
Para el mes de mayo de 1970, el crudo invierno dejó decenas de víctimas a lo largo del río Meta, especialmente en la población de Orocué, donde colonos llegados de diferentes lugares del país, de Venezuela y de Europa luchaban junto con indígenas (guahibos, piaroas y wötjüjas) por ponerse a salvo de las aguas que con fiereza arremetían contra todo lo que se encontraba en el camino.
De tal magnitud fue la emergencia, que el gobernador de Boyacá, Octavio Rosselli Quijano, recurrió ante el presidente Carlos Lleras Restrepo para pedirle ayuda humanitaria y conformar una comisión de atención del desastre que estaban padeciendo los habitantes ribereños de las poblaciones boyacenses del río Meta.
El presidente acató el pedido y constituyó la comisión humanitaria, integrada por el político conservador de Boyacá Humberto Ávila Mora; el ministro de Gobierno, Carlos Augusto Noriega, y de Salud, Antonio Ordóñez; los comandantes del Ejército y del DAS Rural; varios profesionales de la salud y otros altos funcionarios de la nación y Boyacá, además de la candidata del Valle al Reinado de Cartagena, Magnolia Enríquez Montaño.
Vestida con finas ropas, medias veladas y un par de zapatos con unos tacones puntilla, que destacaban lo esbelto de la figura de mujer propia del Valle del Cauca, más exactamente, de Palmira señorial, la candidata aceptó la designación presidencial e hizo parte de la comisión humanitaria que viajaría a Orocué, llevando tiendas de campaña, colchones, mantas, víveres, fogones de queroseno, medicinas polivalentes contra la mordeduras de serpientes y otros elementos para tratar de mitigar la miseria que estaba causando el invierno en la inhóspita tierra llanera.

Magnolia Enríquez Montaño, la reina del Valle del Cauca que llegó a Casanare en una misión humanitaria y se quedó a vivir en estos llanos. Foto: Boyacá Sie7e Días
La primera sorpresa que se llevó la ‘voluntaria’ fue abordar en el aeropuerto de Catam un avión DC3, que seguramente habría servido de bombardero en la guerra de los años 40 y que quién sabe si podría aún volar y llegar a las lejanas tierras del Casanare. La segunda sorpresa fue que los ministros no llegaron, solo arribaron el político conservador de Boyacá Ávila Mora y otros prominentes delegados nacionales.
Antes de abordar la vieja aeronave la candidata se santiguó y se encomendó a nuestra señora del santuario del Palmar, patrona de su tierra.
Después de más de tres horas de un movido y aterrador vuelo, por culpa del mal tiempo, cubriendo casi 500 kilómetros, el avión extraordinariamente aterrizó en un potrero anegado, sin torre de control ni terminal, un potrero lleno de agua, ¡increíble!
Por la ventanilla logró observar decenas de hombres y niños descamisados, algunas niñas de piel morena que rodeaban la aeronave con el agua que les llegaba por encima de las rodillas; al fondo, algunas chozas de techo de palma y paredes de chonta y guadua. En la parte alta de las casas, entre enseres, perros, gallinas y otros animales domésticos, las personas trataban de ponerse a salvo de la inundación.
A eso había llegado, a ayudar a quienes padecían las agresiones de la temporada invernal, así que, ¡tocó! Aflojó las trabillas que sujetaban los zapatos a sus pies y descalza, a pisar barro. ¡A trabajar!
Del grupo de personas que habían llegado a recibir la comisión humanitaria sobresalió un joven de barba negra, la que se prolongaba hasta el pecho y se mesclaba con los vellos tupidos y encrestados. Difícilmente se podía mover entre el charco de agua, pues tenía una pierna enyesada, producto seguramente de algún accidente.
El hombre, luego de saludar a la comitiva, se dirigió hacia Magnolia, que se cubría de la pertinaz lluvia debajo del ala del avión, y con un gesto de caballerosidad, extraño en estas lejanías, extendió su mano derecha y dijo: “mucho gusto, Getulio Vargas, soy el prefecto de Casanare”.
El prefecto era la máxima autoridad administrativa de este salvaje territorio, llamado Casanare.
Luego de descargar las ayudas, los aviones carretearon en medio de una estela de agua y volaron de regreso a Bogotá, con la promesa de regresar por la tardecita, pero el invierno arreció y los aviones nunca volvieron; total, tocó pernoctar en la zona inundada, con los damnificados.
Al día siguiente, un pequeño avión de Aerotaca llegó a Orocué a rescatar al prefecto, al político Ávila Mora y a Magnolia. Los llevó a un pequeño poblado llamado Yopal.
La reina del Valle nunca regresó a Bogotá, renunció al Reinado de Cartagena, se enamoró del prefecto, Getulio Vargas, con quien se casó gracias al padrinazgo del recién nombrado -por el presidente Misael Pastrana Borrero- gobernador de Boyacá, Humberto Ávila Mora. Se quedó a vivir en Yopal, donde logró ser elegida como la primera mujer concejal, primera gerente de la Caja Nacional de Previsión, primera mujer en ser notaria, secretaria del despacho de la Intendencia y muchas cosas más que se reflejan en los cientos de fotografías y documentos que son la historia viva del pasado y futuro de Casanare, pero, esa es otro Trino de Alcaraván.