
“Por allá no voy” es una expresión que, poco a poco, ha ganado terreno entre quienes intentan tomar un taxi en Tunja. Lo que antes parecía un fenómeno ajeno a nuestra ciudad, hoy se ha convertido en una regla tácita entre algunos conductores que deciden a qué lugares ir y a cuáles no. Esta práctica, cada vez más común, revela una preocupante transformación del servicio público. ¿Acaso hay en nuestra capital zonas vedadas para el acceso? ¿O será que desplazarse por una ciudad que, no sobra decirlo, crece día a día, requiere de conductores profesionales que realmente conozcan tanto los barrios céntricos como la periferia, y así que no pongan excusas para prestar el servicio?
Tunja, con su expansión urbana sostenida y el crecimiento hacia sectores circundantes, enfrenta un nuevo dilema de movilidad: el taxi que discrimina según el destino. Lo que debería ser un servicio regulado y equitativo se ha convertido en una lotería para el usuario. Ya no basta con tener la tarifa justa o estar dentro del casco urbano; ahora hay que esperar que el conductor “acepte” la carrera. Y esto ocurre no solo al abordar el vehículo en la calle, sino también al solicitarlo por medio de líneas telefónicas o aplicaciones dispuestas por las empresas.
Las razones detrás de esta negativa son diversas. Algunos taxistas alegan desconocimiento de ciertas zonas, especialmente aquellas que han surgido en los últimos años, como los sectores comerciales de la avenida Circunvalar, la naciente ciudadela industrial, vía a Bogotá, o los restaurantes ubicados en las inmediaciones de municipios vecinos como Soracá, Motavita o Chivatá. Otros prefieren carreras cortas y rentables, evitando trayectos largos o con tráfico pesado. También hay quienes mencionan la inseguridad como motivo, aunque en la mayoría de los casos no existe evidencia real de riesgo. Lo cierto es que esta actitud revela una falta de compromiso con el servicio público y una desconexión preocupante con las necesidades de la ciudadanía.
A simple vista, esta situación podría verse como anómala. Sin embargo, al volverse recurrente, instala la idea de que el servicio de taxi es exclusivo, no por la capacidad económica del usuario, sino hacia dónde se dirija. Nos encontramos, entonces, ante una fragmentación urbana del transporte público. Esto erosiona la confianza en un servicio que por años ha sido una alternativa cómoda y rápida para movilizarse en la ciudad de los tesoros escondidos.
Pero ¿qué hacer ante esta realidad? La Secretaría de Movilidad debe asumir un rol activo y firme en la supervisión del servicio. Es urgente implementar capacitaciones geográficas para los conductores, establecer sanciones claras ante la negativa injustificada y promover canales de denuncia accesibles para los usuarios. Además, se requiere una campaña de sensibilización que recuerde a los taxistas que su labor no es elegir destinos, sino conectar personas con ellos. Y es que este tema pone también sobre la mesa un asunto del que poco se habla: la profesionalización de los conductores de taxi en Colombia.
Tunja no puede permitirse un transporte que excluya. Porque cuando un conductor dice “por allá no voy”, no solo está negando una carrera: está privando el acceso y el derecho de cada ciudadano a moverse libremente por su ciudad.
Y ahora, vecino, ¿a dónde lo llevo?