Luis Torres Quintero, liderazgo y carisma – Gustavo Núñez Valero #CrónicasYSemblanzas

Madrugada nefasta

Ya avanzada la noche del sábado 30 de julio de 1966 el sueño dominó a los hijos de Luis Torres Quintero, quien ese día debía regresar a Tunja procedente de Bogotá. Pocas semanas antes había iniciado su tercer periodo consecutivo como senador de la República. Para cumplir sus responsabilidades legislativas, semanalmente solía viajar a la capital del país los martes, regresaba los jueves en la noche y en ocasiones, por razones de trabajo, tenía que postergar su retorno al viernes o, excepcionalmente, al sábado, como ocurrió en esa oportunidad. Sus hijos, anhelantes, lo estaban esperando, pues siempre, además de llevarles muñecos de chocolate y regalos sorpresa, los consentía con besos, abrazos, mimos y palabras de especial ternura.

Luis Torres Quintero

Ese día el reloj marcó las diez, las once y las doce de la noche. Llegó el 31 de julio sin que se tuviera noticia de él. Su esposa estaba desesperada porque no era usual que viajara demasiado tarde. Bien entrada la madrugada, unos fuertes y atropellados golpes en el portón produjeron estruendo. Los Torres Beltrán se despertaron y quedaron sobrecogidos. Los primeros en saltar del lecho y correr a la entrada fueron Andrés, el hijo mayor y su hermana Rosa Lucía. Después de retirar la tranca y abrir el portón, aparecieron dos conocidos de la familia. Uno de ellos, con discreción, tomó del brazo a Andrés, lo retiró a un lado y le dijo al oído: “me acabo de enterar que el doctor Luis tuvo un accidente y parece que es muy grave”.

—Mi hermana Rosita se quedó hablando con el otro visitante, se puso nerviosa, comenzó a llorar y corrió a buscar a mi mamá, quien ya estaba llegando al sitio donde nos encontrábamos. Ella, sobresaltada y en medio del desespero, llamó a la policía —recuerda Andrés.

Todo fue angustia y desesperación.

—Después de ese tenebroso despertar, en medio de los gritos y el llanto de la familia, tengo muy presente la llegada de mi tío Eduardo, acompañado de algunos policías. Llorando desconsolado nos dijo: “se murió Luis, se murió Luis” —dice María Manuela, la segunda de los Torres Beltrán.   

Poco a poco la casa se fue llenando de familiares, amigos y allegados, ya ataviados con ropa de luto.

—A mi mamita le dijeron: “Manuelita, tiene que vestirse de negro y sus hijos también”. Ella así lo hizo. A las siete de la mañana la casa estaba repleta de gente —rememora Rosa Lucía—. Pobrecito Andrés, él sufrió mucho; como hermano mayor le dijeron: “tiene que conseguir ropa oscura para sus hermanos”. No se me olvida que fuimos a un almacén cerca de la Plaza de Bolívar a comprar esas prendas.

Esta remembranza me la hicieron, por separado y en diferentes circunstancias, Andrés, Rosa Lucía y María Manuela, 59 años después de esa fatídica madrugada.

El día que lo conocí

Fue a mediados de 1959 cuando conocí personalmente a Luis Torres Quintero. Yo vivía en Úmbita e iba a cumplir seis años. Él era senador de la República y su nombre lo escuchaba en la radio y en las conversaciones de mi padre con sus amigos. Asistí como curioso a un acto político en la plaza del pueblo. Lo vi frente a la casa cural. Acababa de llegar con una comitiva procedente de Tunja. Estaba acompañado por el párroco, Francisco de J. Fernández, quien era muy amigo de él y por otras personas del municipio.  Saludaba con efusividad. Se le veía joven, asequible, informal y sencillo. Llevaba un buso de lanilla color gris que, no sé por qué circunstancia, me quedó grabado en mi memoria.

Después seguí escuchando su nombre por la radio y leyendo noticias en los periódicos, donde lo mencionaban por su protagonismo en la vida política nacional.

Al día siguiente de su muerte tuve que hacer fila, por solicitud de mi padre, para comprar El Siglo, frente a la agencia de Transportes Márquez, en donde llegaba ese periódico. Me acuerdo haber leído la noticia con tristeza, pues de él se afirmaba que iba a ser el próximo boyacense en ser presidente de la República.

Luis Torres Quintero, sentado tercero de izquierda a derecha. El primero es el doctor Rafael Azula Barrera.

A partir de 1974, cuando comencé a ejercer la actividad periodística en Tunja, tuve la oportunidad de hablar con distintos personajes de la vida boyacense sobre lo que fue su ejercicio político.

No se me olvida que fue un hombre de izquierda, el exconcejal de Tunja y expresidente nacional de la Unión Patriótica, el abogado Óscar José Dueñas Ruiz, quien un día de 1980, tomando café en el Centro Comercial Colonial de Tunja, me resaltó la trascendencia política que había tenido Luis Torres Quintero en Colombia. Me dijo que hasta ese momento era el dirigente boyacense que individualmente había logrado la mayor votación en unas elecciones en el departamento y que, cuando se produjo su muerte, se proyectaba muy bien en todo el país.

Sus ancestros

Luis María Silvestre Torres Quintero nació en Tunja el 31 de diciembre de 1919. Hijo de Roberto Torres Ladrón de Guevara y Matea Rosa María Quintero Ortega. Él, nacido el 3 de diciembre de 1874 en Belén (Boyacá) y ella, el 26 de agosto de 1882 en Chía (Cundinamarca). Contrajeron matrimonio en esta última localidad el 21 de septiembre de 1902; allí sentaron su residencia inicial; posteriormente vivieron en Santa Rosa de Viterbo, Bogotá y Tunja.  Tuvieron 13 hijos, cuatro de los cuales murieron a los pocos meses de nacidos. Luis María Silvestre fue el noveno. Su madre murió en Tunja el 26 de agosto de 1932, a los 50 años, cuando él apenas tenía 12 años. Su padre falleció en Bogotá, el 10 de marzo de 1953, a los 79 años.

Basado en relatos familiares y en el libro ‘De Andalucía a Boyacá: la descendencia del conquistador Juan de Torres, la continuidad ideológica en 15 generaciones’, escrito por el médico boyacense Alfonso Vargas Rubiano, el abogado Andrés Torres Beltrán, hijo mayor de Luis Torres Quintero, asegura que el primer apellido de su padre tiene en el citado conquistador su más antiguo antepasado.

Precisamente, sobre Juan de Torres, el historiados Javier Ocampo López ha escrito que “llegó al Nuevo Reino de Granada en la expedición del descubrimiento de la altiplanicie cundiboyacense con el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada (…) se residenció en la naciente ciudad de Tunja en donde obtuvo un solar y construyó su casona familiar (todo parece indicar que actualmente se levanta allí la Casa de la Torre, sede de la Gobernación de Boyacá). Por sus destacados servicios le fueron dados en repartimiento los indios de Turmequé”.

De acuerdo con los registros históricos, Juan de Torres trasladó desde España a la naciente Tunja a su esposa, Leonor de Contreras, y a sus dos hijos: Juan y Diego, quienes dejaron descendencia en esta ciudad.

Pasados los años, agrega Javier Ocampo López “(Juan de Torres) conoció a quien fue su segunda esposa legítima, doña Catalina de Moyachoque, hermana mayor del cacique de Turmequé”, de cuya unión nació el legendario Diego de Torres y Moyachoque, reconocido por los indígenas como cacique de Turmequé, título homologado después por la corona española.

Andrés Torres Beltrán asegura que el apellido Torres de su familia se entronca con la descendencia del primer matrimonio de Juan de Torres, es decir, está enraizado con las primeras familias tunjanas.

—Una rama de los Torres se fue de Tunja para Tibasosa, de allí pasó a Belén y luego a Santa Rosa de Viterbo en donde se bifurcó; por un lado, resultó la familia de don Carlos Arturo Torres Peña, que viene siendo primo lejano de mis abuelos y por otro, los Torres Solano, que finalmente se proyectan en los Torres Ladrón de Guevara y, por último, en los Torres Quintero.

Sobre el segundo apellido de su padre, Andrés comenta que su abuela materna, Matea Rosa María Quintero Ortega, proviene de una familia de Sopó, con residencia simultánea, por razones de negocios y trabajo, en Chía.

Cuando Luis María Silvestre nació, hacía algún tiempo su familia se había radicado en Tunja porque a su padre lo habían designado director del Panóptico, cargo que ejerció durante varios años.

Cursó sus estudios primarios en Chía, bajo el cuidado de una tía materna y los secundarios, en la Normal Superior de Varones de Tunja, institución regentada en ese momento por el pedagogo alemán Julio Sieber.

—Él quería mucho a su Normal y se sentía orgulloso de haber estudiado allí porque consideraba que esa institución era un prototipo de la educación en Colombia —comenta Andrés Torres Beltrán, quien está seguro de que Julio Sieber, por quien su padre profesaba una gran admiración, influyó de manera determinante en él, a tal punto que le generó inquietudes intelectuales universales y modernas. Por eso, considera Andrés, su padre, al terminar la secundaria, no acogió la ayuda que le ofreció su hermano José Rafael para ingresar a la Universidad Javeriana, en donde este ya era docente, sino que, por sus propios medios, logró matricularse en la Universidad Externado de Colombia en la carrera que desde joven lo había seducido: el derecho.

En esa institución Luis Torres Quintero, desde un comienzo, dejó clara su militancia en el partido Conservador. Se destacó como estudiante y conquistó la atención del rector de ese momento, el maestro Ricardo Hinestroza Daza, quien lo cobijó con su amistad.

De izquierda a derecha: Guillermo León Valencia, Manuela de Torres Quintero, Luis Torres Quintero y Octavio Rosselli Quijano.

—Sabemos que el Externado de Colombia tiene una historia muy especial. Es una universidad que significó una ruptura con la concepción tradicional de la formación de los abogados y marcó la apertura del derecho en este país, con una visión más abierta en lo profesional y en lo social— anota Andrés Torres Beltrán.

Siendo estudiante universitario conoció en Bogotá a Manuela Beltrán Herrera. Ella nació el 5 de mayo de 1927 en Colombia, Huila, a donde sus padres llegaron desplazados por la violencia política procedentes del municipio de Dolores, Tolima; allí volvieron transitoriamente varios años después, para luego radicarse definitivamente en Ibagué.

El papá de Manuela era boticario. Esta ocupación la desempeñó en Dolores, Colombia e Ibagué de manera simultánea con otras actividades comerciales que le permitieron cierta solvencia económica.

Manuela llegó a Bogotá porque, aprovechando la circunstancia de que su hermana mayor, Inés, se residenció allí con su esposo, a quien conoció en Dolores cuando fue a realizar su año rural de medicina, la envió, junto con su hermana menor, Estela, a realizar cursos para señoritas, fundamentalmente artes y oficios especiales, en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús en Bogotá.

—Se vieron por primera vez en la tarde de un domingo en el Parque Nacional, en donde ella y su hermana Estela, como era la costumbre de las niñas bien en Bogotá en esa época, salían a pasear, mientras los muchachos universitarios iban a “gallinacear” —cuenta Andrés Torres.

Contrajeron matrimonio en 1947 en Cachipay, Cundinamarca.

—Se casaron allá porque además de ser un lugar pintoresco, era equidistante de Ibagué y de Bogotá, ciudades en donde residían los familiares de los nuevos esposos y se les facilitaba el desplazamiento para asistir a la ceremonia —ha explicado Andrés.

Prueba de fuego

Luego de la llegada de Mariano Ospina Pérez a la Presidencia de la República, en 1946, los conservadores volvieron a figurar en los cargos de la administración pública. Luis Torres Quintero, aún sin graduarse de abogado, llegó a la Secretaría de la Asamblea de Boyacá. En este cargo, gracias a su temperamento alegre, espíritu resuelto, gran capacidad para relacionarse con los demás logró la atención de la dirigencia política y administrativa del departamento. Un año después el gobernador de Boyacá de ese entonces, José María Villarreal Sandoval, lo designó secretario de Hacienda del departamento, cargo de primera línea en la administración pública seccional. 

Sobre el transcurrir del nueve de abril de 1948 en Boyacá, día en que fue asesinado el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, hecho que se convirtió en detonante de una revuelta social en todo el país, hay tres versiones, dos de las cuales, en su momento, se difundieron a través de la radio, la prensa e, incluso, en libros.

La primera señala que en esa fecha el gobernador de Boyacá, José María Villarreal Sandoval, permaneció en Tunja todo el día y que desde su despacho enfrentó la situación, acudiendo a las reservas militares y coordinando con los comandantes de la primera Brigada y del batallón local el envío de soldados a Bogotá.

La segunda indica que, pasado el mediodía, el gobernador emprendió viaje hacia Bogotá y que a la altura de Villapinzón se enteró del estallido de los desórdenes; de inmediato se devolvió a Tunja en donde controló el orden público local y regional, al tiempo que reforzó a la fuerza pública de Bogotá con unidades del ejército acantonado en Tunja.

La tercera me la reveló Andrés Torres Beltrán, hijo de Luis Torres Quintero.

Según él, basado en relatos de su padre y en una conversación que tuvo con un suboficial de la policía, a quien le encargaron la tarea de comandar un grupo de apoyo al presidente Mariano Ospina Pérez, Luis Torres Quintero, quien tan solo tenía 28 años, debió enfrentar ese difícil momento pues el gobernador y el secretario de gobierno no se encontraban en Tunja sino en la capital de la República participando en un acto al que habían sido invitados en el marco de la Novena Conferencia Panamericana  que se realizaba allí. Ellos, debido a las circunstancias de orden público no pudieron regresar a la capital de Boyacá.

Lo primero que hizo fue ponerse en contacto con el comandante de la Policía en Boyacá que era otro joven, el capitán Olivo Torres Mojica.

A media tarde, el gobernador José María Villarreal Sandoval pudo comunicarse con Luis Torres Quintero y le dijo: “Luis, acabo de hablar con el capitán Olivo Torres y me ha contado lo que está pasando allá. Me dice que la situación en Boyacá es difícil y que no tenemos pie de fuerza. Carajo, hay que apelar a mi hermano en Soatá para que nos envíe unos hombres que refuercen al presidente de la República aquí en Bogotá”.

Luis Torres Quintero interviniendo en un acto público

Luis Torres obedeciendo las instrucciones del gobernador llamó al hermano de este a Soatá y le dijo: “ayúdenos porque hay que defender al Gobierno”. Aquel le respondió: “bueno, vamos a ver qué podemos hacer” y de inmediato salió con destino a la vereda de Chulavita del municipio de Boavita, situada frente a Soatá. Allí reunió un buen número de personas y les dijo: “amigos, la situación en el país es muy grave, a Bogotá la quemaron y al presidente lo tienen rodeado, amenazan con matarlo, tenemos que salir a defender esto”.

Mientras tanto, en Tunja el capitán Olivo Torres Mojica llamó a su despacho a un suboficial que se encontraba detenido dentro de las instalaciones del cuartel debido a que semanas atrás, siendo comandante del puesto de policía de Pauna, en estado de embriaguez había participado en unos hechos en los cuales resultó muerto un civil. Le dijo que a pesar de estar privado de la libertad y dadas las circunstancias de orden público que se vivían, le iba a encomendar una misión. El suboficial le expresó su deseo de ejecutar la tarea que le encomendara.

A este suboficial Andrés Torres lo identifica como el cabo Florián.

—Un día, hace ya algunos años, me reuní con el cabo Florián en Bogotá. Él me contó en detalle las peripecias que debió enfrentar para cumplir el encargo que le fue asignado ese día. El capitán Torres Mojica le dijo: “Vaya a la gobernación y pregunte por el doctor Luis Torres Quintero. Él le va a dar unas indicaciones, después vuelva aquí y me cuenta” —evoca Andrés.

Florián le relató a Andrés que al salir del cuartel de la Policía encontró el orden público alterado y un grupo de manifestantes intentaba tomarse la Gobernación. Como pudo llegó a la Casa de la Torre, logró ingresar y manifestó que iba de parte del capitán Olivo Torres Mojica a recibir unas instrucciones del secretario de Hacienda. “Me llevaron a una oficina y ahí estaba un joven, quien me dijo: ‘Yo soy Luis Torres Quintero’. Quedé sorprendido porque esperaba encontrar a un doctor ya de edad. Me pareció una persona sencilla, amable. Me cayó bien. Me habló de la gente que llegaría del norte y de la necesidad de viajar a Bogotá a reforzar el palacio presidencial.

En la madrugada del 10 de abril llegaron en un camión, procedentes de Soatá, al cuartel de Policía en Tunja, por lo menos 30 personas reclutadas en Chulavita y sus alrededores con el objetivo expreso de ponerse a órdenes del gobernador Villarreal. Los llevaron a un dormitorio, descansaron y a las siete de la mañana desayunaron; luego les entregaron uniformes y armamento.  A esa hora ya estaba allí Luis Torres Quintero, quien junto con el capitán Torres Mojica y el cabo Florián, ultimaron los detalles del desplazamiento a Bogotá.

El grupo de improvisados policías no tenían mayor conocimiento en el manejo de las armas, pero, de acuerdo con lo manifestado por Florián a Torres Beltrán, estaban animados de una firme decisión de defender al presidente Ospina Pérez.

Luis Torres Quintero los despidió y les deseó éxito en el cometido señalado. Al cabo Florián, lo instruyó para que al llegar a Bogotá se dirigieran al Cantón Norte y se presentaran ante su hermano, el capitán del ejército Hernando Torres Quintero. Lo llamó aparte, sacó del bolsillo cincuenta pesos, se los dio y le dijo: no puedo ayudarle mucho, pero esto les alcanza para unas onces.

Partieron para Bogotá. Al llegar a Chocontá encontraron que la vía estaba bloqueada. La gente enardecida lanzaba consignas en contra del gobierno nacional. Florián y sus hombres se enteraron de que hacía poco allí había sido asesinado el diputado conservador de Boyacá Raúl Flechas, oriundo de Garagoa, quien viajaba hacia Tunja. Los organizadores de la obstrucción en la carretera les preguntaron de dónde venían, hacia dónde se dirigían y con qué propósito; el cabo Florián les respondió que iban de Tunja para Bogotá a rescatar al gobernador de Boyacá y a salvar al presidente de la República. “No pueden pasar”, le advirtieron. El cabo ordenó a sus dirigidos que bajaran del camión; les insistió a los organizadores del taponamiento que les permitieran pasar, pero estos se rehusaron. “Yo les pedí a mis hombres que estuvieran listos para actuar y luego les ordené que avanzaran. Lo cierto es que hubo una desbandada de la gente de Chocontá; los logramos dispersar. Desbloqueamos la vía, nos subimos al camión y continuamos hacia Bogotá” le relató Florián a Andrés.

Ese 10 de abril ya estaba oscureciendo cuando los hombres de Boyacá llegaron al Cantón Norte.

Andrés recuerda que el cabo Florián le relató así ese momento: “llegamos y preguntamos por el capitán Hernando Torres Quintero. Él salió y nos dijo: ‘¿ustedes son los que vienen de Boyacá y los manda mi hermano Luis?’, le respondimos que sí. Ordenó que nos permitieran entrar, nos dieron de comer, nos entregaron pertrecho, nos reforzaron con otras unidades y nos dijeron: ‘aquí no hay más que hacer, tienen que irse ya’.  Salimos arriados hacia el centro. La ciudad estaba incendiada. Nos abrimos paso por las calles como pudimos hasta llegar a la Presidencia”. Esta era donde hoy está situado el Palacio de Nariño, en la carrera séptima entre calles sexta y séptima. En ese momento se llamaba “Palacio de la Carrera”.

“Eran como las 10 de la noche —le contó el cabo Florián a Andrés— dijimos que veníamos de la gobernación de Boyacá. ‘Ah, ustedes son los que vienen. Esperen un momento’, nos respondió un guardia, quien entró al edificio y al rato regresó con una señora delgada y de baja estatura, quien con voz enérgica dijo: ‘a ver ¿quiénes son los que vienen de Boyacá? ¿por qué vienen?’ Sí, venimos de Boyacá. Estamos aquí porque nos mandó el doctor Luis Torres Quintero, le respondí. ‘Bueno mijos, suban a la terraza. Nos tienen que ayudar a aguantar, porque nos quieren incendiar’. Entramos rápido y nos ubicamos en sitios estratégicos para controlar desde arriba los lugares de ingreso a la Presidencia. Al rato supimos que quien nos había recibido era la esposa del presidente Mariano Ospina, doña Bertha Hernández. Llevaba terciada una pistola y estaba apertrechada con doble canana. Tuvimos que actuar, no permitimos que se tomaran la Presidencia. Ahí me di cuenta lo bravos y arrojados que son esos tipos del norte”.

Luis Torres Quintero con el expresidente Ospina y doña Bertha de Ospina.

Andrés asegura que, a partir de ese 10 de abril de 1948, Luis Torres Quintero entró en los afectos del presidente Ospina y de su esposa. Para ellos, hasta ese momento, era un total desconocido. Estaban convencidos que él era del norte de Boyacá.

— “Ese godazo del norte de Boyacá fue el que nos salvó”, decía doña Bertha, refiriéndose a mi padre, poco tiempo después de lo ocurrido. Pasados los meses, alguien lo presentó ante ellos, quienes quedaron sorprendidos por su juventud. Una vez en nuestra casa de Tunja le escuché decir a doña Bertha: “Yo me imaginaba a Luis Torres Quintero un indio grandote, de patillas y resultó ser un muchacho menudito”. Fui testigo del enorme aprecio que le tenía a mi padre el expresidente Mariano Ospina Pérez. Claro que, si él lo quería, doña Bertha lo adoraba. Ella aseguraba que: “Luis fue quien, en el ‘Bogotazo’, salvó la patria —afirma Andrés.

A la diplomacia

Al terminar la gobernación de José María Villarreal Sandoval, Luis Torres Quintero salió de la secretaría de Hacienda del departamento y se dedicó a actividades relacionadas con el ejercicio del derecho, la política y el periodismo. En lo político comenzó a crear nicho en la ciudad de Tunja y gracias a su simpatía fue ampliando su círculo de amigos.

Hacia finales de 1950, el dirigente político conservador Eduardo Rodríguez Castillo, tunjano de nacimiento, quien meses atrás se había desempeñado como gobernador de Boyacá, fue designado embajador de Colombia en Suecia. Él hizo que el Gobierno Nacional nombrara a su amigo Luis Torres Quintero como secretario de esa legación.

De Suecia pasó al consulado de Colombia en Bilbao, España, en donde nacieron sus hijos María Manuela y Pedro Pablo; luego fue trasladado al consulado de Colombia en Chicago, Estados Unidos, y posteriormente llegó a la Secretaría General de la Embajada de Colombia en Montreal, ciudad canadiense en la cual nacieron sus hijos Rosa Lucía y Luis María; allí alcanzó a ser embajador encargado durante algún tiempo.

Estando en Montreal, el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla comenzó a mostrar cierto desgaste como consecuencia de la inconformidad de algunos sectores representativos del país y del avance de las conversaciones de los expresidentes Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, el primero en representación del partido Conservador y el segundo, del partido Liberal, en Benidorm, España, para convenir el retorno del país al sistema presidencial. Estas circunstancias le hicieron pensar, según le confesó años después a su familia, que en Colombia pronto se iniciaría una etapa política en la cual podría intervenir. Fue ese el momento en que le anunció a su esposa y a sus hijos la decisión de dejar la vida diplomática para regresar a Tunja.

—Mi mamá renegaba porque ella no quería volver a Colombia. Le pidió a mi papá que se quedaran otros años, pero él le dijo que debía volver a Colombia para trabajar por las gentes de Boyacá y del país —recuerda Rosa Lucía Torres Beltrán.

Fueron, entonces, siete los años durante los cuales ejerció cargos diplomáticos.

Cuando se produjo la suscripción del pacto de Benidorm, el 24 de julio de 1956, acababa de retirarse de la embajada de Colombia en Montreal. Este acuerdo entre liberales y conservadores desarrollaba dos puntos centrales: el primero, el regreso de la institucionalidad bipartidista y el segundo, evitar la lucha por el poder entre liberales y conservadores.

A su regreso a Tunja en 1956 el gobernador de Boyacá era el coronel Olivo Torres Mojica, con quien había iniciado una cercana amistad el nueve de abril de 1948.

A las pocas semanas de reinstalarse en su ciudad natal, el gobernador Torres Mojica lo designó secretario de gobierno. Fruto de su desempeño se convirtió en funcionario estrella de la administración seccional.

En este cargo estuvo hasta la caída del general Gustavo Rojas Pinilla, el 10 de mayo de 1957.

—El día de la salida del general Rojas la situación fue tremenda.  A nosotros mi padre nos buscó un sitio donde estuviésemos protegidos en Tunja y luego nos mandó para Garagoa a la casa de uno de sus amigos de confianza —recuerda Andrés.

La salida del general Rojas Pinilla se produjo en medio de un paro cívico nacional. Renunció al cargo, conformó una Junta Militar integrada por los comandantes de las Fuerzas Armadas, le trasladó el mando del país y de inmediato viajó al exterior.  Su renuncia la argumentó señalando que se retiraba porque no quería provocar más enfrentamientos entre los colombianos, pues su objetivo era el de acabar la violencia y parecía ser que su presencia era causa de perturbación pública.

A la política

Ya sin cargo público y movido por ese innato liderazgo que lo caracterizó, comenzó a cimentar su movimiento político; lo erigió sobre los fundamentos ideológicos del partido Conservador y dentro de las toldas del movimiento denominado Unionismo, liderado por el expresidente Mariano Ospina Pérez y el tribuno caldense Gilberto Alzate Avendaño.

Con respecto al general Rojas asumió una posición imparcial por cuanto las familias Rojas Pinilla y Torres Quintero eran prácticamente vecinas en el barrio Santa Bárbara de Tunja y existía amistad y confianza entre los integrantes de estas. Además, dos de los Torres Quintero, Roberto y Hernando, fueron compañeros de Rojas Pinilla en la Escuela Militar de Cadetes y durante su gobierno, a Roberto, que era oficial superior del ejército nacional, lo designó gobernador del Tolima y a José Rafael, lingüista y docente de la Javeriana, lo nombró secretario privado de la Presidencia y le confió la elaboración de todo tipo de documentos escritos. Además, Luis desempeñó la mayor parte de su carrera diplomática y su periodo como secretario de gobierno de Boyacá durante ese mandato.

Tras la renuncia de Rojas Pinilla, los expresidentes Lleras Camargo y Gómez Castro se reunieron de nuevo en España para definir una alianza bipartidista y buscar salidas a la crisis institucional que vivía el país. Producto de estas conversaciones surgió el pacto de Sitges, población situada en las costas del mediterráneo español, el 20 de julio de 1957. En este se creó el denominado Frente Nacional, consistente en el establecimiento de un gobierno en el cual los dos partidos tradicionales se alternarían la presidencia de la República en cuatrienios; en un comienzo se fijó un periodo de 12 años, pero luego fue ampliado a 16. También se determinó la distribución equitativa de las curules en todas las corporaciones públicas y el reparto igualitario de los cargos en las tres ramas del sector público. Se reconoció el voto a la mujer, aprobado durante el gobierno de Rojas Pinilla, que aún no se había estrenado, pues no se realizaron elecciones en dicho periodo. Por último, al acordar solo la participación de las dos colectividades, marginó a otros sectores o movimientos políticos.

Luis Torres Quintero (centro). Aparecen, entre otros, José Ignacio Castañeda Neira y Ernesto Roa Gómez.

El pacto de Sitges fue acogido por la Junta Militar de Gobierno, la cual convocó a un plebiscito el primero de diciembre de 1957 para que el pueblo colombiano expresara, a través del voto, si estaba de acuerdo o no con el Frente Nacional.

Luis Torres Quintero, luego de conocerse la fecha de realización de ese certamen electoral, inició con sus copartidarios de Tunja y, luego, con líderes de las distintas provincias boyacenses y varias de Santander, el análisis de la propuesta del Frente Nacional. Muy pronto se identificó con algunos de los seguidores de Mariano Ospina Pérez y con Gilberto Alzate Avendaño, quienes se opusieron desde un comienzo a este esquema de gobierno. Su voz se convirtió en una de las más beligerantes dentro de aquel movimiento partidista y lideró en Boyacá la campaña del NO al Frente Nacional.

Los argumentos de oposición a ese convenio bipartidista los construyó desde sus conocimientos teóricos y prácticos logrados en la universidad, en su intercambio cultural en el exterior y en la constante lectura de tratadistas del derecho, de la administración pública, de la evolución de las teorías políticas y de la historia universal.

—La biblioteca de mi padre era algo maravilloso. Ahí se la pasaba fundamentándose y actualizándose sobre política y gobierno. Por eso, sus planteamientos eran contundentes y acertados —dice Andrés.

Su discurso contra el Frente Nacional señalaba que ese pacto era inconveniente para el futuro del país, pues iba a generar graves consecuencias sociales y políticas.

—La posición de Luis Torres Quintero, en asocio con Mariano Ospina Pérez y Gilberto Alzate Avendaño tenía un sentido inmenso. No era conveniente, según ellos, institucionalizar la manguala, o la repartija de los cargos burocráticos y del poder político con nombres propios muy restringidos. Se comprobó, después, que ese accionar bloqueó al país y abrió otras perspectivas perjudiciales en lo social y en lo político —comenta Andrés.

Durante los cuatro meses de proselitismo desarrolló jornadas extenuantes de trabajo.

En el país hubo 4.169.294 votos por el SI y 206.054 por el NO. En Boyacá, 206.417 por el SI y 68.888 por el NO.

Como el voto por el NO estaba impulsado en Boyacá por Luis Torres Quintero, su hijo Andrés sostiene que esa votación se constituyó en la primera aparición en política de su padre.

El Unionismo conservador respetó los resultados y se sometió al sistema de gobierno bipartidista. En consecuencia, anunció su participación en los comicios para elegir corporaciones públicas y presidente de la República, previstos, los primeros, para el 16 de marzo de 1958 y los segundos, para el cuatro de mayo del mismo año.

En el momento de confeccionar la lista de candidatos al Senado para el periodo 1958-1962 por la jurisdicción de Boyacá apareció el nombre de Luis Torres Quintero, el cual, dado el protagonismo que jugó en la campaña del plebiscito, no tuvo ninguna objeción y finalmente resultó electo.

Su desempeño en la Cámara Alta fue reconocido y por eso, con una gran votación, en 1962 fue reelecto por cuatro años más. En 1964 fue elegido presidente del Senado y en 1965, presidente del directorio nacional conservador.

En 1966, además de ser incluido de nuevo en la lista para el Senado, participó activamente en la campaña del candidato del Frente Nacional para la Presidencia de la República Carlos Lleras Restrepo. Efectuados los comicios, Torres Quintero fue reelecto en el Senado y Lleras Restrepo, elegido presidente para el periodo 1966-1970.

—A mediados de la tercera semana de julio de 1966, el presidente electo Carlos Lleras Restrepo citó en su residencia a mi padre. Él concurrió allí en compañía de los dirigentes conservadores boyacenses Mario Supelano Ospina y Lelio Motta Camacho. Delante de ellos Lleras le dijo: “Mire Luis, en cumplimiento de los compromisos del Frente Nacional y de la paridad de la distribución del gabinete usted tiene que ser el ministro de Gobierno”. Esto lo comentó en familia y luego me lo corroboraron Supelano y Motta. Por supuesto, su llegada al Ministerio de Gobierno lo dejaba en la antesala de la candidatura presidencial para el siguiente periodo, el último del Frente Nacional — apunta Andrés.

En cuanto a su actividad periodística, la inició desde su época de estudiante universitario a través de colaboraciones en los periódicos de Tunja. Luego, en 1964, fundó el periódico Meridiano Boyacense, cuya parte editorial la manejó él y en lo informativo tuvo la colaboración del periodista Rubén A. Useche Ramírez. En el diario La República fue columnista y editorialista desde 1957 hasta 1966.

La dinastía

A Luis María Silvestre no se le puede caracterizar por fuera del contexto de los Torres Quintero. “Alguna composición extraña tenía esta familia para haber formado dentro de los mejores preceptos ciudadanos y morales, a la par que dentro de exigentes disciplinas humanísticas, la que en Boyacá se conoce como la dinastía de los Torres Quintero”, aseguró el escritor Gustavo Páez Escobar en un artículo publicado en el diario El Espectador el 27 de abril de 1987.

Los Torres Quintero descollaron en distintos campos de la actividad humana.

Eduardo (Chía 1903-Tunja 1973) estudió medicina, pero se dedicó al cultivo de las letras y de la cultura; dos de sus hijos: Guillermo y Hernando Torres Barrera fueron senadores de la República y, además, gobernador de Boyacá el primero y alcalde de Tunja por elección popular, el segundo.

Guillermo (Chía 1904-Tunja 1932) fue un niño prodigio de la poesía que murió en Tunja de neumonía, cuando apenas tenía 28 años.

Luis Torres Quintero con Mariano Ospina Pérez.

Roberto Antonio (Santa Rosa de Viterbo 1908-Bogotá 1986) fue un militar que llegó al grado de mayor general, luego de haber participado en 1930 en la guerra contra Perú, agregado militar en Washington, secretario general del Ministerio de Guerra y gobernador del Tolima.

José Rafael (Santa Rosa de Viterbo 1909-Bogotá 1987) fue filólogo y docente universitario, forjador y directivo del Instituto Caro y Cuervo, autor de libros básicos de la gramática castellana, académico de número de la Academia Colombiana de la Lengua, académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española y creador del convenio Andrés Bello.

Hernando (Tunja 1913-Bogotá 1967) adelantó una carrera militar que lo llevó al grado de coronel, ocupando la comandancia de distintas unidades tácticas y operativas del ejército colombiano.

Ricardo (Chía 1916-Bogotá1982)  abogado y poeta.

Luis María Silvestre (Tunja 1919-Ventaquemada 1966) secretario de Hacienda y Gobierno de Boyacá, gobernador encargado, diplomático y senador de la República.

María Helena (Tunja 1922-Bogotá 2013) contrajo matrimonio con el empresario santandereano Guillermo Ronderos y uno de sus hijos, Carlos Eduardo, fue ministro de Desarrollo Económico en el gobierno de Ernesto Samper Pizano.

Rosa Lucía (Tunja 1927), ya fallecida, se casó con el hotelero alemán Édgar Bock.

Los Torres Quintero que murieron prematuramente, cuando aún no habían cumplido un año, fueron: Roberto (1906), Maruja (1911), Susana (1923) y José Ignacio (1926).

En lo político, dentro de los Torres Quintero, hubo una situación curiosa, que, sin haber escalado a un problema mayor, en algunos momentos produjo tensión entre Eduardo y Luis.

Sobre este asunto, Andrés ha dicho:

—Mi tío Eduardo Torres Quintero, escritor magnífico, era uña y mugre con el expresidente Laureano Gómez Castro, a quien conoció en Bogotá durante su época de estudiante y mi padre era amigo entrañable de Mariano Ospina Pérez y Bertha Hernández. Mi tío Eduardo era de tanta confianza de Laureano Gómez, que cuando este quería jugar cartas, concretamente tresillo, lo llamaba a él y a Vicente Casas Castañeda, padre de Alberto Casas Santamaría y se encerraban hasta tres o cuatro días seguidos entretenidos con la tradicional baraja de cartas española, fumando y tomándose unos tragos. Dentro del partido Conservador, Gómez Castro orientaba un sector y Ospina Pérez, otro. Entonces, mi tío Eduardo y mi padre entraron en una colisión. Nunca hubo un enfrentamiento agresivo, pero sí fue algo muy complicado.

Andrés profesa una especial admiración por su tío José Rafael. Sobre él ha comentado:

—Fue un tipo juicioso. Se distinguió por ser amigo de la pedagogía, la lingüística. Descolló como filólogo. Se constituyó en una especie de pater familias de los hermanos. A mi papá lo ayudó económicamente durante su carrera universitaria. Además, se encargó, de cierta manera, de organizar a algunos de sus hermanos y a otros les financiaba los mercados. Fue de una simpatía y de un carisma especiales.

Además de la genialidad y de la brillantez intelectual, los Torres Quintero se distinguieron por su chispa y su sentido del humor rayano en la mordacidad.

—Esos Torres Quintero tenían unas lenguas muy afiladas para poner apodos, sacar anécdotas, burlarse de la gente. Eran algo tremendo. Eduardo y Roberto eran de respeto en ese sentido. El mismo José Rafael, en medio de su elegancia y de su cultura era un personaje mordaz y temiblemente bien hablado. Les tenían miedo en todos lados —asegura Luis María, hijo de Luis Torres Quintero.

La terrible noticia

Familia Torres Quintero. Don Roberto con sus hijos: Eduardo, Roberto, José Rafael, Hernando, Ricardo, Luis María, María Helena y Rosa Lucía.

El lunes primero de agosto de 1966 los periódicos del país registraron en sus primeras páginas el fallecimiento de Luis Torres Quintero. Los rotativos de Bogotá le dieron gran despliegue a la información:  “El Tiempo”, a tres columnas tituló: “Murió en accidente el senador Torres Quintero al volcarse su vehículo cerca de Tunja”; “La República” abrió página, a tres columnas, así: “Trágicamente pereció Torres Quintero”; “El Siglo”, a dos columnas, informó: “En accidente de tránsito pereció ayer el senador Luis Torres Quintero” y “El Espectador”, a tres columnas, destacó: “Luis Torres pereció en accidente”.

“El Tiempo”, en la página dos, desarrolló la noticia de la siguiente manera: “Tunja, julio 31. Aproximadamente a las dos y media de la madrugada de hoy, cuando viajaba de Bogotá a esta ciudad se volcó el vehículo conducido por el parlamentario boyacense Luis Torres Quintero, quien pereció en forma instantánea a causa de las heridas recibidas en diversas partes del cuerpo y especialmente en la cabeza.

“A la medianoche de ayer, Torres Quintero salió manejando su propia camioneta desde Bogotá en compañía de Carlos Romero Galindo. Cuando su vehículo, de placas D-29681, se encontraba a la altura del sitio denominado Tierra Negra, a 20 minutos de la capital, imprudentemente el chófer de un camión, al parecer no identificado, deslumbró con sus luces al senador, circunstancia que le hizo perder la visibilidad y su camioneta salió de la carretera, dando algunas vueltas de campana.

“El señor Carlos Romero Galindo, su acompañante, quien milagrosamente salió ileso del accidente, dio aviso inmediato a las autoridades de Tunja”.

El diario “El Espectador”, en corresponsalía suscrita por el periodista José Riveros, presentó la versión del  conductor de Torres Quintero: “El señor Carlos Romero Galindo, acompañante del doctor Torres Quintero en el trágico viaje y quien sufrió la fractura de dos costillas derechas, golpes en la cabeza, cortaduras en las manos y otras partes del cuerpo, desde su lecho convaleciente relató así para El Espectador la forma como ocurrió el accidente: Antes de emprender viaje a Tunja y luego de sostener conversaciones con el pagador del Senado, doctor Germán Bula Hoyos, comimos en un restaurante a las diez de la noche y emprendimos el regreso. Inicialmente conduje el vehículo y al pasar el puesto de peaje en la autopista, el doctor Torres pasó al timón y yo me vine durmiendo a ratos. Pasando por Ventaquemada, en una curva, vi venir un camión, pero no creí que fuera a pasar nada. Reclinaba la cabeza para dormir cuando sentí que el lado izquierdo del carro se levantó y salí despedido por la puerta, cayendo cerca de un poste. Me levanté y no encontré la camioneta en la carretera. No me podía imaginar lo que había pasado”.

“Después de una breve búsqueda, agregó el señor Romero, encontré el carro estrellado. El doctor Torres aún estaba vivo e hice lo que pude para mover el vehículo porque él estaba aprisionado, pero no pude, no fue posible. Grité, pedí auxilio y llegaron dos campesinos. Con ellos tampoco fue posible mover la camioneta. A los cuatro o cinco minutos aproximadamente el doctor Torres falleció.

“Me montaron en un bus, vine a la policía, di cuenta de lo ocurrido y regresé al sitio del accidente en compañía del doctor Augusto Cadena Farfán. Cuando llegamos, el alcalde de Ventaquemada estaba practicando el levantamiento del cadáver”.

La velación de los restos mortales de Luis Torres Quintero inicialmente fue en su residencia y luego en el salón del Concejo Municipal de Tunja.

El sepelio estuvo muy concurrido. Se llevó a cabo el lunes dos de agosto a partir de las tres de la tarde en la catedral de Tunja. La ceremonia la ofició el arzobispo Ángel María Ocampo Berrío. Asistieron, el expresidente Mariano Ospina Pérez y su esposa; el ministro de Trabajo, Carlos Alberto Olano; el presidente del directorio nacional Conservador, José  Restrepo Restrepo; el delegado de la Dirección Nacional Liberal, Julio César Turbay Ayala.

—Me acuerdo de la multitud que asistió a las exequias. En la catedral no cupo la gente. Miles de personas permanecieron en la plaza de Bolívar mientras se realizó la ceremonia, —recuerda su hija María Manuela.

Entre tanto, Andrés rememora:

—Del sepelio tengo una imagen imborrable. Me parece estar viendo en la plaza de Bolívar de Tunja, en medio de una muchedumbre acongojada, al expresidente Mariano Ospina Pérez y a doña Bertha, de su brazo. Él, afligido, con su cabellera blanca desplegada al viento y ella, cabizbaja, con los ojos inundados de lágrimas.

El exsupervisor de la Secretaría de Educación de Boyacá, José Hernán Forero Buitrago, quien en ese entonces tenía 15 años, acudió a las exequias.

—Fue impresionante la cantidad de gente que concurrió al entierro. A él lo sepultaron en el Cementerio Central de Tunja, en donde, a la entrada, fue construida una plataforma en ladrillo y cemento, a manera de atril, desde donde fueron pronunciados los discursos   de despedida. Esa plataforma aún existe.

Los oradores en el cementerio fueron: los políticos boyacenses Julio Barón Ortega, Augusto Cadena Farfán y José María Nieto Rojas; el gobernador de Boyacá, Tulio Jiménez Barriga; el secretario general encargado del Senado de la República, José Ignacio Vives Echeverría; el exministro Lucio Pabón Núñez y los dirigentes políticos Ligia Inés Buitrago y Gustavo Romero Hernández.

Próxima entrega: Dudas que atormentan. Enfrentando la vida. ¿Cómo se le recuerda? Interrogantes sin respuesta.

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