
Estos días, nuestras carreteras, municipios y plazas han sido escenario de paros que involucran a campesinos, paperos, lecheros, mineros y comunidades parameras. Detrás de cada protesta hay historias que se sienten en el alma: la finca de don Manuel que no logra vender su cosecha por lo menos a precio justo; la lechera doña María que ve cómo se daña su producto porque no hay transporte o también los precios no justifican o no hay quién le compre; el minero que teme quedarse sin sustento por trámites enredados y papeles que nadie le explicó bien, o porque le exigen acabar con su trabajo ancestral, sin darle una nueva oportunidad de vida.
No son cifras frías ni titulares lejanos, son familias, vecinos, compadres de toda la vida, golpeados por esta situación.
Y claro, cuando la incertidumbre aprieta y los compromisos se quedan en promesas, la rabia crece. Pero también sé, porque lo he vivido, que las soluciones de verdad no nacen de gritarnos más fuerte, sino de sentarnos a hablar con seriedad. Y hablo de conversaciones que dejen algo concreto: fechas, responsables, tareas claras… no esas mesas que se quedan en el aire y que a los pocos días nadie recuerda, como ya ha sucedido con el Gobierno nacional y/o departamental.
Las consecuencias ya se dieron. Se han perdido millones en comercio, turismo y transporte. Toneladas de papa se quedaron a la orilla de la carretera, o en los surcos, miles de litros de leche terminaron en el suelo, o con más bajo precio; hoteles y restaurantes que se quedaron sin clientes por las cancelaciones, y las empresas de transporte apenas sí pudieron operar.
Esto no golpea solo al productor, también le pega al tendero de la esquina, al camionero, al mecánico y hasta al joven que vive de las propinas en el parque.
Hoy Boyacá necesita un pacto de corresponsabilidad un pacto pero de verdad. El Gobierno tiene que cumplir lo que firma, y los productores necesitan ver que su trabajo vale el esfuerzo: precios justos, acceso a mercados y ayuda real para formalizarse, leyes pegadas a la realidad material. Y nosotros, como ciudadanos, tenemos que apoyarnos: comprar lo nuestro, apoyar lo que sale de nuestra tierra.
Porque el progreso de verdad no es el que divide entre ganadores y perdedores, sino el que reparte oportunidades. Si cada quien cede un poquito, todos salimos ganando.
Boyacá ya ha pasado pruebas duras: cuando las heladas quemaron nuestros cultivos, cuando la industria flaqueó, cuando nos tocó el paro agrícola más fuerte en décadas, en fin, tantas realidades sentidas hasta el hueso. Y aquí seguimos. Si nos reconocemos en el otro, si unos pocos no hacen uso del sentir en el otro de manera oportunista y sin dolor ajeno, si dejamos de lado el orgullo y nos ponemos a trabajar juntos, también saldremos adelante esta vez… otra vez…
Que este momento no nos deje con más distancia, sino con más ganas de apoyarnos. Al final, aquí vivimos todos, respiramos el mismo aire frío de la mañana y tomamos la misma agua que baja de nuestros páramos. Lo que pase ahora, para bien o para mal, lo vamos a sentir todos. Y yo elijo creer que, como siempre, Boyacá va a salir más fuerte, por que Boyacá creo en ti.