
Desde hace 51 años, el Concurso Nacional de Bandas Musicales en Paipa ha demostrado que el verdadero presupuesto de la cultura no está en los bolsillos, sino en el corazón de quienes, con pasión y terquedad, se niegan a dejar morir la tradición bandística de Colombia, heredada de un grupo de entusiastas querendones de su tierra.
Lo que en sus orígenes fue un salvavidas departamental para aquellas entrañables bandas de pueblo —formadas por octogenarios ‘chupacobres’ que aprendieron más de oído que de partituras— hoy es una celebración vibrante donde la juventud se toma la batuta. Jóvenes que descubren en los clarinetes, saxofones, flautas trompetas y tambores no solo un pasatiempo, sino una escuela de disciplina, amistad y, sobre todo, una certeza: que el amor se escribe con música.
Paipa, con su gente y su clima amables, sus montañas que parecen un auditorio natural y su historia de batallas y encuentros, se consolida como un destino cultural que va más allá de sus contradicciones urbanísticas y sus vacíos en política pública. Allí, entre adoquines y turistas, la música se convierte en el idioma común.
Pero junto a la grandeza, también se arrastra una dificultad persistente: el reto de conseguir recursos. A lo largo de cinco décadas, las diferentes juntas directivas han debido enfrentar la indiferencia del sector privado y las apuestas utilitaristas de algunos sectores públicos. Antes la lucha era reunir fondos para invitar delegaciones; hoy es resistir para que puedan llegar. El concurso ha sobrevivido más a la voluntad de su gente que a la mano de los gobiernos. Y, sin embargo, aquí sigue, sonando.
Este año, la fiesta tiene un acento especial: Santa Marta, la ‘Perla del Caribe’, que recién celebró sus 500 años de fundación hispánica, es la ciudad homenajeada por Corbandas y el Ministerio de Cultura. Un gesto que une a dos territorios, hermanados por el poder factual de la música.
Los números impresionan en esta versión: más de 1.500 músicos de 16 departamentos, en categorías que van desde la infantil hasta la profesional, pasando por la fiestera, universitaria, profesional y semiprofesional. El departamento del Magdalena llega representado por la Banda Sinfónica de la Universidad del Magdalena y la agrupación de la Fundación Inmaculada Concepción de Plato, ambas llamadas a poner el acento caribeño en el altiplano.
Pero más allá de cifras, lo que ocurre en Paipa es un fenómeno cultural y humano: la música baja de las montañas y sube por las veredas; se cuela en los parques, se asienta en las plazas y, con corcheas y semicorcheas, hace lo que ninguna política pública ha logrado: unir generaciones, enamorar miradas furtivas, mover cuerpos enteros y detener el tiempo.
Porque en Paipa, cuando suena una banda de música, como sucede desde este 2 y hasta el 5 de octubre del 2025, también se levanta un pueblo. Y ese pentagrama hoy, según Julio Roberto Guatibonza Higuera, presidente de la versión 2025, es un mapa musical que nos recuerda que «Colombia se entiende mejor cuando se escucha». Opiniones al correo
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