
—Gustavo, no se vaya aún, voy a presentarle al próximo gerente de Fosfatos de Boyacá —me dijo en su oficina, a finales de 1979, el entonces rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Juan B. Pérez Rubiano, al término de una entrevista que me había concedido.
El rector, por el teléfono interno, le indicó a la recepcionista que condujera a su despacho a la persona que se encontraba en la antesala. A los pocos segundos ingresó un hombre alto, acuerpado, erguido, de caminar rápido y seguro, cabello negro, patillas largas, vestido oscuro, suéter de algodón blanco con cuello tortuga, rostro serio y mirada escrutadora. Saludó al rector, quien, de inmediato me presentó como corresponsal del periódico El Espectador.

—Mucho gusto, Luis Vargas —me manifestó mientras estrechaba con firmeza mi mano.
Era la primera vez que lo veía. Nunca había oído mencionar su nombre. Me llamó la atención el comedimiento y gravedad de sus movimientos. Me despedí sin haber entablado conversación adicional, pues debía desplazarme cuanto antes a mi oficina para redactar el reportaje que acababa de realizarle al rector y, luego, enviarlo al periódico en Bogotá.
Han transcurrido 45 años desde entonces y aún tengo vivos en mi memoria los detalles de aquel encuentro.
Dos años después, con motivo de la celebración del Festival de Bandas de Paipa lo vi en la Oficina de Turismo de esa ciudad. Me le acerqué, lo saludé y me acogió con amabilidad. Hacía parte del comité organizador de aquel evento. Me invitó a un almuerzo que ofrecía en su residencia. Llegué en compañía de mi esposa y de mis dos pequeños hijos. Estaban presentes las autoridades departamentales y municipales, otros periodistas y directores de algunas de las bandas participantes. A partir de entonces surgió una cercanía entre los dos que se cristalizó en una amistad incondicional.
Desde los cargos que desempeñé en el periodismo, en la administración pública departamental y en el Congreso de la República le hice seguimiento a su ejercicio como empresario, líder cívico y concejal de Paipa. Supe de sus logros y de la consolidación de una respetabilidad social e inclusive política en el departamento.
El exsenador Luis Toro Valero me comentó que en alguna ocasión le escuchó al exministro Humberto Ávila Mora hablar de Luis Vargas Gutiérrez con respeto y admiración.
—Resaltaba su prestancia, su espíritu emprendedor y lamentaba que no le hubiese escuchado su llamado a presentarse en los comicios como candidato a corporaciones públicas o cargos de elección popular.
Cuando tuve la oportunidad de acompañar al gobernador José Benigno Perilla en su gabinete como secretario privado supe de la convicción que él tenía de su honorabilidad. Por eso lo designó representante de los empresarios en la Junta Directiva de la Industria Licorera de Boyacá durante el periodo 1995-1997.
En mi condición de director del Noticiero Caracol de Boyacá, que se transmitió a través de Radio La Paz de Paipa, me enteré de su actuar como integrante del Consejo Directivo de la Regional del SENA en Boyacá y fui testigo de su gestión en el Club Rotario en favor de causas comunitarias, no solo a nivel local, departamental y nacional, sino internacional.
Después seguí de cerca su éxito en el sector siderúrgico a través de su empresa Aceros Boyacá y, finalmente, supe de su incursión en el campo turístico.

Genera respeto y se gana la confianza de propios y extraños por su espontaneidad. La capacidad que tiene para relacionarse con los demás le permite trascender barreras sociales y jugar un protagonismo determinante y permanente en sus ámbitos de acción.
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Detrás del portón de su casa, en una sala de estar, Luis Vargas Gutiérrez, en abril de 2023, dos semanas antes de cumplir 91 años, sentado en una cómoda poltrona de cuero caoba, comenzaba a contarme su vida. Una curiosa circunstancia lo impresionó. Su rostro, de serio pasó a risueño.
—Mire ese pajarito —me dijo fascinado y sin retirar la vista de una mirla que acababa de posarse sobre el remate de la fuente de piedra del jardín.
Era una tarde sin sol. A pesar de los nubarrones que cubrían el firmamento, la claridad iluminaba todo y un calor sutil abrigaba el ambiente.
—Venga a mi humilde “Barranco” y aquí hablamos —me había dicho días antes al llamarlo telefónicamente para concretar una cita.
Acudí en la fecha señalada. Me recibió a la entrada de su residencia. Lucía pantalón de dacrón beige, camisa azul marino, suéter de algodón verde manzana y zapatillas marrones. Sostenía en su mano derecha un bastón de madera con empuñadura de carey negro que a los pocos minutos del saludo colocó en un rincón de la sala.
Me impactó el destello de jovialidad que apareció en su rostro.
Al tenerlo de frente aprecié la distinción de su porte y al cabo de los minutos corroboré la contundencia de su carisma.
Su metro con setenta y su andar seguro le configuran una estampa activa que complementan su cabellera blanca, cara ovalada, tez rosada con finos surcos labrados por el tiempo, frente amplia, ojos claros, cejas arqueadas, nariz griega y labios delgados.
Luego de mostrarme la zona social y el estudio de su casa, me invitó a sentarme en el que, después descubrí, es uno de sus rincones preferidos.
A través de los amplios ventanales observé un paisaje acogedor. En primer plano, el prado, la fuente tallada en piedra, las flores, los arbustos de una tupida cerca natural bien conservada; más allá, los tejados y perfiles de edificaciones del casco urbano de Paipa, el lago Sochagota; en lontananza, azules y afilados cerros.
En ese mirador de ensueño, oteando el panorama, comenzó a narrarme sus experiencias y ejecutorias, intercaladas con reflexiones personales.
—La tarea no es solo hacer plata. Hay que dedicarle tiempo a lograr propósitos que den vida.
Fue justo al terminar este apunte apareció la mirla coronando la fuente. Con su plumaje marrón oscuro, su pico naranja amarillento, sus largas patas, su cuello recto y mirar nervioso entró en escena.
Luis detectó al instante la curiosidad del acontecimiento. Se puso de pie. Se concentró en aquel animalito. En su rostro se asomó una sonrisa placentera. Fueron sensaciones de emoción plena las que reveló.
Uní aquel suceso a la circunstancia que minutos antes me había llamado la atención: la variedad de obras artísticas colgadas en las paredes de la sala, los pasillos y su estudio. Observé óleos y retablos alusivos a objetos y vistas memorables de diversas partes del mundo. No me fue difícil concluir que me encontraba en la morada de una persona cuya capacidad para percibir estímulos estéticos está a flor de piel.
El recuento de su vida lo reinició una vez la mirla alzó vuelo.
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Nació en Soatá el 24 de abril de 1932. Es el mayor de los tres hijos que tuvo la pareja conformada por Luis Vargas Nieto y Margarita Gutiérrez Salazar.
Su padre, quien era oriundo de Tasco, conoció a su madre en 1930 en El Cocuy, a donde llegó a trabajar como secretario del juzgado. Se casaron en 1931. Al año siguiente fue trasladado a Soatá.
Debido a la violencia política que afectaba al norte de Boyacá, Luis Vargas Nieto decidió buscar sosiego, bienestar y futuro prometedor para sus hijos. Por eso en 1937 llegó a Paipa a radicarse con su familia.
Unas semanas después de estar viviendo en esta ciudad, murió su madre al momento del parto de la criatura que traía en su seno desde Soatá.
Él apenas tenía cinco años. De su hermana recién nacida se encargó una tía materna y de él y de su hermano, su padre, quien no se volvió a casar y se desempeñó durante más de 30 años el cargo de administrador de la empresa de Sulfatos de Soda SALPA, cuyas oficinas estaban ubicadas en la plaza principal de Paipa.
Luis Vargas Gutiérrez se graduó de ingeniero mecánico en la Universidad Industrial de Santander en 1962. Se casó en Paipa el 6 de abril de 1963 con Carmenza Segura Cifuentes. Fruto de este vínculo nacieron cuatro hijos: Claudia Patricia, Luz Carmenza, Luis Alejandro y Jorge Andrés.
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Se autodefine como un empresario.
—¿Qué significa ser empresario?
—Primero, ser visionario, saber qué es lo que necesita la industria, sea nacional, departamental o local. Tener claridad frente a lo que voy a hacer y empezar a darle la forma. Ser un líder y actuar con mística y entrega.
Es enfático en anotar que:
—Ser empresario significa el sacrificio más grande de un hombre. Yo digo que es una lucha desde el principio hasta el final, porque nunca se puede dejar de luchar. El empresario es muy diferente al comerciante. El empresario no se puede ir, se debe quedar porque tiene su empresa; no puede coger sus equipos e instalaciones e irse. Un comerciante recoge sus paquetes y se los lleva. El empresario siempre está ahí. Entonces eso le da arraigo con el sitio en donde se encuentra. Día a día irradia progreso, genera empleo, produce satisfacciones.
—¿Usted se convirtió en empresario por casualidad?
—No
—¿Había vocación?
—Sí. Salí de la Universidad y estando en Acerías Paz del Río monté una empresa junto con varios colegas.
—¿Qué características debe tener un empresario?
—Primero, poseer los conocimientos sobre lo que va a hacer, planear y tener las bases de la empresa para poder decir: lo voy a hacer y voy a arrancar. Tan pronto inicie debe darle fortaleza al proyecto. Debe empujar todos los días y solucionar las dificultades. Infaltable, que tenga credibilidad, que vean los demás su coraje y calidades personales para interrelacionarse y lograr la ayuda necesaria. Debe diseñar la ruta para lograr el objetivo propuesto.
Para él no hay empresarios grandes o pequeños.
—De los que conoce en nuestro medio ¿ante quien se quita el sombrero como empresario?
—Hay muchos y cada día en Boyacá surgen más y de alta condición. Hay que ver cómo son: ¡Qué tipos! Tenemos siderúrgicos, carroceros, hoteleros, en fin, están en todos los sectores de la producción.
No se limita a visualizar el panorama empresarial a nivel local o regional.
—Colombia tiene mucho que dar. En naturaleza posee las cosas más extraordinarias del mundo. Lo que uno quiera, lo encuentra por donde vaya. Yo que he sido pescador me conozco prácticamente todo el país. El rio Atrato, el río Amazonas, los llanos de Casanare, Cartagena, Santa Martha, San Andrés. Bueno, ¿qué no tenemos?
Está convencido de que:
—Uno como empresario si no mete la cabeza, si no irradia bienestar, tranquilidad, alegría, no vale. Mire, por ejemplo, la gente que ha trabajado conmigo. Me he encontrado con muchos de ellos y me dicen: “Gracias a usted eduqué a mis hijos, compré mi casa”. A propósito, para los trabajadores de Aceros Boyacá promoví una urbanización aquí en Paipa. Se llama Balcones de San Luis. Adquirí el lote y se lo entregué a la cooperativa de los trabajadores. Ellos se organizaron y sacaron adelante el proyecto.
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—¿Qué es lo que más le gusta?
Se quedó mirándome y me respondió:
—Me gusta la gente buena, honesta, trabajadora, la que lleva en su corazón cosas bellas.
Me dejó en claro que para él lo más importante es la familia.
—La vida de nosotros ha sido gratísima haciendo el bien, creando empresa y sacando tiempo para poder decir: vengan que estamos aquí, vengan y conocemos el mundo. Me gusta viajar, compartir muchas cosas lindas con ellos.
Experimenta satisfacción por la gratitud que con frecuencia le manifiestan las gentes.
—Fuimos donde una señora para que nos hiciera unas cortinas y me dijo: “Don Luis yo me acuerdo de usted cuando mi marido se accidentó. Usted fue allá y nos ayudó a solucionar los problemas que en ese momento se nos presentaron”. Entonces le dije: “Me alegra que le hubiésemos podido servir”. Bueno, esos son pasajes reconfortantes de la vida. La gente es grata y eso corrobora lo que ha sido el lema de mi vida: servir.
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Claudia Patricia Vargas Segura es su hija mayor.
—Para usted, ¿quién es Luis Vargas Gutiérrez?
—Mi papa es un hombre de admirar. Es un empresario que siempre le ha gustado lo mejor. Él dice que si uno se compromete a hacer una cosa debe ser lo principal de Paipa, de Boyacá y de Colombia. Él siempre tiene estándares muy altos. Le encanta que todo esté perfecto. Valora lo que tiene, por eso siempre dice: “Lo que tengo es lo más lindo, lo mejor”. Ha viajado por todo el mundo, pero para él, Paipa es lo máximo del planeta tierra. Es positivo en todo momento. Es un hombre muy detallista. Ha sido amigo de sus amigos; los llama, les pregunta: ¿cómo están? les envía remesas de manzanas y duraznos con frecuencia.
—¿Qué no le gusta a su padre?
—Que uno no haga las cosas bien.
—¿Qué lo pone feliz?
—Compartir con la familia. En este momento los nietos le han dado mucha vida. Ha sido muy cariñoso con nosotros. Dios nos ha puesto al lado de él y ahí estamos. Imagínese, nos ha dado todo. No hay cómo retribuirle el amor que nos ha dispensado.
—¿Cree que se le va la mano en generosidad?
—Pues nosotros siempre le hemos visto esa generosidad y entonces no se nos hace extraño. Si a una persona se le brinda una almojábana, él dice: pero démosle también un jugo. En todo es así. Le gusta dar, dar y dar. Siempre trabajó para tener y poder compartir con los demás.
Resalta la disciplina y dedicación de su padre.
—Él ha sido un hombre muy trabajador. Cuando tenía Aceros Boyacá llegaba a la empresa a las siete de la mañana, se iba a almorzar, regresaba y terminaba jornada después de las seis de la tarde.
También destaca que ha sido un emprendedor constante.
—Permanentemente está iniciando emprendimientos. Aún, a sus 92 años, sigue pensando en crear nuevas empresas.
Reconoce que a pesar de planear a fondo sus proyectos, algunos no han prosperado.
—Cuando una iniciativa suya no sale adelante dice: “Bueno, esto no funcionó, pero vamos a hacer otra cosa”.

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Uno de los amigos más cercanos de Luis Vargas Gutiérrez es Jorge Triana, un hotelero graduado en los Estados Unidos, de familia bogotana, nacido en el Tolima durante el tiempo en que su padre prestaba sus servicios como oficial del ejército en ese departamento. A Boyacá llegó a mediados de la década de los años setenta cuando fue nombrado gerente de los hoteles de Colsubsidio en Paipa; los abrió, organizó y dirigió durante 30 años. Al jubilarse decidió seguir viviendo en Paipa
—¿Cómo conoció a Luis Vargas Gutiérrez?
—Cuando yo llegué a Boyacá, hace 45 años, la hotelería en Paipa era supremamente primitiva, por no decir otra cosa. Exceptuando el Hotel Sochagota todos los demás eran hotelitos regentados por sus propietarios que se creían hoteleros, pero no sabían nada de ese oficio. En ese momento tuve la fortuna de conocer a Luis Vargas quien hacía parte del Consejo Directivo Regional del SENA y estaba interesado en apoyar la hotelería de esta ciudad. Desde un comienzo hicimos simbiosis. Él logró la asignación de un asesor del SENA en este campo, Rafael Nossa. Nos integramos y comenzamos a organizar la Asociación de Hoteleros Boyacenses. La fundamos. No había ni siquiera comunicaciones. Nos tocó conseguir radioteléfonos e instalar en el páramo de la Rusia un retransmisor y las reservaciones se hacían igual a como se producían las comunicaciones del Ejército. Eso era: “Aquí hotel Sochagota, cambio” y le contestaban a uno: “aquí base, hay una reservación para el señor fulanito de tal para tal fecha”. Luego, una compañía canadiense puso comunicaciones y comenzó la era de la cultura telefónica. Tiempo después llegó la era digital y ya transformó las comunicaciones y por ende el mercadeo. Entonces, gracias a la ayuda de Luis, desde el SENA, comenzamos dictando cursos a los dueños de hoteles pequeños.
No oculta el aprecio que le tiene.
—Yo admiro mucho a Luis porque no solo es un empresario de visión, sino de llevar a cabo lo que se ha fijado.
—¿Qué es lo que saca de rines a Luis Vargas Gutiérrez?
—A él no lo saca de sus cabales nada. Es una persona centrada. Sin embargo, diría que a él le afecta la gente lenta y la que no trata de llevar a cabo lo que se propone. Le molesta que las cosas no se hagan bien y rápido.
—¿Cómo califica la familia de él?
—Es una familia muy particular. Parece un equipo de fútbol. Todos funcionan cronometrados y se apoyan uno al otro en grado sumo. Es una familia admirable. Si todas las familias se comportaran como la de Luis Vargas, funcionaría el país y el mundo. Se apoyan unos con otros. Uno ve ese respaldo que le brindan a Luis. Es un soporte rodeado de cariño y admiración.
—¿Cuál es el valor moral que más se evidencia en Luis Vargas Gutiérrez?
—Su rectitud. Es una persona que jamás le ha pagado coimas a nadie por los negocios que hace. Es completamente transparente en sus actuaciones. Eso se lo admiro.
—¿Cree que debió ser alcalde de Paipa o Gobernador de Boyacá?
—Él hace política detrás de bambalinas y lo hace a la perfección. Es el poder detrás del poder. Él sabe a quién debe apoyar.
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Rafael Hernández Villate es un líder político y social de Paipa.
Sobre Luis Vargas Gutiérrez opina:
—Es un personaje muy importante dentro del ambiente industrial de Boyacá. Ha estado siempre pendiente de hacer cosas destacadas, como crear empresa. Montó aquí en Paipa una factoría después de haber laborado unos años como ingeniero en la empresa Electrificadora de Boyacá y posteriormente directivo en la Siderúrgica de Boyacá. Esa empresa se llamaba Aceros Boyacá. Él la dirigía personalmente.
—¿Conoció la familia de él?
—Sí, su padre, don Luis Vargas Nieto, era el gerente de la fábrica de Sulfatos de Soda, empresa de propiedad de la familia Jiménez Pinzón, la cual también estaba vinculada con la vereda de Río Arriba, en donde don Luis Vargas Nieto manejaba algunos asuntos.
—¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de Luis Vargas Gutiérrez?
—Fue en la empresa Termoeléctrica de Paipa. Trabajaba como jefe del departamento de mantenimiento mecánico. Yo era el jefe de salud ocupacional. A raíz de esa cercanía tuvimos algunas tertulias.

—¿Compartieron otra actividad?
—Él ha sido un gran dirigente del partido Conservador aquí en Paipa. Fue concejal. Algunas personas que nos la dábamos de líderes trabajábamos a su lado.
—¿Qué rasgos caracterizaron a Luis Vargas como jefe en Termopaipa?
—Era un excelente jefe. No fue jefe mío, pero debíamos interactuar. Siempre gozó de mucho aprecio entre los trabajadores, subalternos y compañeros porque se ha caracterizado, desde que lo conozco, por su don de gentes, por ser un hombre sencillo, amable y cariñoso. Sin duda, un hombre servicial y un ejecutivo con todas las características de un buen jefe.
—¿Por qué se dice que es un hombre muy social?
—Reunía en su casa a directivos de todas las empresas del departamento. Ahí venían los gerentes de Cementos Boyacá, de Acerías Paz del Río, de la Siderúrgica Boyacá, de la Industria Licorera de Boyacá, algunos políticos de alto rango.
—Y ¿quién era el suegro?
—Don Gonzalo Segura era una persona muy simpática, también muy sociable. Era de Villapinzón. Tenía la casa en donde ahora es la Posada Corinto, diagonal al Centro de Eventos Camino Histórico. Poseía un negocio de lácteos. Persona muy asequible. Económicamente acomodado.
—¿Qué es para usted lo más destacado de Luis Vargas Gutiérrez?
—Que quiere mucho a Paipa.
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Luis Fernando Sierra Abella es un hotelero oriundo del Valle del Cauca que llegó a trabajar a Paipa como gerente de bebidas del Paipa Hotel y Centro de Convenciones y luego asumió la gerencia general de ese establecimiento por más de 20 años. Se trasladó a Bogotá en donde gerenció el Hotel Capital. Durante su estadía en Paipa estableció una relación de amistad muy cercana con Luis Vargas Gutiérrez, quien lo considera como uno de sus mejores amigos.
—¿Cómo definiría a Luis Vargas Gutiérrez?
—Se lo voy a resumir en este acróstico:
Líder
Unión familiar
Inteligencia y
Sabiduría.
—¿Cómo y cuándo lo conoció?
—Es una pregunta que me toca en el alma porque es regresar a una de las épocas más lindas como fue la que viví con mi familia en Boyacá, específicamente en Paipa. Allí llegué en 1985. Ese año empecé a conocer gente a todos los niveles: líderes cívicos, líderes políticos, autoridades, gente del campo, que es maravillosa, y, desde luego, a quienes dirigían organizaciones como los clubes de Leones o Rotario. Él estaba en el Club Rotario. Tuve la fortuna de forjar con él una amistad entrañable. La cercanía fue tal que en un momento determinado llegué a llamarlo, con mucho cariño: mi padrino, porque me tenía en su listado de eventos. Siempre me invitaba no solo a mí sino a mi esposa y a mis hijos a su casa.
Considera que su amistad con Luis Vargas es muy sólida.
—Mi amistad con él va más allá del tiempo que estuve trabajando en Paipa. Ha seguido después de haberme trasladado a Bogotá. Con la muerte de mi señora ellos se portaron maravillosamente. Vinieron a Bogotá y me acompañaron en esos momentos tan difíciles. Entre nosotros es evidente que la amistad ha sido un don lindo que con la distancia no se ha perdido sino fortalecido.
—¿Qué ideales y qué propósitos los han unido?

—Han sido tres muy importantes: el primero, el desarrollo mismo de Boyacá, de la región, del municipio de Paipa. El segundo, trabajar por la gente de Paipa y, el tercero, que Boyacá sea reconocido no solamente como un destino turístico, sino como un destino industrial. Esos propósitos nos ayudaron mucho para caminar juntos.
—¿Por qué cree que él lo tiene incluido en la lista de sus amigos cercanos?
—Ahí está pintado mi padrino. Yo alguna vez le dije: me voy a bautizar por segunda vez, con el mismo nombre. Lo hago para que usted sea oficialmente mi padrino. Es que Luis es un hombre maravilloso. No es que sea selectivo. Es reservado, no tiene apertura con todo el mundo, sin que yo quiera decir que es distante. A través de nuestra amistad, que siempre he asumido con respeto, he sido irreverente, porque lo he tomado del pelo. El solo hecho de utilizar el remoquete de padrino ha sido, sin duda, una osadía. Estoy seguro de que este trato descomplicado también lo ha disfrutado.
En medio de la confianza como se tratan, Luis Vargas Gutiérrez y Luis Fernando Sierra han tenido posiciones distintas en diversos aspectos.
—La forma relajada como nos tratamos, nos ha permitido ser muy francotes. A veces discutimos temas en los que no estamos de acuerdo y lo hacemos con todo respeto y nos hemos dicho: “Tú estás equivocado en esto y por esto”.
La familiaridad entre ellos los lleva a comunicarse en forma coloquial.
—En los cumpleaños lo molesto. Cuando lo llamo para felicitarlo le digo: “Solamente le pido a Dios que le dé la salud, porque si le pido que le dé plata sería hasta pecado”. A Luis le da risa. Esa cercanía nos hace crecer la amistad. Él confía en mí, en mi trabajo, en mi profesión. Le he ayudado también en el desarrollo de sus locuras.
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Jairo Bonilla Torres es un odontólogo nacido en Chiquinquirá, vinculado estrechamente a los rotarios y un pintor reconocido. Es otro de sus amigos cercanos.
—¿Cómo conoció a Luis Vargas Gutiérrez?
—Nos cruzamos en el camino de la vida hace más de 40 años porque pertenecemos al mismo movimiento humanitario que se llama Rotary International, la mayor ONG del mundo dedicada a servir a los demás, la más humanitaria. Él es un rotario ejemplar, siempre ha sido el motor del rotarismo en Paipa. Desde un comienzo admiré su altruismo y su capacidad organizacional. Hemos cultivado una amistad muy bonita. Nos llamamos con frecuencia. Compartimos muchas ideas derivadas de la misma filosofía rotaria y de la vida de nuestras familias.
—¿Cómo lo podría definir?
—En Luis Vargas yo encuentro una persona virtuosa. Comulgamos con la misma filosofía de servir a los demás. Hemos integrado nuestras familias. A él lo aprecio como emprendedor, hombre de empresa. Persiste en lo que se propone a través de un quehacer constante y un gran deseo de superación, hasta llegar a ser un industrial muy próspero, dispuesto siempre a ayudar a los demás. Su filosofía es la de no darle el pez a la gente sino de enseñarle a pescar. A quien decide ayudarle no le da el dinero, no le dice tenga, le dice: venga, usted tiene que aprender a trabajar. Durante el tiempo que lo he tratado siempre lo he visto actuar en función de comunidad.

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Raúl Martínez Sandoval es un ingeniero mecánico oriundo de Pie de Cuesta, Santander. Se graduó en la Universidad Industrial de Santander en 1988. Ese mismo año se trasladó a Boyacá porque comenzó a laborar en la empresa Cementos Acerías Paz de Río. Desde entonces ha permanecido en este departamento.
En el año 2001 conoció a Luis Vargas Gutiérrez. En los más de 20 años de trato personal, los dos han construido una amistad estrecha.
—¿Cuáles son los rasgos de la personalidad de Luis Vargas que a usted le llaman la atención?
—El hecho de que se haya dedicado a hacer empresa me llama la atención. Él estuvo vinculado por muchos años al sector siderúrgico, particularmente con los temas de fabricación del acero. Sé que lideró interesantes proyectos siempre buscando crear empresa y generar empleo. Luego lo vi en actividades del sector metalmecánico, prestando servicio para el mantenimiento de la industria y ofreciendo productos derivados del acero. Me sorprendió su viraje hacia el sector turístico, pero entendí que es un campo que conoce ampliamente.
—En pocas palabras, ¿cómo lo definiría?
—Es una persona de mucho emprendimiento y muy optimista. Yo siempre lo he visto positivo frente a los riesgos y amenazas que implica la creación de empresas. Me he dado cuenta de que sigue para adelante y no pierde la calma.
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Carmenza Segura Cifuentes, quien se casó con Luis Vargas Gutiérrez hace 61 años, luego de haber sido su novia durante cuatro, es, sin duda, quien más lo conoce.
—¿Qué le disgusta a su esposo?
—Que la gente no haga las cosas rápido y bien. Eso si le fastidia muchísimo y no lo deja dormir.
—¿Qué es lo que más le agrada?
—Viajar y servir a la gente, que es su prioridad.
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Para Eduardo Fonseca Neira, un destacado ganadero y empresario, radicado en jurisdicción de Sotaquirá, Luis Vargas es, a no dudarlo, uno de sus mejores amigos.
—¿Dónde lo conoció?
—En Siderúrgica Boyacá, cuando ocupaba el cargo de superintendente. Él fue uno de los ingenieros que sacó adelante esa compañía, que le dio importancia a nivel nacional. No hay una actividad que tenga que ver con el acero en Boyacá que no le deba mucho a Luis Vargas Gutiérrez.
—¿Cómo lo definiría?
—Es uno de esos boyacenses que ojalá tuviéramos más. Sus actuaciones y sus obras las hace pensando en su departamento, en su ciudad, Paipa. Es un ser humano con unas condiciones extraordinarias. Por eso ha tenido éxito en la vida, en los negocios. Todo el mundo lo quiere, lo admira, le ayuda en lo que puede. Es un personaje de esos que ya no vuelven.
—Pero ¿cómo lo definiría en su campo de acción?
—Esencialmente, un emprendedor, un industrial, con un criterio y una ambición de la buena para todo lo que significa hacer industria, hacer negocios brillantes que genere empleo, que ayude a la gente. Eso es lo que el busca cada vez que emprende algo.
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Mauricio Hernández es un médico pediatra, nacido en Bogotá, esposo de Luz Carmenza Vargas Segura, la segunda hija de Luis Vargas Gutiérrez. De su suegro dice:
—Lo veo como una persona interesante. Siempre está generando ideas para hacer cosas. Es muy inquieto en producir proyectos. Diría que es un obstinado positivo, un terco positivo, porque quiere lograr a toda costa lo que se propone y lo logra, que es lo importante. A pesar de su edad sigue produciendo iniciativas. Es una persona que se entrega a los demás, que piensa en los demás. Sin importar las circunstancias se presenta, diríamos en términos coloquiales, como una persona echada hacia adelante. Es un buen padre, un buen compañero, un buen amigo como lo describe la mayoría de la gente. Como suegro lo considero una persona comprensiva, amable, querida. Ha tenido un comportamiento intachable conmigo.
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Desde hace 45 años Luis Vargas Gutiérrez vive en su casa de “El Barranco”, ubicada al nororiente de Paipa, a un lado de la carretera que conduce a Duitama.
—Se llama “El Barranco” porque aquí del patio para abajo es un rodadero —explica Luis.
Cuatro edificaciones integran esta residencia: la casa de habitación propiamente dicha, situada en la mitad del lote; la caseta interior de vigilancia o casa del viviente, localizada a la entrada del predio; el bloque social integrado por la sala de juegos y el salón de eventos, que se levanta en diagonal a la residencia, y justo enseguida de este, los parqueaderos cubiertos.
Frente a la casa hay un parque con jardineras, zonas verdes, fuente de piedra y senderos adoquinados. Por todos lados se encuentran rosas, geranios, cayenos, eugenias, durantas, novios, buganvilias y calistemones,
Tanto, adelante como en la parte superior del bloque social aparecen cultivos de duraznos, manzanas, ciruelas y feijoas.
Desde la casa de habitación hasta los muros contiguos a la Avenida hay cipreses, barbas de viejo y palmas formando una inclinada alameda, complementada con piso de ladrillo.
La amplitud y el buen gusto en la distribución y presentación de los espacios resalta. La armonía de formas y colores en la arquitectura de las edificaciones agrada. El cuidado de jardines, calzadas, senderos y corredores revela cuidado y esmero. La vegetación es exuberante. El aire que se respira se siente suave y puro.

En la edificación principal hay tres habitaciones, una sala grande y dos auxiliares, un estudio, el comedor, cocina, cuatro baños. Sin duda, además de casa de habitación es una autentica galería de arte, pues en todas sus paredes están estéticamente expuestos cuadros de distintos pintores, principalmente de Roberto Perafán, Jairo Bonilla y Jenaro, al igual que óleos, retablos, acuarelas y esculturas, adquiridos durante los viajes realizados por la familia a los distintos continentes.
Los muebles son refinados, unos de estilo colonial, pero la mayoría, de corte moderno.
En cada detalle de esta casa de habitación no solo se nota el gusto estético de Luis Vargas, sino, ante todo, la distinción, el amor y dedicación de su esposa, “la señora carmencita” como la llama él.
Las salas de estar auxiliares son miradores insuperables. Desde allí se divisa Paipa en toda su majestad.
Ha sido un lugar de confluencia social en Paipa. Los esposos Vargas Segura le han abierto las puertas de su casa a centenares de personas. Allí han recibido y atendido a sus familiares, amigos, vecinos, integrantes y delegados de las bandas participantes en diferentes versiones del Concurso Nacional de Bandas, alcaldes y autoridades de Paipa, Gobernadores de Boyacá, congresistas, ministros y ex ministros del gabinete presidencial, empresarios sobresalientes de Boyacá y Colombia, ex presidentes de la República y periodistas.
Una de las peculiaridades que ha catapultado en el recuerdo de muchos paipanos y boyacenses a la estancia de El Barranco es la de haber sido, por muchos años y hasta hace poco, el escenario de las novenas de navidad. La familia Vargas Segura, año tras año, las realizó con dedicación y complacencia.
Testigo de excepción de esta costumbre fue el periodista Harvey Yecid Medina Alfonso, por varios años redactor y luego jefe de redacción del periódico Boyacá Siete Días, hoy convertido en portal digital.
—Recuerdo que él invitaba un día a sus amigos personales, otro a empresarios, otro a las autoridades, luego a los vecinos, enseguida a sus empleados y así hasta completar los nueve días. Era como una oportunidad para compartir con los demás y expresar gratitud y aprecio.
Dice que cada día de la novena era un espectáculo impresionante, comenzando porque la casa estaba espectacularmente adornada e iluminada.
—Yo no conozco los Estados Unidos, y, en consecuencia, no he pasado allí una navidad, pero lo que le vende a uno el cine y la televisión es que el ambiente de navidad en ese país está muy relacionado con luces y adornos. Todas estas características se encontraban en “El Barranco”. Desde la misma entrada uno se sentía, como en esas películas, en Estados Unidos.
Relata que la novena la oficiaba un sacerdote y la amenizaba una tuna o un grupo coral.
—Luego de rezar la novena, y tras cantar varios villancicos, pasábamos a las mesas, las cuales estaban dispuestas con diferentes viandas y golosinas. Que yo recuerde, en los días que participé, uno nos dieron sancocho; otro, ajiaco, y otro tamal con chocolate. Claro que en todos, infaltables, estuvieron los buñuelos y la natilla.
Las novenas de navidad en la casa de Luis Vargas Gutiérrez se convirtieron para Harvey Yecid en un recuerdo imborrable.
—Fueron momentos muy bonitos que me dejaron marcado porque amo la navidad.
Finaliza diciendo:
—Qué bueno tener amigos como Luis Vargas Gutiérrez. Una excelente persona. Ojalá, Dios le de mucha vida, mucha salud. Estupendo sería tener muchos seres humanos como él en este departamento y en este país; sin duda, la situación sería muy distinta a la que hoy vivimos.