
Cuando hablamos de medio ambiente en Colombia no nos referimos únicamente a árboles o ríos: hablamos de nuestra vida, de nuestra seguridad alimentaria, de la salud de nuestras familias y del futuro de las próximas generaciones.
Durante años hemos visto el cuidado ambiental como una obligación, casi como un peso que se impone desde afuera. Sin embargo, en mi experiencia como servidora pública y como mujer boyacense, estoy convencida de que no se trata solo de una responsabilidad: es una oportunidad. Una oportunidad para transformar la manera en que producimos, consumimos y soñamos el desarrollo de nuestra región y de todo el país.
Boyacá es un territorio privilegiado y, al mismo tiempo, profundamente vulnerable. Aquí nacen los páramos más importantes del país: el de Pisba, el de Ocetá, el de Rabanal y el de Iguaque, que no son simples paisajes, sino fábricas de agua que abastecen a millones de colombianos. Estos ecosistemas son tan valiosos que cuidar de ellos significa garantizar agua potable para ciudades como Tunja, Duitama, Sogamoso y, más allá, incluso para Bogotá.
También somos tierra de lagunas sagradas y de ríos que dan vida a nuestros cultivos: el Chicamocha, el Lengupá, el Suárez. Ríos que, en lugar de contaminar, deberíamos recuperar y convertir en ejes de turismo sostenible, deportes de aventura y educación ambiental.
En las montañas de Monguí y Tópaga, por ejemplo, aún encontramos familias que conservan la tradición de la agricultura limpia, sembrando papa y hortalizas sin romper el equilibrio con la tierra. En municipios como Villa de Leyva e Iza, el turismo ecológico y de bienestar se convierte en motor económico cuando se apuesta por el respeto a la naturaleza. Y en Tibasosa, mi tierra, demostramos que se pueden implementar proyectos sostenibles, desde el manejo de residuos hasta el sistema municipal de áreas protegidas.
La crisis climática nos golpea a todos. Lo vemos en las sequías que afectan a los agricultores del Valle de Tenza, en las lluvias cada vez más impredecibles que ponen en riesgo los cultivos de la provincia de Sugamuxi, o en la presión minera que amenaza páramos enteros. Pero también vemos que cada reto encierra una oportunidad: energías limpias en la zona de El Cocuy, mercados verdes y orgánicos en las plazas de mercado de Nobsa o Paipa, proyectos comunitarios de conservación en Soatá y Santa María.
El mundo camina hacia la sostenibilidad, y Boyacá puede y debe ser el ejemplo. No es un discurso romántico: es una estrategia real para generar empleo, para diversificar nuestra economía y para garantizar que nuestros hijos encuentren un territorio vivo, fértil y orgulloso de sus raíces.
Cuidar del medio ambiente no es solo sembrar un árbol ni hablar de reciclar: es cambiar la forma en que entendemos el progreso. Y Boyacá, con su agua, sus páramos y su gente sabia y trabajadora, tiene la posibilidad de mostrarle a Colombia que es posible crecer sin destruir, que es posible avanzar sin perder lo esencial.
Cuidar lo nuestro es también cuidarnos a nosotros mismos. Y desde esta tierra bendita tenemos la oportunidad de liderar ese camino para todo el país.