De los personajes que he entrevistado a lo largo de casi 50 años de actividad periodística, uno de los que más me ha llamado la atención por su originalidad, forma de pensar y realizaciones es el empresario Jorge Patiño Granados. A él le elaboré una semblanza que fue incluida en el libro “Emprendedores en vuelo”, publicado en febrero de 1971 por la Cooperativa Industrial de Boyacá con motivo de la celebración de los 50 años de fundación de esta organización solidaria. Dicha pieza periodística deseo compartirla con los lectores de “Crónicas y semblanzas”.
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Todos los viernes por la tarde Jorge Patiño Granados llega procedente de su finca de Soatá al conjunto residencial campestre donde tiene su casa en jurisdicción de Tibasosa, muy cerca del Pantano de Vargas de Paipa. Allí permanece con su esposa hasta el lunes en la mañana, cuando regresa a Soatá.
Quienes lo ven por primera vez, con su metro ochenta de estatura, cabeza erguida, cabellera blanca y escasa, mirada escrutadora, rostro imperturbable, camisa de manga corta, bluyín, zapatos deportivos y lentes de transición, se sorprenderían si alguien les dijera que ese personaje, que frisa los 70 años, fue uno de los empresarios determinantes en la construcción de la Ciudadela Industrial de Duitama, tiene una vasta cultura adquirida mediante la lectura, se declara de izquierda y se confiesa ateo, detesta las armas y defiende la vida y en enero de 1979 apareció en la primera página del diario El Tiempo señalado de ser parte de la dirigencia del grupo subversivo M19 y ahora está dedicado a salvar de la extinción a la AmaziliaBuchicastaña o Quincha de Soatá y a elaborar artesanías de madera.

“Innovador para generar e implementar ideas empresariales. Uno de sus dones más preciado es la creatividad, tanto que diseñó y fabricó su propia planta de secado. Emprendedor y empresario ejemplar como ninguno durante toda su vida. Líder comprometido con las causas comunitarias. Responsabilidad total con sus propósitos de vida. Persona confiable, con alto sentido de la amistad. Habilidad especial para conceptualizar y comunicar sus pensamientos. Gran sentido social. Fue uno de los líderes más importantes para el desarrollo de los proyectos de la Cooperativa y Ciudadela”. Así lo ve alguien que lo conoce desde hace 46 años, el ex asesor de empresas del SENA Medardo Vargas Zárate.
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Jorge Patiño responde en forma escueta y sincera cuando se le pregunta sobre su procedencia familiar. “Mi padre fue un artesano pobre, gran trabajador y mi familia estuvo siempre en el límite de la miseria y la pobreza. A mi padre el alcohol lo complicó, como creo que a una gran parte de la población colombiana. Mi madre fue una trabajadora terrible; trabajó como una bestia durante toda su vida y murió, creo, sin darse cuenta de que había hecho tanto. Ella era modista y aparte de eso pintaba los muebles que hacía mi papá; cocinaba, lavaba la ropa, atendía a sus hijos y fuimos nueve, de los cuales ocho terminamos vivos.”
A su padre, Luis Patiño, quien tenía en su casa un centro de estudios a donde iban jóvenes de la época, lo recuerda con respeto y le profesa admiración. “Ese centro de estudios era como un foro pequeñito. Ahí se manejó mucho la revolución cubana. El beneficio de todo eso fue que se comenzó a leer de economía dentro de los grupos de artesanos como el caso de mi padre y se empezó a comprender la economía desde un punto de vista científico”. Acepta que era un foro clandestino. “Si, pero igual funcionaba. Eso no tenía ningún problema. Todo el mundo se movía dentro de esos ambientes”.
Evoca que su padre fue un gran lector y un hombre que permanecía actualizado a través de la prensa y la radio. “Él compraba todos los días el periódico El Tiempo y escuchaba siempre las noticias de Radio Santafé”.
En su estilo, muestra a su padre como lo vio y lo sintió. “Mi padre fue un artesano, con una gran visión social. Él odiaba a los ricos. Todos los problemas del país y de él eran ocasionados por los ricos. Él tuvo una formación de izquierda muy fuerte, pero su único problema fue considerar que los adinerados eran el problema. En mis primeras disquisiciones filosóficas con él yo llegué a decirle: bueno, ¿y ellos no serán la solución?”.
Para él, la relación con su padre fluyó bien. “De hecho era mucho más sectario, más radical, pero yo le llevaba la idea y así no teníamos conflictos”.
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Jorge Patiño Granados nació en Bucaramanga. Su padre era de Sogamoso y su madre de Santander. Desde muy pequeño sus padres se trasladaron a Duitama. Allí creció y estudió la primaria en la Escuela del padre Campoamor.

El bachillerato lo realizó en el Instituto Técnico Central de Bogotá. De la familia Patiño Granados fue el único que estudió en la capital de la República. Lo pudo hacer gracias a la ayuda que le brindó un hijo de la propietaria del lote donde su padre tenía el taller, quien era profesor de esa institución.
Valora mucho la oportunidad que tuvo de estudiar en Bogotá porque esa circunstancia le marcó un hito en la percepción de la vida. “Me cambió el chip por completo. En ese colegio había una biblioteca y el primer libro que leí fue “El origen de las especies”, de Charles Darwin. Es un libro chiquito. Usted lo lee y su cerebro tiene que dar dos vueltas completas. Desde ese punto de vista es que mi cerebro se transformó”.
El impacto de ese libro en Jorge Patiño fue demoledor. “Antes de leerlo yo aceptaba la religión, eso sí, no con la fe de un lambe ladrillos, pero tenía la convicción de que sí existía otra vida. El libro de Darwin me dio un vuelco completo en el cerebro y terminé siendo re ateo, gracias a Dios”, lo dice en medio de una carcajada.
Está seguro de que a partir de la lectura de “El origen de las especies” asumió una actitud racional en todas sus actuaciones. “Más racional que ese libro no existe nada”.
Pero en la vida de Jorge Patiño hay más efectos del libro de Charles Darwin: su inclinación a la lectura. “Con ese texto aprendí que el conocimiento está en los libros. En ese momento comencé a comprar libros. Hubo una época que leí literatura, después cambié hacia cosas técnicas y desde hace unos 25 años estoy dedicado a leer textos de ciencia”.
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Después de salir del bachillerato regresó a Duitama y consiguió un trabajo de operario en un taller de madera en Sogamoso.
Al poco tiempo entró a trabajar en Metalúrgica Boyacá. “Yo allá estuve como celador, también debí cargar camiones y después me dediqué a hacer modelos para fundición, porque yo había aprendido eso en el Instituto Técnico Central en Bogotá”.
Su incursión en la elaboración de modelos se produjo gracias a la cercanía lograda con el gerente de esa planta, Jaime Riaño Cano. “Con él terminamos de buenos amigos. Superamos la relación de jefe-subalterno y algún día me preguntó: ‘¿Usted sabe hacer modelos?’. le respondí que sí”.
Lo que siguió fue que Jorge Patiño comenzó a estructurar ese taller, le dijo al gerente qué máquinas y herramientas se debían comprar.
Jaime Riaño actuó con diligencia en este proyecto porque la empresa que dirigía necesitaba esa línea de trabajo. “Y montamos el taller de modelos. Claro, eso funcionó muy bien porque hasta ese momento todo debía traerse de España. Para Metalúrgica Boyacá significó un avance notable y un beneficio grande por la disminución de costos de producción. A mí eso me generó un reconocimiento”.
Cuando el trabajo de elaboración de modelos para fundición en Metalúrgica Boyacá iba avanzando sobre ruedas, Luis Patiño decidió cerrar su fábrica de muebles en Duitama y Jorge vio la oportunidad de abrir su propia fábrica, valiéndose de las máquinas que dejaba cesante su padre. Entonces le comunicó su decisión al gerente de Metalúrgica. “No hay ningún problema que se vaya. Sígame haciendo los modelos y listos”, le respondió Riaño Cano.

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Una vez montó su fábrica se afilió a la que en ese momento se denominaba Cooperativa Industrial de Duitama y que luego sería la Cooperativa Industrial de Boyacá, CIDEB.
¿Cómo llegó a la Cooperativa? “De la mano de mi padre. Él había pertenecido al Comité de Industriales y sus integrantes fueron los creadores de la Cooperativa y como yo los conocía a todos presenté mi solicitud de afiliación. Mi padre no perteneció a la Cooperativa porque cuando esta se constituyó él ya era comerciante”.
Fue el seis de marzo de 1973 cuando el Consejo de Administración de la Cooperativa aprobó su solicitud de ingreso.
A través de esta organización tuvo acceso al programa de asesoría de empresas del SENA. “Ahí fue cuando llegó el asesor Medardo Vargas, creo que, en mayo de 1974, y comenzó a introducirme en el mundo del costeo, de la contabilidad y de la administración. Ese fue el comienzo de todo”.
Jorge Patiño valora mucho el aporte administrativo y financiero de Medardo Vargas a su empresa. Reconoce su gestión y destaca su profesionalismo y dedicación. “A mí me ayudó mucho a la formación del concepto de administración. Él llegó a la oficina cuando yo arrancaba y fue quien me enseñó los elementos constitutivos del costo, qué es el debe, el haber y cómo contabilizar. Él fue quien inició con eso y de ahí en adelante sí lo hice yo”.
No ahorra palabras para resaltar el trabajo de Vargas Zárate. “Tenía un carisma que lo hacía muy asequible. Él llegaba a la oficina se sentaba con nosotros a hacer costeo. Además, en la planta, reloj en mano, medía la duración de los procesos. Medardo fue un místico de la educación. Hizo que yo pudiera contabilizar los costos de la producción. Sin eso me hubiera sido muy difícil seguir adelante. Me introdujo también en el mundo de los impuestos. Si usted hace algo, no puede eludir los impuestos. Claro que aquella era una época en la cual se tenía la posibilidad de hacer cosas para burlar algunos gravámenes. Eso no me lo enseñó él, pero lo aprendí en la vida”, apunta en medio de risotadas.
Admite que ese asesor del SENA lo motivó tanto que le surgieron inquietudes de capacitación y fue cuando decidió seguir estudiando. Comenzó la carrera de administración de empresas. Solo cursó dos semestres.
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Una vez llegó a la Cooperativa hizo sentir su liderazgo. En la primera Asamblea General Ordinaria de socios en la que participó, el 10 de mayo de 1974, fue elegido integrante del Consejo de Administración junto con los reconocidos empresarios Víctor R. Rodríguez R., Pablo Emilio Fiquitiva, Armando Gutiérrez, Humberto Alba M., Pablo Numpaque Álvarez, Carlos Acevedo, Jorge Umbarila, Jesús Fonseca y Rosendo Vivas.
En el Consejo de Administración ocurrió algo similar. En la primera reunión a la que asistió fue elegido en la mesa directiva, esta vez como secretario.
En ese momento se dio la circunstancia de que dos de sus amigos de infancia, Armando Gutiérrez Acevedo y Rafael Mariño, ocupaban cargos directivos en la Cooperativa. El primero se desempeñaba como presidente del Consejo de Administración y el segundo, como gerente. Los tres crearon una sólida alianza que a la postre se constituyó en la columna vertebral de la Cooperativa y en el bastión del proyecto de construcción de la Ciudadela Industrial de Duitama, eso sí, con el apoyo decisivo de empresarios duchos e influyentes como Pablo Fiquitiva, Gilberto Fernández y Rosendo Vivas, entre otros.
Jorge Patiño jugó un papel determinante en el proceso de gestación, constitución y construcción de la Ciudadela Industrial de Duitama. Las actas del Consejo de Administración, de las asambleas generales y otros documentos que reposan en los archivos de la Cooperativa –constancias, cartas y proposiciones- lo muestran como la persona que influyó de manera decisiva en la definición de las líneas de acción de la Cooperativa. “Y en la Cooperativa comenzamos a plantear: Bueno ¿y aquí nos reunimos a echar cháchara, a hacer vida social o a qué? Y ahí fue cuando surgió la idea del Parque Industrial”.
Una de las motivaciones para la construcción de la Ciudadela Industrial fue la de reubicar las factorías en un solo lugar para darle orden a la ciudad y lograr la integración de las industrias por sectores. “Comenzamos a entender que requeríamos de un sitio dónde trabajar. ¿Por qué razón? Porque ya Autocol, la empresa donde Armando Gutiérrez era uno de los propietarios, tenía conflictos con los vecinos. Rafael Mariño, que trabajaba por la Avenida de las Américas, estaba en la misma situación”.
Pero Jorge Patiño tenía un argumento adicional. El sostenía que en las condiciones en las cuales trabajaban los industriales duitamenses en ese momento les era imposible avanzar. “Necesitábamos un espacio que permitiera crecimiento y, por supuesto, suponíamos que sí se podía hacer”.
Y la Ciudadela Industrial se construyó.
Todo iba bien hasta cuando la Corporación Financiera Popular decidió suspender los desembolsos de los créditos que la Cooperativa y varios de sus asociados habían suscrito para ejecutar el proyecto de la Ciudadela, construir las sedes de sus empresas y adquirir maquinaria y equipos.

Esa abrupta decisión de la Corporación Financiera Popular se convirtió en un devastador golpe que generó en la Cooperativa, y en particular en la Ciudadela, una crisis insospechada. “Y ahí es donde se presenta el colapso. Ahí comencé a buscar espacios, pero no los encontré. Cambié a Poliform una empresa que hacía piezas de poliéster –empecé elaborando productos plásticos para AGA, la empresa de Armando Gutiérrez Acevedo. Fue el emprendimiento con el cual recuperé mi vida industrial. Yo trabajaba desde las cinco de la mañana hasta las dos de la madrugada del día siguiente. Fue tan dura la crisis que me tocó venderle a Inversiones Eldorado 500 metros de mi predio en la Ciudadela”.
Cuando habla de haber “buscado espacios” se refiere a las diligencias que realizó para instalarse en Costa Rica o en Ecuador. Tras estudiar estas opciones, decidió quedarse para siempre con su fábrica en Duitama.
Pero a pesar de tantas complicaciones, el haber participado en la experiencia de construir la Ciudadela Industrial de Duitama le genera profunda satisfacción. Le concede a ese ejercicio el más alto significado que pueda concebir. “Fue mi vida. Eso, de manera exacta eso. A este proyecto le dediqué la parte más importante de mi vida”.
Acepta que su participación en la construcción de la Ciudadela le causó dificultades y le demandó sacrificios, pero también le brindó satisfacciones inmensas como la de “poder crear productos, diseñar productos, hacer procesos y enseñar”.
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Jorge Patiño fue uno de los empresarios más afectados por la suspensión de los desembolsos. El capital de trabajo que tenía lo había invertido en la construcción de una bodega y en el montaje de su fábrica en la Ciudadela Industrial. Tenía deudas con los proveedores y varias de estas las había respaldado con cheques posfechados. En ese momento girar cheques sin fondos se penalizaba con cárcel.
A mediados de 1979 a Patiño le llamó la atención una escena ocurrida en su fábrica. Llegaron dos hombres. Él conocía a uno de ellos porque era un proveedor suyo y el otro, supo en ese momento, porque alguien se lo advirtió, era un agente del F2. Supuso que se lo iban a llevar detenido; ese proveedor le había protestado un cheque. Sintió nerviosismo, impotencia y tuvo mucho temor. No obstante, vio cómo el agente del F2 llamaba aparte al proveedor y comenzaba a hablarle. Patiño no podía escucharlos. Se sorprendió al ver que luego de unos minutos los dos se retiraban de las instalaciones de su empresa sin decir nada. En aquella ocasión no entendió qué había pasado y no tuvo manera de enterarse del motivo de tal comportamiento de esos dos personajes.
Semanas después, Jorge Patiño se encontraba una mañana en una cafetería del centro de Duitama con un amigo. Estaban charlando y tomando tinto. Al mirar hacia la puerta del establecimiento vio que ingresaba y se dirigía hacia su mesa el agente del F2 que había acompañado días atrás al proveedor de marras. El agente lo saludó y le preguntó: “¿Cómo le acabó de ir con su cliente del otro día?”. Patiño entendió de qué le hablaba y le dijo: “Hombre, el tipo no volvió y yo le tenía la plata”. El agente le respondió: “Él no va a volver, se lo aseguro”. Intrigado Jorge Patiño le preguntó: “¿Por qué?”
La explicación que le dio el agente lo trasladó a una circunstancia desapacible de su vida que no le agrada recordar.
“Cuando llegamos a su fábrica –le relató el agente del F2- el tipo me dijo: ‘Es el que nos está mirando’. Le contesté que sí, que yo lo conocía. Lo llamé aparte y le dije: oiga, le recomiendo que recoja su cheque y se vaya. ‘Y eso por qué si lo podemos llevar a la cárcel’ me repuso. Entonces le insistí: ‘¿Usted sabe quién es ese personaje? Si quiere vaya revise el periódico El Tiempo de tal fecha y después me cuenta. Ese tipo es de la plana mayor del M19 y a mí me tienen para vigilarlo’. El personaje se quedó mudo y de inmediato se retiró. Obvio que yo lo seguí”.
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En medio de la crisis financiera de la Ciudadela y de su empresa, le surgió una complicación delicada. Los organismos de seguridad del Estado lo acusaron de pertenecer al M19. “Yo fui detenido como miembro del M19 por el robo de las armas del Cantón Norte. Duré mes y medio en la Brigada de Institutos Militares en Bogotá”.
A él lo vincularon con este sonado caso porque en una libreta de apuntes de uno de los capturados bajo la sindicación de haber participado en la operación del robo de las armas, el actor y director de teatro Carlos Duplat San Juan, le encontraron su dirección. “Yo era amigo de Carlos Duplat. Él vivió en Duitama y aquí hicimos una sociedad. Montamos una imprenta que denominamos Editorial Bachué. Se imprimieron como 10 libros, eran de economía y de política”.
Asegura que conoció a todos los cabecillas del M19 y algunos líderes del ELN. “En la casa estuvieron los que llegaron a Simacota, Santander. Con ellos intercambiamos opiniones. Para mí ese contacto era un ejercicio intelectual porque yo siempre he tenido claro que la violencia no genera sino violencia y justificarla no es posible. Desde lo social no es posible y ellos la hacían n con una facilidad y unos argumentos que no comparto”.
Asegura que durante su vida ha librado una batalla contra las armas. “Y siempre mis discusiones con todos esos grupos era y ¿por qué la muerte? Me respondían: ‘Es que, como el ave fénix, la sociedad resurgirá de sus cenizas’. Para mí, ese es un paso tonto. ¿Para qué destruir eso?, ¿para qué volverlo cenizas si se puede comenzar de ahí? No tiene sentido”.
Está convencido de que su pensamiento sobre la violencia proviene de su condición de artesano. “Para un artesano tener su tallercito, su herramienta, es un trabajo muy grande. Yo lo veo así. Yo les decía a los integrantes de esos grupos: ¿Cómo así? Por qué se tiene que destruir todo para que la sociedad resurja. ‘Es que de otra forma no se puede’, respondían. Pero les insistía: ‘Me parece que es más fácil con lo que hay’”.
Aunque la experiencia de la detención en la Brigada de Institutos Militares de Bogotá es un asunto en el cual no se detiene mucho, da la impresión que no le da mayor importancia al impacto que tuvo en su vida. “Yo era como muy resiliente. Siempre he sido muy analítico de los momentos que he afrontado. Igual, como no tengo a Dios que me apoye ni a la Virgen, me toca creer en mí mismo. Esa es la diferencia con la persona católica, con la persona religiosa. Ahí es donde tengo desventajas, porque el religioso se apoya en Jesús, en la Virgen o en su santo preferido y en su mente termina creando lo que necesita, por la convicción y la fuerza que le da su carácter confesional. Yo no tengo esa posibilidad. Entonces me toca a mí mismo desarrollar mi habilidad para poder comprender todos los fenómenos”.
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La informalidad de Jorge Patiño en su manera de actuar, e inclusive de vestir, en no pocas ocasiones le ha generado algunas incomodidades, pero las ha superado. El 20 de agosto de 1975 lo pararon a la entrada del Club Boyacá. “Señor, sin corbata no puede entrar”, le advirtió el portero.

Ese día los industriales de Duitama habían sido invitados a una conferencia que iba a dictar el gerente de la Corporación Financiera Popular, Guillermo Galán Correa. La asistencia de los directivos de la Cooperativa Industrial de Boyacá era indispensable, pues iban a tener la oportunidad de avanzar con Guillermo Galán en la definición del proyecto de construcción de la Ciudadela Industrial de Duitama.
En medio de carcajadas recuerda este suceso. “Yo nunca me he vestido diferente a como estoy hoy. Es más, creo que en esa época debí tener algún vestido de paño, pero nunca me lo ponía. Y nos fuimos con Armando Gutiérrez para Tunja. En el camino me dijo: ‘A usted no lo van a dejar entrar al Club Boyacá´. Y qué problema tiene, pues consigo un carro y me devuelvo para Duitama, no le veo ningún problema. A lo cual me contestó: ‘Pero usted es terco como una mula. Tiene que ponerse corbata porque vamos a estar en el Club Boyacá’. ‘Y para qué me pongo eso si quedo como un loco’, le dije”.
Cuando llegaron al Club Boyacá Armando Gutiérrez comenzó a buscar la tarjeta de invitación y no la encontró. La había dejado en Duitama. Jorge Patiño sí tenía la suya. Tras la intervención del comerciante y fabricante de muebles de Tunja Siervo Ramírez, persona muy conocida en esa ciudad, dejaron entrar a Jorge Patiño. Él tuvo que buscar a uno de los organizadores del evento para pedirle que permitieran el ingreso de Armando Gutiérrez.
Rafael Mariño, quien también se encontraba allí, recuerda que si bien Siervo Ramírez “movió cielo y tierra”, a la final Jorge Patiño tuvo que ponerse una corbata que le prestaron en la portería del Club.
Tras relatar este acontecimiento, Jorge Patiño comenta: “En todo caso, episodios si pasamos, menos mal estamos aquí tranquilos, no tenemos plata pero tenemos suficiente con qué comer”.
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Ya retirado de la vida laboral, Jorge Patiño está dedicado a leer, cuidar colibríes y elaborar artesanías. Estas tres actividades las desarrolla en su finca de Soatá.
“Yo he leído de todo. Ahora estoy dedicado al tema de la ciencia. Por ejemplo ahorita, uno de mis autores, que también ha influido en mi forma de pensar, es Yuval Noah Harari. De él estoy leyendo en estos días el libro De animales a Dioses. Breve historia de la humanidad. Es profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén. También estoy leyendo el libro Armas gérmenes y aceros de Jared Diamond”.
Otra de sus actividades es la de cuidar un ave perteneciente a los colibríes, propia del norte de Boyacá. En su finca ha instalado varios comederos para estos singulares animalitos. “Hoy mi mayor esfuerzo lo estoy dedicando a salvar de la extinción a la AmaziliaBuchicastaña o Quincha de Soatá”.
La decisión de salvar a esta quincha la tomó luego de cerciorarse de que esta especie ha perdido su diminuta área de distribución. “Me propuse darles de comer para que puedan procrearse y aquí ya he contado como unas 20”. Según él la única alternativa para salvar a este colibrí es “que alguien se ponga a sembrar árboles que den flores en grandes cantidades para que vayan a comer allá”.
La última de sus tres ocupaciones actuales es la de elaborar artesanías. No lo hace como actividad comercial, sino para seguir desarrollando su creatividad. “Para mí la artesanía es un elemento de comunicación con las personas”.