Jorge Palacios, en la galería de colombianos ilustres – Gustavo Núñez Valero #CrónicasYSemblanzas

El seis de agosto de 1989 el entonces presidente de la República Virgilio Barco Vargas, al momento de subir a la tarima preparada como escenario de la ceremonia central de conmemoración de los 450 años de la fundación hispánica de Tunja, estuvo pendiente de tener a su lado a Jorge Palacios Preciado, intelectual boyacense que en aquel momento era el director del Archivo Nacional de Colombia.

Cronicas y semblanzas Jorge Palacios

Me encontraba allí en mi condición de jefe de prensa de la Junta Especial encargada de coordinar las ceremonias de esa efeméride. Estaba con un funcionario de la Oficina de Protocolo de la Presidencia y de un oficial de la Casa Militar. Ellos eran los encargados de manejar los detalles de dicho acto.

—El doctor Palacios viajó hoy en el helicóptero con el presidente. Tengo instrucciones de ubicarlo, tanto ahora como en el almuerzo, en lugar especial —me comentó el delegado de la Oficina de Protocolo, agregando que hasta donde tenía entendido, él había participado en la preparación del discurso que el primer mandatario de la Nación iba a pronunciar en ese lugar. 

A eso de las 10 de la mañana de aquel día, Jorge Palacios se bajó del mismo automóvil que había transportado al presidente Barco desde el helipuerto del Batallón Bolívar hasta la plaza de igual nombre. Lucía traje de paño, la camisa era clara y la corbata hacía juego con los colores de las prendas mencionadas. Su estatura, cerca de un metro con ochenta, y su garbo al caminar, le daban un toque especial. Se le veía elegante, distinguido, risueño y atento a saludar. Tenía 49 años, era doctor en historia, había sido profesor de varias universidades, al igual que rector y decano de la UPTC; además, era autor de un sinnúmero de textos históricos y pedagógicos. Lo conocía desde hacía por lo menos 15 años. El primero que me lo mencionó fue el profesor Marco Adelmo Parra a mediados de 1974, en cuya residencia viví ese y el año siguiente, cuando estudiaba la carrera de licenciatura en idiomas en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

Jorge Clemente Palacios Preciado.
Jorge Clemente Palacios Preciado. Foto: Archivo Particular

—Gustavo, ¿usted ha visto en la Universidad a Jorge Palacios Preciado?

—No lo conozco, pero sé que es el decano de la Facultad de educación. La esposa es profesora del departamento de Idiomas. En el periódico “Avance Universitario” he leído sobre él. Supe que en 1970 fue rector encargado de la Universidad.

—Él fue compañero mío en la Normal de Varones aquí en Tunja. Estudiamos quinto y sexto. Nos graduamos como maestros. Se la pasaba leyendo periódicos y libros. Es un hombre muy inteligente. Es buena persona. Si de pronto lo ve, salúdemelo por favor.

Me propuse ir a conocerlo. Al día siguiente, hacia las cuatro de la tarde, después de haber asistido a una clase de fonética inglesa fui a buscarlo. La decanatura era una oficina situada en el segundo piso del edificio central, cerca de la Vicerrectoría Administrativa. Llegué a la puerta. Estaba sentado detrás de un escritorio grande de madera. Sobre este se encontraba una placa vistosa que decía: Decano. Escribía a mano en una hoja tamaño carta. Reconocí su rostro. Lo había visto varias veces al transitar por los pasillos de la Universidad. Cuando se percató de mi presencia suspendió su labor y me habló.

—Buenas tardes joven.

—Buenas tardes señor decano. Soy redactor del “Radioperiódico Avance Boyacense”, estudio idiomas y estoy vinculado al periódico “Avance Universitario”. Quisiera saber si hay novedades en la Facultad de Educación para comunicarlas por el noticiero.

—¿Cómo es su nombre?

Luego de responderle me dijo que había escuchado mi nombre por la radio. Me suministró varias informaciones. Le trasladé las saludes del profesor Marco Adelmo Parra. Las recibió con agrado.

—¡Oh Marco Adelmo!, sí lo recuerdo. Él es de Santa Sofía. Me lo saluda por favor.

En ese encuentro lo sentí sencillo, receptivo, desenvuelto y cordial. De ahí en adelante, con frecuencia, pasaba por su oficina a saludarlo. Siempre me suministraba información.

En 1976 fue designado rector de la UPTC. Tal circunstancia hizo dispendioso el acceso a él. Debía solicitar la cita respectiva. De todas maneras, acaté el procedimiento. Siempre me recibió y sin reservas me suministró noticias sobre el transcurrir del Alma Máter.

En 1977 pasé a trabajar en el “Diario El Oriente”. Su disposición para atenderme continuó siendo la misma. En mayo de 1978 acudí a su despacho para solicitarle información sobre alguna situación puntual de la Universidad. Luego de agotar el cuestionario y de escuchar sus respuestas, apagué la grabadora y le comenté que esa iba a ser mi última entrevista como periodista del “Diario El Oriente”, porque el director me había pasado una carta en la cual me indicaba que el contrato de trabajo terminaba en dos semanas.

Jorge Palacios con sus dos hijos
Jorge Palacios con sus dos hijos. Foto: Archivo Particular

—Aún no sé dónde voy a trabajar. Estoy buscando. El problema es que esta situación me llega en mal momento porque mi papá está muy enfermo y tuve que traerlo de Úmbita para ponerlo bajo cuidado médico —le expliqué.

Guardó silencio. Revisó un papel que tenía sobre el escritorio, me miró y me dijo:

—Pues aquí en la jornada nocturna de la biblioteca ha quedado una vacante. Es un cargo de auxiliar. El horario es de cinco de la tarde a diez de la noche de lunes a viernes y de ocho de la mañana a dos de la tarde los sábados. Le quedaría la jornada del día para estudiar y trabajar en algún medio de comunicación.

Le respondí que esa alternativa me llamaba la atención y que le agradecía y valoraba el ofrecimiento.

Dos días después acudí a su despacho para comunicarle que aceptaba el cargo en la biblioteca. Me dijo que ese mismo día se produciría el nombramiento. Así fue. Tan pronto me notificaron la novedad inicié los trámites para la posesión. Tres días después ya estaba laborando en la biblioteca. A las pocas semanas me vinculé de nuevo al “Radioperiódico Avance Boyacense”.

Durante el tiempo que estuve trabajando en la biblioteca, de vez en cuando solicitaba cita para hablar con él. Por lo general me recibía una hora antes de la iniciación de mi jornada diaria de trabajo en la biblioteca. En esas entrevistas le hacía preguntas sobre el desarrollo administrativo y académico de la UPTC. Sus respuestas las convertía en noticias que luego difundía por el “Radioperiódico Avance Boyacense” y a partir de mediados de agosto de ese año a través de El Espectador, periódico que me designó como su corresponsal en Tunja.

En una de esas entrevistas, por allá a comienzos de septiembre, me informó que a finales de octubre la UPTC iba a ser sede de un evento nacional que congregaría a las universidades colombianas. Lo vi interesado en difundir este evento, cuyas deliberaciones se realizarían en el “Hotel Sochagota” de Paipa.

—Valdría la pena divulgar el certamen a través de los medios de comunicación. Sería una oportunidad para llamar la atención del país sobre la realidad de la universidad pública. ¿Por qué no dispone de un día, vamos a Bogotá y visitamos varios medios de comunicación? —le propuse.

—Sabe que sí. Me parece bien. Voy a mirar mi agenda y le aviso —respondió.

Al día siguiente su secretaria me llamó para informarme la fecha por él señalada para viajar a Bogotá. Solicité permiso en la biblioteca, en “El Espectador” y en el “Radioperiódico Avance Boyacense”. Elaboré el plan de visitas a los medios.

El día previsto nos encontramos a las siete de la mañana en la plazoleta del edificio central de la Universidad. En el automóvil asignado a la rectoría nos desplazamos a Bogotá. Me dijo que lo acompañara en la silla de atrás. La primera cita que debíamos cumplir era a las 11 de la mañana con el director de INRAVISIÖN en las instalaciones de esa dependencia, situadas en la Avenida El Dorado, cerca del Centro Administrativo Nacional, CAN.

En el trayecto me habló sobre distintos temas. Fueron dos horas y media de cátedra no solo magistral sino fantástica. Me habló de historia, educación y de cultura en general. Le pregunté sobre sus experiencias en el exterior y puntualmente le pedí que me hablara de París, ciudad que desde muy pequeño me entusiasmaba. Me contó que la revuelta estudiantil de mayo 1968 lo había cogido allí y que tuvo la oportunidad de conocer a Daniel “El Rojo”, líder de ese movimiento. En detalle me explicó los antecedentes y las consecuencias de esa protesta estudiantil, a la cual se unieron los sindicatos.

—Fue la mayor revuelta estudiantil y una huelga general sin antecedentes en Francia —comentó.

A INRAVISIÓN llegamos faltando 15 minutos para las 11. El director en ese momento era el intelectual barranquillero Germán Vargas Cantillo, amigo muy cercano de Gabriel García Márquez e integrante del conocido grupo de Barranquilla que tuvo vigencia a partir de finales de la década de los cuarenta y toda la década de los años 50 del siglo pasado.

La entrevista me la había conseguido un tío de mi esposa, Nel Alfonso Pedroza, un economista chiquinquireño, quien era el jefe de compras de esa institución.

A la hora señalada Vargas Cantillo nos recibió. El rector le informó del evento. Le entregó un afiche y documentos sobre los temas que se abordarían.

Después de la reunión, un funcionario de INRAVISIÖN nos hizo un recorrido por las instalaciones de aquella dependencia estatal.

Hacia las 12 del día me invitó a almorzar en el restaurante “Agualongo” situado cerca de allí, sobre la Avenida El Dorado. Desde luego, mientras tomábamos los alimentos me ilustró sobre Agualongo, un caudillo mestizo del sur del país que durante la guerra de la independencia perteneció al ejército realista.

Portada del libro escrito por la licenciada Lucía Avella de Santiesteban.

En las horas de la tarde estuvimos en “El Tiempo”, “RCN” y “Todelar”, en donde lo atendieron los periodistas encargados de los temas educativos. Hacia las cinco de la tarde llegamos a las instalaciones de “Caracol” en la calle 19, arriba de la carrera séptima; en ese medio el encargado de atendernos fue el periodista Humberto Rodríguez Cely, oriundo de Duitama, quien le grabó una entrevista.

Mientras estaba en el estudio de grabación, lo esperé en la sala de redacción.

Al encontrarnos de nuevo, el rector me comentó que en uno de los pasillos había visto a Yamit Amat, quien había sido compañero suyo de bachillerato en el Colegio Salesiano de Tunja.

—Lo saludé, pero no me respondió —me dijo sereno y despreocupado.

Justo en ese momento apareció el periodista William Giraldo Ceballos, quien además de trabajar en “Caracol” radio estaba vinculado a un noticiero de Televisión. Lo saludé, le comenté el motivo de la presencia del rector de la UPTC. De inmediato le pidió que le concediera una entrevista para televisión, la cual grabaron en la parte exterior del edificio de esa cadena radial.

Hacia las seis y media de la tarde nos regresamos para Tunja. En el viaje me habló de diversos asuntos, pero se detuvo en algo que para él era muy importante: la conservación de los archivos.

—Los documentos son la memoria de una institución y del país. Yo me preocupo por el cuidado de estos. Por ejemplo, hace algunos días cuando un grupo de estudiantes que estaba realizando un mitin quiso entrar a la fuerza a mi oficina, uno de los celadores apareció y me dijo que me iba a proteger. Yo le respondí: “Por mí no se preocupe. Cuando haya jaleo cuide más bien de los archivos de la rectoría. Son muy importantes”.

Al pasar por la jurisdicción de Sesquilé estuvo pendiente de un restaurante, que si mal no me acuerdo se llama “El Carajo”. Me dijo que ese negocio era de un tunjano a quien conoció en la Normal de Varones de Tunja.

—Si está abierto, lo invito a cenar —me anunció.

Estaba cerrado. En consecuencia, tuvimos que continuar el viaje.  Le pidió al conductor que parara en Chocontá para comer algo. Así se hizo.

A las nueve y media de la noche, cuando llegué a la casa, mi esposa me comentó:

—En el noticiero de televisión acaban de pasar una entrevista que le hicieron al rector. Era en la calle. Habló de la UPTC y de la reunión de universidades que se va a llevar a cabo en Paipa.

Esa noticia me alegró y me permitió dormir tranquilo. Al día siguiente en los dos canales de televisión comenzaron a aparecer los avisos institucionales promocionando el evento universitario, teniendo como fondo el afiche que el rector le había entregado al director de INRAVISIÓN. Al domingo siguiente, en el programa “Monitor” de “Caracol” fue reproducida la entrevista que le había hecho el periodista Humberto Rodríguez Cely.

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En diciembre de 1978, “El Espectador” inició la “Página de Boyacá” y me encomendó la tarea de coordinarla en Tunja. A finales de enero de 1979 debí renunciar a la biblioteca, pues la “Página de Boyacá” me demandaba mucho tiempo.

El día que presenté renuncia fui a la rectoría y le agradecí la oportunidad que me había dado. Me comentó que él ya había renunciado y que estaba esperando la posesión del nuevo rector.

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Jorge Clemente Palacios Preciado nació en Tibasosa el 28 de marzo de 1940 en un hogar humilde. Sus padres, Jorge Palacios Garavito y Sofía Preciado eran oriundos de esa población, perteneciente a la provincia de Sugamuxi, distante 18 kilómetros de Duitama y, 10 kilómetros de Sogamoso. Tuvo cuatro hermanos: Graciela, Herminia, Mariana y Teófilo. Las hermanas viven, el hermano, quien trabajó varios años en la Caja Agraria, murió en el departamento de la Guajira.

El sustento del hogar provenía de las ganancias de una tienda que tenía su padre y de la ayuda que les daba una hermana de este, Herminia, quien era una señora acomodada económicamente, propietaria de fincas en el sector rural en donde cultivaba distintos productos agrícolas, principalmente trigo; ella se casó, pero no tuvo hijos; era muy caritativa, piadosa y bondadosa; apoyaba económicamente a los seminaristas del municipio.

Los primeros cuatro años de primaria los cursó en la escuela pública “General Santander” de Tibasosa. Cuando estaba realizando el cuarto de primaria, su padre tuvo un accidente en una pierna que lo dejó lisiado de por vida. El quinto de primaria y el primero de bachillerato los realizó en el “Seminario Conciliar” de Tuta; el segundo, el tercero y el cuarto de bachillerato los adelantó en el “Colegio Salesiano” de Tunja y el quinto y sexto, en la “Escuela Normal Superior de Varones” de Tunja, en donde se graduó en 1960 como maestro normalista, obteniendo el primer puesto.

Al “Seminario Conciliar de Tuta” llegó gracias a una beca que le consiguió su tía Herminia. En el “Colegio Salesiano” y en la “Normal”contó con el respaldo económico de sus padres y desde luego, de su tía Herminia.

Luego de graduarse en la “Normal Superior de Varones de Tunja” quiso continuar los estudios superiores en Bogotá, pero la carencia de recursos de su familia se lo impidió. Tuvo, entonces, que comenzar a trabajar como maestro en la “Escuela Piloto de Tunja”, luego en las concentraciones urbanas de Machetá (Cundinamarca) y Guayatá (Boyacá).

La experiencia docente en primaria fue corta porque su deseo de seguir estudiando lo llevó a Bogotá. Después de buscar el ingreso en varias universidades entró a la “Universidad Nacional”; allí vivió en las “Residencias 10 de mayo”. Tuvo como profesores a varios intelectuales que le marcaron su vida, entre estos Jairo Jaramillo Uribe, Germán Colmenares y Jorge Orlando Melo. En diciembre de 1964 se graduó como licenciado en Filosofía con énfasis en historia, con el mayor puntaje promedio de la carrera: 4,96.

Por sus altas calificaciones, la “Universidad Nacional” lo integró a la planta docente. En 1965 se estrenó como profesor de humanidades.  Al poco tiempo asumió la cátedra de historia en las universidades del “Rosario” y “La Salle” de Bogotá.

A partir de 1966 se vinculó al que se convertiría en su lugar entrañable y duradero de trabajo: la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Primero fue profesor de Historia de América, adscrito a la Escuela de Ciencias de la Facultad de Educación, luego director del Departamento de Humanidades en 1968. Dos años después fue nombrado secretario Académico. En 1970, ante la renuncia del rector, el antropólogo y etnólogo Eliécer Silva Celis, fue designado rector encargado durante tres meses.

Archivo General de la Nación.
Archivo General de la Nación. Foto: Archivo Particular

Luego de hacer entrega del cargo al nuevo rector, el abogado Armando Suescún Monroy, viajó a España a cursar, gracias a una beca, un doctorado en el área académica de Historia de América en la Universidad de Sevilla. Se graduó con la tesis laureada “La trata de negros por Cartagena de Indias: 1650-1750”.

En 1973, ya con el título de doctor en Historia, se reintegró a la facultad de Educación de la UPTC. Ese año organizó el programa de magister en Historia junto con los historiadores y profesores Javier Ocampo López, Fernando Díaz Díaz e Inés Pinto Escobar. En este proyecto tuvo la estrecha colaboración del historiador e hispanista francés Pierre Vilar y del filósofo mexicano Leopoldo Zea Aguilar. Durante 1974 y 1975 fue director y a su vez profesor de ese doctorado.

En 1975 fue designado decano de la facultad de educación de la UPTC y al año siguiente el ministro de Educación lo nombró rector de este claustro, cargo que ocupó hasta febrero de 1979. El propósito central de su gestión fue el de consolidar la institución en los campos administrativo, financiero, académico y, sobre todo, investigativo.

En 1979 solicitó a la UPTC una comisión por dos años para ejercer el cargo de director del Archivo Nacional, para el cual lo había designado el presidente Julio César Turbay Ayala.  A finales de 1981, al terminar la comisión, regresó a la UPTC.

Desde principios de 1982, en coordinación con la Academia Boyacense de Historia, de la cual hacía parte, comenzó a organizar el Archivo Regional. De este fue su primer director.

De 1983 a 1989 fue director de la Escuela de posgrado de la facultad de ciencias de la educación y de la maestría en Historia, Lingüística y Geografía.

De 1984 a 1989 fue el representante del presidente de la República ante el Consejo Superior de la UPTC.

En 1989 el presidente Virgilio Barco, quien era un apasionado de la archivística, se propuso convencerlo de asumir de nuevo la dirección del Archivo Nacional. Integró una comisión para que se desplazara a Tunja, hablara con él y lograra la aceptación del cargo. Tal misión tuvo éxito.  A partir del día de su posesión sostuvo contacto permanente con el presidente, quien se comprometió a impulsar la aprobación de la ley correspondiente y a realizar las apropiaciones económicas necesarias.

El 22 de diciembre Virgilio Barco sancionó la Ley 80 de 1989 “Por la cual se crea el Archivo General de la Nación y se dictan otras disposiciones”. El nuevo ente estatal fue constituido como un establecimiento público, del orden nacional, adscrito al entonces ministerio de Gobierno, con personería jurídica, patrimonio propio, autonomía administrativa y domicilio en Bogotá.

Sin tardanza, Jorge Palacios inició el proceso de transición de Archivo Nacional a Archivo General de la Nación y la gestión para lograr la construcción de una sede moderna y adecuada. Desde el momento de su creación, en 1940, el Archivo Nacional funcionaba con incomodidad en el cuarto piso del edificio de la Biblioteca Nacional. El diseño del nuevo edificio fue encomendado al renombrado arquitecto Rogelio Salmona y la administración de la construcción, a la Fundación para el Desarrollo y la Financiación de la Cultura. En 1990, en desarrollo de la nueva normatividad, dejó de ser director del Archivo Nacional y pasó a ser director del Archivo General de la Nación.

En 1991 fue nombrado secretario general de la Asociación Latinoamericana de Archivos y representante de América Latina y el Caribe ante el Comité Ejecutivo del Consejo Internacional de Archivos.

En 1995 fue elegido presidente de la Asociación Latinoamericana de Archivos por los méritos y logros alcanzados.

El edificio del Archivo General de la Nación fue construido en el barrio tradicional de La Candelaria e inaugurado por el presidente César Gaviria el 3 de noviembre de 1992.

En el cargo de director del Archivo General de la Nación estuvo hasta el 30 de noviembre de 2003, cuando tuvo que retirarse debido a su delicado estado de salud.

Además de maestro, archivista y ejecutivo administrativo en el campo de la educación y la cultura, fue un consumado historiador. Junto con Germán Colmenares, Hermes Tovar y Jorge Orlando Melo constituyó el movimiento de “La nueva historia” en Colombia. Su acción en este sentido la enfocó en el tema de investigación de la esclavitud y la trata de negros. Fue miembro correspondiente, luego miembro de número, y, finalmente, miembro benemérito de la Academia Boyacense de Historia; miembro correspondiente de la Real Academia Española de Historia y de la Academia de Historia de Santo Domingo; miembro de número de la Academia Colombiana de Historia y miembro de otras academias y centros de historia de Colombia e Hispanoamérica.  

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Jorge Palacios Preciado fue un hombre sencillo, gentil, amigable y dedicado a su familia. Así lo recuerdan el exgobernador de Boyacá José Benigno Perilla Piñeros y su esposa, Martha Edith Palacios.

José Benigno recuerda que conoció a Jorge Palacios cuando este ocupaba un cargo directivo en la UPTC y él era diputado a la Asamblea de Boyacá, por allá en el año de 1974. Después, debido a la proximidad familiar que se produjo al casarse con una prima hermana de Palacios Preciado, Martha Edith Palacios, surgió una amistad cercana.

—Jorgito iba con frecuencia a visitar a su tío Alfonso, mi suegro, quien estaba radicado en Somondoco desde hacía varios años y había ocupado los cargos de recaudador de rentas y tesorero municipal.

Evoca que durante largo tiempo no había un año que la familia de él y la de Jorge Palacios no compartieran una temporada de vacaciones en Somondoco o en Tibasosa.

—Por la cercanía que tuve con él pude apreciar su calidad humana, intelectual y profesional. Un hombre muy tratable, con su sentido humanista le llegaba muy bien a la gente. Siempre estuvo vinculado a la academia. Intercambiábamos comentarios sobre el desarrollo del departamento y del país. Le aprendí muchas cosas. Cuando fui gobernador tuve la fortuna de contar con su consejo, orientación y vinculación a la ejecución de proyectos importantes como la consolidación del Archivo Departamental. En fin, fue un señor a carta cabal, muy estudioso, amante de la cultura, enamorado de la historia, trabajador incansable, buen amigo, buen familiar.

Precisamente en una de esas temporadas de vacaciones que anualmente pasaban las familias de José Benigno y Jorge Palacios, tuve la oportunidad de ser invitado a un almuerzo campestre que se realizó a mediados de diciembre de 1983. Fue en una finca a las afueras de Tibasosa. Además, de escuchar música, hablar de diversos temas, recordar anécdotas, hubo tiempo para disfrutar de una actividad de tiro al blanco con escopeta.

Esta última distracción resultó curiosa y atractiva. El blanco era una botella de color oscuro, situada en la mitad de una colina como a 200 metros del sitio escogido para disparar.

No se le olvida al exgobernador Perilla que a Jorge Palacios le gustaba conversar tomando vino y que era un coleccionista de sombreros.

Martha Edith Palacios de Perilla, su prima, rememora que cuando estudió en la Universidad en Tunja, vivió en alguna época en la casa de él.

—Tuve la fortuna de compartir muchos momentos con Jorgito, su esposa y sus hijos.

Su primo Jorge se casó el 16 de julio de1966 en la capilla de la Universidad Nacional con Liduvina Rojas Rodríguez, oriunda de Quimbaya, Quindío, compañera suya de estudios en la licenciatura de Filosofía en la Universidad Nacional. Se graduaron en la misma promoción. Mientras él optó por el énfasis en historia, ella escogió el énfasis en letras. Tuvieron dos hijos: Gustavo Adolfo, quien se graduó como ingeniero electrónico y Natalia, como microbióloga en Alemania.

Para Martha Edith, el éxito académico y profesional de su primo se debió, además de su inteligencia y de su privilegiada memoria, a su entrega a la lectura.

—Para él la biblioteca era fundamental. Tenía libros en todas partes de la casa. Siempre vivía leyendo e investigando. En los viajes lo primero que echaba en la maleta era uno o dos libros. En alguna ocasión que vino a pasar unos días a nuestra casa aquí en Somondoco, por alguna circunstancia no empacó libros. Entonces, después de instalarse en la habitación se fue para la biblioteca y comenzó a examinarla. De pronto me buscó y me dijo:

—Marthica, encontré un libro que desde hace rato quería leer. ¿Lo puedo coger?

—Claro, si quiere llévelo.

Comenta que disfrutaba compartiendo con la familia sus experiencias en el exterior.

—Cuando regresaba de sus viajes, en la casa de él o de alguno de sus familiares nos hacía presentaciones en diapositivas y nos relataba, no solo sus vivencias, sino la historia de esos lugares.

Además de la lectura, le agradaba la música.

—Cuando vivió en Tunja no se perdía ninguno de los conciertos que presentaban en la Iglesia de San Ignacio. Además, su esposa, a quien nosotros siempre le hemos dicho “Lidu” me comentó que durante un tiempo, en su casa, recibió clases de violín. Yo nunca lo vi interpretando algún instrumento.

En materia de comida, asegura su prima, no era problemático.

—Le gustaba lo típico, principalmente los amasijos y las sopas.  Entraba a la cocina y miraba lo que se estaba preparando. Hacía muchas preguntas sobre el proceso de cocción de las comidas, sobre todo de las ancestrales.

No se le olvida que en algunas de sus visitas a Somondoco iba hasta el municipio cercano de Guayatá a recordar su paso como maestro de escuela.

—Un profesor de Guayatá me contó que era muy consagrado, tanto que cuando laboró allí, el programa de clases lo terminó muy pronto y debió, entonces, agregar nuevos temas.

Las personas que estuvieron cerca de él lo recuerdan complacidas.

En el libro “Jorge Palacios Preciado, vida y legado historiográfico y archivístico”, escrito por la licenciada e historiadora Lucila Avella de Santiesteban, en el cual presenta la vida de este preclaro boyacense, uno de sus compañeros de escuela y amigo de la infancia, Jorge Marcelino Velandia López, resalta su inteligencia y destaca que Jorge Palacios cuando pequeño leía mucho, era respetuoso y “quería ser presidente de la República o abogado”. Agrega que: “era muy respetuoso con los compañeros y los profesores, buen estudiante, sonriente y feliz siempre, muy dispuesto, disciplinado, organizado y cuidadoso con los libros. Participaba en oratoria, poesía, cantos alusivos a la madre; era bastante sentimental”.

En la presentación de la misma obra, el historiador y actual presidente de la Academia Boyacense de Historia, Javier Ocampo López, señala: “Uno de los humanistas boyacenses que dejó huella imperecedera en la cultura nacional fue el doctor Jorge Palacios Preciado, quien en su pensamiento y acción se destacó como educador, historiador y archivista de labor entrañable y fecunda, ejemplo para las generaciones colombianas”.

El profesor de historia de la UPTC y actual director de la Biblioteca de la Academia Boyacense de Historia, Jorge Enrique Duarte, rememora que tuvo la fortuna de conocer de cerca al doctor Jorge Palacios Preciado. Cuenta que con motivo de la elaboración de su tesis de grado del doctorado en Historia de la Educación de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia debió acudir al Archivo General de la Nación y pedir cita con él, quien luego de saludarlo con amabilidad y escuchar su petición, le pidió a uno de sus funcionarios que le permitiera los originales de la Constitución de 1886.

—Al escuchar esa orden entré en pánico. No podía creer que iba a tener en mis manos tan valioso documento. Jamás me lo había imaginado. El doctor Palacios se dio cuenta de mi turbación y me dijo: “Mire profesor: para investigar siempre hay que acudir a las fuentes primarias y no a lo que digan los demás”. En ese momento aterricé muchas cosas y reorienté mi trabajo investigativo.

Emisión de la estampilla en honor a Jorge Palacios Preciado. Foto: Archivo Particular
Emisión de la estampilla en honor a Jorge Palacios Preciado. Foto: Archivo Particular

Tiempo después y gracias a la confianza que logró en el trato con él, mientras se tomaban un tinto en el “Café El Pasaje” en la plazoleta de la “Universidad del Rosario” de Bogotá, ocurrió un hecho que a Duarte no se le olvida y que relata así:

—En nuestra conversación, de pronto se me ocurrió la imprudencia de preguntarle si se podía afirmar que el Archivo General de la Nación era el sitio donde se guardaba la letra muerta de la memoria del país. Jamás se me olvidará la cara que puso. Se le enrojeció la cara, me miró muy serio y me dijo con algo de compasión: “Usted es un hombre inteligente, no tiene por qué decir eso. No se le olvide jamás que el Archivo General es donde se guarda con protección la memoria viviente de la Nación. ¿Aprendió?”.

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A partir de 1989, año en el cual se trasladó a Bogotá, tuve con él varios encuentros, unos casuales y otros programados.

Fue a eso de las cinco de la tarde de mediados de febrero de 1993 cuando al transitar por la carrera séptima de Bogotá, frente al edificio del Banco de la República, me encontré de súbito con él. Iba en dirección sur-norte. Caminaba solo, sin prisa, con el rostro serio, erguido, mirando al frente. Lo saludé, se detuvo y hablamos durante varios minutos. Le comenté que trabajaba desde noviembre del año anterior en el Senado de la República y que mi oficina estaba situada en el Edificio Nuevo del Congreso.

—Vea que trabajamos a menos de cuatro cuadras. No sabía que estuviera por estos lados. Vaya un día de estos al edificio del Archivo y antes lo conoce. Lo espero —me dijo.

Ese mismo año me lo encontré por lo menos unas 10 veces más en la carrera séptima entre las calles 13 y 19 a la misma hora. No me lo dijo, pero años después supe que con alguna frecuencia, después de las cinco de la tarde, salía del edificio del Archivo,  en la calle sexta con carrera sexta, tomaba la carrera séptima y se dirigía caminando al norte por esa tradicional vía bogotana.

En junio de 1999 me lo volví a encontrar por la carrera séptima. Él estaba haciendo su acostumbrado recorrido a pie y yo acababa de salir de una dependencia oficial en donde había realizado unas gestiones en desarrollo de mis funciones como director de capacitación de la ESAP del Distrito Capital.

En febrero o marzo de 2003 volví a tener noticias de él. Al despacho del entonces representante a la Cámara Jorge Hernando Pedraza llegó una nota del presidente de la Comisión Sexta de la Cámara asignándole la ponencia de un proyecto de ley sobre asuntos relacionados con el Archivo General de la Nación. Como yo era uno de sus asesores, el congresista me solicitó preparar el documento correspondiente. Sin dudarlo acudí al despacho de Jorge Palacios, quien me brindó el apoyo respectivo. El día que lo visité le noté palidez en su rostro.

Me preocupó su estado de salud. Llamé a un común amigo, el archivista Julio Alberto Parra. Él me comentó que le habían descubierto un tipo de cáncer en los huesos. Esa noticia me impactó y me produjo tristeza y desazón. Seguí visitándolo en desarrollo del trabajo de elaboración de la ponencia, pero no me atreví a tratarle el tema de su enfermedad.

Cuando le entregué al congresista Pedraza los documentos cuya elaboración me había solicitado, los revisó y me dijo que personalmente deseaba hablar con él para profundizar en algunos asuntos de la ponencia. Coordiné el encuentro. Él doctor Palacios lo recibió en su despacho. Estuvieron hablando largo rato. En medio de la conversación, el parlamentario Pedraza le solicitó una charla sobre la importancia de los archivos, para los integrantes de su Unidad Legislativa. Una semana después, se realizó esta charla.

El 28 de diciembre de ese año, muy de mañana, me llamó Jorge Hernando Pedraza y me dijo:

—Prepáreme una nota de condolencia para la señora y los hijos del doctor Jorge Palacios. Expresemos el dolor por su partida y resaltemos su prestancia y gran trabajo en favor de la conservación de la memoria del país en su condición de director del Archivo General de la Nación. Ah, también hagámosle llegar las condolencias a los funcionarios del Archivo.

La noticia me sorprendió. Sentí opresión en el pecho y deseos de llorar. Mi gran amigo había fallecido en la tarde del 27 de diciembre y yo no lo sabía.

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Como reconocimiento a su vida y obra le han sido tributados muchos homenajes. En vida fue condecorado y exaltado por distintas entidades e instituciones.

El 26 de octubre de 1997, por ejemplo, el gobernador de Boyacá, José Benigno Perilla, le impuso la condecoración Orden de la Libertad en el grado de Gran Oficial. En la ceremonia, el mandatario seccional dijo: “Jorge Palacios Preciado es un hombre de clara inteligencia, escritor sobresaliente de exquisita prosa y dueño de la más rica cultura. Esta distinción que le impone hoy Boyacá por mi intermedio es apenas un reconocimiento a su dedicación permanente al departamento y el agradecimiento por la tarea que viene adelantando para situarlo en el primer lugar de la modernización en materia archivística y ser abanderado al respecto a nivel nacional”.

Al responder, el homenajeado señaló: “Al informarme de este emocionante acto de reconocimiento, hice un examen de conciencia según los cánones ignacianos y me hallé falto de mérito. ¿Por qué acepté entonces?  Solo porque la benevolencia y generosidad del señor gobernador y sus colaboradores me han puesto en una especia de estado de gracia frente a la opinión. Por todo ello mi profunda y perenne gratitud (…) La Orden de la Libertad, que se inspira en el cenit de la historia nacional de Boyacá y exalta la condición que dignifica al hombre, la recibo con la humildad de ciudadano del común que tiene la convicción de trabajar con fe en las potencialidades de la cultura para alcanzar la vigencia de aquellos valores que hace los pueblos invulnerables a la erosión de la historia”.

Mediante resolución del 30 de septiembre de 2002 la Secretaría de Educación de Boyacá creó en Tibasosa la “Institución Educativa Jorge Clemente Palacios Preciado”.

El 12 de noviembre de 2003 le fue conferida la Gran Orden Ministerio de Cultura, que le impuso la entonces ministra Consuelo Araújo Noguera.

Luego de su fallecimiento se le otorgaron más reconocimientos.

En 2006 las directivas de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia asignaron el nombre de “Jorge Clemente Palacios Preciado” a la biblioteca central de la institución, para exaltar los méritos intelectuales y profesionales de quien fuera docente y directivo de esta Alma Mater y como reconocimiento por la donación de toda su colección bibliográfica.

El 30 de junio de 2011 el presidente Juan Manuel Santos sancionó la Ley 1470 “Por la cual se honra la memoria del doctor Jorge Palacios Preciado y se dictan otras disposiciones”.

El artículo primero de esta norma establece: «El Congreso de Colombia honra la memoria del ilustre colombiano doctor Jorge Palacios Preciado, boyacense, historiador, escritor y archivista, quien con sacrificio y denuedo dedicó su vida a conservar la historia documental de Colombia, logrando un merecido reconocimiento nacional e internacional. Como homenaje perenne a su memoria el Archivo General de la Nación, ubicado en la carrera 6 número 6 – 91 de la ciudad de Bogotá D. C., se llamará, a partir de la vigencia de la presente ley, “Archivo General de la Nación Jorge Palacios Preciado”».

El artículo segundo señala que la Imprenta Nacional editará su biografía y publicará su producción intelectual.

El artículo tercero ordena colocar un óleo de él en la oficina principal del “Archivo General de la Nación Jorge Palacios Preciado”.

El artículo cuarto manda colocar un busto de Jorge Palacios a la entrada del edificio del Archivo General de la Nación, con la siguiente inscripción en una placa: «ARCHIVOS…testimonio del ayer que con tanto celo y cuidado se conservan y nos ponen en contacto espiritual con las generaciones pasadas para comprender sus ilusiones y fracasos,… Los documentos son «Trozos de evidencia» llenos de nitidez y credibilidad que rehacen la verdad para sentir intensamente la poesía de la vida», 1993».

El artículo quinto indica que, en Tibasosa, su tierra natal, se erigirá un monumento de este ilustre hombre.

El artículo sexto autoriza al Gobierno Nacional para la emisión de una estampilla en homenaje suyo.

El artículo séptimo reza que «El “Archivo General de la Nación Jorge Palacios Preciado” se encargará de coordinar con la Academia Boyacense de Historia y la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia la recopilación para la edición de las Obras Selectas del historiador, escritor, archivista y académico, doctor Jorge Palacios Preciado».

El 6 de marzo de 2012, mediante la Resolución número 386 del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, fue aprobada la emisión postal “Jorge Palacios Preciado”, Ley 1470 de 2011, consistente en 2.000 hojas bloque, para un total de 40.000 estampillas. En esa misma fecha se emitió el boletín informativo y un sobre de primer día.

El 28 de septiembre de 2012, el entonces alcalde de Bogotá, Gustavo Petro Urrego, mediante el decreto 0449, honró su memoria considerándolo ilustre colombiano y ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de ciudadanos y gobernantes; además le otorgó la condecoración Orden Civil al Mérito «Ciudad de Bogotá», en el grado de Gran Oficial, la cual, en ceremonia especial, le fue impuesta a su esposa, la profesora Ludovina Rojas Rodríguez.

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De lo publicado tras la muerte de Jorge Palacios Preciado me ha llamado la atención el In memoriam escrito por Juan B. Ruiz Rivera, profesor de la Universidad de Sevilla, España.

Son afirmaciones contundentes, respaldadas con argumentos incontrovertibles, las que consigna el profesor español en su nota.

Comienza calificando a Palacios Preciado como “el mayor luchador por recuperar la memoria del país” y considera que esa “no es tarea baladí en Colombia. No en vano permaneció como director del Archivo General de la Nación más de diecisiete años en dos períodos distintos”.

Al resaltar su trabajo archivístico considera que:  “Ya sería meritoria en sí misma esa labor de rescatar, organizar y poner a disposición de todos los ciudadanos, especialmente de los investigadores, la memoria escrita y representada de la nación, pero en él se unió el haber llevado a término la construcción de un ejemplar edificio para albergar la documentación y los cuidadores de la memoria colectiva, dotado de todos los medios materiales y técnicos a su alcance para hacerlo digno de admiración, con la colaboración del ingenio del arquitecto Salmona”.

Magistral resulta la forma como se refiere a su desempeño al frente de los distintos cargos que ejerció. No solo destaca su eficiencia y efectividad en el trabajo sino su pulcritud en el manejo de la cosa pública. “En todas esas altas responsabilidades pudo desempeñar una tarea eficaz gracias a su talento para analizar los problemas y diseñar los proyectos de solución, pero aún más como resultado de su honradez personal, sabiendo que no se debía a nadie y que su trabajo tenía la retribución establecida y ninguna más”, puntualiza.

En uno de los párrafos finales retrata fielmente la calidad humana de Palacios Preciado.  Al respecto señala: “Fue capaz de evitar las tentaciones en que no pocos caen. El talento y el éxito no le endiosaron ni el poder le corrompió. El mejor elogio de él es nunca haber oído a

nadie hablar mal de Jorge. Por encima de todo, de su saber hacer, de su consejo prudente, de su paciente escucha a todo el mundo, de su capacidad de análisis, de su finísimo sentido del humor, de su generosidad, por encima de todo, fue un hombre bueno, en el sentido más pleno y humano del término. Ahí le salía su hombre boyacense tranquilo, profundo y fiel amigo”.

Por último, concluye: “No cabe duda de que Colombia ha perdido a un destacado hijo, aunque al propio tiempo lo ha ganado para la galería de sus hombres ilustres”.

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