
Desde hace unos días, estoy leyendo un libro titulado ‘La experiencia del amor’, publicado por la editorial Gris Tormenta. En él, escriben once autores de distintas procedencias y lenguas. Casi todos escribieron los ensayos en edades maduras, cuando tal vez ya habían desentrañado algunos de los misterios del amor. Algunos de los escritores y escritoras que participan son Carmen Boullosa, Natalia Ginzburg, Leonardo Padura y George Steiner.
Cada uno de los ensayos sobre el amor me ha hecho pensar que las experiencias que más nos atraviesan en la vida son las amorosas y, sin embargo, poco pensamos en el amor. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de amor? ¿Por qué el amor nos atraviesa? ¿Qué es amar? ¿Es posible amar en esta época en la que incluso se comercializan las vivencias amorosas? Pues este libro, indudablemente, nos ayuda a responder estas y otras preguntas.
A mí, particularmente, hubo un verso de Silvina Ocampo que me hizo pensar que el amor se vive con el cuerpo, es decir, con un cuerpo enamorado, capaz de amar la vida. Amar es tener un cuerpo que, a través de los sentidos, disfruta de la voz de los otros, del ronroneo de un gato, del ladrido de los perros, del canto de las aves, del rumor del viento estrellándose contra las ventanas, de la danza de los árboles; de unos ojos bellos, de una sonrisa; del sabor de las frutas, del agua que baña el cuerpo, de los movimientos del cuerpo que son la vida, de la música, del arte escrito, de la belleza que produce el mundo y que producen sus seres… Esas experiencias sensoriales hacen que se sienta el verso de Silvina Ocampo: “¡Si tengo un corazón es para que arda!”
Carmen Boullosa, una de las ensayistas del libro citado, escribe que, “para arder, el corazón tiene que estar en contacto con el oxígeno, tiene que estar expuesto, como está desnudo el cuerpo en su piel.” Para que el corazón arda, tiene que sentir la vida, respirar, caminar, hacer espacios de silencio para escuchar la vida, abrazar sin prisa, dar un beso en estado de meditación y concentración, estar en el verde para que los pulmones se llenen de vida. Para que el corazón arda de amor, es necesario despertar.
No obstante, nuestro corazón, tan lleno de angustias y cansancio por las preocupaciones cotidianas, no arde; solo sobrevive. Este agotamiento que vivimos, denunciado por Byung-Chul Han, nos impide la experiencia del amor, de lo erótico, de lo otro. El cansancio de la vida cotidiana, de la esclavización moderna, no permite que el corazón se encienda a la vida y despierte.