Colgó la batuta y se quedó en Villa de Leyva – Gustavo Núñez Valero #CrónicasYSemblanzas

—¿Ustedes conocen a alguien que quiera venir a dirigir la sinfónica que tenemos en esta ciudad? —les preguntó, una noche de mediados de junio de 1982, el reconocido músico y director de orquesta colombiano Jorge Ignacio Zorro Sánchez a los integrantes del “Trio Verdier” de la Universidad del Estado de Míchigan. Ellos (un trompetista, un violinista y un pianista) acababan de ejecutar, en la iglesia San Ignacio de Tunja, un concierto, incluido en la programación del VIII Festival Internacional de la Cultura.

Maestro Stanley Edward DeRusha.

—Sí, hay un tipo excelente en Michigan que quiere tener una experiencia musical en el exterior —respondió uno de ellos.

En la presentación, el templo estuvo colmado; al finalizar, los asistentes, de pie y por varios minutos, aplaudieron a la agrupación.

El interrogante lo formuló Zorro mientras acompañaba a estos músicos estadounidenses al hotel, por una calle colonial, en medio de un frío penetrante y un sosiego acogedor. Caminaban lenta y despreocupadamente. El ambiente de la charla fue cordial y emotiva.

Días después de haber regresado a Michigan, los integrantes del trío fueron agasajados por un grupo de colegas que quisieron celebrar, con una cena y unas copas, su regreso. Entre los organizadores del ágape se destacó el profesor y director de la orquesta de la Universidad del mencionado estado, Stanley DeRusha.

Stanley DeRusha, en primer plano, al lado de su mentor en dirección musical, Robert Reynolds.

Uno de los homenajeados, delante de todos, le trasladó a Stanley la inquietud de Jorge Zorro.

Oh, very interesting —comentó al instante con una sonrisa de agrado en su rostro.

Sin hacer mayores averiguaciones sobre Colombia ni sobre Tunja, manifestó su interés por la propuesta.

Al día siguiente, el director del trío llamó a Jorge Zorro y le suministró el teléfono de Stanley. El cuatro de julio de ese año, Zorro lo llamó.

—Él me preguntó: “¿Tú tienes tiempo en estas vacaciones? Nosotros podemos invitarte para dirigir un mes, dos meses. Así podrás conocer las perspectivas de los músicos y enterarte de lo que es Colombia”. Entonces me dije: ¿Por qué no? Le respondí al instante: yo voy —recuerda DeRussha.

Una semana después de esta conversación, ya se encontraba en Tunja formalizando con Gustavo Mateus Cortés, director del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, organismo gubernamental del cual dependía la Banda Sinfónica de Vientos de Boyacá, su vinculación laboral.

Stanley DeRusha y su infaltable pipa.

—En Tunja quedé fascinado por el ambiente, la generosidad y hospitalidad de las gentes.

Me encantó la ciudad, me atrapó desde el comienzo —dice emocionado.

—Cuando llegó a Tunja no hablaba ni una sola palabra en español —recuerda el director musical tunjano Fabio Raúl Mesa Ruiz, quien fue uno de los primeros amigos que tuvo Stanley en la capital de Boyacá.

El idioma, que poco a poco fue asimilando, sin llegar a dominarlo a la perfección, no representó ningún obstáculo para hacerse entender de los integrantes de la banda, quienes esperanzados y confiados lo abrigaron con su amistad.

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Stanley Edward DeRusha nació el siete de diciembre de 1945 en Fond du Lac, Wisconsin, ciudad construida por emigrantes franceses en el centro oriente de los Estados Unidos.

Stanley DeRusha en plena acción como director de orquesta.

Su abuelo paterno, de nombre Edward, era originario de Francia. Viajó muy joven a los Estados Unidos. Se apellidaba Duresher. Recién llegado a Fond du Lac, un sacerdote le dijo que Duresher, en Estados Unidos, era un apellido de campesinos. Le sugirió cambiárselo. Atendió la insinuación. De ahí en adelante comenzó a llamarse Edward DeRusha. Tuvo varios hijos. Uno de ellos fue el padre de Stanley, quien contrajo matrimonio con una dama de ascendencia alemana que conoció en Canadá. Esta pareja se estableció en Fond du Lac y tuvo tres hijos; él fue el último.

—Creo que fui un accidente porque nací once años después de mi segunda hermana —me dijo en una entrevista que me concedió el 10 de julio del 2022 en Villa de Leyva.

Su padre en Fond du Lac desarrolló diversas actividades. Le gustaba la música. Tocaba saxofón, piano y guitarra. Por mucho tiempo tuvo un grupo musical que animaba matrimonios y otras celebraciones; la música que interpretaban era popular. La mamá cantaba y tocaba piano. Su hermano tocaba piano y cantaba. Su hermana cantaba y aún lo hace.

Diariamente la familia interpretaba música y cantaba después de la comida.

Los esposos DeRuscha en Connecticut recién casados (1988).

—La música en mi casa era una actividad social.

Conserva en el estudio de su residencia una armónica que fue propiedad de su abuelo Edward, la heredó su padre y cuando él falleció la tomó. La guarda con apego.

Al tiempo que adelantaba sus estudios primarios, fue familiarizándose con los instrumentos que interpretaba su padre, quien, percatado del interés de su hijo por la música, cuando ya estaba en la secundaria, lo sorprendió con un regalo: un saxofón.

—Me volví loco de alegría con ese obsequio. Le costó US$430, eso era mucha plata en ese momento; yo conservo el recibo.

Comenzó a estudiar música, tanto con su padre como con allegados a la familia.

Tiempo después se integró al grupo musical de su padre.

—Cuando empecé a tocar con la banda, mi padre se puso muy feliz y, desde luego, yo experimenté una gran alegría.

Stanley con su esposa al frente de su residencia en Villa de Leyva.

Se convirtió en intérprete musical sin pensar en el futuro. Se vinculó desde Middle School a la banda del colegio. En una ocasión, ya cuando se encontraba en High School, el director de la banda, Calvin Moley, en un ensayo preguntó que quién deseaba acompañarlo en un concierto. El joven Stanley le respondió que él. Calvin lo aceptó. Esa experiencia la considera como la puerta de entrada a la música profesional, porque ahí se dio cuenta de la amplia gama interpretativa. Con el grupo de Calvin, unas veces tocaban música clásica, otras jazz y algunas, melodías populares.

En Fond du Lac contó también con el aporte valioso en su formación musical del profesor Jack Snavely, quien fue director de la banda, le impartió clases de saxofón y le enseñó a tocar clarinete.

Cerca de terminar la secundaria le comentó a su padre que deseaba estudiar la carrera de música y él, contrariado, le replicó que la remuneración de los músicos no alcanzaba para vivir.

—La música no es nada. Yo lo hago por afición —le advirtió.

En ese momento, decisivo para su futuro, intervino su profesor de música Calvin Moley, quien frecuentaba el hogar de los DeRusha. En una de sus visitas le explicó a su padre que la carrera de música tenía muchas oportunidades y diferentes niveles de ejecución musical. Con paciencia y decisión trató de convencerlo de las bondades de la profesión para alguien, que, como su hijo, mostraba aventajadas aptitudes en ese campo. El padre, poco a poco, fue cediendo en su oposición.

Stanley con su hijo Cristian (primero a la izquierda, su nieto Oliver, su esposa y su nuera Sarah.

La terminación de su High School coincidió con el traslado de residencia de los DeRusha de Fond du Lac a Milwaukee, Wisconsin, por razones de trabajo de su padre. Allí había universidad y esta, providencialmente, ofrecía la carrera profesional de música.

Con diligencia y entusiasmo adelantó los trámites de ingreso. Inició las labores académicas y se sintió muy a gusto. Además de las asignaturas del pénsum académico, encontró otros escenarios musicales como el cuarteto de cuerdas, cuyos integrantes fueron abiertos con él y le permitieron participar en los ensayos.

También tuvo la oportunidad de incorporarse como suplente a la Filarmónica de Milwaukee. En esa agrupación, con frecuencia, lo llamaban para reemplazar, indistintamente, a un clarinetista o a un saxofonista que por alguna razón no podía actuar en un determinado concierto.

Los cuatro años como estudiante de música en la Universidad de Milwaukee le fueron muy productivos y enriquecedores. Esta ciudad era más grande que su nativa Fond du Lac y, por tanto, tenía una mayor actividad cultural. Siguió estudiando saxofón y clarinete, asistió a espectáculos artísticos, a musicales estilo Broadway, fue reclutado como músico por varias agrupaciones, entre estas una banda de jazz, y, muy importante, creó un cuarteto de saxofones que, bajo su dirección, actuó en varios escenarios, grabó un disco y participó en la primera congregación de saxofones, realizada en la ciudad de Chicago.

Durante su periodo de estudios en Milwaukee tuvo la grata experiencia de asistir a 10 conciertos que ofreció la Orquesta Sinfónica de Chicago, una de las mejores del mundo en ese momento.

Stanley en el estudio de su casa en casa de Villa deLey a en 2022.

—Yo quedé deslumbrado con los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Nunca había escuchado música de ese nivel. Los repertorios fueron sensacionales. Cada concierto lo condujo un director invitado. Me atrajo mucho la actuación de los directores; unos pasivos, otros muy expresivos y más profundos en sus interpretaciones. Esa circunstancia fue la que me indujo a pensar, por primera vez, en la posibilidad de estudiar dirección de orquestas —rememora.

Asegura que:

—Mi tiempo en la Universidad de Wisconsin, Milwaukee, fue excelente. Allí se me abrieron muchas perspectivas para lo que sería mi futuro profesional en la música.

Después de terminar sus estudios en la Universidad de Milwaukee fue nombrado director de la banda de Kenosha, la ciudad más importante de Wisconsin en lo musical, sede de una fábrica de instrumentos musicales llamada “Leblanc”.

En Kenosha laboró cinco años. Además de dirigir la banda logró contacto con importantes actores de la vida musical estadounidense como Jakes Nelson y Lucian Kail, quienes eran asesores de “Leblanc”. Ellos, con sus consejos y enseñanzas, lo potenciaron profesionalmente y lo robustecieron en la dirección musical. Además, allí conoció a Robert Reynolds, quien se constituyó en mentor en su formación de director musical. Lo conoció porque él fue invitado a dirigir una agrupación en uno de los tantos festivales que se realizaban en Kenosha.

Roberth Reynolds, quien trabajaba en la facultad de Música de la Universidad de Madison, una de las diez más grandes universidades de los Estados Unidos, lo vio en acción frente a la banda y le agradó su forma de dirigir.

—Hombre ¿por qué no vas conmigo a trabajar como mi asistente a Madison y cursa allí la maestría en dirección musical? —le propuso Reynolds.

Le interesó el ofrecimiento. Estudiar dirección orquestal era su gran anhelo y, además, tener un trabajo lo atraía porque ya estaba casado y necesitaba ingresos económicos; de otra parte, su currículo se enriquecería porque la Universidad de Madison tenía, y sigue teniendo, un gran reconocimiento por la alta calidad en la formación artística.

Sin dudarlo renunció a la dirección de la banda de Kenosha y se fue para la capital de Wisconsin a trabajar en la Universidad de Madison. Simultáneamente con sus estudios de maestría y el desarrollo de su trabajo como asistente de Reynolds en la dirección de la banda fue profesor de saxofón y dirigió la banda de jazz de la Universidad.

Ser asistente de Reynolds implicó encargarse de la parte académica en lo relacionado con armonías, composición, historia musical y vida de los compositores.

—Comprender una obra necesita conocer mucha información sobre el autor. Me correspondía, por tanto, recolectar información y dirigir. En esta labor tuve mucho tiempo para mejorar, con la supervisión de Robert, mi técnica de dirección y presentación. Igualmente, logré un conocimiento más profundo de la música. Fue una oportunidad de oro para mí.

Tiene bien claro que:

—Mi contacto con la música clásica en Madison fue definitivo para mi carrera. Estudiarla, ejecutarla y conducirla me consolidó profesionalmente, me dotó de herramientas importantes y me familiarizó con distintas técnicas en la dirección musical.

Stanley con su orquesta de cámara Pro-Arte al finalizar su último concierto en la iglesia San Ignacio de Tunja el 24 de noviembre de 2024.

Su tesis de grado recibió la distinción de suma cum laude.

Al terminar la maestría, la Universidad, dada su excelencia académica, corroborada con sus altas calificaciones, lo incorporó a su nómina de profesores. Tras ejercer la actividad docente, sus amigos Robert Reynolds y Jakes Nelson le ayudaron a vincularse a la Universidad de San Luis, estado de Missouri, en donde trabajó como docente de saxofón e integró la orquesta de esa Universidad, actuando en varias oportunidades como solista de saxofón.

En la Universidad de San Luis solo estuvo un año, pues la Universidad donde cursó la carrera profesional de música, la de Wisconsin en Milwaukee, le ofreció la dirección de la banda. Él aceptó y permaneció cinco años en ese cargo. Durante aquel tiempo se sintió muy a gusto, pero siguió buscando una oportunidad de vincularse a una orquesta, pues el repertorio de este tipo agrupaciones siempre le llamó la atención. Esperanzado en lograr esta pretensión aceptó una invitación para trabajar en la Universidad del estado de Michigan, que es una de las universidades más grandes de Estados Unidos. Primero dirigió varias bandas y luego asumió como jefe de música de la Universidad. En seguida sería director de la banda y luego, de la orquesta.

—Esta fue mi primera experiencia con orquesta. Fue maravilloso. Me sentí muy feliz. El nivel musical allí era, tal vez, el más alto de los Estados Unidos y por eso llegué a pensar que en ese lugar permanecería el resto de mi vida. No obstante, dentro de mí estaba vivo el interés por dirigir en otra parte del mundo.

Cuando llevaba siete años trabajando en la Universidad del Estado de Michigan le apareció una propuesta que lo conquistó.

—A mediados de julio de 1982 tomé la invitación de C O L O M B I A —dice con emoción. La palabra Colombia la resalta elevando el volumen de su voz y dándole un tono de solemnidad.

Ese es el momento en el que por conducto del trio “Vernier” se enteró de la posibilidad de dirigir la Banda Sinfónica de Vientos de Boyacá, en Tunja. Lo sedujo esa posibilidad laboral. Viajó de inmediato. Pronto y sin complicaciones le fue legalizado el contrato de trabajo como director invitado.

—Comienzo los ensayos y me doy cuenta de que el grupo no es profesional como el de Michigan. Poco a poco descubrí que muchos miembros de la Sinfónica de Vientos de Boyacá eran pensionados de la Orquesta Filarmónica de Bogotá o de la Orquesta Sinfónica Nacional. Tuve claro que había una experiencia muy importante. Sus integrantes fueron demostrando deseo de superarse. Tal actitud me estimuló y me entusiasmó. Entonces pensé: esto es muy interesante.

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Yo en 1982 me desempeñaba como corresponsal del diario El Espectador en Tunja. Debía hacer el cubrimiento informativo de todas las actividades que se desarrollaban en la ciudad. Como el quehacer cultural era preponderante, tuve que registrarlo informativamente. La transformación de la Banda Sinfónica de Vientos de Boyacá fue evidente. Para los expertos, la calidad de su ejecución musical se elevó exponencialmente y para los profanos en ese arte, el valor estético de las interpretaciones los deleitó.

Trabajó con intensidad y rigor. Contagió a los integrantes de la banda de su pasión musical; ellos, convencidos de la capacidad e idoneidad del director, se plegaron a su disciplina de trabajo.

Además de dirigir la Sinfónica de Vientos, se vinculó, desde su llegada a la ciudad, como docente y asesor de la Escuela Superior de Música de Tunja. En este centro formativo se sintió a gusto, no solo por la calidez humana de directivos, profesores, administrativos y estudiantes, sino porque le atrajo la arquitectura del edificio donde funcionaba, que era el antiguo Seminario Mayor de Tunja, situado en la esquina de la carrera novena con calle 17, contiguo a la, por ese entonces, Curia Arzobispal, hoy sede de la Facultad de Derecho de la Universidad Juan de Castellanos. Le encantó el lugar por sus amplios pasillos, sus enormes arcos y su amplio patio interior.

—De esa sede decía que lo hacía sentir como en España —me manifestó Gustavo Mateus Cortés en alguna ocasión.

La Escuela Superior de Música de Tunja también le es grata a sus recuerdos porque allí tuvo sus primeros amigos cercanos en la ciudad, entre ellos el mismo Jorge Zorro Sánchez, los profesores Fabio Raúl Mesa Ruiz y Pilar Azula, al igual que la coordinadora de la sección de estudios generales y capacitación artística de la institución, la psicopedagoga Carmen Elisa Centeno Díaz.

Tunja, por su sosiego, estilo colonial, amabilidad de sus gentes y aire puro le encantó. Vivió en arriendo en una casa del barrio Mesopotamia, nuevo en aquel momento, una zona exclusiva de la ciudad.

Los fines de semana visitaba los municipios cercanos a Tunja. Cuando fue a Villa de Leyva se enamoró de esa ciudad. También quedó prendado de Tenza por sus artesanías, su arquitectura urbana, sus paisajes rurales y la hospitalidad de sus habitantes.

No pasaron dos semanas desde su llegada a Tunja cuando ya dirigió su primer concierto en la iglesia de San Ignacio.

—En esta primera presentación se sintió la transformación de la Sinfónica. Desde esa noche comencé a preparar la propuesta para que asumiera la dirección como titular, porque él estaba como director invitado— me reveló el ya fallecido Gustavo Mateus en unas declaraciones para el diario El Espectador.


Esa propuesta se la oficializó un mes después de su llegada.

—Como el mejoramiento de la calidad interpretativa de la Sinfónica de Vientos de Boyacá fue reconocido no solo en Tunja sino en el país, Gustavo Mateus Cortés me propuso dirigir el grupo permanentemente. Ante eso pensé: bueno, a mí me gusta Colombia, me siento bien con los músicos porque quieren mejorar y yo deseo una oportunidad para dirigir fuera de mi país, entonces es cuando digo: ok, Michigan adiós, gracias.

Transcurridos casi 40 años de haber tomado esta decisión sostiene que no se arrepiente porque necesitaba conocer el ámbito musical internacional y ese objetivo, que cumplió con satisfacción, lo hizo crecer profesionalmente. Acepta, eso sí, que fue una aventura.

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Deseoso de acercar la agrupación musical a la ciudad, creó el programa: “Martes de concierto”, el cual fue acogido por los tunjanos. Los amantes de la música culta colmaron este recinto semanalmente.

Un hecho que marcó la consolidación de la Banda Sinfónica de Vientos de Boyacá como agrupación relevante en Colombia fue el habérsele autorizado su presentación en el Teatro Colón de Bogotá. Gustavo Mateus Cortés en alguna oportunidad contó que cuando solicitó autorización para que esta agrupación ejecutara un concierto en ese recinto, sus directivos le respondieron: “Aquí no actúan bandas sino orquestas de reconocimiento mundial”. A pesar de la negativa inicial, insistió y, finalmente, se le permitió a la Sinfónica de Boyacá intervenir allí en varias oportunidades, con acogida relevante por parte de los asistentes y de los críticos musicales.

Su fama pronto llegó a la capital de la República. La Orquesta Sinfónica Nacional y la Filarmónica de Bogotá lo invitaron para que dirigiera algunos de sus conciertos.

La Filarmónica de Bogotá creó un espacio en uno de los canales de la televisión colombiana de tipo pedagógico denominado ‘Musica para todos’, cuya conducción le fue encargada.

La Sinfónica Nacional, por su parte, le encomendó, durante varios años, la dirección del concierto inaugural del Festival Internacional de la Cultura de Tunja, que se transmitía en directo por el canal nacional de Inravisión. A uno de estos, el correspondiente a la inauguración de la XIV versión, asistió el presidente de la República, Belisario Betancur Cuartas. Este acontecimiento lo registró la prensa nacional.

El crítico musical Hernando Caro Mendoza, en una nota que apareció el 9 de julio de 1986, en la página 9 A del diario El Espectador, escribió: “La Orquesta Sinfónica de Colombia, bajo la dirección de Stanley DeRusha, actuó (el sábado 7 de julio) en el concierto ofrecido en la iglesia de San Ignacio en Tunja, con motivo (de la inauguración) del Festival Internacional de la Cultura, que contó con la presencia del presidente Betancur”.

La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Antioquia lo invitó también para que dirigiera varios de sus conciertos en la ciudad de Medellín.

Situaciones de tipo personal y familiar determinaron que a mediados de 1986 decidiera regresar a su país. Cuando viajó a Tunja estaba en proceso de divorcio. Sus dos hijos se quedaron con la mamá. Él debió girar mensualmente recursos económicos en dólares para el sostenimiento de ellos. El dinero, que recibía en pesos, le resultó insuficiente, por lo cual se vio obligado a acudir a los ahorros que había acumulado durante su estadía en la Universidad del Estado de Míchigan. Intentó traer a vivir a sus hijos a Tunja. Estuvieron residiendo por algún tiempo en esta ciudad. El niño se amañó, pero la niña, no.

La Orquesta Filarmónica de Bogotá le ofreció la dirección titular, no obstante declinó aduciendo que la atención de sus hijos lo reclamaba en Estados Unidos.

El gobernador de Boyacá de ese momento, el abogado Héctor Horacio Hernández Amézquita, profundo admirador del trabajo del maestro DeRusha en la Sinfónica de Vientos, le confirió la condecoración Orden de la Libertad en el grado de Oficial a través del decreto 0535 del 23 de junio de 1986. Igualmente, casi 20 años después, en 2005, en el libro de sus memorias, titulado ‘Retrospectiva. Costumbres, verdades y conceptos’, Hernández Amézquita dedicó un aparte especial para significar el virtuosismo musical de Stanley, al igual que agradecer la labor realizada durante su paso por la dirección de la Sinfónica de Vientos de Boyacá.

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Una vez regresó a los Estados Unidos retomó sus actividades musicales y docentes. Se instaló en Connecticut, donde trabajó durante seis años en una institución privada. Posteriormente, viajó a Indianápolis, capital del estado de Indiana; allí fue director de la Orquesta de la Universidad de Butler. En esta institución se jubiló.

A partir de 1987 se proyectó mundialmente como director orquestal. Condujo reconocidas agrupaciones en Europa, Asia y América. En Europa actuó en Inglaterra, Francia, Suiza, Luxemburgo, Italia, Alemania, Países Bajos, República Checa y Austria. En Asia, dirigió en China y Taiwan. En América del Norte condujo agrupaciones de Canadá, de México y de varios estados de los Estados Unidos. En América Central actuó en El Salvador. En América del sur fue invitado a dirigir en Colombia, Brasil, Chile, Uruguay, Argentina, Perú, Bolivia y Ecuador.

Actuó en reconocidas salas musicales del mundo como el “Mozarteum” de Salzburgo, el “Gustav Siegel Haus” de Stuttgart (Alemania), el “Sun Yat-Sun Hall” de Taipei, el “Teatro Sheldonian” de Oxford en Inglaterra, el “Chicago’s Orchestra Hall” y el “Jordan Hall” en Boston, el “Town Hall”, “Carnegie Hall” y “Avery Fisher Hall” en Nueva York y el “Teatro Colón de Bogotá”.

En el 2018 decidió radicarse en Colombia, en la colonial población boyacense de Villa de Leyva.

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Carmen Elisa Centeno Díaz nació en 1959 en el municipio boyacense de San Mateo. Es la segunda de los siete hijos que tuvieron los profesores Isaías Centeno y Gloria Díaz, él oriundo de San Mateo y ella, de Siachoque, en donde se conocieron. Al poco tiempo contrajeron matrimonio. Dos años después se trasladaron a San Mateo, municipio en el que nació Carmen Elisa. En esa población creció y cursó la primaria. En 1969 sus padres se trasladaron a Tunja. Ingresó a la Normal Superior de Varones de Tunja, que por esa época comenzó a tener el carácter de plantel de educación mixto. Terminó su secundaria cuando apenas tenía 16 años. Por tal razón no pudo cumplir su deseo de comenzar a trabajar como profesora.

—Yo quería ser nombrada docente en un colegio o una escuela, en primer lugar, porque deseaba ser educadora y, además, por cuanto en la casa nos veíamos cortos de dinero y veía la necesidad de contribuir a mejorar la economía del hogar —me dijo en una entrevista que me concedió el 21 de agosto de 2025 en Tunja.

Sus padres le aconsejaron que ingresara a estudiar en la Universidad. Así lo hizo. Se matriculó en la carrera de psicopedagogía con énfasis en administración educativa en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia en Tunja. Allí, en 1980, se graduó como licenciada. En 1981 fue vinculada laboralmente al Colegio de Boyacá. La asignaron

inicialmente a la sección de San Agustín como psicoorientadora y encargada de implementar el nuevo currículo que había establecido el gobierno nacional. A comienzos del año siguiente (1982) fue enviada en comisión al Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá para coordinar la sección de estudios generales de la Escuela Superior de Música de Tunja, producto de un convenio interinstitucional.

A mediados de ese año fue cuando llegó a Tunja como director de la Sinfónica de Vientos de Boyacá el músico estadounidense Stanley DeRusha.

—La primera vez que lo vi me encontraba en el patio de la Escuela Superior de Música. Lo avisté en el segundo piso con un abrigo café y una maleta de negocios gigante en donde guardaba sus partituras.

Minutos después de ese primer contacto visual se lo presentaron. Ella le dio la bienvenida a la institución en su condición de colega.

Desde el primer momento hubo empatía.

—Comenzamos a vernos y a hablar en la institución. Tiempo después, aprovechando que entre semana pasaba en su carro todos los días cerca de mi casa camino a la Escuela de Música, se ofreció a recogerme y llevarme. Los sábados o domingos lo acompañaba a visitar algunos municipios cercanos. Con frecuencia lo invitaba a mi casa y mi madre le ofrecía café, que a él le encantaba.

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En 1982, Carmen Elisa tenía 22 años cumplidos. De físico atractivo, estatura mediana, cuerpo estilizado, rostro ovalado y ligeramente alargado en la parte inferior, frente despejada, labios bien delineados, nariz griega, ojos expresivos y negros, pómulos altos y discretos, mentón suave y redondeado, cabello negro, abundante y peinado en ondas. Personalidad arrolladora y segura, temperamento social y optimista.

A ella la conocí en 1978 porque su familia era, y lo sigue siendo, muy allegada a la de quien por esos días era mi novia y ahora es mi esposa. Las dos nacieron en San Mateo y se llevan cuatro meses de diferencia. Ella asistió a mi matrimonio y se ganó el ramo de la novia.

Cuando entró a trabajar al Colegio de Boyacá se destacó por su proactividad y liderazgo. Se hizo visible no solo entre sus compañeros de trabajo sino de funcionarios y asesores de las instituciones oficiales encargadas de supervisar y orientar las entidades educativas, tanto que uno de ellos le sugirió adelantar una maestría en Bogotá y otro le ayudó a conseguir un cargo en esa ciudad (directora académica del Colegio Nueva York) cuando comenzó a cursar la maestría.

El trato entre los dos, aunque cercano, fue formal durante los cuatro años que Stanley estuvo en Tunja.

—Desde muy joven siempre tuve novio. Inclusive con uno de ellos pensé en serio, aunque para mí el matrimonio no fue una opción tan inmediata. Llegado el momento de comprometerme me decía: ¿seré capaz de casarme con esta persona para el resto de la vida? Y mi respuesta siempre era: de pronto no.

Cuando él se instaló de nuevo en los Estados Unidos y ella estaba trabajando en el Colegio Nueva York en Bogotá comenzaron a escribirse.

—Producto de esa correspondencia comencé a revaluar mi relación con él y me dije: wao, esto es muy raro porque nos extrañamos. En Tunja éramos buenos amigos, pero nunca me imaginé que íbamos a terminar casados. Nuestros mensajes escritos se volvieron muy frecuentes, pero mantuve mi posición de buena amiga hasta cuando en una nota me escribió: “es que tú no me entiendes, esto es en serio”. Entonces vino a Bogotá y me propuso matrimonio.Él se regresó a Connecticut. Ella al poco tiempo viajó a esa ciudad situada en la costa Este de los Estados Unidos, a dos horas de Nueva York y a dos horas de Boston. Allí permaneció dos meses. Regresó a Bogotá, terminó su maestría en la Universidad Pedagógica Nacional, renunció a su cargo en Bogotá y se fue para Connecticut.

— Nos casamos en Hartford, Connecticut un día de verano, el 20 de agosto 1988, en el Saint Elizabeth Park, acompañados por sus hijos Mathew y Courtney. Vivimos cinco años en Connecticut, en donde aprendí inglés y comencé a trabajar en una ONG. Luego salimos para Indiana en 1991. Él asumió la dirección de la Orquesta en la Universidad de Butler en Indianápolis y yo me vinculé como educadora de extensión en la Universidad de Purdue en las áreas de desarrollo económico, liderazgo, competencia cultural y diversidad por 27 años.

Tienen un hijo: Cristian. Nació el 17 de enero de 1995. Es administrador agropecuario, está casado con una colombiana. De esa unión nació Oliver, el nieto consentido de Stanley y Carmen Elisa.

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A este director de orquesta lo conocí a mediados de 1982. El entonces director del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, ICBA Gustavo Mateus Cortés estaba feliz de la llegada de Stanley como director de la Banda Sinfónica de Vientos de Boyacá. Un día fui a su oficina y le dije que deseaba conocer al nuevo director de la banda.

—Él en este momento se encuentra en ensayo en la iglesia de San Ignacio, no podemos interrumpirlo — me dijo.

Le insistí para que me llevara a verlo, prometiéndole que lo miraría de lejos y no lo abordaría. No puso obstáculo, salimos del Palacio de Servicios Culturales en la plaza de Bolívar con dirección al templo mencionado, localizado a cuadra y media de distancia. Con todas las precauciones de no hacer ruido entramos por una puerta lateral y nos situamos cerca de la sacristía. Contiguo al altar estaba el director de la banda. Centré mi vista en él. Tenía un vestido de paño oscuro, camisa blanca, corbata color rojo vino, zapatos negros resplandecientes. Me llamó la atención su corpulencia y estatura, que calculé cercana al metro con ochenta y cinco centímetros. Al detallar otros de sus rasgos físicos noté la forma ovalada y ancha de su rostro, la blancura de su faz, el castaño de su cabello, el azul de sus ojos, la simetría de sus labios, la redondez de sus pómulos y mentón, la amplitud de su frente y la profundidad de las entradas de esta en el cuero cabelludo.

—¡Por favor, Camilo, ¡corcheas! —le escuché decir en ese momento, al impartirle una instrucción al músico encargado de la percusión. Su voz me pareció suave y consistente.

Mientras estuvo en Tunja (1982-1986) nunca hablé con él, pero sí asistí, con pleno disfrute, a muchos de los conciertos que dirigió en el templo de San Ignacio y en otros escenarios de Boyacá. La primera vez que lo saludé personalmente fue 10 años después de su regresó a los Estados Unidos, durante uno de sus desplazamientos que hizo a Tunja en compañía de Carmen Elisa, en noviembre de 1996. En esa ocasión junto con mi esposa invitamos a los DeRusha a una cena en el restaurante del Club del Comercio de Tunja para agradecerles las atenciones que les brindaron, primero a mi hijo mayor y luego a mi esposa, en su residencia situada en las afueras de Indianápolis, en el exclusivo sector campestre de El Carmel. Mi hijo fue recibido un fin de semana durante su estadía en la cercana localidad de Jeffersonville, donde, en desarrollo de un intercambio cultural con el Colegio Boyacá de Tunja, cursó el último año de High School. Mi esposa, por su parte, se hospedó unos días allí cuando asistió al grado de nuestro hijo, a mediados de 1995.

Después nos hemos encontrado en varias ocasiones, sobre todo en reuniones propiciadas por la familia de Carmen Elisa.

Dos han sido las veces en que he sostenido largas conversaciones con él. La primera fue el sábado 12 de junio de 2021 en su casa de Villa de Leyva, cuando acudí para comentarle mi interés en elaborarle un perfil. La segunda ocurrió el sábado 10 de julio del mismo año. En esta me recibió por varias horas. En el estudio me contó su vida, me mostró la pipa que ha utilizado desde joven e interpretó unos acordes en la armónica que su abuelo trajo de Francia y que guarda como una joya.

Estos dos encuentros fueron placenteros para mí, porque, además de ser tratado con calidez, disfruté del hermoso paisaje que se observa desde la residencia de los DeRusha.

Aquella casa se encuentra situada en una loma cercana al poblado. Desde allí se observan la ondulante topografía, el verdor de los olivares, el ocre lejano de algunos riscos, la frescura de los pastizales, el colorido de las flores silvestres y de las pertenecientes a jardines elaborados con delicadeza y esmero. A lo lejos se aprecian los grises y afilados collados que circundan a Villa de Leyva, vigilados por perezosas nubes espesas que no logran oscurecer la claridad del valle.

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Además de formidable director orquestal se le considera un ser humano especial. Quienes han tenido la oportunidad de tratarlo, hablan bien de él.

Fabio Raúl Mesa Ruiz, licenciado en música de la Pedagógica Nacional y becario del Instituto Interamericano de Musicología y Folclor de Caracas en el programa de dirección musical y profesor de la Escuela Superior de Música de Tunja aprecia a Stanley DeRusha.

—Es un músico muy bien formado, de grandes virtudes artísticas y de excelsas calidades humanas. Yo tuve la oportunidad de ver su magnífico desempeño como director de la Sinfónica de Vientos de Boyacá.

Reconoce su contribución a la ejecución musical en Colombia.

—Le aportó un nivel muy alto a la música no solo en Boyacá sino en Colombia. Al ser una persona extranjera, todo el mundo estuvo pendiente de sus actividades y eso ayudó a que la calidad de todas las agrupaciones en Tunja y Boyacá fuera creciendo.

Camilo Venegas Alba ha sido en los últimos tiempos el percusionista sinfónico y folclórico de mayor reconocimiento en Boyacá. Nació en Toca, cursó el bachillerato en la Normal de Varones de Tunja, estudió en la Escuela Superior de Música de Tunja y se graduó como licenciado en pedagogía musical en la Universidad Pedagógica de Colombia en Bogotá. Tenía 26 años y llevaba 6 vinculado a la Sinfónica de Vientos de Boyacá cuando llegó Stanley a dirigir esta agrupación musical.

—Lo primero que hizo al subirse al podio de director fue saludar y decir: “bienvenidos a esta nueva etapa de la sinfónica”. De su carpeta sacó una partitura: la del himno nacional de Colombia —recuerda Camilo—. Entonces interpretamos el himno nacional. Lo dirigió a la maravilla porque tiene una forma muy clara de hacerse entender con su batuta, con sus gestos. No solo son los movimientos de sus manos, sino de la cabeza, los hombros, la mirada. Eso expresa mucho y en ese sentido la comunicación fue directa.

Evoca que:

—Inmediatamente terminó la primera interpretación se dirigió a mí, que era quien manejaba el redoblante y me dijo: “Por favor, un redoble calderón”. Yo lo toqué y sobre ese redoble arrancó la interpretación del himno nacional: Eso sonó: prurrrrrrrr pam…pararan, pam pam pamm pam… Para mí fue un motivo de mucha alegría que me depositara su confianza. Nos comunicamos muy bien. Yo le puse el sabor con mi percusión. Fue el arreglo que le hizo al himno nacional. Consistió en tener el redoblante al estilo parada; es decir, le colocó una fanfarria inicial.

Considera que es un hombre muy sensible que, a pesar de expresarse en otro idioma, a través de la música se comunicó con los integrantes de la banda de manera fácil y rápida.

Se enorgullece de la cercanía profesional que logró con él.

—Personalmente tuve con el maestro Stanley una relación muy estrecha porque el desempeño mío le agradó, me hizo sugerencias e inclusive me consultó algunas situaciones especiales para la interpretación de los instrumentos. Hubo una confraternidad a pesar de la distancia de la cultura, del idioma, de la edad, del estatus de él como director y del mío como músico.

Reconoce que influyó de manera determinante en su vida.

—Este maestro significó mucho dentro de la Sinfónica de Vientos de Boyacá. Motivó en mí una superación en el desarrollo de mi actividad artística, me condujo a profundizar mis estudios, a ser más profesional, a tener más clara mi orientación hacia mi vocación musical, disciplinó mi forma de vida. Digamos que también su ejemplo de actitud frente al mundo artístico se convirtió en un referente en aquella época para que junto con muchos compañeros tuviéramos una proyección al futuro mucho más segura.

Lo define como:

—Un músico muy experimentado, capacitado, con mucha sabiduría, pero a la vez, una persona que compartió todos sus conocimientos con sus discípulos.

Es enfático en señalar que:

—Nos puso a marchar de una manera exigente, tanto que la Sinfónica bajo su dirección tuvo su época dorada. Yo a él le debo mucho. Él es un gran formador.

El profesor Isaías Centeno, suegro de Stanley, estuvo pasando algunas temporadas en Indianápolis en la casa de él y ha vivido varios meses en Villa de Leyva. Lo respeta y admira. Exalta su calidad humana.

—Él primero escucha y después trata de entenderlo a uno. Yo poco lo molesto. Es una persona noble y respetuosa. Jamás, en los más de 40 años que lo he tratado le he visto una actitud de hosquedad. Su gran felicidad es atender bien a sus invitados.

Gloria Díaz de Centeno, su suegra, vivió en Indianápolis con ocasión del nacimiento de su nieto Cristian. Le ayudó a su hija en el cuidado del niño durante más de un año. En ese periodo conoció muy de cerca a Stanley.

Lo describe como un músico excepcional, una persona correcta, caritativa, disciplinada en su trabajo, excelente cocinero, amante de los buenos carros y enamorado de Villa de Leyva.

En el campo musical, presenció actuaciones exitosas de él.

—Mire Gustavo, usted hubiera asistido a esos conciertos que el dirigía en Indianápolis. Ay, a mí no se me olvidará un concierto de más de 300 voces de niños, un siete de diciembre.

¡No se imagina la belleza! ¡Uy! todos los asistentes se pusieron de pie y lo aplaudieron como media hora.

Resalta la gran atracción que él siempre ha sentido por Villa de Leyva.

—Él dice que allá se siente divinamente. No le gusta salir a ninguna parte porque quiere estar observando las montañas, disfrutando la salida del sol, los atardeceres. Desde allá lo ve todo.

Sobre la faceta como cocinero revela:

—Él es un gran chef. En Indiana él siempre preparaba la cena. Además, con frecuencia tenían muchos invitados para quienes elaboraba comidas exquisitas. Me fascinaban unas costillas de cerdo que las dejaba seis horas en un ahumador; ¡oh, eran muy deliciosas! Hacía una torta de mazorca exquisita. Para el Día de Acción de Gracias preparaba unos pavos que los ponía desde las dos de la mañana hasta las ocho de la noche.


En cuanto a la afición por los carros comenta:

— Él tenía un Porsche. Desarrollaba una velocidad bárbara. Cuando lo acompañaba a hacer mercado en Indianápolis y comenzaba a subirle a la velocidad yo le decía: “Conmigo no corra, no corra por favor”.

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Con decisión Stanley ha respaldado iniciativas de su esposa para impulsar la música colombiana y latinoamericana como la presentación en los Estados Unidos, en 1999, de la Estudiantina Boyacá.

—La estudiantina Boyacá tuvo la feliz oportunidad de ser invitada por la Sociedad de Amigos de Colombia en Indianápolis gracias al liderazgo de Carmen Elisa Centeno y el apoyo de su esposo —recuerda Camilo Venegas.

Durante esta gira se realizaron conciertos en Indianápolis, Chicago y Miami. En las mismas ciudades se efectuaron conferencias, conversatorios e interacción con grupos musicales locales en teatros y colegios. El acto central fue el concierto “Viva Colombia” en Indianápolis.

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—Cuando llegó a Villa de Leyva en 2018 se preguntó: “¿Ahora que voy a hacer? Sabía que debía ser algo relacionado con la música porque ha sido un ser humano dedicado a esta actividad. Nunca ha hecho nada diferente. Comenzó a tocar saxofón, clarinete y flauta a los 14 años. Desde entonces está dedicado a la música como intérprete, director de orquesta y profesor. Se le ocurrió constituir una agrupación musical. En Indiana había creado Pro-Arte Orquesta. Entonces retomó ese nombre para su grupo en Villa de Leyva —relata Carmen Elisa.

Los dos iniciaron este proyecto, él manejando la parte musical y ella, la administrativa. Consideraron que Villa de Leyva era terreno abonado para tal propósito.

—En Villa de Leyva hay gente que ama y aprecia la música en vivo. Para muchas de estas personas, que son de una generación parecida a la nuestra, desplazarse a Bogotá es complicado y ya tampoco lo quieren hacer. Entonces, tener un concierto de alta calidad a dos cuadras de su casa o a 10 minutos de donde viven es un enriquecimiento para su vida —ha explicado Carmen Elisa.

Los esposos DeRusha crearon la Orquesta de Cámara Pro Arte en Villa de Leyva en 2018 y presentaron su primer concierto en octubre de 2018. El último fue el 24 de noviembre de 2024 en Tunja.

En seis años ofrecieron 30 conciertos, todos bien acogidos por el público. El estreno de cada uno lo hicieron en Villa de Leyva y luego lo repitieron en Bogotá y Tunja.

—Con la orquesta nos fue bien, pero dada la etapa de madurez en que él está entrando, la preparación de los programas, los ensayos y los desplazamientos le demandan unos esfuerzos físicos muy desgastantes.

Cuando se conoció en Villa de Leyva la noticia de la clausura de actividades de la Orquesta de Cámara Pro-Arte hubo revuelo. La reconocida pianista colombiana Marjorie Tanaka, formadora de toda una generación musical, quien reside en esta localidad boyacense desde hace varios años, les escribió a los esposos DeRusha: “Carmen Elisa y Stan gracias por esos conciertos que nos llenaron el alma con hermosa música, nos han hecho falta y nos harán falta, espero que nos encontremos de vez en cuando en el pueblo”. La arquitecta Pilar Sanclemente, quien ha sido la organizadora del Festival de Música Antigua en Villa de Leyva les envió este mensaje: “Me alegra saber que los seguiremos viendo por ahí y los conciertos nos van a hacer falta, pero lo más importante es que han hecho una labor maravillosa durante estos años”.

Otras notas que han recibido dicen: “Gracias por esos lindos espacios que generaron”; “Lo que tú y Stan han hecho no tiene precio, bien ganado tienen el título de mecenas eméritos en nuestra comunidad y, además, siempre tendrán nuestro cariño y admiración”; “Qué pesar, como diría Pedro Vargas: muy agradecido, muy agradecido y muy agradecido”.

Quizá el mensaje que más interpretó ese momento vivido en Villa de Leyva en noviembre de 2024 es el siguiente: “Mil gracias a Stan y a Carmen Elisa por tan extraordinario aporte a la cultura. Los conciertos fueron la etapa más bella de Villa de Leyva. Larga vida al maestro Stan”.


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