La mujer que desafió una dictadura y ganó un Nobel – Gloria Palacios #Columnista7días

Hay momentos en la historia que trascienden la política y se convierten en símbolos de transformación.

El Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado es uno de ellos. No se trata solo de un reconocimiento individual, sino de un homenaje a la valentía, al coraje y al amor con el que una mujer ha enfrentado, durante años, las batallas más difíciles en medio de un país herido.

De los ciento once galardonados con el Nobel de la Paz, solo diecinueve han sido mujeres, y de esas, apenas dos latinoamericanas. Esa cifra, por sí sola, ya nos habla del largo camino que aún recorremos las mujeres para que nuestras voces sean escuchadas, para que nuestro liderazgo sea reconocido no por la fuerza o el poder, sino por la capacidad de transformar desde la empatía, la ternura y la esperanza.

María Corina Machado ha sido un símbolo de resistencia y de amor. Durante años ha enfrentado la persecución, el aislamiento, la censura y la amenaza constante. Ha permanecido firme en medio de un Gobierno prácticamente militarizado, donde oponerse es arriesgarlo todo. Y, sin embargo, nunca se rindió. En lugar de quebrarse, se fortaleció. Cuando muchos se dieron por vencidos, ella organizó a su pueblo; cuando la desesperanza reinaba, ella preparó a los suyos para cuidar las urnas, defender los votos, proteger la dignidad. Fue ahí donde el mundo vio a una mujer que no solo luchaba por elecciones libres, sino por algo más profundo: por la posibilidad de volver a creer.

El Comité Nobel lo expresó con claridad: la libertad nunca debe darse por sentada; debe ser defendida con coraje y determinación. Pero detrás de ese coraje hay algo aún más poderoso: el amor. María Corina no lucha movida por la rabia, sino por el amor a su gente. Se le ve en su forma de hablar, en su manera de mirar a su pueblo, en esa cercanía que da esperanza. El amor que ella siente es el que inspira al pueblo venezolano a no rendirse, el que los hace sentirse valientes, el que los impulsa a levantarse una y otra vez.

Hay algo profundamente latino en esa forma de resistir. Nosotros, los latinoamericanos, entendemos que el amor no es debilidad: es la fuerza que nos levanta en medio de la adversidad. Es lo que hace que, incluso en el dolor, encontremos motivos para creer. María Corina representa eso: la energía del amor como motor de transformación social y espiritual.

Su historia nos recuerda que el liderazgo más poderoso no nace del odio ni de la venganza, sino del amor profundo por el otro, del deseo genuino de ver florecer a su pueblo. Es la demostración viva de que el amor puede ser una forma de lucha, una manera de sanar y una herramienta para construir libertad.

Como latinoamericanos, no podemos mirar su historia con indiferencia. Nos invita a reflexionar, a valorar la libertad que tenemos, y a entender que ninguna sociedad está exenta del riesgo de perderla. Lo que hoy ocurre en Venezuela no es un asunto lejano: es un espejo que nos muestra lo que ocurre cuando el miedo y la indiferencia reemplazan la participación y la conciencia.

El amor, en su forma más pura, es también una advertencia: cuidar lo que tenemos, defender la democracia, proteger la verdad, sostener la esperanza. Eso es lo que ha hecho María Corina Machado.

Y por eso su Nobel no solo le pertenece a ella: le pertenece a todos los venezolanos que se han mantenido en pie de lucha desde el amor a su familia y a su patria, que creen en el poder del amor para transformar su historia, la historia, y de ser ejemplo para países como Colombia, lugar donde se encuentran la mayoría de los ocho millones de venezolanos que andan por el mundo, esperando para regresar, a seguir construyendo con amor, familia y país. Hoy agradezco con el corazón emocionado a María Corina su ejemplo dado a las mujeres de Boyacá, Colombia y el mundo.

“Sueña, cree, persevera y todo será posible”.

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