
Hace unos años estuve en un taller sobre arte y cuerpo. Una de las actividades que propuso el docente fue escribirle una carta a nuestro propio cuerpo. Al inicio, la idea me pareció un tanto extraña; no sabía qué podría decirle al mío. No recuerdo exactamente qué escribí, pero sí recuerdo la carta de una compañera que me llamó profundamente la atención.
Ella hacía hincapié en que el cuerpo es la vida misma. Recordé entonces al poeta Hugo Mujica, quien propone que solemos imaginar que llevamos dentro un ser que maquina y controla el cuerpo, como si fueran dos entidades separadas. Tanto mi compañera como Mujica coinciden en lo contrario: somos una sola unidad.
Últimamente he tenido problemas para conciliar el sueño, y he comprendido que eso también es una forma de maltrato al cuerpo. Ese maltrato se evidencia en el esfuerzo que debe hacer para mantenerse despierto y lúcido durante el día, pese a no haber descansado. Lo maltratamos de muchas maneras, incluso cuando nos miramos al espejo y nos hablamos con dureza: criticamos nuestras arrugas, el cabello, la piel, el aspecto, la estructura. A veces somos verdugos crueles de nosotros mismos.
También lo maltratamos con los excesos, cuando no le permitimos la quietud ni el sosiego. El cuerpo intenta comunicarse con nosotros a través del dolor, recordándonos que necesitamos descanso y paz.
En uno de estos días llegué tan cansado que apenas tuve fuerzas para cocinar algo. Comí, me cepillé los dientes y me puse a leer La insoportable levedad del ser. Ya la había leído antes, pero sentí el deseo de volver a ella. Apenas pasé unas páginas y volví a sentir la fascinación por la obra, por Tomás, por Teresa y por esa idea del eterno retorno de Nietzsche. Sin embargo, las fuerzas comenzaron a disminuir. Pensé en recostarme solo quince o veinte minutos antes de continuar la lectura. No fue así. Eran las siete de la noche y seguí durmiendo hasta el día siguiente.
Desperté con una alegría serena, la alegría del animal y del niño que descansan, que duermen sin culpa, que no viven en esta sociedad del cansancio. Esa alegría, tal vez, es la que siente quien logra darle paz a su cuerpo.
Pocas veces creemos que la salud del cuerpo está tan unida a la salud mental. Por eso es necesario tratarlo con amor y respeto, para así sentir la vida plenamente. El cuerpo es la vida.
En Lo que no tiene nombre, uno de sus libros más conocidos, Piedad Bonnett escribe que la vida es el cuerpo. Cuando alguien muere, lo que más se extraña es el cuerpo del otro. Cuando nosotros no estemos, no sabemos si hay algo más después de esta vida, pero quizá —si aún pudiéramos sentir— extrañaríamos ese cuerpo que fuimos.