
El título mundial Sub-20 logrado por Marruecos en Chile 2025 fue la consecuencia lógica de un proceso planificado con visión, sostenido con inversión y ejecutado con coherencia.
En tiempos en los que muchos países basan sus esperanzas en generaciones espontáneas o en el talento aislado, Marruecos eligió el camino más difícil, pero también el más seguro: la construcción de un modelo nacional de desarrollo deportivo.
Hace más de 15 años, el país del norte de África apostó por transformar su fútbol desde la base con la creación de la Academia Mohammed VI, una inversión de 65 millones de dólares que se ha convertido en el eje de una política pública deportiva.
En sus 30 hectáreas conviven el entrenamiento técnico, la formación académica y la preparación integral del futbolista. Allí, el talento dejó de ser una excepción para convertirse en un producto del sistema.
El objetivo fue doble y preciso: formar jugadores de élite dentro del país y recuperar a los talentos del éxodo nacidos o criados en Europa. Esa visión permitió articular un puente entre África y el Viejo Continente, entre la pasión y el método, entre la identidad y la modernidad.
Hoy, los resultados de esa estrategia son evidentes y sostenidos: títulos continentales en todas las categorías, un histórico cuarto lugar en el Mundial de Catar 2022 y, ahora, la consagración mundial Sub-20.
Más allá de la táctica o la preparación física, que sin duda fueron sobresalientes, lo que distingue al proyecto marroquí es su coherencia institucional. Todas las categorías,desde la Sub-15 hasta la selección absoluta, comparten una filosofía de juego, un modelo de entrenamiento y una misma infraestructura de apoyo. No hay improvisación, sino continuidad.
No hay rupturas, sino evolución.
El Mundial Sub-20 mostró un equipo equilibrado, disciplinado y maduro, capaz de competir de igual a igual con las potencias tradicionales. Marruecos defendió con orden, atacó con precisión y demostró que el fútbol moderno se gana tanto en la cancha como en la gestión.
Su éxito no se explica por una generación dorada, sino por una estructura que sabe producir generaciones exitosas. La inspiración de la selección mayor, con referentes como Hakimi, Mazraoui, Amrabat, En- Nesyri y Ziyech, ha sido fundamental.
Todos ellos son el espejo visible de un sistema que funciona. Son la prueba de que el talento, cuando se forma dentro de un marco institucional sólido, trasciende las coyunturas y se convierte en identidad nacional.
El ejemplo marroquí deja una reflexión que va más allá del fútbol: los resultados sostenibles no nacen de la improvisación, sino de la planificación; no dependen de la suerte, sino de la estructura.
Marruecos demostró que un país puede competir con Europa y Sudamérica si entiende que el desarrollo deportivo es una política de Estado y no un asunto ocasional.