el bachillerato en el Colegio de la Presentación de Tunja comenzó a estudiar enfermería en Bogotá, pero al terminar el segundo semestre contrajo matrimonio con el abogado tunjano Pedro Pablo Briceño. Se divorció y en el año 2000 viajó a Europa. Desde entonces vive en Bruselas con su actual esposo, el ciudadano belga Marc Dujardin.
Pedro Pablo Hernán también nació en Bilbao.
—Le dieron el nombre de Pedro Pablo porque nació un 29 de junio y Hernán porque ese era el nombre de quien fue su padrino de bautismo, que trabajaba en el consulado de Bilbao —afirma su hermano Luis María.
Hizo su bachillerato en el Salesiano de Tunja.
— Pedro Pablo comenzó a estudiar derecho en la Javeriana hasta que lo expulsaron por revoltoso. El padre Giraldo lo llamó a la rectoría y le dijo: “No lo tengo más aquí. No me va a volver a hacer huelgas. Esta es la Javeriana. Lo voy a mandar para la Santo Tomás”. Él mismo telefoneó y le tramitó el ingreso a esa universidad en donde se graduó —relata su hermana Julia Mercedes.
Tras obtener su título de abogado se desempeñó como juez en varios municipios de Boyacá y magistrado del Tribunal Administrativo de Casanare en Yopal, del cual fue presidente.
Siempre fue cultor musical. Interpretaba el bajo, la guitarra, el cuatro y el tiple. Siendo joven integró con algunos de sus hermanos y otros amigos el conjunto “Los Duendes” que fue la primera agrupación de rock en Boyacá. Compuso obras de música colombiana.
Al completar la edad y el tiempo de servicio en el sector judicial, tramitó su pensión y se dedicó a la docencia universitaria. En 2015 le diagnosticaron cáncer, enfermedad que le produjo su deceso en 2017.
Rosa Lucía nació en Montreal, Canadá. Fue llamada así para recordar el nombre de su abuela paterna, Rosa Quintero, y de su tía Lucía Torres Quintero, quien, por la época de su nacimiento, vivía con los Torres Beltrán en Montreal.

Luis Torres Quintero interviniendo en plaza pública. Al fondo, Mariano Ospina Pérez.
Estudió bachillerato en el Colegio de la Presentación de Tunja y luego cursó música. Contrajo matrimonio y se dedicó al hogar. Hoy ya tiene una biznieta.
Luis María nació en Montreal. Lleva el nombre de su padre. Realizó el bachillerato en el Colegio Salesiano de Tunja. Se graduó como economista en la Universidad Javeriana de Bogotá y se especializó en Finanzas en la Universidad Externado de Colombia. Regresó a Tunja, donde contrajo matrimonio y ejerció varios cargos en el sector privado, entre estos los de gerente de la sucursal de Gran Ahorrar y director de la Caja de Compensación Familiar de Boyacá. Se divorció y en el año 2000 viajó a Quito, Ecuador, en donde cursó la maestría en Teoría económica. Se casó allí con una ecuatoriana hace 23 años y se dedicó al ejercicio de la docencia universitaria.
Julia Mercedes, nació en Tunja.
—Le pusieron el nombre de Mercedes por una señora que vivía en el parque Pinzón llamada Merceditas Fonseca y Julia por una de las hijas de esta señora. Con ellos mis padres tenían una amistad muy cercana, inclusive nos dejaban ahí jugando en la casa de ellos —rememora su hermano Luis María.
Estudió primaria y bachillerato en el Colegio La Presentación de Tunja. Se graduó como odontóloga en la Universidad Javeriana de Bogotá. Ejerció su profesión en el Seguro Social y en otras entidades de salud de Tunja. Actualmente tiene su consultorio en la capital boyacense. Está casada con el abogado Mauricio García, hijo de Pepita Morales, la mejor amiga de su madre.
—Para matricularme en la Javeriana, mi madre vendió el piano de la familia y enseguida saqué un préstamo en el ICETEX. Con este terminé la carrera —revela Julia Mercedes.
Jaime Ernesto nació en Tunja. El primer nombre es el mismo de un hermano de su madre, Jaime Beltrán Herrera y el segundo corresponde al de uno de los mejores amigos de su padre, Ernesto Roa Gómez. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Tunja. Se graduó como abogado de la Universidad Externado de Colombia. Actualmente está residenciado en el municipio de Útica, Cundinamarca.
Jorge Alberto nació en Tunja. Sobre ese nombre, su hermano Luis María, desde Quito, telefónicamente me dijo:
—Jorge, no sé por qué, pero Alberto fue como homenaje al doctor Alberto Roa, quien tenía una farmacia en la Plaza de Bolívar, la famosa Droguería Alfa. Él era el médico de todos nosotros.
Realizó sus estudios primarios y secundarios en Tunja. Ingresó a la carrera de Educación Física en la UPTC, durante la cual le descubrieron problemas cardíacos y le recomendaron retirarse, pues no debía someterse a esfuerzos físicos. Luego realizó un curso para detective, oficio al que se dedicó en el DAS hasta que un ataque fulminante al corazón le produjo la muerte en 1990, cuando tenía 30 años.
Víctor Ricardo nació en Tunja. Su segundo nombre corresponde al de su tío Ricardo Torres Quintero, poeta y amante de las diversas manifestaciones culturales.
—De los hombres soy el menor. Me dediqué desde muy joven a estudiar música. Soy guitarrista clásico, compositor, doy recitales de guitarra y he hecho teatro durante más de 40 años. Tengo licenciatura en música de la Universidad Pedagógica Nacional. Estudié guitarra clásica con los hijos del maestro Francisco Cristancho Camargo en la Escuela de Música de ellos en Bogotá; allí estuve con el maestro Ramiro Isaza, quien acababa de llegar al primer cuarteto de Guitarras de Colombia, que hizo música contemporánea. De ahí en adelante he tenido una carrera bastante movida con la guitarra —me relató telefónicamente Víctor Ricardo.
Actualmente ejerce como docente en una institución educativa del municipio Jesús María, Santander, en desarrollo de una convocatoria que se ganó, realizada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, que se denomina Artes para la Paz. Su vida transcurre entre Jesús María, Tunja y Bogotá.
María Claudia, la última hija de Luis Torres Quintero, nació en Tunja. Cursó la primaria y el bachillerato en el Colegio de la Presentación de Tunja.

Luis Torre Quintero con dirigentes políticos. Detrás Antonio Ezequiel Correa.
—Al comienzo estudié unos años música porque nosotros todos tenemos la vena musical por el lado de mi mamá. Después estudié preescolar y trabajé como profesora en Bogotá. Me vine para Tunja, me presenté a una convocatoria para docentes, quedé nombrada, trabajé en varios colegios de Tunja y me pensioné en el 2017.
Enfrentando la vida
Luis Torres Quintero siempre vivió de su sueldo. No tenía otros ingresos. Solo poseía su casa de Tunja, en ese momento en proceso de ampliación; una pequeña finca en la vereda de Pie de Peña, municipio de Pachavita, en límites con Garagoa; una camioneta, un piano, varias pinturas en la sala y una monumental biblioteca.
Dada esa modesta condición económica, la viuda y los huérfanos quedaron en una encrucijada terrible.
—¿Cómo lograron sobrevivir después de la muerte de su padre? —le pregunté a Julia Mercedes
—Por la misericordia de Dios y de los hermanos de mi madre los Beltrán Herrera. Claro que para ingresar a la Universidad Javeriana nos ayudó mucho mi tío José Rafael, quien era profesor de allí.
¿Cómo se le recuerda?
A pesar de haber transcurrido ya casi 60 años de su fallecimiento, se mantiene viva la memoria de Luis Torres Quintero, no solo en su familia y en la dirigencia política, sino en diversos ámbitos de la vida boyacense.
El exgobernador y exsenador Héctor Horacio Hernández Amézquita lo recuerda como un tipo muy simpático, agradable, buen político, amable con sus electores y bastante cercano a la gente.
—Él fue quien me hizo político. Me incluyó en el segundo renglón a la Asamblea de Boyacá para el periodo 1964-1966. Fui diputado porque esa lista, encabezada por mi condiscípulo Augusto Cadena Farfán, obtuvo cinco curules.
El también exgobernador y excongresista José Benigno Perilla Piñeros lo conoció en su natal Somondoco. Recuerda que cuando tenía 15 años debió llevarle hasta El Salitre los caballos para las cabalgatas que se realizaban con motivo de sus visitas a ese municipio.
—De una memoria envidiable. Además de tener un trato sencillo era un hombre presidenciable. Lo querían mucho, le tenían un cariño especial los liberales de Miraflores.
El investigador y exsupervisor de educación de Boyacá José Hernán Forero Buitrago lo conoció a finales de la década de los años cincuenta. No se le olvida su cordialidad, calidez humana e impresionante memoria.
—Cuando se encontraba con mi papá le decía: “José Antonio ¿cómo está? ¿qué más? ¿cómo me le ha ido? ¿qué es de la vida de Hilda, de Hernán, de Nahir, de Rafael?”. Era admirable su retentiva.
Su hijo Andrés lo recuerda así:
—Mi padre fue un líder muy importante del partido conservador en Boyacá, no circunscrito a lo puramente político, sino un auténtico líder, un hombre que llegó al corazón de la gente. Querido, admirado y respetado por todo el departamento y por los jefes y militantes de los dos partidos. Era muy amigo de los jefes del liberalismo en Boyacá y a nivel nacional.
Recalca que además de tener una inteligencia brillante, poseía una chispa personal sorprendente y una memoria asombrosa.
—Se acordaba de los nombres de todos los integrantes de las familias de sus compadres, amigos y líderes en los pueblos de Boyacá. Hasta recordaba el nombre del perro de la casa. “¿Dónde está Nerón, carajo? ¿por qué no sale a recibirme?” le escuché en alguna ocasión que me llevó a una vereda, en un lejano municipio boyacense.
Sostiene que su padre fue un hombre que tuvo la capacidad, inteligencia, personalidad, poder de convicción y condiciones para proyectarse como una figura política de primer orden en el concierto nacional y entablar sólida amistad con los dirigentes más reconocidos del país.
—El doctor Lleras Restrepo me comentó personalmente que mi padre había sido su amigo. También supe que su compañero, su adlátere, su compinche de muchas andanzas fue Julio César Turbay Ayala. Con él tuve un encuentro gracioso en el Club Boyacá de Tunja siendo presidente de la República. Fue un día en que se realizó un baile en su honor. Estábamos un grupo de tunjanos tomándonos unos whiskys cuando llegó y, como todos los lambones que estábamos ahí, me asomé. Entonces, el doctor Heraclio Fernández me vio, me cogió del brazo, me jaló por el corredor y al llegar a la escalera paró al presidente Turbay y le dijo: “Compadre, quiero presentarle a este muchacho, se llama Andresito Torres, es hijo de Luis Torres Quintero”. Turbay me miró y me dijo: “Carajo, Luis, mi gran amigo. Luis fue el primero que me trajo a Boyacá a unos pueblos terribles, llenos de godos: Güicán, Panqueba. Yo me asustaba mucho. Luis fue mi gran amigo, mi compañero en el Senado. Se sabía unos cuentos sobre turcos, buenísimos”. Yo, que ya tenía unos tragos en la cabeza, le anoté: “¿Y su excelencia los entendía?” me miró, soltó la carcajada y dijo: “Ahí está pintado Luis Torres Quintero, un mamagallista, venga chino acompáñeme”, me hizo participar en la mesa que tenían reservada para él.
La capacidad de Luis Torres Quintero para relacionarse con figuras de primer orden trascendió las fronteras nacionales. Andrés recuerda que, siendo su padre representante de Colombia ante la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, ALALC, asistió en 1962 a una reunión de esa organización a la ciudad de México. Allí conoció al presidente de la República de México, Adolfo López Mateos, con quien inició una amistad muy cercana.
—El presidente López Mateos fue quien le presentó a Javier Solís. La empatía con él fue inmediata. Se convirtieron en grandes amigos.
Cuenta también Andrés que el día del entierro de su padre, el 2 de agosto de 1966, Adolfo López Mateos, quien había dejado de ser presidente de México dos años antes, llamó a la casa de los Torres Beltrán en Tunja. Cuando timbró el teléfono alguien de la familia respondió y una voz grave, melodiosa y con un inconfundible acento mexicano pidió que le pasaran al teléfono a la esposa o al hijo mayor de Luis Torres Quintero. Como doña Manuela estaba tan afectada, contestó Andrés.
—Sí buenos días, a sus órdenes —dijo Andrés Torres Beltrán con tono entristecido.
—Mira, hablas con Adolfo López Mateus, presidente de México. ¿Tú eres hijo de mi gran amigo Luis?
—Sí señor presidente, soy Andrés.
—Mira estoy muy compungido por el fallecimiento de Luis. Yo tuve con él una bonita amistad. Me haces el favor de saludarme a tu madre.
Este gesto lo agradeció la familia Torres Beltrán.
—Imagínese, el expresidente mexicano se dio las mañas de conseguir el teléfono de nosotros en Tunja. Ese detalle lo hemos valorado infinitamente.
Otra de las amistades de su padre, que resalta Andrés, es la que mantuvo con Gustavo Romero Hernández.

Luis Torres Quintero, su esposa y sus cuatro primeros hijos, en Montreal.
—Fue amigo muy especial del dirigente liberal Gustavo el “Chulo” Romero, lo cual fue muy importante para la superación de la violencia liberal-conservadora que había venido afectando a Boyacá en años anteriores.
María Manuela, la segunda de la familia Torres Beltrán, rememora:
—Tengo recuerdos muy vivos. Por ejemplo, los libros que me regalaba. Me acuerdo de uno de la escritora sueca Selma Lagerlöf (primera mujer en ganar el premio nobel de literatura (1909) “El maravilloso viaje de Nils Holgersson” (…) Me enseñó muchas cosas de literatura. Su biblioteca era fantástica. Andrés y yo, por ser los mayores, la disfrutamos mucho; poseía unos libros formidables que nos ayudaron a entrar en ese mundo de la lectura.
Relata que, como su madre por tener que estar pendiente de sus hijos no lo podía acompañar en las visitas a los pueblos, él la llevaba y allí debía representar a su madre, sobre todo en las ceremonias de bautismo.
—Yo tengo una parranda de ahijados en todo Boyacá.
Le impresionaba la gran amistad que su padre tenía con los alcaldes y curas párrocos.
Son gratos sus recuerdos de las salidas a distintos municipios de Boyacá.
—Como éramos tantos hijos, siempre tenía que alquilar una casa en Miraflores o en Garagoa o en Jenesano, para pasar un mes de vacaciones. Llevaba a toda su tropa, incluyendo las muchachas del servicio.
Inolvidable para ella fue la fiesta de 15 años que le organizó su padre, dos meses antes de su fallecimiento.
—Me hicieron una fiesta espectacular en la casa. Mi padre contrató un grupo de músicos. Mi vestido era super elegantísimo. Cada que teníamos algo me llevaba a Bogotá y me compraba de todo.
La cuarta hija de Luis Torres Quintero, Rosa Lucía, irrumpe en llanto cuando le pregunto sobre los recuerdos más vivos que tiene de su padre. Con ella y con su hermana María Claudia me reuní en una cafetería del centro de Tunja, concretamente frente a la Universidad Santo Tomás, el lunes ocho de septiembre de 2025. Hablamos un largo rato, mientras tomábamos café.
—De pronto me cuesta un poco de trabajo hablar de mi padre porque comienzo a recordar cosas que me hacen sentir mucho dolor —afirma en medio de sollozos.
Después de algunos minutos se tranquiliza y con voz reposada menciona las que considera características esenciales de él.
—Hay bastante gente que lo recuerda todavía porque además de su parte política, tan importante, era muy humano, muy simpático, muy inteligente. Trataba a todo el mundo igual, con el mismo cariño. No se ponía con esas cosas de discriminar a la gente por razones económicas. No hacía diferencias entre ricos y pobres. Los trataba a todos como seres humanos iguales, con el mismo respeto y afecto. Por eso se ganó el corazón de quienes lo conocieron.
Revive momentos agradables como los domingos en la tarde cuando en su camioneta los llevaba a pasear por la Avenida Oriental y por los alrededores de la ciudad o como el día en que les trajo de Bogotá el primer televisor.
—Ay que felicidad. Lo compró en Bogotá. A él le gustaba llegar con regalos.
Menciona otros momentos que considera inolvidables.
—Recuerdo esas noches que nos reunía en la sala de la casa a cantar. Eran veladas deliciosas. Mi madre, que provenía de una familia de músicos, cantaba precioso, interpretaba canciones acompañada al piano por un amigo de la familia, el músico tunjano don Ramón Briceño. A mi padre le encantaba la música mexicana y siempre cantaba “La cama de piedra”.
Revela también la afición de su padre por el arte.
—Compraba unos cuadros muy bonitos. Los traía de Bogotá. Llegaba contento y con mi mamita los ponían en la sala.

Luis Torres Quintero, en Tunja.
Menciona también que su padre era socio del Club Boyacá, a donde acudía con su madre a las elegantes fiestas que allí se realizaban.
Sostiene que el paso de los años no ha hecho mella en el afecto que guarda por su padre.
—Tengo muchos recuerdos de él. Conservo muchas de sus cosas. Lo amé mucho. Su muerte fue muy dura para mí. Él me consentía, me hacía sentir su amor. Me llevaba a veces a Bogotá, íbamos a la casa de un hermano suyo, mi tío Ricardo, donde él se hospedaba cuando estaba en esa ciudad.
Al final de la conversación volvió a afectarse por la tristeza que le produce hablar de su padre.
—Yo alcancé a tocar piano. Teníamos uno en casa. Mi madre tuvo que venderlo por la situación económica que debimos afrontar. Me quedó un recuerdo muy triste de eso, pero las cosas cambiaron cuando mi padre murió.
Tiene claro que su padre sabía manejar muy bien las relaciones con las personas. Era formal y respetuoso, pero en ocasiones, de acuerdo con la confianza que tuviera con su interlocutor de turno, se permitía una chanza o un apunte chistoso.
—A la casa iba con frecuencia el párroco de la catedral de Tunja, monseñor Jorge Monastoque. Eran muy amigos, se apreciaban mutuamente. Delante de los demás se dirigía formalmente a él como “su señoría Monastoque”. Sin embargo, cuando estaban solos le decía “su señoría no me las toque” y los dos se atacaban de la risa.
Después de haberme reunido con ella y con su hermana María Claudia el lunes ocho de septiembre, cuatro días después me envió un mensaje vía WhatsApp en el cual menciona otros recuerdos. Comienza relatándome la ocasión en la cual el doctor Guillermo León Valencia, siendo presidente de la República, por invitación de su padre, se hospedó durante dos días en su casa en Tunja.
—Tengo un recuerdo grato de esa visita.

Luis Torres Quintero con su familia en la casa de la señora Mercedes de Fonseca, en el bautismo de su hija Julia Mercedes.
Cuenta más adelante:
—Está vivo en mi memoria el encuentro en la casa de su querida amiga Pepina de Bohórquez, en Garagoa, con el expresidente Mariano Ospina Pérez y su esposa doña Bertha. Allí estuvimos con mi madre y mis hermanos.
Relata una experiencia imborrable vivida en un municipio boyacense donde después de un discurso desde el balcón de una casa, su padre fue ovacionado y luego llevado en hombros por las calles aledañas a la plaza.
Advierte que:
—Así como mi padre trataba y se relacionaba con gente importante, de igual forma lo hacía con gente sencilla, humilde, trabajadora, del campo.
Recuerda, por último, a un humilde campesino que cuando estaban velando a su padre en la casa, llegó con una flor amarilla y permaneció un largo rato llorando desconsolado al lado del féretro.
Luis María, el quinto de los Torres Beltrán en orden de nacimiento, hacía tan solo 23 días que había cumplido 11 años cuando murió su padre. Dice tener muchos recuerdos nítidos de él.
—En imágenes que se me vienen a la mente, veo la cantidad de personas detrás de él por donde quiera que fuera. Qué cosa tan impresionante. Parecía una procesión siempre. Él me cogía de la mano, me jalaba y detrás la turba. Eso no se me olvida.
Hay algo que a pesar del paso de los años no se le borra de la memoria.
—Una imagen que tengo grabada y que a veces me perturba mucho es cuando, durante la velación de su cadáver en nuestra casa, lo vi en el cajón, embalsamado. Nunca la podré olvidar. Eso lo marca a uno. Aquella experiencia para mí fue escalofriante y terrorífica. Quien me salvó, porque yo no me podía desprender del cajón, fue la doctora española Helena Martín de Martínez. Ella me abrazó, me llevó caminando por la casa hasta bien adentro y se estuvo conmigo un largo rato hasta que me calmó. Eso nunca lo olvidaré de ella.

Los hijos varones de Luis Torres Quintero.
También tiene recuerdos gratos.
—La otra cosa que me acuerdo fue la primera comunión que me celebró con mi hermana Julia en lo que se llamaba la zona de carreteras. Fue un fiestón tremendo.
Para él se constituyeron en vivencias especiales las frecuentes visitas a la casa de los Torres Beltrán en Tunja de la esposa del expresidente Mariano Ospina Pérez.
—Doña Bertha llegaba siempre entre las cuatro y media y las cinco de la madrugada. Entraba zapateando. La casa tenía unos corredores grandotes de madera y era en dos plantas. A voz en cuello decía: “¿Dónde está el indio Luis? ¡Que se levante! ¡Vámonos ya que nos están esperando! Uy, gritaba por toda la casa.
Julia Mercedes fue la sexta hija de Luis Torres Quintero.
—Cuando mi padre murió yo tenía siete u ocho años. Recuerdo que él estaba muy pendiente de las navidades. En mi casa se hacía un pesebre grandísimo. Lo armaba con figuras que había traído de España y que apreciaba mucho. Tengo presente también que en su camioneta nos llevaba a pasear. Viajábamos a San Gil al Hotel Bella Isla donde su hermana, María Helena, que era casada con el empresario Carlos Ronderos, propietario de este.
Por el despliegue que se producía, no se le olvidan las visitas a su padre de figuras de la talla de expresidentes de la República hasta personajes como Efraín González. En ocasiones como estas, eran llevados bien entrada la noche a la casa de unos vecinos. Cree que eso lo hacía su madre por razones de seguridad o de pronto para que no importunaran a los visitantes.
—Imborrables de mi mente están las visitas de doña Bertha de Hernández. Llegaba a la casa, entraba a la cocina, destapaba las ollas y probaba lo que se estuviera preparando.
De otra parte, relata que él frecuentaba a sus hermanos.
—Aquí en Tunja nos llevaba a la casa de mi tío Eduardo, que era su hermano mayor, a quien quería mucho.
Evoca que a lo largo de su vida ha sido testigo del gran aprecio que le tenían en Boyacá a su padre.
—Se me viene a la memoria el día que yo estaba trabajando como odontóloga en el Seguro Social y llegó un viejito campesinito, humilde. Lo habían traído para un tratamiento dental. Después del saludo me dijo que venía de un pueblo del norte, me parece que de La Uvita. Se me ocurrió decirle: oh, esa es tierra de godos, mi padre era godo. “¿Cómo se llamaba?” me preguntó. Luis Torres Quintero, le respondí. Se paró emocionado y comenzó a besarme las manos. Se puso a llorar mientras decía: “mi doctor Luis, mi doctor Luis”. Yo quedé impactada. La verdad es que he recibido mucho cariño heredado.
Para ella, su padre era muy divertido en el trato con los demás.
—Disfrutaba mucho en las reuniones con sus amigos. Departía, pero nunca lo vi borracho. Él no era tomador.
No oculta su tristeza por el drama que debió enfrentar su madre ante la muerte de su padre.
—Mi madre sufrió mucho. Es que ella apenas tenía 39 años cuando enviudó. Quedó con 10 hijos y no tenía experiencia laboral alguna. Realmente quedamos en una condición económica muy precaria. No hubo quien le ayudara. Los amigazos de él no aparecieron. La familia de mi madre fue la que nos apoyó económicamente todo el tiempo. Ya después le dieron un puesto como empleada en la Contraloría Nacional en Tunja. Cuando ya fuimos saliendo para la Universidad, mis hermanos mayores llegaron de patos a las casas de los tíos en Bogotá, pero fue difícil. Ella logró un traslado para la capital de la República. Entonces nos fuimos todos. Allá terminó de trabajar, se alcanzó a pensionar. Regresó a Tunja. Aquí se puso muy malita, le dio como un coma diabético. La hospitalizamos en lo que era la Clínica de la Caja Nacional de Previsión. Allí estuvo unos días. La bajaron a tomarle unos exámenes del corazón y tuvo un paro. Murió en septiembre de 1987, seis meses después de haber cumplido 60 años.
Le causa gracia recordar que su padre la llamaba “Rufinita”. Ese apelativo se lo dio en homenaje al filólogo Rufino José Cuervo, porque, según él afirmaba, ella se expresaba muy bien.
Víctor Ricardo, el noveno de los Torres Beltrán, dice tener recuerdos claros de su padre.
—Me acuerdo cuando mi papá nos ponía discos de cuentos infantiles en la radiola que había en la sala de la casa. También tengo en mi mente escenas de las visitas de la señora Bertha de Ospina, del historiador Alberto Dangond Uribe, quien era muy amigo de mi papá. No se me han olvidado esas reuniones grandísimas donde estaban otros políticos.
No sabe por qué, en su memoria mantiene momentos en los cuales su padre les leía poesía y les hablaba de los escritos de sus tíos Eduardo, Guillermo y Ricardo, quienes incursionaron con éxito en ese campo literario.
—Mi padre amaba la poesía. Me siento orgulloso de haber nacido en un hogar muy culto. Desde niño aprendí a valorar e interpretar toda clase de música. Mi madre era una excelente cantante. Mis hermanos tuvieron un grupo de rock.
Se emociona al recordar el cariño con el cual su padre lo trataba a él y a todos sus hermanos.
—Era muy buen papá. Nos consentía mucho. Me acuerdo de los muñecos de chocolate con dientes de menta que nos traía de Bogotá, cosas así. Me llevaba al circo y me sentaba en sus piernas. Como yo les tenía miedo a los payasos, me abrazaba y me tranquilizaba.
Sostiene que la memoria de su padre sigue vigente por su honestidad, inteligencia y carisma y por las condiciones heredadas a través de la sangre de su familia.
— Nunca, nadie, nadie, ha tenido nada que decir en contra de la honestidad de mi papá. Además, no se puede desconocer la calidad de los Torres Quintero. En Boyacá existe la memoria de mi papá, pero también de sus hermanos Eduardo y Guillermo. El primero por su trabajo en favor de la cultura y sus altas condiciones literarias y el segundo, por haber escrito poesía con una perfección académica inobjetable.
Dice experimentar orgullo al constatar personalmente el cariño de las gentes por su padre.
—Entrar a una vereda perdida de Boyacá y encontrar un cuadro con una fotografía de mi papá en la mitad de la sala, después de cincuenta y tantos años, eso es increíble. Ahí está la memoria de él entre la gente humilde, la gente campesina. Indudablemente fue un gran líder, con una gran capacidad de empatía, pues por algo fue compadre de medio Boyacá. Además, tenía una capacidad innata para persuadir, para socializar. Él convenció a sus acérrimos enemigos con una frase. Conozco muchas anécdotas en donde terribles enemigos se enfrentaron a él y con dos palabras se volvieron amigos y hasta compadres.

La señora Manuela de Torres Quintero en el bautismo de sus hijos Jaime y Alberto. A su lado su gran amiga Pepita de Morales con dos de sus hijos.
Con respecto a esta peculiaridad, el exsenador Luis Alfredo Toro Valero me comentó que, en Úmbita, su pueblo natal, era conocido un suceso curioso, según el cual, encontrándose Luis Torres Quintero de gira política en ese municipio, alguien le dijo que tuviera mucho cuidado porque en una tienda de la cabecera de la plaza estaban diciendo que lo iban a matar. Averiguó el sitio. Se lo señalaron y allá llegó. Entró con garbo, saludó con jovialidad. De inmediato notó un ambiente hostil. Quienes estaban allí pertenecían al bando conservador contrario. Se sentó en el mostrador, de frente a los presentes. Pidió un aguardiente para él y una tanda de cerveza para todos. Brindó y a través de una charla natural y amena logró, en pocos minutos, que todos estuvieran animados, desprevenidos, en un ambiente cordial, intercambiando gracejos entre carcajadas.
María Claudia, la última de los Torres Beltrán, iba a cumplir cinco años cuando murió su padre.
—Alcanzo a acordarme que nos consentía, que nos llevaba chocolates y le gustaba sacarnos a pasear en la camioneta. A mí me consentía mucho, le gustaba hacer la siesta. Dormía con él un rato.
Acepta que se acuerda de la velación y entierro de su padre, pero confiesa que en su momento no comprendió el alcance de aquella tragedia.
—Ya cuando voy creciendo, voy tomando conciencia de la importancia política de él. Siento que mucha gente lo recuerda.
Se entristece cuando piensa en los padecimientos de su madre.
—Aunque estaba muy pequeña, vi que a mi mamá le tocó muy pesado para sacarnos adelante. Gracias a Dios unos hermanos de ella le ayudaron con la universidad de mis hermanos mayores. Tuvo que vivir fiando en todas partes. Debió aprender a trabajar.
Se entusiasma al recordar un acontecimiento que si bien es cierto no lo vivió personalmente, sí se lo comentaron su madre y sus hermanos.
—Cuando mi padre regresó del viaje a México le contó a la familia que su estadía allí coincidió con la presencia de un grupo musical integrado por unos muchachos ingleses. “Eso las muchachas se enloquecieron. Yo les traje un disco de ese grupo, mírelo, aquí está”, les dijo. Esa banda resultó ser la de Los Beatles, en la cual mis hermanos mayores se inspiraron para conformar el conjunto de Rock “Los Duendes”, aquí en Tunja.
Interrogantes sin respuesta
Alrededor de Luis Torres Quintero se generan unos interrogantes que jamás se podrán resolver. ¿Qué habría pasado en Colombia si hubiera ganado el NO en el plebiscito del Frente Nacional, que con tanto ahínco defendió? ¿Cuál hubiese sido la vida de su esposa y sus hijos, si no fallece tan prematuramente? ¿Si el siete de agosto de 1966 Carlos Lleras Restrepo lo hubiese designado ministro del despacho, qué desempeño habría tenido como tal? ¿Si en 1970 hubiese sido candidato a la presidencia de la República, en Boyacá le habría ganado a Gustavo Rojas Pinilla? ¿Si hubiese sido presidente de la República, por qué derroteros económicos y sociales habría enrumbado al país? Cualquier respuesta, sin duda, entra en el terreno de las especulaciones y cada quién contesta según su óptica y sus intereses.
En cuanto al primero, su hijo Andrés sostiene que no se habrían presentado conflictos nacionales tan profundos como los generados a partir de 1960, consecuencia de ese excluyente sistema bipartidista.
—Ahí comenzaron a surgir grupos guerrilleros como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC (1964), Ejército de Liberación Nacional, ELN (1965) y Ejército Popular de Liberación, EPL (1967).
Sobre el segundo puede anotarse que la dimensión intelectual y política de Luis Torres Quintero le configuraban unas perspectivas propicias para situarse en un ámbito laboral y social que le garantizaban estabilidad económica y protagonismo público, factores estos generadores, sin duda, de bienestar personal y familiar. Su esposa, además de haber podido llegar a ser la primera dama de la nación, no habría tenido que padecer penurias económicas y sufrir dolorosos padecimientos morales y físicos para salir avante con su familia. Sus hijos, amparados por la protección política y económica de su padre, habrían podido adelantar su formación académica sin afugias y llegar fácilmente a escenarios laborales promisorios. Estos hubiesen podido gozar, por más tiempo, del cariño, protección y enseñanzas privilegiadas de un hombre aventajado intelectualmente, poseedor de una formación en valores y principios, al igual que estricto en el respeto a las instituciones y a la sociedad.
Al preguntarle a su hijo Víctor Ricardo si creía que la vida de él hubiese sido diferente sin la muerte prematura de su padre, me respondió:
—Si, claro, claro. Toda la vida he estado pensando en eso. Todos los días recuerdo a mi papá. Yo pienso que mi papá hubiera sido presidente de la República, indudablemente. Él estaba perfilado para eso. Iba para allá, rápido, además. Tenía adeptos en toda Colombia, en la costa, en los Santanderes; lo querían mucho, lo tenían como líder, poseía esa capacidad.
En cuanto a si hubiera sido ministro de gobierno de Lleras, su hijo Andrés no tiene la menor duda, pues escuchó de boca de su padre que había recibido ese ofrecimiento y tiempo después, dos testigos de ese momento se lo corroboraron.
Sobre su llegada a la Presidencia de la República, considera que esa opción era altamente posible.
—Mi padre murió muy joven, a los 46 años. Tuvo vigencia política de apenas nueve años, comenzando en 1957 al ponerse al frente del voto por el NO en el plebiscito, hasta su muerte, en 1966. En ese lapso construyó un paradigma político y un liderazgo ilimitado hasta ahora. Además, se constituyó en un adalid que podía representar una apertura social y política, con una visión moderna y contemporánea del partido Conservador, ya con sesgo socialista y con la visión amplia de la sociedad.
Asegura que había comenzado a prepararse para ser presidente desde cuando inició su vida diplomática.
—A mi padre le escuché decir a varios de sus amigos: “¿Ustedes creen que yo no aprendí sobre el socialismo más importante que es el de Suecia? y ¿no creen que viví en España durante la dictadura de Franco y estudié la terrible situación que allí se afrontaba?”
En cuanto a si hubiese podido ganar como candidato presidencial del Frente Nacional en 1970, Andrés señala:
—Mi tesis es que si él hubiera estado vivo, habría sido el presidente en 1970 y ganado, sin duda, en Boyacá. El triunfo hubiera sido inobjetable, razón por la cual no habría surgido el Movimiento 19 de abril, M19, pues este se creó bajo el supuesto de que las elecciones le fueron robadas a Rojas Pinilla. Mi padre fue un hombre que tuvo las condiciones necesarias para dirigir el país.