A partir de 1973 y durante 30 años aproximadamente, el templo de San Ignacio de Tunja fue escenario permanente de conciertos de música culta ejecutados por agrupaciones reconocidas mundialmente. Orquestas sinfónicas y filarmónicas, grupos de cámara, cuartetos, tríos, duetos y solistas de Europa, Asia, Oceanía y América se presentaron allí, siempre con audiencias numerosas.
Esta iglesia fue construida por la Compañía de Jesús a partir de 1615 y terminada en 1761, seis años antes de que dicha comunidad religiosa fuera expulsada de España y de sus territorios de dominio en América por el Rey Carlos III.
La edificación comenzó a levantarse en el solar de la casona que los jesuitas habían adquirido para establecer un colegio. En las instalaciones de ese plantel educativo vivió, durante 1614 y 1615, San Pedro Claver.

En 1965, dado el avanzado estado deterioro en que se encontraba este templo, fue clausurado para el culto religioso y sometido, por el Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, a una restauración arquitectónica.
El 13 de mayo de 1972 se inauguró la restauración. Desde entonces, y hasta comienzos del siglo XXI, el templo de San Ignacio fue destinado a sala de conciertos. En este lapso estuvo a cargo de la Gobernación de Boyacá. Después, su administración volvió a la Arquidiócesis de Tunja.
Quien instituyó la costumbre de presentar agrupaciones de renombre mundial allí fue el recordado director del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, Gustavo Mateus Cortés (q.e.p.d.), creador de la Semana Internacional de la Cultura. La mayoría de sus sucesores continuaron con dicha tónica. Uno de ellos fue el abogado Javier Pereira Jáuregui. Él logró la presentación de grupos artísticos de varios países del mundo. Uno de estos fue el dueto italiano Pelli, conformado por un pianista y un oboísta.
El concierto del dueto Pelli fue un sábado de septiembre de 1996. El recinto de San Ignacio estaba repleto. En primera fila se encontraba el gobernador José Benigno Perilla Piñeros acompañado, entre otros funcionarios públicos, por el contralor del departamento, Ramiro Abella Soto y el director del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, Javier Pereira.
El concierto avanzaba con normalidad.

—Nos encontrábamos en un estado casi catártico de concentración —recuerda Pereira Jáuregui.
El piano negro, de media cola resaltaba en el escenario. Los concurrentes disfrutaban con deleite la pieza que se ejecutaba.
—De pronto sonó un golpe. ¡Plaf! El piano quedó totalmente lleno de algo que parecía ser una pintura blanca. El oboísta miraba sorprendido al pianista como diciendo: ¿qué pasó? Parte de aquella sustancia blanca, que hasta el momento no sabíamos qué era, le quedó en la calva del oboísta. El gobernador, que estaba lelo con los brazos cruzados siguiendo el concierto, volteó a mirarme; yo hice lo mismo. Nuestras miradas se encontraron y expresaban perplejidad —relata Pereira Jáuregui, quien por un momento quedó paralizado, pero no tardó en reaccionar; se paró de su silla, subió al escenario e invitó al pianista y al oboísta a pasar a la sacristía para que este último se pudiera limpiar lo que había caído sobre su cabeza y que expedía un olor nauseabundo.
El silencio fue total. Un ambiente de misterio invadió el recinto. Los espectadores trataban de entender lo acontecido. Algunos estaban sobrecogidos, otros atónitos y no pocos especulaban sobre el origen de aquella situación. De todas maneras, hablaban en susurros y nadie se retiraba del lugar.
—La gente tuvo el valor y el respeto de contener la risa. Eso me sorprendió. Todos modulamos. Había una cultura creada por el Festival Internacional. La gente que iba a conciertos estimaba y valoraba el arte —anota Javier Pereira.
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En medio de la confusión, los curiosos que habían mirado hacia la parte del artesonado creyeron saber lo ocurrido. Observaron, a la altura del escenario, un pájaro grande parado en una viga de la estructura del techo. Pronto se descubrió que aquella ave era un búho y que había realizado una descarga fecal.
—Pero no fue una deposición de un chorrito o de unos dos bollitos. No. Fue un baldado de excremento —dice, aún consternado 28 años después, Pereira Jáuregui—. Parecía como si se hubiese vertido desde arriba, a casi 15 metros, un tarro grande de pintura. Imagínese la escena. La superficie del piano parecía un cuadro surrealista.
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En la sacristía, mientras el oboísta se lavaba la cabeza y se limpiaba el traje, Pereira Jáuregui estaba angustiado por conocer la reacción de los integrantes del dúo.
—¿Será que me van a vaciar? ¿Suspenderán el concierto? —se preguntaba a sí mismo.

Alguien le acercó al oboísta un perfume y se aplicó casi medio frasco. De repente en una combinación de español e italiano dijo:
—En chento chincuenta conchertos jamás me había pasado questo, pero es de buena suerte.
Cuando Pereira Jáuregui escuchó estas palabras se tranquilizó.
—De inmediato me volvió el alma al cuerpo —confiesa.
Al regresar los músicos al escenario, el público irrumpió en aplausos. El oboísta repitió lo que había dicho en la sacristía. Al pronunciar la frase: “questo es de buena suerte”, se escuchó una carcajada general.
Apenas se reinició el concierto, el gobernador José Benigno Perilla inclinó su cabeza hacia el lado donde se encontraba el director del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá y con el rostro circunspecto le dijo en tono grave:
—Doctor Pereira y Jáuregui, mañana el titular en la prensa va a ser: El búho que se cagó en el dúo.
Por la forma como se lo dijo, Pereira Jáuregui sintió un escalofrío y quedó estupefacto porque pensó que detrás de ese comentario su jefe le estaba haciendo un llamado de atención.
—Bueno, ese apunte del doctor Perilla, que resultó ser jocoso, demostró su ingenio. Le salió en verso y con rima y todo; además, perfecto para describir lo que pasó.
Terminado el concierto, Pereira, junto con Carlos Arturo Olano Correa, asesor del Gobernador y Carlos Mesa, funcionario directivo del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, acompañaron a los integrantes del dúo al Hotel Hunza, en donde se encontraban hospedados. Luego de la cena les agradecieron su concierto y les desearon feliz regreso a Italia.
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Para Javier Pereira el drama del accidentado concierto no terminó aquel día.
—Unas dos semanas después nos fuimos a Tenza a un evento de rendición de cuentas del equipo departamental de gobierno convocado por el gobernador. Estando allí me llamó por teléfono el jefe de redacción del periódico Boyacá 7 días, Ricardo Rodríguez Puerto.
Pereira Jáuregui pasó al teléfono. Esa conversación no se le ha olvidado y la recuerda así:
—Doctor Pereira, están diciendo que usted mandó asesinar al búho que se cagó en el dúo.
—No, eso es una falsedad, yo jamás haría algo así. Pero ¿qué pasó?
—Vieron sacar al búho de la iglesia de San Ignacio y estaba muerto.
—Ah, yo no tengo ni idea. En mi vida nunca me ha pasado por la cabeza hacer algo así.
Tan pronto colgó el teléfono con el periodista, Javier Pereira le comentó lo sucedido al gobernador, quien, visiblemente afectado por la noticia les pidió a funcionarios de su entorno averiguar lo sucedido.
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A punto ya de cumplirse tres décadas de lo acontecido, Ricardo Rodríguez Puerto, exjefe de redacción de Boyacá 7 días, rememora así este episodio:
—Lo que supimos en ese momento fue que funcionarios del ICBA persiguieron y mataron el búho. En el periódico, yo no sé si otros medios también se ocuparon de eso, hicimos un escándalo, primero porque era un animal indefenso y segundo, porque era el símbolo de la cultura. Me contaba Javier Pereira que ese escándalo estuvo a punto de tumbarlo de la dirección del ICBA.
—Pero, ¿hubo testimonios que demostraran la participación de funcionarios del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá en el sacrificio del búho?
—No recuerdo que hubiera habido testimonios, lo que pasa es que quienes subían por allá a esos sitios eran los empleados del Instituto, no más. Eran los únicos que podían acceder a un lugar como aquel. Por eso nosotros supusimos que ellos habían sido quienes lo habían sacrificado y creo que dijimos que la orden era del director.
—¿No era arriesgado hacer una acusación sin testimonios?
—Si claro, pero era muy complicado que alguien nos diera un testimonio en ese sentido. Lo cierto es que el animal apareció muerto.