Mauricio Quijano Rico, sogacasanareño, coplero, chalán, caballicero y ¡hembrero!

Aterrizar un avión en El Crucero, en la alta montaña en la carretera Sogamoso-Aquitania, lograr tomar tierra segundos antes de que estallaran los explosivos que transportaba en su aeronave, capotear una tempestad dentro de una nube  cumulonimbus con un PA-18, a 9.000 pies de altura, y ser el comandante de aeronaves de varios presidentes de Colombia, hacen parte de la ‘saga’ que un buen guionista podría convertir en una apasionante serie cinematográfica.

El capitán de aviación Mauricio Quijano Rico, izquierda en la foto, con el presidente de Colombia Julio César Turbay Ayala. Foto: archivo particular

Se trata del capitán de aviación Mauricio Quijano Rico, piloto de aviones, poeta relancino, cantor del paisaje de su tierra, Sogamoso del alma, coplero, chalán, caballicero, soguero, experto en armas de fuego, su pasión, y como todo sogacasanareño, ¡hembrero¡

Su historia se remonta al año 1920, cuando Marco Antonio Quijano Niño le dio por dejar la brillante profesión de abogado para aventurarse a colonizar las tierras del llano, por los lados del caño Güirripa, donde fundó la hacienda Las Margaritas, con 200 novillas, gracias a una compañía que logró concretar con Carlos y Joaquín Rico del Castillo, sus tíos. Así llegó el niño Mauricio Quijano al agreste Casanare, de la mano de su padre.

En 1953, recién pasada ‘la Guerra’ entre el Gobierno y las Guerrillas del Llano, realizó su primer viaje de copiloto a Maní, a bordo del ‘El Colirrojo’, un avión DC-3 que comandaba el capitán Pote Gutiérrez y que operaba con base en Sogamoso, desde donde volaban Avianca, Afripesca, Taboy, Taxader, FAC y el avión de Acerías Paz del Río.

Sogamoso fue para la época la ciudad de mayor importancia como puerto aéreo del oriente colombiano.

Mauricio se vinculó desde muy joven a los llanos de Casanare, en las zonas de Paz de Ariporo y Yopal, primero como llanero de ‘pata al suelo’, y luego como piloto comercial. Todo forma parte de diversos e interesantes capítulos vividos, trajinando los caminos ganaderos, las sabanas bravías, desafiando los toros cimarrones, la amistad y el cariño de sus amigos llaneros y boyacenses allanerados, la mayoría habían sido sus compañeros de pilatunas en el Colegio de Sugamuxi, como los Tarache, Granados, Barragán, Barrera, Valderrama, Reyes, Moreno, Díaz, Sanabria, Castro, Benavides, Ballesteros, Jiménez, Vargas, Correa, Berroterán, Chaparro, Bravo, Rivera, García, Perdomo y otros tantos con hondas raíces sogamoseñas que conquistaron las bravas tierras llaneras.

De sus vuelos registrados en la historia de la aviación civil se destaca un vuelo entre Arauca y Villavicencio, al mando de un avión Piper PA-18 matrícula HK-1117G, de la Defensa Civil Colombiana, sin pasajeros, saliendo a las 9:30 de la mañana. Cuando volaba en proximidades del río Casanare, ingresa a 9.000 pies de altura en una nube aparentemente inofensiva; el avión no tenía radio, no tenía horizonte artificial, apenas una brújula, palo & bola, tacómetro, indicador de gasolina que era un tubo de vidrio con un corchito redondo en la parte superior de la cabina izquierda, presión de aceite del motor, pedales y palanca de control en lugar de timón; así era, solo se podía volar en condiciones visuales.

Por la fuerza de los vientos, el avión entró en barrena, es decir, se precipitó nariz abajo hacia la tierra, girando vertiginosamente, sin poder ver más allá de la cabina, con las fuerzas descomunales de la velocidad y los giros, arrancaron las ventanas laterales; después de la tercera vuelta de barrena sólo queda rezar, soltar los comandos y encomendarse a Dios, esperar la muerte y gritar ¡madre mía! De súbito, a unos 200 pies de la selva, el avión queda visual: medio turulato recobró la estabilidad inherente, recuperó el mando y quedó volando de nuevo horizontalmente.

El avión había perdido los plexiglass de la puerta; utilizó la brújula y se dirigió a la pista más cercana, Puerto Rondón, donde logró aterrizar y evaluar los daños, que eran serios. Pero tenía que seguir, entonces se fue al pueblo y compró todos los rollos de esparadrapo que había, unos pedazos de alambre dulce y unos trozos de bambú, tapó los rotos de la estructura, de la cola y el timón de dirección con esparadrapo, amarró las varillas de bambú con el alambre y a ¡volar! con una buena dosis de suerte, de valor y de locura.

Mauricio Quijano Rico, en las faenas del llano. Foto: archivo particular

El problema fue cuando aterrizó en el aeropuerto de Vanguardia: el control de tráfico aéreo le informó al capitán Hernán Plazas Olarte, sogamoseño por más señas, quien era el jefe de la Dirección de Aeronáutica Civil, que había aterrizado un avión muy maltrecho.

El capitán Plazas Olarte practicó una inspección y con las manos apretándose la cabeza, dijo: “¡este no es un buen piloto, es un suicida!”.

Buscando en el baúl de los recuerdos nos encontramos con el comienzo de un escrito de Mauricio Quijano, el poeta, ‘El llano que conocí’: vengan mis nietos del alma, acomódense a mi lado y escuchen este relato. Es vieja historia llanera con los recuerdos de niño, cuando por primera vez y de esto hace muchos años, me trajo mi señor padre, hasta el pueblo de Maní……..

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