
Viviana Suárez debió nacer y vivir en San José del Guaviare, pero no fue así: a su padre, quien se encargaba de controlar el servicio de energía eléctrica que generaba una planta movida por Acpm, lo asesinaron una noche, en medio de un bazar que organizaron los comunales para conseguir dinero y solucionar uno de los muchos problemas que afrontaban los habitantes de una región olvidada por los poderes centrales del Estado.
Viviana no había nacido y ya era huérfana de padre por culpa de esa demencial violencia, en la que los colombianos asesinan colombianos.

Los ciegos por el solo hecho de ser ciegos no deben privarse del desarrollo tecnológico. Foto: Boyacá Sie7e Días
Su madre quedó viuda, con una pequeña niña que apenas daba sus primeros pasos y embarazada de otra, con muy pocas posibilidades de sobrevivir en un ambiente hostil, donde el valor de las cosas se tasaban en gramos de base de cocaína, en armas y en dólares, que llegaban desde los Estados Unidos para cimentar el imperio de la muerte.
Embarazada, su mamá tomó a su hija de la mano y con unos pocos centavos en el monedero abordó un bus de la Flota Macarena y después de casi 15 horas de viaje llegaron a Bogotá, donde unos familiares les ofrecieron refugio y alimentos; ahí en la capital el país nació Viviana.
Mientras su mamá salía todos los días a ofrecer su fuerza laboral, Viviana fue creciendo como una niña normal, sin reparar en la pobreza y la tragedia, estudiando en la escuela y compartiendo con su hermana lo que su mamá traía para alimentarlas.

Para demostrar que ser ciega no es impedimento, aceptó una pareja sentimental y es mamá de dos bebés. Foto: Boyacá Sie7e Días
Cuando estuvo ‘volantoncita’, unos 4 años, se la llevaron para Aguazul, Casanare, a recibir la ayuda de unos familiares que se ganaban el sustento en la siembra y cultivo de arroz. Ahí pudo terminar la primaria y estudiar el bachillerato, pero se enamoró y quedó embarazada cuando apenas cumplía los 15 años de edad.
-“No importa”- se dijo, -“¡sabía trabajar!”- fue madre de una niña a la cual le dedicó buena parte de su tiempo; el que le sobraba, lo empleó en trabajar donde fuera y lo que fuera, para mantener a su hija y terminar sus estudios de bachiller.
Por fin bachiller y con una buena calificación del Icfes se inscribió en una universidad a estudiar Ingeniería Civil y luego en otro centro universitario para cursar Economía, es decir, la totalidad del tiempo, de día y parte de la noche, lo ocupó en mimar a su pequeña hija, trabajar y estudiar dos carreras, todo perfecto.
Pero un día, un fuerte dolor de cabeza le provocó un aneurisma que la dejó totalmente ciega, “¡ahí se acababa el mundo!” -¿Cómo estudiar?, ¿cómo trabajar?, ¿Cómo seguir criando a la hija?- “¡Una persona ciega no sirve para nada, la luz de los ojos es toda la vida!”. Algunos le recomendaban que aprendiera a tocar un instrumento musical, o vender lotería, -“solo para eso sirven los ciegos”-, le decían.
Optó por regresar a Bogotá y con la ayuda de su familia se registró en varias instituciones expertas en rehabilitar a ciegos, tarea que emprendió con pasión. Se inscribió en el Sena y comprobó que, una persona ciega puede lograr estudiar una técnica con éxito, con igualdad de habilidades como lo hacen quienes tienen el don de la visión. Aprendió a leer pantallas de computadores y teléfonos celulares, de inteligencia artificial y muchas cosas más, a las que le agregó la técnica para enseñar.
Convencida de poder salir avante, regresó a Casanare con el sueño de poder trabajar, de ofrecerse como instructora para rehabilitar a otras personas que, como ella, habían perdido la luz de sus ojos. Pero se encontró con que la rechazaron por dos razones: ser mujer y ciega. “¿Quién puede creer que una mujer que llega dependiente de un bastón blanco pueda servir para algo?”.
Llegar con un bastón blanco a ofrecerse como especialista en algunas áreas de la ciencia no cabía en la mente de algunos funcionarios y directivos empresariales; para ellos, la cieguita llegaba con el bastón a pedir ayuda, una limosna.

Con su hija Mishell, estudiante de comunicación social y periodismo, hicieron la producción de un cortometraje que es finalista de un concurso nacional. Foto: Boyacá Sie7e Días
Con el apoyo de algunos periodistas lideró un programa en una estación de radio en FM, y la sorpresa de todos fue mayúscula: las audiciones llegaron a ocupar los primeros lugares de sintonía, así logró demostrar que, ser ciega no es ser inválida.
Había perfeccionado otras habilidades y era necesario que los funcionarios de las instituciones públicas y las directivas de las empresas privadas entendieran que los ciegos, si se les da una oportunidad, pueden ser útiles a la sociedad, pueden producir, pagar impuestos y llevar una vida tan normal como la que llevan quienes gozan de todas sus facultades.
Para demostrarlo aceptó una pareja sentimental y es madre de dos bebés más: uno de 2 años y otra de meses, y como para ratificar su tesón, con su hija mayor, Mishell, estudiante de comunicación social y periodismo, lograron grabar con su celular imágenes que luego editaron, musicalizaron y graficaron en un cortometraje de cuatro minutos que titularon ‘Una ciega que también es mujer’, que ahora es finalista del concurso nacional de cine en celular SmartFilms.