Un poeta, de Simón Mesa – David Sáenz #Columnista7días

No veo televisión; por consiguiente, no estoy al tanto de los comerciales publicitarios ni de las noticias. Prefiero informarme a través de medios de comunicación escritos, como El Espectador, La Silla Vacía o algunos periódicos extranjeros. No sé si sean mejor. Tal vez me permiten otro ritmo, otra forma de decidir la ruta para poder descreer.

Vivimos en una época curiosa: hay una avalancha de información y, sin embargo, parece que habitamos una realidad orwelliana, donde la mentira se convierte en verdad o donde, sencillamente, no sabemos qué es la verdad.

El punto es que en El Espectador y en otros medios leí sobre una película llamada Un poeta, del director colombiano Simón Mesa. Me produjo curiosidad. No es frecuente encontrar una película dedicada a un poeta. Casi siempre el cine se ocupa de otras figuras. Solo me viene a la mente La vida bohemia, de Aki Kaurismäki.

En Un poeta encontré, como muchos han señalado, diversidad de temas que pueden discutirse o criticarse: el fracaso, las relaciones de poder, la familia, la depresión, el alcoholismo, la soledad, el sin sentido… Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue su capacidad de reivindicar la poesía en la vida de Yurlady. Ella escribe no para ser leída por otros, no busca atención: escribe para captar la belleza. Escribe como un estilo de vida, no para adoptar la pose de poeta. En la carta final, Yurlady dice que sí le gusta la poesía, pero no la que conoció con Óscar.

¿Y cuál era esa poesía? El mundo de los poetas —que también podría pensarse como el de los escritores, académicos o el de la industria cultural— lleno de arrogancia, maltrato y soberbia. En cambio, Yurlady propone otra forma de vivir la poesía: no aquella que sirve para obtener reconocimiento, sino aquella que convierte la vida misma en belleza.

Esto se percibe en los escritos de Yurlady cuando se deja tocar por el sol, cuando encuentra belleza en la ventana, cuando logra transformar lo cotidiano en revelación. Raimon Panikkar decía que, si nos diéramos cuenta de que estamos vivos, no necesitaríamos absolutamente nada más. Esa misma vitalidad se siente en Yurlady, la verdadera poeta en la película.

Hoy, en las universidades y en las escuelas, debería promoverse esa escritura: no la destinada únicamente a figurar—como ocurre con frecuencia—, sino aquella que conecte con la vida y nos haga sentirla plenamente.

Más allá de su humor y de sus recursos narrativos, Un poeta logra algo valioso: recordarnos que, sin importar dónde vivamos o en qué circunstancias estemos, las palabras son una forma de conquistar una vida bella. Si conseguimos esa vida, más allá de los focos de la atención, de los likes y de todo aquello que nos vuelve ansiosos e infelices, entonces quizá podamos alcanzar la verdadera poética de la existencia.

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