La odisea para hablar con el papa – #CrónicasYSemblanzas

Cuando a comienzos de agosto de 2021 el nuncio apostólico en Lima le informó que la nueva fecha de su audiencia con el Papa Francisco era el 29 de noviembre de ese año, Jorge Hernando Pedraza, a la sazón secretario general de la Comunidad Andina, CAN, estuvo lejos de imaginarse las inesperadas contingencias que se le atravesarían en el propósito de lograr este anhelo.

Él proviene de un hogar de acendrado sentimiento religioso. Ha confesado ser católico. De su madre heredó la devoción a la Divinidad y el respeto profundo a la jerarquía eclesiástica.

Desde hace tiempo deseaba entrevistarse con el Papa. A mí, a mediados de 2013, siendo él senador de la República, me solicitó preparar una carta para pedir una audiencia con su santidad Francisco, quien tres meses antes había llegado al trono pontificio. Yo, que hacía parte de su Unidad de Trabajo Legislativo, la redacté. Estaba dirigida al nuncio en Colombia. La revisó y de inmediato la firmó. Ese día fue entregada en la sede de la Nunciatura en Bogotá. Tal petición nunca fue respondida.

Jorge Hernando Pedraza en la audiencia con su Santidad Francisco. Foto tomada del portal de la Comunidad Andina.
Jorge Hernando Pedraza en la audiencia con su Santidad Francisco. Foto tomada del portal de la Comunidad Andina.

La idea de tener una cita con el Papa apareció de nuevo seis años después. Fue el nuncio ante el Gobierno del Perú quien le planteó esa posibilidad durante el coctel ofrecido por la Secretaría General de la Comunidad Andina al cuerpo diplomático acreditado en Lima, el 26 de mayo de 2019, con ocasión del cincuentenario de la firma del Acuerdo de Cartagena, documento fundacional de la CAN.

—¿Tú has pensado en pedir una audiencia con el Papa?

—Sí su excelencia. Lo he pensado. ¿Qué debo hacer?

—Elabora una carta solicitándola.

Tres días después Jorge Hernando Pedraza llegó a la Nunciatura en Lima con la carta.

—Se la entregué personalmente al nuncio.

Semanas después le notificaron que el Vaticano había aprobado la audiencia. Sería en noviembre de ese año.

—Por esos días al Papa debieron intervenirlo quirúrgicamente y la audiencia se aplazó. Me enviaron una carta diciéndome que en el transcurso del primer semestre de 2020 se reagendaría. Llegó la pandemia de la COVID 19 y el asunto quedó estancado.

Los esposos Pedraza Padilla en la audiencia con el Papa. Foto Comunidad Andina.

Fue en julio de 2020 cuando el nuncio de su Santidad en Lima le envió una nota donde le informaba que: “su audiencia con el Papa será el 11 de noviembre a las 11 de la mañana”.

—Aunque en esa época persistía la pandemia, ante la comunicación del nuncio comencé a alistar lo necesario. Informé a la Nunciatura que a la audiencia asistiría con mi esposa.

Llegó la segunda ola de la COVID 19 a Europa y de nuevo aparecieron las restricciones de viajes aéreos. Aunque el Vaticano no se pronunció sobre la vigencia de la audiencia, Jorge Hernando decidió enviar una comunicación a la Nunciatura en Lima manifestando que consideraba prudente aplazar el compromiso dadas las circunstancias de la pandemia que afectaba a la humanidad.

—Es lo más sabio que tú has podido hacer —le dijo el nuncio a Jorge Hernando Pedraza luego de enterarse de la nota—. De todas maneras, te comento que acabo de recibir del asistente del Papa una comunicación en la cual me informa que la audiencia ha sido cancelada.

A partir de ese momento se olvidó de la audiencia y hasta llegó a creer que ese era un tema ya agotado. No obstante, a finales de julio de 2021, con ocasión del saludo del cuerpo diplomático acreditado en Lima al nuevo presidente del Perú, Pedro Castillo, Jorge Hernando y el nuncio volvieron a encontrarse.

—Tan pronto entré al recinto donde se iba a efectuar el saludo vi al nuncio y me acerqué a él. Me abrazó y me dijo:

—Oh, secretario, el Papa ya te fijó nueva fecha.

Dos días después, el nuncio le envió una nota en donde le preguntaba si deseaba la audiencia para el 29 de noviembre o para el tres de diciembre. Le advertía que la hora la fijarían en el Vaticano. Jorge Hernando le respondió que escogía la fecha del 29 de noviembre. A la semana siguiente le fue confirmada la audiencia para ese día.

Con el aviso cierto de la reprogramación de la cita con el Papa, se entusiasmó y comenzó a organizar los preparativos. Investigó sobre el protocolo que debía seguir en el Vaticano. Habló con su esposa respecto a la ropa que vestirían  y los obsequios que le llevarían al Sumo Pontífice. Se puso en contacto con el embajador de Colombia en la Santa Sede, Jorge Mario Eastman Robledo, a quien le solicitó asesoría y apoyo logístico.

Jorge Hernando y su esposa salieron rumbo a Europa el 21 de noviembre para asistir a la audiencia. Inicialmente hicieron escala en España. Allí permanecieron varios días. Aprovecharon el tiempo para definir asuntos que tenían pendientes relacionados con la audiencia. El domingo 28 llegaron a Roma.

En la capital italiana lo primero que hizo fue contactarse telefónicamente con el embajador Eastman Robledo, quien estuvo pendiente de los detalles de tal encuentro. Le facilitó transporte y un equipo de funcionarios para que ultimara los detalles.

Reflejo en forma de cruz sobre el lago de Tota. Foto tomada de Rome Reports.com

Ese día, ya caída la tarde, se reunió en el hotel con los funcionarios de la Embajada colombiana y con una funcionaria de la CAN que había viajado para desempeñarse como asistente del secretario. Entre todos revisaron el paso a paso de la audiencia. Como resultado de ese ejercicio descubrieron que ni Jorge Hernando ni su esposa tenían actualizado el greenpass, certificado COVID digital de la Unión Europea.

—Nosotros habíamos tramitado este documento en España, pero no sabíamos que expiraba a las 24 horas y que, en esa materia, una cosa era España y otra, Italia.

Ya era de noche y no podían hacer nada para refrendarlo. A Jorge Hernando le preocupó este impasse, que lo consideró de marca mayor, porque en ese momento aún no sabía la hora de la audiencia y se preguntó qué pasaría si la cita con el Papa fuera en la mañana.

De otra parte, durante la reunión con los funcionarios de la embajada colombiana, Jorge Hernando descubrió algo que lo alarmó en extremo: había perdido su pasaporte. Esta era una noticia alarmante, porque cuando alguien se encuentra en otro país, no hay problema mayor que estar indocumentado.

De manera milagrosa, esa noche él y su esposa se enteraron de cómo podrían renovar fácilmente el certificado. Cuando fueron a cenar en un restaurante de la capital italiana, el dueño del establecimiento les comentó que su esposa era enfermera y trabajaba en un lugar donde lo expedían.

Al día siguiente, muy temprano, fueron al sitio señalado y no tuvieron mayor dificultad en la realización de ese trámite. Mientras estaban allí les comunicaron telefónicamente, desde la embajada de Colombia en el Vaticano, que la audiencia con el Papa sería a las cinco de la tarde. Enseguida se dirigieron al lugar en donde debían instaurar la denuncia por la pérdida del pasaporte. No pudieron efectuar esa diligencia. La cola era enorme y el trámite era muy dispendioso.

A esa hora del día, cerca de las 12 meridiano, el tráfico en Roma estaba congestionado. No encontraban taxi para regresar al hotel. Los vehículos que les habían asignado se encontraban lejos de allí en otra misión. Por fin, tras una larga y desesperante búsqueda, consiguieron un taxi.

—Llegamos al hotel a alistarnos con Liz a toda carrera. Llevábamos como cinco minutos en la habitación. Ella estaba terminando de bañarse. Yo no me había bañado todavía. De pronto sonó una alarma potente en el televisor.

Ante ese fuerte sonido su esposa le dijo desde la ducha:

—Uy Jorge Hernando, ¿qué hiciste?

—Yo no hice nada, es la alarma de incendio del hotel.

—¿Cómo?

—Sí, así funciona la alarma de incendio aquí.

En la pantalla del televisor aparecía, en varios idiomas, la leyenda: “Evacuar el edificio, urgente”.

Momento en el cual Elizabeth Padilla de Pedraza le entrega al Papa Francisco la foto de un reflejo en forma de luz sobre el lago de Tota. Foto tomada de Roma Reports.com

—Mi esposa estaba muy nerviosa, quería salir corriendo. Me tocó decirle: “cálmate”. De todas maneras abrí la puerta de la habitación y vi a una camarera tranquila, no tenía ningún afán.  Estábamos en un penthouse. Miré a la calle por la ventana, no observé ningún carro de bomberos, ni gente aglutinada, ni operación especial. Ante eso resolví bañarme de inmediato. A mi esposa le pedí que fuera poniendo nuestras pertenencias en las maletas.

Jorge Hernando entró a la ducha y Elizabeth comenzó a alistar rápido el equipaje.

—Después de bañarme y mientras me vestía a toda velocidad no sentimos nada, ningún ruido. Al terminar de vestirme le dije a mi esposa: ya vestidos que carajo, bajemos con calma. No había vuelto a sonar la alarma. Resulta que abrí la puerta de la habitación con las maletas en la mano y había una persona ahí en el vestíbulo y me dijo tranquilamente: “ya está en servicio el ascensor”.

Elizabeth Padilla, recuerda así esa experiencia:

—Cuando Jorge Hernando me dijo que se había prendido la alarma de incendio del hotel me invadió la angustia. En ese momento faltaba hora y media para la audiencia. Imagínese yo apenas estaba bañándome. Eso fue dramático. De todas maneras, sacamos algunas cosas que pudiéramos necesitar.

Muy prevenidos y con el susto a flor de piel, Jorge Hernando y su esposa bajaron al hall del hotel. Allí todo era normal. Afuera ya se encontraban los carros que los llevarían al Vaticano.

No perdieron tiempo. Se dirigieron a los vehículos.

—No hubo posibilidad de preguntar qué había ocurrido.

Dentro del vehículo, Jorge Hernando y su esposa se sintieron aliviados. A medida que se acercaban a su destino les renacía con fuerza la esperanza de poder concurrir a la audiencia.

Llegaron al Vaticano. Al bajar del auto los dos comenzaron a vivir la que consideran una experiencia sin igual. Claro que no todas las dificultades las habían podido superar: Jorge Hernando estaba indocumentado.

**

—¿Cómo se sintió durante la audiencia con el Papa? —le pregunté a Jorge Hernando.

—Bueno, llegar allá fue fantástico. Se me erizó la piel.  Fue una oportunidad excepcional, un momento maravilloso.

Esta pregunta y esta respuesta se dieron cuatro meses después de la audiencia papal. Era un jueves en la tarde de comienzos de abril de 2022. Nos encontrábamos en la taberna del Hotel Refugio Pozo Azul de Aquitania. Los dos estábamos tomándonos un café.  Al frente teníamos el lago de Tota con sus aguas azuladas, tranquilas e inmensas, bordeadas del verde pleno de árboles y sementeras de cebolla y otros cultivos, bajo un firmamento de nubes blancas y ligeras; un tenue rocío acariciaba con delicadeza ese pintoresco paisaje.

Hablar de esa cita con el Papa Francisco lo emociona, transforma y traslada a momentos, que —dice— fueron sublimes e inolvidables.

Por supuesto, su esposa también siente sensaciones de regocijo y deleite al referirse a este episodio. De ahí que, al preguntarle sobre ese momento, se le iluminó el rostro y le apareció una dulce sonrisa mientras me respondía.

—Ay, muy linda.

Esa afirmación me la hizo el mismo día en que me entrevisté con Jorge Hernando Pedraza en el hotel Pozo Azul de Aquitania. Con ella no hablé dentro de las instalaciones del hotel sino afuera, en un prado de los jardines, en un habitáculo de paredes plásticas y transparentes, similar a un iglú, en donde se encontraban también su esposo, su hijo Nicolás y mi esposa; allí la temperatura ambiente era abrigada y agradable; afuera, el frío penetraba los huesos. Frente a nosotros, el lago de Tota lucía su natural belleza.

—Pues fue una expectativa muy grande. Al principio, como de incredulidad, que uno dice: ¿esto será verdad? ¿Cómo conseguir el vestido’, ¿qué me pongo?, es una cosa que uno dice: ¿será que con esto quedo bien? ¿qué alhajas utilizo? me pareció que debía ponerme algo nada vistoso, ni llamativo, y, claro, le dan a uno como nervios. Ya cuando llegó ese día, bueno, fue una experiencia increíble porque ocurrieron demasiadas cosas extrañas, bastante curiosas.

Jorge Hernando Pedraza y Elizabeth padilla con su Santidad Francisco. Foto to.ada del portal de la Comunidad Andina.

**

Volviendo al día de la audiencia, una vez en la recepción del Vaticano, Jorge Hernando, su esposa y la asistente de la CAN fueron conducidos hasta la biblioteca en el cuarto piso del edificio central en donde los recibiría el Papa. Para llegar allá debieron pasar por corredores esplendorosos, plenos de solemnidad y elegancia. 

En el cuarto piso los recibió el asistente del Papa, quien de manera simpática se presentó como “el portero del Papa”.

—Es un obispo de nacionalidad argentina, de la confianza del sumo Pontífice, una belleza de hombre, qué carisma, qué calidad humana —así lo describe la esposa de Jorge Hernando—. Nos agradeció por haber llegado con tanta antelación, y muy sereno nos dijo: “el sumo Pontífice en este momento está en otra audiencia, ahorita pasan ustedes, yo les aviso para el ingreso, no pueden usar celulares”. Nos explicó todo el procedimiento que se debía seguir para la audiencia y nos mencionó el nombre del cardenal que estaba hablando en ese momento con el Sumo Pontífice.

Nerviosos, Jorge Hernando y su esposa se encontraban en un salón pequeño. Permanecían pendientes de cuál puerta se iba abrir enseguida.

Pasaron minutos que los disfrutaron observando los detalles del salón: el material del piso, el estilo de los muebles, los adornos. De pronto se abrió una puerta. Todos creyeron que ya iban a ver al Papa. No sucedió así. Les indicaron que se dirigieran a otro lugar. Debieron atravesar por lo menos cuatro salones pequeños más.

En el nuevo recinto en donde se encontraban sonó una campanita. Todos se pusieron alerta. El asistente del Papa se acercó a una de las puertas. De allí salió el cardenal que se encontraba hablando con el Papa.

El asistente del Papa ingresó a la biblioteca donde se encontraba Francisco y la puerta se cerró.

Pasaron no más de cinco minutos y volvió a sonar la campanita. Entonces la puerta de la biblioteca se abrió.

—Ya pueden entrar —les indicaron.

Jorge Hernando, su esposa y su asistente se dirigieron a la puerta.

—Fue el sumo pontífice en persona quien los recibió —recuerda Jorge Hernando.

—Cuando me iba acercando lo primero que vi fueron tres o cuatro personas, camarógrafos, fotógrafos y a mí eso me acobarda mucho y, claro, me quedé observándolos y de pronto volví a mirar para la derecha y ahí estaba parado el Santo Padre. Sentí gran emoción. Nos habían dicho que debía hacer una venia, pero uno no se acuerda de nada en ese momento. Lo percibí tranquilo y sencillo. Es una persona que irradia mucha paz —rememora Elizabeth.

Conmovidos saludaron al Santo Padre.

—Su santidad, es un honor y un gusto. Gracias por recibirnos —le dijo Jorge Hernando Pedraza inclinando su cuerpo hacia adelante, con voz baja y pausada mientras le estrechaba la mano.

—Su santidad, qué gusto verlo —le dijo Elizabeth al sumo pontífice al momento de saludarlo de mano.

El papa sonriente y con gran afabilidad les respondió los saludos.

Luego tuvo lugar la parte protocolaria.

—Viene el momento de las fotografías, después la rueda de prensa. Cinco cámaras de televisión, varios periodistas, varios fotógrafos. Toman las fotografías, filman todo —recuerda Jorge Hernando.

Para la sesión de fotografías, le indicaron a Jorge Hernando que debía ir a la izquierda del Papa y a su esposa, que se ubicara a la derecha. Tras varias tomas, el obispo ayudante de su Santidad le pidió a la asistente de Jorge Hernando Pedraza que también pasara junto al Papa.

Luego se produjo la bendición de los objetos que llevaban los esposos Pedraza Padilla. Eran camándulas, estampas, reliquias religiosas, la bandera de la Comunidad Andina y una copia del Acuerdo de Cartagena

—En medio de la formalidad que había, todo acontecía de una manera tan relajada y tranquila. Yo no sentía esa angustia de pensar qué debo hacer o dónde me paro. No, todo era tan natural —evoca Elizabeth.

Fue el obispo asistente quien, terminada la sesión de fotos, le anunció al Papa que el secretario general y su esposa deseaban entregarle unos obsequios.

—Yo le llevé una cruz con seis esmeraldas que me dieron amigos de Coscuez. No me costó nada. El regalo lo consulté con la Nunciatura en Lima para que no fuera visto como un elemento suntuoso por la austeridad que caracteriza al Papa. Me dijeron: esto él lo va a recibir, escriba que es el trabajo manual de unos orfebres, en oro colombiano y con esmeraldas extraídas por mineros colombianos —cuenta Jorge Hernando.

Después de la entrega del crucifijo y de unos libros de la CAN y cuando comenzaban a retirarse los fotógrafos, Elizabeth, en medio de facciones y actitudes que denotaban delicadeza, le entregó al Papa una fotografía que, de inmediato, lo hizo reaccionar. Este les pidió a los fotógrafos el favor de permanecer en el recinto. 

—Tenemos un hotel en la laguna de Tota, en Boyacá y eran como las cinco de la tarde y cuando volteo a mirar observo el reflejo de la cruz. Nunca había visto algo así —le explicó Elizabeth al Santo Padre.

El Papa, extasiado mirando la fotografía, apenas repetía: “qué bonito, qué bonito”. Entonces mostró la imagen a los fotógrafos y camarógrafos. En esta aparecía un reflejo crepuscular en forma de cruz gigante sobre un inmenso lago.

Alguno de los fotógrafos preguntó si la foto tenía Photoshop, ante lo cual Elizabeth respondió: “No, no. Es original”.

—Los noticieros del Vaticano y de Italia la registraron en sus emisiones. La foto tuvo más despliegue que la misma visita. Impresionó al Sumo Pontífice. Tan impactado quedó el Papa que pidió que la fotografía se quedara en su despacho— me dijo Jorge Hernando.

—¿Cómo se sintió en ese momento que tenía toda la atención del Sumo Pontífice? —le pregunté a Elizabeth, cuatro meses después de la audiencia.

—Totalmente tranquila porque no estaba siendo creativa ni imaginativa.  Yo pensé: no le voy a contar nada extraordinario, solo lo que viví, lo que me pasó aquí en este lugar y cómo fue que pude tomar esa foto, que todavía no me explico cómo la logré, pero ocurrió. Creo que fue un regalo muy lindo de Dios y que tuve el privilegio de vivir en ese momento.

**

Después de los regalos, el Papa condujo a Jorge Hernando y a su esposa a la oficina.

—Nos invitó a sentarnos y comenzó la charla. Entramos a hablar de temas sociales. De pronto me dijo: “Usted está en Lima y es colombiano. ¿Cómo le va secretario?

Elizabeth, sobre este momento, recuerda:

—Nos dijo que nos sentáramos. Entonces empezó la conversación con Jorge Hernando, quien le habló sobre la CAN y el Papa le dijo: “pues me tocó ponerme a leer sobre la CAN, no sabía qué hacía, quiero que me cuente qué más países son los que hacen parte, por qué Venezuela no está ahí, ¿Chile por qué no está”? bueno, ya fue una conversación de los dos, pero fue muy lindo todo.

El Papa entró en confianza y les comentó algo que le había sucedido en Lima. Su relato fue el siguiente: “secretario, déjeme decirle que a mí en Perú me ocurrió una anécdota. Cómo le parece, las cosas que uno no debe decir. Es imprudencia. Metí la pata. Estaba en Perú en visita apostólica y en una de tantas reuniones, en una reunión cerrada, yo dije: ¿qué les pasa a los peruanos?, ¿qué les está pasando a ustedes?, un país tan importante, que está como está, que los últimos cinco presidentes todos están en la cárcel. Terminé mi discurso y levantó la mano un señor. Él me dijo: “su Santidad, quiero decirle que yo también fui presidente y no estoy en la cárcel”. Ya la había embarrado, ya qué, pero a lo hecho, pecho. Terminó la visita, me vine al Vaticano y un día de estos en un informe de prensa, cómo le parece secretario leí que lo habían puesto preso a él, pero, además, al presidente que me recibió también lo pusieron preso”.

Esa confidencia le dio tranquilidad a Jorge Hernando para decirle:

—Su santidad, permítame tratarle temas personales. Mi señora y yo tenemos 31 años de casados, pero estuvimos un año separados. Fue un año en que no tuvimos comunicación. Se echó para atrás, soltó la risa y dijo:  “y ¿por qué perdieron tanto tiempo?”.

Cuando terminó la audiencia, Jorge Hernando y Elizabeth Padilla no podían creer que habían estado conversando con el Papa.

—Luego de despedirme del Papa salimos por esos enormes pasillos y ahí si la sensación que tuve de regocijo espiritual fue enorme, enorme. Qué alegría la que experimenté por haber podido cumplir ese sueño. Estaba admirado por la personalidad absorbente del Papa Francisco y por la magnificencia arquitectónica e histórica del Vaticano —recuerda Jorge Hernando.

Antes de retirarse del edificio, en su condición se secretario general de la CAN visitó en su despacho al secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin.

En Roma permanecieron cinco días más. En este tiempo Jorge Hernando solucionó su problema de la pérdida del pasaporte.

**

Ya, cuatro meses después de la audiencia, al recordar los momentos difíciles que debieron enfrentar el día de la audiencia, Elizabeth Padilla acepta que fue una prueba difícil, pero considera que tuvieron ayuda divina para salir de esos apuros.

—De todas maneras, lo que vivimos ese día fue angustioso porque nosotros hemos viajado durante tantos años y nunca nos había pasado una emergencia de un aviso de incendio en el hotel.

A orillas del lago de Tota les pregunté:

—¿Qué les regaló el Papa?

—Una camándula para Jorge Hernando con unas piedras negras, y una camándula para mí, con perlas y un libro de su autoría, en edición especial.

—También nos regaló una moneda, es un recordatorio del Vaticano, muy lindo —agregó Jorge Hernando.

A él no se le olvida que:

—El Santo Padre nos despidió en la puerta, con una sonrisa llena de paz y benevolencia.

-Publicidad-