
Las muy cercanas relaciones que los habitantes del Valle de Iraca han mantenido con los llanos, en especial con Casanare, pueden remontarse a milenios.
Basta imaginar las filas indias atravesando la cordillera en dirección al piedemonte en búsqueda de plantas medicinales, animales de caza y aves como los loros y papagayos con plumas de diversos colores usadas como especial decoración en sus festejos.
En sus itinerarios, como era costumbre en su particular forma de trueque, debieron de llevar obsequios para los indios como las comunidades sálibe o de los piapoco.
Los estudios de los caminos reales y la reciente tradición dan cuenta de varias alternativas de viaje, entre estas dos regiones —cito los nombres de los sitios actuales— una es la que arrancaba por Mongua hasta llegar a Labranzagrande y de aquí a Nunchía y luego a Paz de Ariporo.
Otra consistía en subir hasta Aquitania y siguiendo –en descenso— por el río Cusiana para pasar por las salinas de Chámeza, Pajarito, Aguazul y alcanzar la llanura interminable. El camino de regreso se haría, años más tarde, acompañando las ganaderías para su venta en Sogamoso que, para esas épocas se realizaban de fines y comienzos de cada año y que, además, se detenían a descansar en Corrales, de ahí el nombre del municipio.
Por estos caminos debieron de transitar los muiscas, en una faraónica travesía, cuando trajeron los voluminosos y pesadísimos troncos –de varias decenas de metros y toneladas de peso— de ese árbol maravilloso e ‘inmortal’ que es el guayacán, con el que erigieron el Templo del Sol, sin otra ayuda que su ingenio y sus propios músculos.
Hoy podemos apreciar la majestuosidad del guayacán en el actual Templo reconstruido del Museo Arqueológico Eliécer Silva Celis, con troncos de más de 400 años de existencia.
Desde las épocas remotas de los inicios y asentamiento de la ganadería heredamos nuestros vínculos con la llanura, sin dejar de lado que cuando en el entonces Virreinato de la Nueva Granada irrumpió la Revolución Comunera de 1781 por todo este oriente granadino, varios pueblos casanareños, como Támara y Pore adhirieron a su causa, bajo el mando del sogamoseño Juan Lorenzo Alcantús.
Así mismo, en la Campaña Libertadora de 1819 fueron muchos los llaneros, hoy venezolanos y colombianos, que se alistaron en las filas del ejército Libertador. De la historia de Sogamoso no podemos olvidar que los esposos
Romualdo Eslava y Estefanía Neira tenían un taller de fabricación de ropa para los patriotas que ya se encontraban en Casanare y se proponían venir hacia la cordillera.
De manera clandestina, Don Romualdo marchó con el cargamento de ropa hacia los Llanos a la madrugada del 2 de enero de 1818, pero, con tan mala suerte, que alguien le informó al ejército realista del coronel Barreiro, acantonado en Sogamoso, de lo que fabricaban y para quienes estaban destinados los resultados de los trabajos de la casa de los esposos Eslava Neira. Sin mediar mucho tiempo y aún menos cualquier juicio, doña Estefanía Neira fue apresada y fusilada en la Plaza de la Villa, el 18 de enero de ese mismo año.
Poco se ha hablado de cómo lograron pasar por el páramo los patriotas que venían de Venezuela. Estos son lugares que permanecen nublados de manera casi permanente, sin embargo, las tropas cruzaron y obviando tropiezos encontraron el camino. Esto solamente pudo lograrse gracias a que hubo alguien que los orientó y condujo por los caminos correctos. Sin duda fueron indios quienes, desde siglos atrás, los recorrían con conocimiento y pericia.
Es el resultado de años del recorrer de las comunidades de estos sectores, incluido Sogamoso, entre cuyos hábitos estaba el de transitar con naturalidad por estos fríos caminos veredales.
Otro aspecto que resalta de esta íntima relación entre las dos regiones indudablemente figura el de la ganadería que desde muchos años ha servido para estrechar vínculos de todo orden. De acuerdo con resultados de investigaciones, los primeros bovinos que ingresaron a Casanare los llevaron los jesuitas hacia 1661 desde sus haciendas que poseían en el altiplano cundiboyacense.
Para su traslado fue utilizada la mano de obra indígena y de la progresiva e inexperta, por entonces, peonada mestiza. Para llevar las ganaderías tuvieron que haber transitado por los caminos indígenas para llegar al piedemonte y dentro de la mano utilizada se contó con la de los habitantes del valle de Sogamoso.
Así se comprende mejor la gran atracción que siempre ha existido de nuestros paisanos por la llanura y hasta hace poco por los trabajos de ganadería y afines.
Los otrora ‘trabajos del Llano’, como las ganaderías trashumantes, el herraje, los baños del ganado para su desparasitación y todas las faenas acompañantes, cesaron para darle paso a la modernización; sin embargo, permanecen en el inconsciente colectivo sogamoseño costumbres, ritos, formas de vestir, mitos y el folclor, todo de origen llanero.
También es de tener presente que muchas familias decidieron viajar e instalarse para realizar sus vidas, junto con sus proles, en la tierra plana. Se recuerdan especialmente y con afecto personajes como Heliodoro Reina Moreno, Ciro y Eduardo Reina Freintcher, Julio Ríos, Eleuterio Avella Michelangelli, Gustavo Moreno, los Barrera, Sergio Reyes y Ernesto Reyes Elicechea, entre muchos otros, y que los historiadores casanareños han registrado en varias de sus obras publicadas.
Las centurias vividas –tal vez milenios— de contactos e intercambios permanentes aún permanecen pese a, como decía, la modernización y las tecnologías. Se dice por ejemplo que en Sogamoso se consume la carne a la llanera mejor preparada que en el mismo Llano y que se escuchan más, a través de los medios de comunicación locales, los joropos, pasajes y demás muestras musicales que en muchos municipios de Casanare.
Tal vez debido a la invasión de ritmos modernos, que son grandes proyectos económicos de poderosas empresas, pero con poco mensaje, al contrario de los proyectos culturales folclóricos de trascendencia que perduran en el tiempo y su contenido es más apreciado por su riqueza musical y artística.