
El joven Rafael Castillo llegó a Tunja procedente del departamento del Huila: viajó uniformado de soldado raso a ‘pagar’ el servicio militar obligatorio, pero eran tan pocas las cosas que había que hacer en esta gélida urbe, que empleó su tiempo en leer leer y leer, hasta convertirse en un erudito en diferentes ciencias, que lo habilitaron para conseguir con méritos académicos el escalafón y grado de sargento del Ejército de Colombia.
Recién firmado el armisticio entre el Gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla y los revolucionarios liberales, el joven Rafael Castillo fue incorporado al Ejército Nacional en una lejana población del Huila, Tesalia, desde donde lo llevaron para recibir instrucción a Tolemaida (Tolima) y luego integrar el Grupo de Caballería Montada número 1 Páez, que comandaba el coronel Efraín Villamizar Flórez, adscrito a la primera Brigada con sede en Tunja; allí los asignaron a Yopal, donde el grupo Páez garantizaría la tranquilidad de los colonos que llegaban al llano.
De esta forma, el conocido popularmente como ‘sargento Castillo’, a sus 91 años de edad recuerda cómo llegó y conoció a la Boyacá llanera, una región sin límites, “igualito al mar, pero sin agua”.
En esa época Yopal no era más que un cruce de caminos ganaderos con algunas posadas que ofrecían alojamiento y alimentación a quienes traían las toradas del llano adentro para llevarlos a la Colombia Andina o a los comerciantes que, desde Boyacá y Santander, bajaban de la alta montaña con diversidad de mercaderías que consumían tanto los colonos de esta tierra, como la tropa del Batallón Páez, que había llegado desde Tunja a garantizar los acuerdos de paz, firmados entre el Gobierno y los revolucionarios liberales.

Casanare para la época era una prefectura, un sistema administrativo que dependía políticamente de Boyacá. La máxima autoridad administrativa era el prefecto, regularmente un oficial del Ejército que ejercía las labores de jefe civil y militar y quien tenía, en algunos casos, la facultad de designar alcaldes en los municipios donde la situación de orden público lo ameritaba.
Rafael Castillo tenía una particularidad: ser ‘simpático’, ganarse el cariño de la gente, de los poblados como los de Marroquín, El Morro, Yopal y de los superiores jerárquicos militares, como la del coronel Miguel Ángel Contreras, quien en su calidad de comandante del recientemente creado Grupo Guías de Casanare lo designó como alcalde de Sabanalarga, en el sur de Casanare.
En cumplimiento del cargo de alcalde, recuerda la gran amistad que hizo con el jefe revolucionario y patricio liberal Jesús Solano Sanabria, a quien cariñosamente le decían ‘Chucho Solano’, quien tuvo el infortunio de pretender a la misma mujer que enamoraba Salomón Macías, un hombre de armas. Ella les paraba bolas a los dos y eso era una afrenta de honor que solo se lavaba con sangre.
El caso es que los dos hombres se retaron a matarse a tiros en la mitad del parque de Sabanalarga, al mejor estilo de las películas western, del oeste americano.
Llegada la hora del duelo aparecieron los rivales, ambos con revólver a la altura de la entrepierna, envainado en un cinturón guatecano, tipo canana, lleno de balas. Los contrincantes aparecieron en las esquinas del parque y, exactamente donde crece un árbol Samán, estaba el alcalde, el sargento Castillo, desarmado, mirando de frente a los duelistas, quien les dijo: —“¡Epa muchachos!, ¿vale la pena matarse por una mujer que esta madrugada salió para Barranca de Upía en el anca de un caballo con el sacristán de la iglesia?”—.
El epílogo de este episodio es que los tres terminaron bebiéndose una botella de whisky que le había regalado en Yopal Domingo Mireles, por su designación como alcalde, más dos canastas de Bavaria y dos botellas de aguardiente Ónix Sello Negro que habían llegado a lomo de mula, desde Guateque.

Al sargento Castillo lo pedían de todas partes para calmar los ánimos de los vecinos que se peleaban, por eso fue alcalde de Pore (Casanare), de Tame y Saravena (Arauca) y de varios municipios de la intendencia del Meta y de la comisaría del Vichada, donde lo enviaban a zanjar problemas entre vecinos o estos con las autoridades del Estado.
De los grandes recuerdos que guarda en su memoria está la creación de la Vuelta al Llano, una jornada del Grupo Guías del Casanare que consistió en llegar con los soldados, oficiales y suboficiales a las fincas de los llaneros de Casanare, Arauca y Vichada a trabajar llano, a ayudar a arreglar las cercas, los jagüeyes, los bebederos de ganados y, sobre todo, a hacerles entender a los habitantes de las áreas rurales que el Ejército estaba conformado por llaneros iguales a ellos, que trabajaban llano y cantaban joropo.
Como miembro de la fuerza pública fue comandante de los puestos militares de Paz de Ariporo, San Luis de Palenque, Trinidad, La Aguada, El Secreto, San Pedro de Arimena y Mecetas, entre otros cuarteles de avanzada que había creado el Gobierno para apoyar al DAS Rural y garantizar la paz firmada entre el Gobierno Nacional y las guerrillas del llano.
Pero no todo es color de rosa: en su largo trajinar por las tierras del llano, el sargento Castillo había conseguido fama de ‘mujeriego’, de ‘hembrero’, y no fueron pocos quienes se aguantaron las ganas de retarlo a duelo, para lavar con sangre el deshonor de enamorar a la mujer del prójimo, por eso las altas esferas militares resolvieron devolverlo a los cuarteles de Tunja, donde terminó renunciando, por aburrimiento.
Ya de civil, en la primera flota Transbolívar que salió, pasando por Sogamoso para Yopal, se devolvió a los llanos, a la tierra que había gobernado y donde tenía a sus amigos, a la familia y a tal cual ‘novia’.
Nunca más salió de Yopal, donde vivió en tiempo de paz, donde las armas se daban a guardar en la tienda, para no cargarla tomado trago y representar un peligro. Vivió en Casanare, donde los soldados tenían tiempo para pescar y salir de cacería, donde construían los puestos militares con elementos del medio y las manos de los llaneros.
Con casi ya los 91 años sigue viviendo en Yopal y ¡buscando novia!