Se salvó de milagro

El economista y educador guatecano Osmar Correal Cabral, quien ha figurado por estos días en primera plana de los medios de comunicación con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de la Universidad de Boyacá, surgida de su iniciativa, fue víctima de un grave atentado contra su vida hace 48 años. Ese nefasto suceso lo relaté en la siguiente crónica, incluida en el libro “Desafío a lo imposible”, de mí autoría.

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Fue la noche del miércoles 4 de junio de 1975 cuando dentro de las instalaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, UPTC, ocurrió un hecho sin precedentes en la vida universitaria nacional.  Ese día, el rector de aquella institución, Osmar Correal Cabral, fue víctima de un atentado con arma de fuego por parte de un profesor vinculado a la Facultad de Educación.

Osmar Correal con los exministros Hernando Durán Dussán, izquierda y Jaime Castro, derecha. Foto: Archivo particular.
Osmar Correal con los exministros Hernando Durán Dussán, izquierda y Jaime Castro, derecha. Foto: Archivo particular.

«Trabajaron a un profesor de Sociología que por esos días sufría un fuerte trastorno bipolar, y por ser un enfermo maniacodepresivo tenía ciclos de euforia y de irritabilidad y depresión. Como en estos casos solo se necesita un detonante para que la desregulación emocional se exprese en agresión, empezaron a propagar la versión según la cual por su “locura” el rector lo iba a echar de la Universidad. Le dijeron que, si yo había sido capaz de sacar al presidente de la Asociación Sindical de Profesores, con él sería más fácil», afirma Osmar en el borrador de sus memorias.

Ese, que para algunos en la UPTC era «un cuento malvado» hizo carrera en los pasillos de la institución y tuvo un final terrible.

«Tal versión –cuenta Osmar en el ya mencionado borrador de su libro de memorias– hizo mella en la fragilidad sicológica del sociólogo y lo condujo a una fijación en la persona del rector como su ‘enemigo’. La consecuencia de lo anterior fue que a la salida de un Consejo Académico extraordinario reunido en la noche del 4 de junio de 1975, el profesor me esperó y de un momento a otro empezó a dispararme a quemarropa».

–Hola Armando, como está –le dijo Osmar Correal Cabral al sociólogo Armando Rodríguez, cuando este de repente apareció junto a él. Lo conocía porque habían coincidido en algunos momentos como estudiantes en la Universidad Nacional y, luego, en su condición de funcionario de la Oficina de Planeación de la UPTC.

Osmar Correal posesionándose como gobernador de Boyacá el 31 de agosto de 1990. Foto: Archivo particular.
Osmar Correal posesionándose como gobernador de Boyacá el 31 de agosto de 1990. Foto: Archivo particular.

Armando Rodríguez no le respondió el saludo. Sacó su arma y comenzó a disparar. Tres balas dieron en el cuerpo de Osmar. 

Después del cuarto disparo Osmar Correal Cabral se lanzó al piso y se hizo el muerto.

Cuando ya estaba sin balas el tambor de su revólver, el atacante salió presuroso de la Universidad y tomó un taxi hacia el centro.

Entre tanto, Osmar Correal fue trasladado de urgencia al Hospital San Rafael de Tunja. Allí el primer diagnóstico médico señaló que el paciente había recibido dos impactos en la cara y que las balas estaban alojadas dentro de la cabeza. El jefe de cirugía ordenó de inmediato practicarle placas de rayos X. Los exámenes mostraron que no eran dos disparos sino uno que había ingresado por una de las mejillas y salido por la parte posterior de la cara cerca de la oreja sin, por fortuna, afectarle ninguna parte vital; solo se observaba una lesión de entrada y salida en el maxilar superior.

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–¿Qué recuerda del atentado?

–Yo recuerdo con colores muy vivos, digamos, cuando salía de mi apartamento, en donde acababa de realizarse una reunión del Consejo Académico. Estaba cerrando la puerta. De pronto sentí a alguien cerca de mí, volteé la cabeza, vi a Armando Rodríguez, lo saludé  y ¡pum!, el tipo me hizo el primer disparo. Fue el de la boca. Antes de cerrar la puerta me había puesto enrollada la ruana alrededor del cuello para no despeinarme y eso me salvó. La ruana estaba doblada a la altura del pecho donde, al lado derecho, me hizo el segundo disparo que hubiera sido necesariamente mortal, pero que quedó atrapado en esa prenda de lana. El tercero fue un poquito arriba de la cintura, que quedó también atrapado en la ruana y que me rozó la piel. El cuarto fue cuando le di un manotazo al arma y la bala quedó arriba en el techo. El quinto se lo hizo a la puerta que chirrió detrás de nosotros cuando la abrió un celador que quiso averiguar qué estaba pasando. El sexto lo dirigió a los profesores y decanos que se encontraban en el parqueadero esperándome para ir a comer al centro de la ciudad y fue el que le trozó la corbata a Jaime Archila, quien era el secretario administrativo de la Universidad.

–¿Se acuerda quién lo auxilió?

–Tengo la imagen clara de que me llevaron en un vehículo hasta el hospital. Solo recuerdo que me metieron al carro.

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La noche del atentado yo estuve enterado de los acontecimientos en mi condición de estudiante y de periodista.

Como estudiante, cursaba tercer semestre de idiomas diurno. Ese día asistí a todas mis clases en la mañana y en la tarde, porque, aunque estaba bloqueado el ingreso al edificio central y las actividades para las facultades de Ingeniería y Agronomía se habían interrumpido, en la Facultad de Educación, a la que yo pertenecía, el trabajo académico era normal. Ese día estuve en la Universidad hasta las siete y media de la noche, hora en la que terminé de cenar en el restaurante de los estudiantes.

Como periodista, hice el seguimiento de la noticia relacionada con un posible receso académico debido a la alteración parcial de las clases. Cerca de las seis de la tarde, el rector me dijo que esa decisión no se había tomado aún porque era materia de la reunión del Consejo Académico extraordinario que se iba a realizar más tarde en su apartamento, situado en el primer piso del edificio de las residencias de los profesores. Me sugirió que lo llamara hacia las nueve de la noche.

Salí hacia las oficinas del Radioperiódico Avance Boyacense, del cual yo era redactor, localizadas en la calle 19 cerca del Centro Comercial del Sena, a preparar las noticias para la emisión de las siete de la mañana del día siguiente. Llegué allí y comencé a elaborar informaciones sobre distintos asuntos de la vida local y departamental. A la hora acordada llamé al rector, me contestó, pero me dijo que aún no se había tomado ninguna decisión porque estaban pendientes de la respuesta a una consulta que se había formulado al Ministerio de Educación. Él se ofreció a llamarme tan pronto terminara la reunión.

Seguí redactando y preparé algunos avances de la situación de la UPTC, con base en lo que el rector me había manifestado. A las 10 de la noche, como no me había llamado Osmar Correal, decidí marcarle, pero no contestó. Opté por ir a descansar y madrugar a averiguar lo sucedido.

Me disponía a cerrar la puerta de la oficina cuando sonó el teléfono. Corrí a responder. Pensé que era el rector quien llamaba.

–Aló –dije.

–¿Gustavo? –preguntó alguien al otro lado de la línea.

–Sí, ¿con quién hablo? –respondí.

–Con Carlos Martínez Becerra. Acaban de dispararle al rector de la Universidad, está herido, ya lo llevamos al hospital. Queremos informarle al gobernador. ¿Por qué no nos acompaña al apartamento de él ahí en la Plaza de Bolívar? –me dijo Martínez Becerra con un hablar precipitado y nervioso. Él era el jefe de Planeación de la Universidad y teníamos un trato personal cercano.

Impactado por la noticia, salí corriendo para la Plaza de Bolívar. Frente al teatro Suárez estaba Carlos y otras dos personas. Él, ya un poco reposado, me contó lo acaecido. Infructuosa e insistentemente timbró en el apartamento del gobernador José Ignacio Castañeda Neira.

Por iniciativa de Carlos, fuimos a las oficinas del DAS. Allí, el guardia de turno comentó que el director, un mayor de apellido Wells, estaba en su casa del barrio Maldonado con varios agentes listo a iniciar la búsqueda del agresor, y que necesitaban a alguien que conociera al profesor fugitivo.

Osmar Correal en el Campus que lleva su nombre en la Universidad de Boyacá. Foto: Tomada del libro Desafío a lo imposible.
Osmar Correal en el Campus que lleva su nombre en la Universidad de Boyacá. Foto: Tomada del libro Desafío a lo imposible.

Armando Rodríguez un año antes había sido mi profesor de Introducción a la Sociología. Después de haber terminado la asignatura nos saludábamos cuando nos cruzábamos en los pasillos de la Universidad o nos encontrábamos en alguna de las calles de la ciudad.

De las oficinas del DAS nos desplazamos hasta la casa del mayor Wells. Allí él preguntó quién lo iba a acompañar en la búsqueda de Rodríguez. El economista Carlos Martínez insinuó que fuera yo. No me resistí. Wells me pidió una descripción física del agresor. Una vez la hice me dijo que  por mi seguridad personal, no podía ir en los vehículos del DAS.  Martínez ofreció la camioneta de la Universidad en la cual se estaba desplazando. Dos carros del DAS iniciaron su marcha y tomaron la Avenida Norte con dirección al sur de la ciudad. La camioneta de la Universidad, en la cual yo iba, los siguió.

A la altura de la entrada al barrio San Antonio apareció un taxi azul claro que coincidía con la descripción del que había recogido al agresor. Ese automotor atravesó la Avenida Oriental y tomó la entrada al barrio Suárez. Los agentes del DAS pensaron que se trataba de Armando Rodríguez y, en consecuencia, siguieron de cerca al taxi; el conductor de este, al percatarse que tenía una extraña compañía detrás, aceleró la marcha y entró por una callejuela cerca de Boyacá Motors, hoy sede de Almacenes Paraíso, y tomó la carrera 12 hacia el norte. Los vehículos del DAS lo persiguieron y sus agentes con gritos dieron la orden de parar. De pronto todos los carros frenaron en seco. Vi que dos agentes, uno por cada lado, se abalanzaban sobre las puertas traseras del taxi.

El pasajero resultó ser un profesor que estaba dictando unas clases particulares a un joven del barrio San Antonio e iba para su casa en el barrio Paraíso.

Casi al mismo tiempo de la identificación del pasajero, por radioteléfono le avisaron al director seccional del DAS que acababan de capturar en el Hotel Centenario al profesor Armando Rodríguez. De inmediato todos nos dirigimos hacia allí.

El hotel estaba acordonado por la Policía. Yo pasé ese control ayudado por los agentes del DAS.

En ese momento el profesor Armando Rodríguez permanecía dentro de aquel establecimiento.  Al cabo de unos minutos dos agentes lo sacaron esposado. Caminaba sin resistencia, mirando siempre al piso. Lo vi pálido y despeinado.

Terminado el operativo, decidí ir al Hospital San Rafael para saber cómo había evolucionado la salud de Osmar Correal. Allí no me permitieron el ingreso al segundo piso en donde estaba internado. Me informaron, sí, que se encontraba fuera de peligro y que su esposa ya había llegado procedente de Bogotá.

–El rector está bien. Acabo de pasar frente a la habitación donde se encuentra y escuché carcajadas adentro, luego no debe ser grave su estado de salud –me comentó un enfermero joven a quien yo conocía.

Osmar Correal acompañado de Armando Suescún, centro y Gustavo Núñez Valero, derecha. Foto: Archivo particular.
Osmar Correal acompañado de Armando Suescún, centro y Gustavo Núñez Valero, derecha. Foto: Archivo particular.

La razón de las carcajadas en la habitación de Osmar Correal está explicada por él mismo en su libro Abuelo cuéntame tu historia: «Ella (Rosita Cuervo Payeras), en un acto de arrojo y osadía, esa noche del 4 de junio de 1975, tomó el volante del carrito que teníamos, un Renault 12 rojo (de placas EX4135 por más cierto), y junto con Álvaro, su hermano menor, salió despavorida hacia Tunja, apenas le dieron a conocer la noticia. Con neblina y el piso mojado gastaron hora y media, tal sería la velocidad. Llegaron directo al Hospital San Rafael con la angustia de verme moribundo, pero su gran sorpresa fue cuando, desde el corredor donde quedaba la habitación 202, oyeron unas carcajadas que rompieron el silencio de la noche. Entre la tensión nerviosa y las inusuales risas, se atrevió a entrar y se arrojó sobre la cama preguntándome sin cesar que cómo estaba. A pesar de los vendajes que tenía en la cara, sobre el pómulo derecho, le dije que estaba bien, pero no lo creía. Tuvo alientos para preguntar el motivo de las risas. Entonces, le contaron lo que acababa de pasar con el cirujano, el doctor Édgar Amador, quien al hacerme la prueba de las gotas de limón en la boca para saber si estaba funcionando el “canal de Stenon”, que drena saliva de la glándula parótida hacia la boca, sin quererlo, me dejó caer una gota en el ojo y el ardor que me produjo hizo que reaccionara de inmediato con un sonoro ¡¡¡ay juep…!!! ¡¿Qué fue?, ¿qué fue?!, me preguntó el médico… ¡¡¡¡Pendejo…, usted me echó limón en el ojo…!!!! Y todos soltaron la carcajada».

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De regreso del hospital a las oficinas del Radioperiódico Avance Boyacense, donde debía elaborar las noticias sobre el atentado y la captura del agresor, pasé por la esquina sur occidental de la plaza de Bolívar. Allí sobre la calle, al lado del Colegio de Boyacá estaban tres taxis estacionados, uno de los cuales era aquel en el que se había subido en el barrio San Antonio el profesor.

–Hola, ¿qué pasó?, ¿por qué aceleró allá cerca de Boyacá Motors? –le pregunté al conductor, un hombre de baja estatura y como de unos 40 años.

–Y usted, ¿por qué sabe? –me inquirió sorprendido.

–Porque soy periodista e iba con los agentes del DAS –le contesté.

–Uy, qué susto tan hp. Aceleré porque creí que nos iban a atracar –me comentó aún impresionado por el susto. Seguí caminando y llegué a las oficinas de Avance Boyacense. Cuando terminé de redactar y de cuadrar las grabaciones de los testimonios que había conseguido, era ya de madrugada. Me fui a mi apartamento a tratar de descansar al menos unas tres horas.

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En medio de la confusión de la noche del 4 de junio, supe que el Consejo Académico no había declarado receso de clases porque el Ministerio de Educación no estaba de acuerdo con la adopción de esa medida.

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El jueves, 5 de junio, sonó mi despertador a las cinco y media de la mañana. Me acordé de los sucesos de la noche anterior. Pensé en el rector Osmar Correal Cabral.

Salí de mi apartamento, pasé por las oficinas del Radioperiódico Avance Boyacense a entregarle las noticias al locutor.

Cuando llegué a la oficina de Avance Boyacense, y comencé a abrir la chapa de la puerta, oí que estaba timbrando el teléfono. Entré rápido y respondí. Era José Riveros, director del Noticiero.

–Hola, acaba de llamarme un amigo que es profesor de la UPTC y me dice que anoche le hicieron un atentado al rector. Está hospitalizado en el San Rafael. Averigüe de inmediato porque hay que abrir la emisión con esa noticia –me dijo.

–Sí, el atentado fue a las diez de la noche. Ya tengo toda la información y hasta grabaciones de testigos.

–¿Y por qué no me llamó? Entréguele el material al locutor y váyase para la Universidad y consígame reacciones de los profesores. Ya me voy para la oficina a redactar la información que debo enviar a El Espectador. Más tarde nos vemos.

En la plaza de Bolívar tomé una buseta de la empresa Tax Rey que pocos minutos después me dejó en el patio central de la UPTC. Allí con megáfonos estaban amplificando el noticiero Avance Boyacense. El locutor leía con énfasis y emotividad las noticias que yo había redactado. Por lo menos unos 500 estudiantes se encontraban en ese lugar. Nadie hablaba, todos escuchaban el noticiero.

Atendiendo las instrucciones de José Riveros, busqué a los directivos de la Asociación de Profesores Universitarios, ASPU, y a otros líderes profesorales, pero luego de recorrer todas las facultades no los pude localizar.

Hacia las diez de la mañana acudí al noticiero, y allí el director me mostró los comunicados de repudio al hecho, emitidos por el gobernador, el alcalde de Tunja y varias organizaciones cívicas.

Los noticieros de radio nacionales, regionales y locales le dieron gran despliegue a esa información. Los diarios nacionales matutinos ese día no presentaron la noticia, porque cuando ocurrió el hecho ya habían cerrado edición. Un vespertino nacional tituló con sensacionalismo.

Osmar Correal posesionando a Gustavo Núñez Valero como jefe de prensa de la Gobernación de Boyacá en septiembre de 1990. Foto: Archivo particular.
Osmar Correal posesionando a Gustavo Núñez Valero como jefe de prensa de la Gobernación de Boyacá en septiembre de 1990. Foto: Archivo particular.

Supe que el presidente de la República le había enviado un mensaje al rector. El texto no lo conocí. Varios años después Osmar Correal Cabral me confirmó que el presidente López le hizo llegar con un mensajero del Palacio de San Carlos al Hospital San Rafael de Tunja un mensaje de su puño y letra. El estafeta se lo entregó a las cinco de la mañana, del cinco de junio en el hospital. Este decía: «Doctor Osmar: Lamento lo sucedido. Espero se recupere pronto. Cordial saludo, Alfonso López Michelsen».

Fue dado de alta a las seis de la tarde del día siguiente del atentado, con la advertencia de que debía acudir a urgencias para curaciones y controles los tres días siguientes de manera consecutiva. Como él vivía solo en Tunja, la jefe médica de la Universidad, Helena Martín de Martínez, le ofreció hospedaje en su residencia. Él aceptó.

–Ese detalle de generosidad de la doctora Helena y de su esposo, el médico y escritor Antonio Martínez Zulaica, siempre lo he recordado y lo valoro mucho –me dijo Osmar Correal Cabral.

–¿El ministro de Educación también le envió nota ante lo sucedido?

–No, él no me envió nota alguna.

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Osmar Correal tiene la plena convicción de que está vivo de milagro.

–El atentado evidentemente era para haberme muerto porque un tiro en la cara y a esa distancia –menos de un metro– es una salvación milagrosa. Por eso digo que tengo dos fechas de nacimiento, una el 10 de febrero y otra el 4 de junio.

Tiempo después en París, durante un almuerzo al que lo invitó el por esos días embajador de Colombia ante la Unesco, Juan Jacobo Muñoz, quien en su condición de ministro de Educación lo había nombrado como su representante ante el Consejo Superior de la UPTC, luego de escucharle su relato sobre el atentado le dijo: «Esos disparos eran para estar chupando gladiolo en un cementerio, pues eran mortales».

–Definitivamente tuve una infinita suerte. Quizás las oraciones de mi mamá y de Rosita movilizaron a los ángeles protectores o al Niño Jesús o la Virgencita Milagrosa de El Topo (en Tunja), y me salvé – termina diciendo Osmar Correal.

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–¿Qué pasó con el proceso judicial en contra de su agresor?

–Al tipo lo tuvieron un año preso, lo declararon interdicto y lo soltaron. Después entró a trabajar como profesor en Popayán, en la Universidad del Cauca. Sé que se casó allá. También supe que ya se pensionó.

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