El robo del Louvre con mentiras- Jorge Armando Rodriguez #ColumnistaInvitado

Cuando se escucha decir que robaron un museo, de inmediato uno imagina alguna de las muchas películas que ha visto sobre historias sucedidas en épocas pasadas. Pero cuando la noticia se refiere a que uno de los museos más famosos del mundo, el Louvre, fue robado el pasado domingo 19 de octubre, entre las 9:30 y las 9:40 de la mañana, media hora después de su apertura, produce un verdadero asombro. ¿Cómo puede ocurrir un hecho de esta rareza hoy, a plena luz del día, sin heridos, y en tan solo siete minutos que duró el asalto?

De haber sido en nuestro país, es mejor evitar imaginar el reguero de muertos y heridos que hubiera causado una tragedia similar. El resumen de los hechos es desconcertantemente simple. Desde un camión estacionado en un muelle que da sobre el río Sena, al pie del edificio, cuatro hombres con casco y chalecos amarillos colocaron rápidamente conos de construcción y desplegaron un montacargas que los llevó directamente a una de las ventanas de la galería, que rompieron de inmediato. En frente estaba un ciclista, que posteriormente testificó ante las autoridades y que vio todo lo acontecido con la naturalidad de alguien desprevenido.

Los objetos estaban en dos vitrinas, las cuales, muy quirúrgicamente, cortaron para extraer ocho joyas y con la misma velocidad y calma se dieron a la fuga en moto. Eso sí dejaron una especie de manta, unos guantes, un chaleco amarillo, una radio portátil y, tal vez por accidente, durante la huida de los ladrones uno de los tesoros fue encontrado roto en el exterior del establecimiento: era la corona de la esposa del emperador Napoleón III, compuesta por águilas de oro con 1.354 diamantes y 56 esmeraldas montadas en oro.

Gracias al aparente olvido de las prendas, dejadas en el lugar de los hechos, los investigadores pudieron hallar muestras de ADN, las cuales, una vez cotejadas, dieron con la identidad de uno de los ladrones, que tenía antecedentes, que se preparaba para viajar a Argelia. Otros cinco han sido detenidos hasta ahora.

Dentro de las joyas robadas figuran unas diademas y collares que el emperador Napoleón I le había obsequiado a su primera esposa, la flamante Josefina de Beauharnais. Una de estas joyas estaba engalanada con preciosas esmeraldas de Muzo, Boyacá.

El cálculo del valor de las joyas sobrepasa los 90 millones de dólares.

El próximo 1 de noviembre el mundo de la cultura espera ansioso la pomposa inauguración del Gran Museo Egipcio, en El Cairo. Este megamuseo cuenta con fuertes dispositivos de seguridad, cuestión que parece normal y que al contrario del Louvre está equipado de infinidad de cámaras para registrar cualquier ruido raro o movimiento. Porque, increíblemente, en la sala del robo en el Louvre no existían cámaras ni siquiera de las que hoy son utilizadas en los antejardines y controladas con teléfonos celulares.

Lo que sí funcionaba, en el Louvre, era una alarma que y como en la película francesa Rififí en la ciudad (1985), se disparaba continuamente, pero nada ocurría. En la película, ante tanto ruido y que, además, más grave aún, impedía dormir al jefe de la policía, resolvieron desconectar la alarma. Los ladrones entonces actuaron con tranquilidad.

En el Louvre, el pasado 19 de octubre, hicieron lo mismo: desconectaron la alarma, pero días antes. A semejanza del pastorcito mentiroso la desconectaron y, preciso, llegaron los lobos y se robaron las joyas. Así mismo, una noticia falsa repetida muchas veces es una mentira verdadera.

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