Un alto en el camino – Catalina Pulgarín – #Columnista7días

Difícilmente hubiéramos podido imaginar que podría hacerse realidad un escenario como el que actualmente vive el planeta entero. Si bien había sido recreado como si se tratara de premoniciones apocalípticas por directores de cine en películas como Soy Leyenda  y en series de televisión como  Los Simpsons, así como por célebres  escritores  como el Nobel de literatura José Saramago en su Ensayo sobre la ceguera, lo cierto es que cuesta darle crédito a lo que ven hoy nuestros ojos.

El movimiento incesante que llegó de la mano de la industrialización del último tercio  del siglo XX y la digitalización y la revolución tecnológica que llegaron con el siglo XXI, crearon formas de relacionarnos y de comunicarnos  en medio de centenares de transeúntes que en todas las direcciones circulan en las calles de las metrópolis y de vehículos terrestres, aéreos y marítimos circulando incesantemente, trasladando personas y mercancías de un lugar a otro en este planeta globalizado.

Estas nuevas realidades resultan inverosímiles; el ritmo se detuvo ante nuestras incrédulas miradas; parece un filme de ficción ver las calles vacías, las fronteras de los países bloqueadas, las bolsas de valores del mundo en crisis y la economía mundial en recesión. Pero es reconfortante ver al planeta respirando un poco, aprovechando lo que para el ser humano es una tragedia pero para la naturaleza un muy ligero alivio.

Ahora la esperanza es que sepamos capitalizar esta experiencia. Que este “stop and go” en lo que creíamos imparable nos motive a cambiar lo que creíamos incambiable:  esa apatía egoísta hacia todo y hacia todos. El mayor anhelo es que tomemos consciencia de que la verdadera enfermedad, como en el libro de Saramago, no es el virus sino la ceguera del alma y del corazón y la falta de ética y de amor hacia los demás y hacia el planeta.

Nunca antes habíamos sentido como hoy que todos nuestros prójimos pueden representar  una amenaza para nuestras propias vidas,  pero así mismo tampoco antes habíamos sentido que más que nunca cada uno depende de lo que hacemos todos juntos.

Llegó el momento de replantear lo que hacemos en esa lucha diaria por subsistir aún por encima de los demás, en esa guerra cotidiana donde se impone la ley del más fuerte; llegó el momento de mirarnos a los ojos y reinventarnos como humanidad. Llegó el momento de darle sentido  y peso verdadero a eso que se llama solidaridad.

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