Lo que puede la música de Jorge Velosa #CrónicasYSemblanzas

Una mañana de mediados de 1975, al ingresar al edificio de Bienestar Universitario de la UPTC, en donde yo estudiaba la licenciatura de Idiomas, una persona que iba conmigo me dijo:

—Mire, ese es el director de actividades culturales de la Universidad, es el hermano del profesor Meyid Velosa.

Lo miré. Caminaba despacio, parecía ensimismado en sus pensamientos. Lucía ropa informal. Tenía el cabello corto y despeinado. Asumí que su edad era de unos 25 años.

Meyid Velosa era un profesor de Agronomía que había estado recientemente en la palestra pública por algún enfrentamiento con estudiantes por su metodología pedagógica.

«Jorge Velosa y los hermanos Torres». Foto tomada del libro «Historias y destinos», Gobernación de Boyacá, 1997.

Esa misma tarde supe que el director de actividades culturales se llamaba Jorge Velosa Ruíz, médico veterinario recién egresado de la Universidad Nacional, oriundo de la población de Ráquira, aficionado al estudio de la música campesina. Tuve la intención de hablar con él para vincularme al grupo de teatro, pero, finalmente,  circunstancias de estudio y trabajo no me lo permitieron.

Muchos años después supe que quien lo nombró en ese cargo fue el rector de entonces, Osmar Correal Cabral. Con él hablé y le pregunté al respecto. Su respuesta fue la siguiente:

—En ese momento, septiembre de 1974, Jorge estaba casado con Esperanza Guzmán, sobrina de monseñor Germán Guzmán Campos. Yo la conocía muy bien.  Era profesora de primaria de mis hijos Rodrigo y Andrés. Cuando me designaron rector de la UPTC me llamó y me pidió que considerara la posibilidad de nombrar a su esposo en un cargo. Le pregunté la profesión de él y me comentó: “Es veterinario, egresado de la Universidad Nacional”. De inmediato le repliqué: “Pero en la nómina que manejo no veo cabida para un veterinario”. Entonces agregó: “Él también canta y le gustan mucho las actividades culturales”. Como yo apreciaba tanto a Soledad, me comprometí a mirar qué podía hacer en este caso. Le solicité el número del teléfono de Jorge para contactarlo personalmente.

Recuerda que lo llamó y le preguntó sobre su hoja de vida. “Es muy sencilla. Nací en Ráquira. Soy médico veterinario. También canto, bailo y de vez en cuando hablo mierda”, le respondió. En medio de risas Osmar le dijo: “Esa última me interesa”.

Luego de revisar los cargos disponibles, el rector encontró uno en Bienestar Universitario, justo el de director de Actividades Culturales.

—Soledad es ingeniera de sistemas. Con Jorge tuvieron una hija. Se separaron pronto. Ya divorciada, nos pidió, a mi esposa y a mí, que fuéramos los padrinos de bautismo de su hija. Aceptamos gustosos. La Chica estudió y luego viajó a los Estados Unidos. Creo que está radicada en Boston. Hace algunos años concertamos con ella una cita para vernos en esa ciudad norteamericana, pero finalmente no se produjo —evoca Osmar.

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En 1975, lo seguí viendo por los pasillos de la universidad e inclusive coincidí con él en los buses que cubrían el recorrido entre la Plaza de Bolívar y el patio central de la UPTC. Justo en uno de esos desplazamientos lo escuché tararear una canción, que según le contó a la persona que lo acompañaba, un investigador musical, si mal no estoy de apellido López, la habían interpretado el día anterior unos campesinos en un pueblo cercano a Tunja. Ese tarareo lo hacía con desparpajo, emotividad, en voz alta, acompañado de rítmicos movimientos de su cabeza.

Pasaron cuatro años para que volviera a saber de él. Yo, en ese momento, 1979, era el corresponsal del diario El Espectador en Tunja y coordinaba la Página de Boyacá. No me acuerdo quien me comentó que Jorge Velosa había conformado una agrupación musical. Ese alguien me sugirió que lo entrevistara y le hiciera una nota en el periódico porque lo había escuchado y sus interpretaciones, todas de música campesina, eran alegres, agradables y “muy pegajosas”. Sin éxito, intenté comunicarme con algunas personas que, creía, lo conocían.

Semanas después, un día, mi esposa, que estudiaba la carrera de Sicopedagogía en la UPTC se demoró en llegar a la casa. Iban a ser las ocho de la noche y no aparecía. Estaba preocupado porque sabía que salía de clase a las seis de la tarde y el recorrido del bus hasta el barrio donde vivíamos no demoraba más de media hora. Habían pasado unos minutos después de las ocho cuando abrió la puerta mientras cantaba: “La cuchariiiita se me perdió y la cuchariiiiiita, se me perdió, la cuchariiiitaaa se me perdió…”.  Al entonar ese estribillo movía su cuerpo con cadencia y ritmo alegres.

—¿Qué pasó? —le pregunté.

—Imagínate que, a las seis de la tarde, cuando terminó la última clase, pasé por la biblioteca a solicitar el préstamo de un libro que necesito consultar y Toño me vio y me dijo que me esperara a un concierto que se iba a realizar, en la biblioteca, a partir de las seis y media de la tarde. Se ofreció a acompañarme a tomar el bus una vez terminara esa presentación. Me dijo que con seguridad el concierto me iba a gustar.

—Y ¿cómo se llamaba el grupo?

—Ahí dijeron el nombre, pero no le puse atención y no me acuerdo. Es una palabra rara, nunca la había escuchado.

Toño, era un hermano mío que trabajaba en la biblioteca de la Universidad.

Cuando ella comenzó a darme detalles de los integrantes del grupo,  asocié de inmediato uno de ellos con Jorge Velosa Ruiz, de quien recientemente me habían hablado.

Transcurridos 44 años desde entonces, mi esposa, a quien le gusta cantar,  recuerda así aquella experiencia:

—El concierto fue en la sala de la antigua biblioteca, situada en el costado sur del edificio central. Toño me ubicó cerca de la tarima, montada para la ocasión. Aparecieron cuatro hombres, todos como de treinta años, iban vestidos de ruana y sombrero. Uno interpretaba el requinto, otro el tiple, el tercero la guitarra y el cuarto, que después supe que se llamaba Jorge Velosa, era el vocalista e interpretaba la guacharaca. Él hizo la presentación en una forma particular. Todo lo decía a través de coplas. Explicó que las composiciones que interpretaban eran el resultado de investigaciones realizadas en los pueblos de Boyacá. Tocaron muchas canciones, pero la que me impactó de inmediato, y no solo a mí sino a toda la audiencia, fue aquella que contaba la perdida de una cucharita de hueso. Esa me hizo vibrar todas mis fibras sensibles. Cuando Velosa dijo que ese era el repertorio preparado y que terminaba el concierto, los asistentes pedimos más canciones y ellos no tuvieron inconveniente en seguir cantando.

El primer disco de «Los Carrangueros de Ráquira», 1980. Foto archivo personal Gustavo Núñez Valero.

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En diciembre de ese 1979 supe que el grupo conformado por Jorge Velosa se llamaba “Los Carrangueros de Ráquira”. Ese año se presentó en uno de los conciertos del Aguinaldo Boyacense y se constituyó en un éxito rotundo.

De ahí en adelante me enteré de que “Los Carrangueros de Ráquira” eran contratados casi semanalmente para amenizar los festejos, no solo de los municipios de Boyacá sino de Cundinamarca y los Santanderes. La acogida del grupo fue sorprendente.

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En Boyacá se le llama carranga a los animales que mueren en los campos por razones distintas al sacrificio en un matadero. A quienes compran estos animales, para luego comercializar su carne,  se les denomina carrangueros.

—Yo quería bautizar al grupo con una palabra sonora y fuerte y lo logré —afirma Velosa.

Este conjunto lo conformó a mediados de la década de los 70. Para el efecto llamó a tres estudiantes universitarios: Javier Moreno, bogotano; Ramiro Zambrano, santandereano y Javier Apráez, nariñense.

Integrado el grupo, crearon un espacio radial los domingos en Radio Furatena de Chiquinquirá y allí comenzaron a interpretar sus canciones. En 1980 grabaron su primer disco de larga duración titulado “Los Carrangueros de Ráquira”, el cual contenía canciones como: La cucharita; La Coscojina; Julia, Julia, Julia; Rosita la de las cartas; La deseadita y cinco más. Todas esas piezas eran de la autoría de Jorge Velosa.

El éxito de este disco fue inusitado. En 1981 apareció el segundo larga duración, Se llamó: “Los Carrangueros de Ráquira. Viva quien toca”. En este fueron incluidas canciones, que también resultaron exitosas, entre estas La Pirinola; ¿Bailamos, señorita?; El amor es una vaina y El caramelito rojo.

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Al tiempo que los “Carrangueros de Ráquira” realizaban conciertos por todas partes, los programas de televisión los presentaban con frecuencia.

Uno de los productores de televisión que más los impulsó fue Jorge Barón. Él los llevó varias veces al “Show de las estrellas” e incluso los conectó con el presentador de la televisión mexicana e hispana en los Estados Unidos, Raúl Velasco, quien quedó encantado con esta agrupación, tanto que la incluyó en un espectáculo realizado en septiembre de 1981 en el Madison Square Garden  de Nueva York con motivo del Día de la Hispanidad. Allí alternaron con Camilo VI, Miguel Bosé, José Luis Rodríguez “El Puma”, Lola Flórez y Astor Piazzolla, entre otros. Los asistentes a ese escenario les brindaron una acogida apoteósica y muchos, tal vez colombianos, no se aguantaron las ganas de bailar en las graderías.

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En Bogotá, además de presentarse en la televisión y la radio, aparecían con frecuencia en periódicos y revistas.

El periodista Héctor Muñoz Bustamante, oriundo de Cucaita,  me comentó que, a finales de 1981,  preparando una nota en la sala de redacción de El Espectador, diario en el cual laboraba desde hacía varios años, apareció Jorge Velosa. Él, por supuesto, tenía deseos de conocerlo porque apreciaba su música. Para su sorpresa se dio cuenta de que se dirigía a su escritorio acompañado de un redactor de ese periódico. Cuando estuvieron frente a él, el periodista le presentó a Velosa y este haciendo gala de su histrionismo y su irreverencia le dijo: “Hola so verriondo, qué milagro de verlo”. Héctor, quien era un cronista de altas campanillas, muy formal en su trato con los demás y apegado a las normas tradicionales de cortesía, reaccionó con una actitud fría ante el saludo. Me dijo que no le había gustado esa forma confianzuda como lo había tratado y que, desde luego, no había podido ocultar su disgusto. Pasados unos momentos el diálogo fluyó y Héctor lo felicitó por sus éxitos musicales. De todas maneras, el periodista que lo acompañaba lo llevó con otro redactor para que le realizara la entrevista que ya había autorizado el subdirector José Salgar.

Gregorio Martínez, quien le regaló la cucharita de hueso a Jorge Velosa, aparece en esta foto con Gustavo Núñez Valero en Saboyá en 1991. Foto archivo particular.

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A finales de 1982, la Junta de Ferias y Fiestas de mi pueblo natal, Úmbita, me solicitó que les ayudara a contactar a los “Carrangueros de Ráquira” para que se presentaran el día principal de los festejos, el 6 de enero de 1983. Así lo hice. No tuve mayor dificultad para conseguir el teléfono de Jorge Velosa. Hablé directamente con él. Le plantee el interés de la Junta, revisó la agenda y me dijo que estaba disponible para ese día. Me señaló el valor de la presentación, advirtiéndome que ese dinero debía estar en sus manos antes de salir de Bogotá. Si no lo recibía, uno sobre otro, no viajaría. Le dije que con gusto se le pagaría por adelantado, pero en Úmbita, a la entrada de la plaza de toros donde estaba programada la presentación. Aceptó y me solicitó que le enviara a alguien para que los orientara durante el viaje. Le respondí que así se haría.

Le pedí a un concejal, Rafael Moreno Cañón, pariente mío, que viajara a Bogotá el seis de enero en la mañana y esperara a Jorge Velosa y a los integrantes de su agrupación en el monumento de Los Héroes.

La presentación estaba programada para las tres de la tarde y “Los Carrangueros de Ráquira”  llegaron a la una.

Jorge Velosa en la celebración de los cumpleaños de Gustavo Núñez en 1997. Foto: Darío Saavedra.

Faltando cinco minutos para las tres, Jorge y los demás músicos estuvieron listos en la entrada de la plaza de toros. Los saludé, llamé a Jorge aparte, le conté la plata y se la entregué.

—Bueno ahora sí ya nos conocemos. Para la próxima no hay necesidad de que nos paguen por anticipado —me dijo.

Le agradecí el que hubiera ido y nos dimos un estrecho abrazo.

La plaza de toros estaba construida en piedra. Tenía una gradería capacitada para albergar unas dos mil personas. Ese día se encontraba copada al máximo.

Al iniciar la presentación Jorge Velosa agradeció la invitación, mencionó mi nombre y el de Rafael Moreno, como artífices de su presencia allí.

Cuando comenzaron a tocar, muchos de los ocupantes de las graderías invadieron el ruedo y danzaron al son de la música carranguera. En ese momento me sentí complacido al ver la alegría de mis paisanos.

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En 1982 Jorge Velosa anunció la terminación del grupo “Los Carrangueros de Ráquira”. Al año siguiente organizó la agrupación “Jorge Velosa y los hermanos Torres”, la cual se desintegró en 1992. En 1994 creó el grupo “Velosa y los Carrangueros”, con el cual actuó hasta el 2020.  

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A comienzos de octubre de 1997 el gobernador de Boyacá de ese entonces, José Benigno Perilla Piñeros, decidió conferirle a Jorge Velosa Ruiz la condecoración Orden de la Libertad en el grado de Gran Oficial para exaltar su talento artístico y reconocer la formidable tarea de difusión de la cultura boyacense realizada a través de su producción musical.

—Gobernador, me parece muy merecida esa condecoración, pero ¿será que la acepta? —le planteó como inquietud uno de los secretarios del despacho.

—En esta decisión no hay marcha atrás. Hay que producir el decreto y comunicárselo —le replicó el Gobernador.

Una vez elaborado y expedido el decreto, el Gobernador me comisionó para que en mi condición de secretario privado le hiciera el anuncio de manera oficial. Lo llamé. Luego de recibir la noticia me manifestó su anhelo de que el acto de imposición se hiciera en dos ceremonias; una en el Parque Nacional Natural de Iguaque y la otra, en el patio central de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Le dije que la decisión al respecto la tomaría el Gobernador, pero que en principio no veía ningún problema.

Imposición de la condecoración Orden de la Libertad a Jorge Velosa por parte del gobernador José Benigno Perilla. Foto tomada del periódico Todos por Boyacá, diciembre de 1997.

Cuando le relaté al gobernador el desarrollo de mi conversación con Jorge Velosa y le transmití su petición con respecto a la imposición de la presea, me instruyó para que le comunicara que la ceremonia se haría como él lo deseaba.

—Coordinen la fecha, revisen mi agenda y comencemos los preparativos. En Iguaque y en la Universidad todo debe salir muy bien —me dijo.

Se acordó el seis de noviembre como fecha de imposición. La Secretaría General de la Gobernación y la Oficina de Protocolo gestionaron los permisos en la Dirección de Parques Nacionales Naturales para lograr el acceso a Iguaque. Jorge se comprometió a adelantar todos los trámites para efectuar la ceremonia de imposición de la condecoración en la UPTC.

Un día antes del acto fui con Jorge Velosa a establecer el sitio de imposición de la condecoración en Iguaque. Escogió un pequeño espacio a campo abierto, rodeado de vegetación nativa.

Regresamos a Tunja y lo invité a mi oficina para ultimar algunos detalles. Cuando ingresé al despacho encontré bandejas con pasabocas, una torta y bebidas gaseosas. Le pregunté a la Secretaria de qué se trataba eso y me dijo:

—Es que todos los funcionarios de la Secretaría Privada le vamos a celebrar hoy su cumpleaños.

—Pero si ya pasó. Fue hace cinco días.

—No importa. Acéptenos este detalle y a usted maestro Velosa lo invitamos para que nos acompañe.

Jorge Velosa le respondió que gustoso aceptaba.

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El jueves 6 de noviembre a la una de la tarde, con un almuerzo servido en las instalaciones sociales y administrativas del Parque Nacional Natural de Iguaque se inició la programación prevista.

Jorge Velosa llegó acompañado de sus parientes cercanos y de su grupo musical. A las tres se efectuó la imposición de la medalla.

El homenajeado lucía su traje de campesino boyacense: camisa de género, saco y pantalón de dril, ruana de lana y sombrero de fieltro.

La bandeja que contenía la joya, el pergamino y el decreto en nota de estilo la sostuvo un niño campesino de quizá 10 años, vestido también de traje de dril y ruana de lana, que todo el tiempo mostró en sus ojos una fresca mirada de inocente expectativa.

“Maestro Jorge Velosa: Aquí en este parque natural, donde se escucha el deslizar de las aguas del riachuelo contiguo, se respira un aire que revitaliza y la vista disfruta de un paisaje de ensoñación, estoy cumpliendo el mandato del pueblo boyacense de reconocer su formidable trabajo de difusión cultural, de exaltar sus méritos y significar su amor por esta tierra de paz y libertad”, dijo el gobernador Perilla Piñeros al iniciar su discurso.

Sosteniéndole la mirada al condecorado, Perilla le dijo:  “Si me hubiese ido  de la gobernación sin imponerle la máxima presea que otorga el departamento a sus hijos excelsos, no hubiera podido soportar ese cargo de conciencia. Boyacá jamás me lo hubiera perdonado”.

Mas adelante expresó lo que sentía en ese momento: “Es con una emoción profunda que le impongo este símbolo de una raza que ha hecho grande a Colombia y  que nos enorgullece a quienes hacemos parte de la misma. Según la mitología Chibcha, esta emergió con la madre Bachué y su hijo Iguaque de la hermosa laguna situada cerca de este paraje encantador”.

El gobernador al resaltar su tarea artística afirmó: “Transmitir con tanta fidelidad y éxito nuestra esencia cultural representada en la música, las coplas y la poesía al país y al mundo es una tarea que requiere de constancia, abnegación, sacrificio, lucha y, sobre todo, genialidad. Con un virtuosismo propio de seres privilegiados, ha logrado hacer llegar a todas las clases sociales de nuestro país las manifestaciones de alegría, amor y melancolía del campesino boyacense”.

Por último, le dijo: “Usted no se ha avergonzado de ser campesino, de ser boyacense. Por el contrario, ha actuado como tal, ha estudiado nuestros ancestros y ha rescatado valores y costumbres de este pueblo. Insisto en que una obra de la magnitud de la suya solo la puede ejecutar quien posea un alma sensible y haya sido dotado por nuestro Hacedor de inspiración creadora”.

Velosa, emocionado agradeció la condecoración y de inmediato le pidió a su grupo musical que lo acompañara a interpretar varias de sus canciones, las cuales se han constituido en himnos de la estirpe boyacense.

Al terminar el acto el gobernador, quien estaba exultante, me comentó:

—Bueno, ahora a esperar lo que pueda suceder esta noche en la Universidad.

La mayoría de los integrantes del gabinete departamental guardaban reservas con respecto a la asistencia del Gobernador. Temían que fuera objeto de abucheos. No obstante, él se mantuvo firme en su propósito de acudir allí.

A las siete y media de la noche se inició el acto en una improvisada tarima levantada en el patio central de la UPTC, frente a la entrada del reloj. Cuando el maestro de ceremonias anunció la presencia del gobernador, se escucharon algunos chiflidos y gritos desaliñados. De inmediato actuó Jorge Velosa. Tomó el micrófono y pidió que lo escucharan. Explicó que él había solicitado la realización de ese acto allí porque a la UPTC la consideraba su casa y además, la condecoración la había aceptado luego de saber quién se la iba a imponer. Sus palabras calmaron a los exaltados. Después, vino el ritual ceremonial y, por último, el concierto de Jorge Velosa y su grupo, disfrutado por centenares de estudiantes.

Jorge Velosa con Gustavo Núñez Valero en noviembre de 1997. Foto: de Darío Saavedra.

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Pasaron por lo menos 13 años y no volví a tener la oportunidad de verlo personalmente. Fue un sábado en la mañana, de mediados de 2010, cuando al ingresar a la sucursal del Banco Colpatria en la esquina de la carrera 13 con calle 39 de Bogotá, para realizar una transacción crediticia vi que en una de las ventanillas de atención al público se encontraba él. Tomé mi turno de espera.

Mientras lo atendían y yo tomaba mi lugar en la cola respectiva dudé si debía saludarlo o hacerme el desentendido. Fuera del encuentro en Úmbita y de los momentos que compartimos el 5 y el 6 de noviembre de 1997 con motivo de la imposición de la condecoración, no había tenido más experiencias de interrelación con él. En la práctica no existía acercamiento ni confianza. No obstante, tomé la decisión de saludarlo.

Cuando se despidió del joven cajero y se dirigió a la puerta de salida, me le acerqué y al estar a punto de dar un paso por fuera del local le dije:

—Jorge, buenos días. Soy Gustavo Núñez, periodista de Boyacá. Fui secretario privado del gobernador José Benigno Perilla.

Ante mis palabras se detuvo, retrocedió unos centímetros, lo sentí sorprendido, su rostro se puso serio y tenso, su mirada se tornó fría, penetrante y transmitía displicencia y desdén. En ese instante experimenté turbación y desconcierto.

—Usted comprenderá que cuando uno acaba de retirar dinero y con esta inseguridad, no se puede atender a nadie —me dijo con una voz de trueno que retumbó en la oficina y que me devastó. De inmediato salió del lugar.

Al regresar a la cola, tuve la convicción de que todos los presentes allí descargaban miradas lacerantes sobre mí.

Después de que me atendieron, salí de Colpatria abatido. Me sentía muy mal. Caminé hacia la Avenida Caracas y tomé un Transmilenio con dirección a mi apartamento en el sector de Mazurén. No soporté el ambiente de ruido y congestión que había en ese momento dentro de aquel vehículo de transporte público. Me bajé en la estación de la calle 72 y tomé un taxi para cubrir el resto del recorrido. Ya en el interior de este automotor intenté tranquilizarme. La radio estaba prendida a volumen moderado y sintonizada en la Radiodifusora Nacional que en ese momento transmitía un programa de música colombiana. Cuando el taxi se acercaba a mi apartamento sonó la canción “Julia, Julia, Julia” interpretada por “Los Carrangueros de Ráquira”. En un santiamén me cambió el estado de ánimo. Como por encanto se me desapareció mi amargura.

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