Teatro en el marco del FIC – David Sáenz #Columnista7días

El lunes 27 de octubre llegué a la plaza de Bolívar de la capital boyacense para hacer fila y poder ingresar al Teatro Bicentenario, donde presentarían una obra sobre La vorágine, realizada por el Teatro Petra de Bogotá. Llegué a las 6:50 de la tarde; la función sería a las 8:00 de la noche. Imaginé que sería uno de los primeros, pero no fue así. Cuando llegué, la fila ya se extendía casi hasta el templo San Ignacio.

Hice la fila con paciencia estoica. Saqué un libro: La insoportable levedad del ser, de Milán Kundera. Comencé a leer. Escuchaba a la gente conversar animadamente; todos estaban felices por asistir a la obra de teatro. Yo, en cambio, deseaba un poco de silencio. Así que utilicé esos artículos que hoy nos aíslan un poco, esos que indican que no queremos conversar: unos audífonos. Activé la cancelación de ruido y escuché algo de música que había conocido en uno de los conciertos del Festival Internacional de la Cultura (marco en el que también se presentaba la obra). Escuché a Andrea González Caballero: Recuerdos de la Alhambra.

Cuando llegaron las 8:00 de la noche, la fila había crecido aún más. Me quité los audífonos un momento y escuché a algunas personas decir que probablemente no alcanzarían a entregarnos boletas. Esperé un poco más. La fila empezó a moverse hasta que llegamos a la entrada del Auditorio Bicentenario. Pensé que, si lograba entrar, me tocaría uno de los peores puestos. Sin embargo, tuve suerte y me sucedió aquello que dice el Evangelio: “Los últimos serán los primeros”. Como estaba solo y buscaban llenar un puesto libre adelante, ese terminó siendo el mío.

Ya dentro, la gente guardó un profundo silencio. Los rostros mostraban entusiasmo; nadie sacaba el celular. Ante todo, para el arte se necesita disposición. Ojalá esa misma disposición existiera para muchas otras cosas, como, por ejemplo, las clases. Hoy en día los espacios académicos sufren mucho, porque se ha vuelto un lugar común decir que deben ser entretenidos y que los profesores tienen que ser una especie de payasos para que los estudiantes presten atención. Sin embargo, tanto en la obra de teatro como en la música y en lo intelectual se necesita atención… En fin.

Ahora bien, es de resaltar, en la obra de teatro, su capacidad para la ironía y para presentar los temas que aborda La vorágine. Por ejemplo, hay una burla a los académicos o a quienes leen la obra hoy por cierta moda. Si bien La vorágine puede leerse como una obra poética o como un manifiesto contra el maltrato, la adaptación logra acercarse a sus personajes desde la parodia. En la novela, los personajes tienden a ser muy serios, muy solemnes en muchos sentidos; sin embargo, la obra de teatro es capaz de burlarse de ellos.

Ojalá que la puesta en escena sirva de oportunidad para que los asistentes se acerquen al texto original, a esa fuente primaria, rica y nutrida, como para inspirar una obra de teatro. Y ojalá que el Festival Internacional de la Cultura siga fortaleciéndose y motivando a la ciudadanía a crear espacios para la contemplación, el silencio y la belleza.

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