El motor invisible de la vida moderna – Mauricio Borja Âvila #ColumnistaInvitado

La inteligencia artificial ya impulsa empresas, gobiernos y hogares y su importancia no puede ser ignorada.

Imagine que una señora le pide a su celular que le recuerde tomar la pastilla de la presión a las 8:00 de la mañana. O que un joven confíe más en la lista de películas recomendadas por una plataforma digital que en la sugerencia de su hermano. Lo que parece cotidiano tiene un protagonista silencioso: la inteligencia artificial. No es un invento futurista ni un experimento de laboratorio; ya está presente y mueve partes esenciales de la vida diaria.

Pero, ¿qué es realmente la inteligencia artificial? No es un robot que piensa por sí mismo ni una máquina que planea dominar el mundo. En términos simples, la inteligencia artificial es la capacidad de las computadoras y programas para aprender de datos, reconocer patrones y tomar decisiones que antes solo podían hacer los humanos. Un ejemplo claro: al escribir un mensaje, el celular completa la palabra que se quería usar porque está utilizando un modelo de predicción entrenado con millones de ejemplos.

Conviene aclarar otro término que aparece con frecuencia: algoritmo. Un algoritmo es un conjunto de pasos bien definidos que permiten resolver un problema o realizar una tarea. Algunos algoritmos son muy simples, como los que ordenan una lista de números; otros son más complejos y permiten que una máquina aprenda a mejorar su desempeño a partir de datos. En el caso de la inteligencia artificial, se utilizan tanto algoritmos fijos como algoritmos de aprendizaje, que ajustan sus resultados con la experiencia.

También surge con frecuencia la palabra software. En términos sencillos, el software es un conjunto de instrucciones que le indican al hardware —las partes físicas de un computador— qué procesos debe ejecutar. Es decir, es lo que traduce las órdenes humanas en acciones que la máquina puede realizar. En la inteligencia artificial, el software es el medio que permite que los algoritmos se apliquen y produzcan resultados útiles en la práctica.

Es importante desterrar mitos. La inteligencia artificial no es conciencia, ni emociones, ni libre albedrío. Un programa puede reconocer una cara en una foto con gran precisión, pero no sabe si esa persona está feliz o triste en su vida. La inteligencia artificial es una herramienta, no un sustituto de la inteligencia humana. Al mismo tiempo, es mucho más que un programa común. A diferencia del software tradicional, que ejecuta instrucciones predefinidas, la inteligencia artificial puede analizar datos y, en algunos casos, ajustar su comportamiento a partir de ellos, como un niño que con el tiempo aprende a diferenciar objetos sin que alguien se lo explique cada vez.

En las empresas, la inteligencia artificial ayuda a decidir cuántos productos producir, cómo atender mejor a los clientes o detectar fraudes en segundos. Un supermercado puede prever cuántos litros de leche venderá el próximo fin de semana gracias a modelos de predicción. Una fábrica puede anticipar cuándo una máquina necesita mantenimiento para evitar que se dañe en plena producción. En los gobiernos, se utiliza para optimizar el tráfico en las ciudades, detectar evasión de impuestos o priorizar recursos en salud. Un hospital puede anticipar brotes de enfermedades analizando datos de consultas médicas.

En las familias se convierte en un asistente invisible que recomienda qué ruta tomar para evitar un trancón, qué serie ver un sábado por la noche o cómo reducir el consumo de energía eléctrica. Puede ser tan sencillo como la alarma del celular que aprende a sonar cinco minutos antes si sabe que hay tráfico fuerte en el camino al trabajo. A nivel personal, también es un compañero que ayuda a organizar la agenda, traducir idiomas al instante o sugerir rutinas de ejercicio adaptadas a cada necesidad.

La inteligencia artificial no reemplaza la creatividad, la ética ni el criterio humano. Puede proponer la ruta más rápida para llegar a casa, pero no decide si conviene detenerse a visitar a un amigo en el camino. Puede sugerir a quién darle un crédito, pero no puede determinar con justicia el valor de la solidaridad o la confianza.

La historia muestra que quien se resiste a las nuevas tecnologías termina perdiendo relevancia. Cuando aparecieron los automóviles, muchos decían que los caballos eran suficientes. Cuando surgió Internet, algunos pensaban que era un juguete. Hoy, la inteligencia artificial está en el mismo punto: no es opcional. No entenderla, no aprender lo básico de su funcionamiento, es como querer participar en una conversación sin conocer el idioma. Empresas, gobiernos y personas que no se preparen quedarán rezagados.

La inteligencia artificial es, efectivamente, el motor invisible de la vida moderna. No se oye como el de un carro, pero está impulsando al mundo en el que se vive. Y como cualquier motor, puede llevar lejos o dejar varados, dependiendo de si se sabe manejar. La invitación es clara:

perderle el miedo, aprender lo esencial y empezar a usarla de manera consciente. Porque la inteligencia artificial no vino a reemplazar, sino a potenciar. Y quien no lo entienda, simplemente quedará mirando desde la orilla cómo otros avanzan.

*mauricioborjaavila@outlook.com



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