Nepal y el déjà vu egipcio: cuando las redes sociales se convierten en trincheras – #ColumnistaInvitado

Hace algunos años publiqué un artículo titulado ‘¿Puede un Tweet o una publicación de Facebook acabar con un régimen?”. En él analicé el caso de Egipto durante la Primavera Árabe y sostuve que las redes sociales, más que provocar un cambio político por sí mismas, actuaron como catalizadores de un malestar social profundo. Facebook, Twitter o YouTube no tumbaron a Hosni Mubarak, pero sí fueron herramientas decisivas para que los jóvenes egipcios expresaran su indignación, se organizaran y proyectaran sus demandas al mundo entero.

Hoy, al observar lo que ocurre en Nepal, siento un déjà vu inquietante. El Gobierno decidió bloquear más de veinte plataformas digitales —entre ellas Facebook, WhatsApp, Instagram y X— con el pretexto de que no estaban registradas localmente. Lo que parecía un simple acto administrativo desató la furia de toda una generación. Miles de jóvenes, hastiados de la corrupción y el nepotismo, ocuparon las calles exigiendo no solo el regreso de las redes sociales, sino también cambios políticos de fondo. La represión fue feroz: decenas de muertos, cientos de heridos y un país sumido en la incertidumbre.

El intento de silenciar a la ciudadanía digital terminó por amplificar su voz. Al igual que en Egipto en 2011, la censura no sofocó la protesta, la multiplicó. Mubarak descubrió demasiado tarde que un clic podía ser más poderoso que un discurso televisado; Katmandú repite el mismo error. Bloquear redes sociales es, en la práctica, reconocer su fuerza política: si fueran irrelevantes, no habría necesidad de prohibirlas.

De esa comparación surgen tres lecciones. La primera, que las redes sociales son espacios de deliberación pública capaces de desafiar la narrativa oficial y abrir la participación ciudadana donde antes solo había control. La segunda, que los jóvenes son el motor central de estas transformaciones, porque ya no esperan instrucciones de partidos o caudillos, sino que construyen liderazgos horizontales desde lo digital. Y la tercera, que las redes sociales no son la causa exclusiva del cambio político: son instrumentos que canalizan frustraciones y demandas que ya existen, pero su impacto depende de que haya organización, persistencia y condiciones para la movilización en la calle.

La lección para Nepal —y para cualquier gobierno tentado a censurar— es clara: reprimir el espacio digital en pleno siglo XXI es suicida. Hoy los ciudadanos entienden que su derecho a expresarse también se juega en línea, y cada intento por limitarlo despierta más indignación, más articulación y más resistencia. Mubarak no lo entendió y cayó del poder; en Katmandú, el Gobierno ya tuvo que retroceder y levantar la prohibición.

De El Cairo a Katmandú, la política ya no se juega solo en los parlamentos ni en los noticieros, sino también en hashtags, transmisiones en vivo y grupos de mensajería. Las redes sociales no derriban regímenes por sí solas, pero pueden encender la chispa que los hace tambalear. Y quienes subestimen ese poder, tarde o temprano, aprenderán que en la era digital, cada clic puede convertirse en una trinchera.

-Publicidad-

PAUTE AQUÍ - WhatsApp 322 817 2265