Conocimiento y democracia – Carlos David Martínez Ramírez – #ColumnistaInvitado

En una sociedad democrática se debería procurar que todos los ciudadanos tengan oportunidades de acceso al conocimiento, lo cual implicaría hablar de educación en diferentes ámbitos, no solamente en el campo de la educación formal o institucional.

Por otra parte, el conocimiento no es democrático, en cuanto a que el hecho de que varios opinen lo mismo no es garantía de que eso sea cierto. Mil años atrás la mayoría de las personas pensaban que la tierra era plana, pero eso no significa que efectivamente así fuera.

Es común escuchar que a las élites les conviene la ignorancia del pueblo, supuestamente porque de esta manera se puede direccionar más fácilmente sus votaciones, por ejemplo, para que voten por los mismos o por el caudillo de turno, pero esta afirmación no es del todo exacta, a los empresarios les conviene que las personas comunes tengan capacidades que las habilite para el trabajo, lo cual implica unos niveles mínimos de educación.

Esto explica por qué la aristocracia norteamericana y europea se preocupó tanto por promover escuelas y bibliotecas entre los siglos XIX y XX, no se trataba simplemente de movimientos altruistas, claramente había conciencia de la importancia de contar con mano de obra capacitada y disponible. Actualmente, cuando la educación es un fenómeno masivo, aunque aún hay problemas de cobertura, la preocupación se orienta hacia la calidad y existen gobiernos que simplemente no se preocupan por seguir avanzando hacia la garantía de la cobertura total en todos los niveles.

Ahora, el conocimiento de las normas no garantiza su aplicabilidad, así como la ley no garantiza la igualdad si no hay condiciones equitativas para las personas, como lo plantea Estanislao Zuleta, el derecho no sirve si no hay oportunidades; existe libertad para que cualquier persona sea emprendedora pero no todos tienen las mismas oportunidades para acceder al capital semilla para empezar un negocio.

Para los filósofos griegos clásicos la democracia se fundamentaba en la capacidad de deliberación, por eso se entrenaban en la lógica y en la retórica; aunque desde entonces el arte de persuadir ya consideraba la posibilidad del engaño; la imagen que pasó a la historia es la de Sócrates defendiendo la verdad sobre los sofistas enfocados en la persuasión a toda costa, pero, claramente, Sócrates no estaba exento de tener intereses personales o subjetivos.

Hoy la posverdad ha llevado a muchos a enfocarse en el poder sin importar el conocimiento, en términos aristotélicos, el conocimiento real y verdadero (episteme), diferente a la opinión que cualquiera puede manifestar (doxa). La postmodernidad que anuncia el fin de los grandes discursos para explicar los fenómenos, ahora se une con el operacionalismo que privilegia la supervivencia económica por encima de la verdad.

Desde una perspectiva filosófica contemporánea es válido afirmar que la verdad no existe, que sólo hay relatos que se validan en función al poder de turno, pero, aunque parezca ambiguo, la educación nos debe mover hacia la búsqueda de la verdad. Ya decía Kant que la inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar.

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