
En una clase que estoy cursando llamada, Smart Readings. Leer como escritor, surgió el tema a debatir acerca de la alta literatura y la baja literatura que ha sido controversia en el mundo literario en cuanto a la calidad estética y artística de las obras, el canon al cual se encuentran adheridas y el autor que ha sido exaltado por intelectuales en la materia, de igual forma, está el público que también define estas clasificaciones. Entre esa alta literatura, se encuentran autores clásicos como Dostoyevsky, Dickens, Hemingway, Tolstói, Proust, entre otros grandes escritores, que se desarrollaron entre la pluma y el papel en los siglos XVIII y XX, con una gran genialidad intelectual, creativa e impecable escritura estilística. Además, son referentes literarios para aquellos que quieren comenzar en el arte de escribir, sin embargo, la clasificación que se hace, está permeada por un pensamiento dominante que impone cuestiones de clase social, género, raza y acceso a la educación con una mirada excluyente proveniente de Europa.
En ese sentido, la literatura que han denominado popular o connotada peyorativamente de baja cultura, emerge de las voces que han sido excluidas y que no pertenecen al canon eurocentrista. Una literatura subversiva que nace como contracultura de aquellas expresiones que encontraron en la escritura, un medio que amplifica lo propio y divergente; aquellas singularidades que han sido excluidas y que se manifiestan en temas de feminismo, etnicidad, folclor, géneros policiacos, de ciencia ficción y folclor, propio de cada cultura no perteneciente a la cultura europea.
Escritores latinoamericanos y de otras latitudes de mundo, han subvertido los paradigmas establecidos. Ejemplo de ello, Jorge Luis Borges, que combinó su erudición con lo popular en su texto ‘Ficciones’ (1944). Clarice Lispector, con su obra ‘La hora de la estrella’ (1977), donde su protagonista es una chica simple, anónima, marginada de la sociedad brasileña, pobre y sin educación. Sin embargo, es precisamente esta obra la que rompe esas convenciones de alta y baja literatura a través de su perspectiva narrativa, filosófica y femenina.
En el transcurso de la clase, surgían otros interrogantes que debíamos ahondar, por ejemplo: ¿Existen otros parámetros al margen de los artístico, que conviertan a un texto en literatura de calidad? Partimos de concordar que, una parte esencial de valorar un texto de calidad es que sea un escrito bien estructurado, además, de entrelazar muy bien las temáticas, profundizar una buena trama y construir personajes consistentes que den vida a la historia. En este sentido, no veíamos la necesidad de hacer diferenciación entre diferentes formas de contar historias, pero surgían más cuestionamientos. ¿No son importantes aquellas obras que abordan temas que preocupan en un contexto sociohistórico, que recogen el testimonio de una época, y de una forma de ver el mundo o aquellas que sirven a los intereses de una comunidad?
Por supuesto que son esenciales a la hora de resignificar la otredad. De esta literatura se extraen revoluciones, comprensiones de la propia identidad; capacidad para plasmar de forma certera las condiciones vitales de personas desfavorecidas y la visualización de nuevas corrientes de pensamiento, epistemologías o cosmologías alternas a la occidental.
Al finalizar la clase, fuimos conscientes de que es un dilema complejo de analizar, pero sí es importante cuestionar posicionamientos ideológicos y culturales de ‘alta y baja literatura’, que han empañado grandes obras que no deberían compararse. Desde una perspectiva emergente, debe seguir discutiéndose en espacios académicos y revalorizarse los aportes de las tradiciones y cosmovisiones literarias diversas de todo el mundo.