
En la actualidad ya es posible que cuando se habla de mujer es hablar de liderazgo. No solo desde el cargo o el poder formal, sino desde lo más esencial: desde el hecho mismo de dar vida, de cuidar, de construir caminos, incluso cuando el entorno —y muchas veces nosotras mismas— nos hace dudar de lo que somos y de lo que podemos lograr.
Es preocupante saber que solo el 10 % de las mujeres en Colombia —y en nuestro bonito Boyacá— llegan a cargos por voto popular. No porque no tengamos las capacidades, sino porque aún cargamos con una herencia cultural que nos limita, nos frena y nos hace creer que “eso no es para nosotras”. Nos hace falta reconocernos como lideresas, como tejedoras de cambios, como protagonistas de la historia.
Y no se trata de ser mejores que los hombres, no. Se trata de entender que Dios nos dio maneras diferentes de sentir, de pensar, de amar y de actuar. Y esas diferencias son justamente las que pueden cambiar el mundo. La ternura, la intuición, la resiliencia y la capacidad de poner el corazón en cada cosa que hacemos no son debilidades, son fortalezas que deben estar en el centro del liderazgo del presente y del futuro.
Recuerdo una frase, atribuida a Gabriel García Márquez, que decía algo así como: “El día que la mujer pueda amar no con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida”. Y así también debe ser el liderazgo femenino: no desde la debilidad o el sacrificio silencioso, sino desde la afirmación de nuestra identidad, de nuestras capacidades, de nuestros sueños.
Hoy quiero hacer un llamado a todas las mujeres que me leen: es hora de creer en nosotras. De dejar atrás los miedos heredados, de ocupar espacios, de levantar la voz, de formar parte de las decisiones que afectan nuestras comunidades. No se trata solo de ocupar cargos, se trata de ejercer liderazgo desde el lugar en el que estemos: en el hogar, en la comunidad, en la política, en la educación, en la empresa, en la vida.
Y también hago un llamado a los hombres: no teman al liderazgo femenino. Apóyenlo, escúchenlo, acompáñenlo, porque cuando una mujer lidera, no lo hace para ella sola: lo hace para su familia, para su comunidad, incluso para iluminarlos a ustedes, lo hacemos para todos.
El verdadero empoderamiento no nace del poder sobre otros, sino del poder que nace desde adentro, del reconocimiento profundo de lo que somos y del compromiso con el bien común.
Porque cuando una mujer cree en sí misma, todo un pueblo se transforma.