Luego de varios días de convalecencia y complicaciones en su salud, falleció el maestro Ernesto Cárdenas Riaño.
Había nacido en la ciudad de Duitama el 6 de febrero de 1921 en el hogar del coronel Marco Tulio Cárdenas y doña Cecilia Riaño y en él afloro desde sus primeros años, esa pasión por el arte que lo llevaría luego a convertirse en un ícono de la cultura en su comarca.
Estaba próximo a celebrar sus 101 años de vida. El pasado sábado 6 de febrero familiares, amigos y autoridades le celebraron los 100 años de vida, por tratarse de unos de los más fieles exponentes del arte.
Los hijos de su primer matrimonio: Cecilia, Marco Tulio, Gloria, Luis, Alfredo, Myriam, Carlos, Jorge, Esperanza y Miguel Cárdenas Melo, nietos, bisnietos y de más familia, al igual que su esposa Margarita Cano y sus hijos: Amelia, Alejandra, Ángela, Yolanda y Germán, yernos, nuera, nietos y bisnietos están invitando a las honras fúnebres que tendrán lugar este lunes.
Su velación se estará realizando en el teatro Luis Martín Mancipe y sus exequias serán mañana a la 1:45 de la tarde en la catedra de Duitama y luego su traslado y cremación se realizará en el cementerio Jardines de Santa Isabel en Oicatá.
Pero además, su nombre fue inmortalizado en Duitama por ejemplo en la sala de exposiciones de Culturama, en murales, en pinturas y una de las en una de las calles céntricas de la ciudad aparece una escultura en tamaño real hecha por el artista Neill Avella para recordar siempre al maestro y enseñar a las presentes generaciones el valor que tiene para la historia, personajes como Ernesto Cárdenas a quien afortunadamente le alcanzaron los años para disfrutar en vida del cariño, el respeto y la admiración de la gente.
El trazo de Cárdenas no tiene influencia alguna de academia o estilo científico, por el contrario, la única influencia que tienen su singular técnica son los relatos de los mayores, el sonido agudo del requinto que deja las cantas en el eco eterno del alba, las cercas de púa que delimitan el rancho de la abuela, el riachuelo sonoro de aguas cristalinas y aquel fogón de leña puesto sobre las piedras para hacer el sancocho dominguero. Los expertos le llaman expresión primitivista, otros la relacionan con la influencia del primitivismo en el arte occidental que ilustraba aquellos tipos de objetos triviales.
Mucho antes que los folcloristas escenificaran en coreografías y trajes el colorido de las marchantas, Ernesto Cárdenas ya había tatuado a sus lienzos los colores de la alegría ancestral y la luz que solo él y el sol pueden lograr en los arreboles de la campiña. Verdes en todos los tonos, rojo fiesta, azul cielo y el amarillo de trigales forman la paleta de colores del maestro Ernesto Cárdenas con los que logra genuinas combinaciones que solo le quedan bien a este relator de identidad labriega.
Muy pronto sus relatos pictóricos llegaron a los grandes salones de exposición de Colombia y el mundo, a la Casa de Nariño, al santoral de relicarios de su Santidad Juan Pablo II y a los consulados que aún conservan sus cuadros en altivos corredores donde las obras de Ernesto Cárdenas parecen suspendidas en el tiempo, como las historias añejas que narran sus pinceles.
Ernesto Cárdenas Riaño fue un pintor que cosechó una extensa obra para enriquecer el arte y valorar las costumbres populares. Su obra costumbrista ha recorrido el mundo, sus cuadros fueron vendidos para América, Europa y Asia, y llegaron a la capital del mundo en el Museo Latinoamericano de New York.
Sus obras inspiran afecto y amor por lo nuestro porque su delicado y detallado pincel logró traducir en imágenes esas tradiciones, costumbres y escenas del diario vivir de los campesinos.
Las romerías que plasmó en sus obras son realmente mágicas porque no omite detalle alguno de esos momentos cuando los campesinos andaban por caminos polvorientos, al son de bambucos y torbellinos arrancados con dulzura al viejo tiplecito del abuelo hasta divisar la altiva cúpula de la iglesia y llegar allí para dar gracias al Padre Celestial por el regalo de la cosecha.
Las fiestas de la campiña también quedaron plasmadas para siempre entre oleos y trementina y se han convertidos en genuinas postales del recuerdo, tal vez para conservar intactas en la memoria las vivencias campesinas o para recrear a los hijos y nietos lo que fue un pasado de gloria lleno de autenticidad, sencillez y simpleza como la humildad misma de las cosas grandes.