
Hace 32 años, desde aproximadamente las 6:00 de la tarde hasta las 10:00 de la noche, dividía mi tiempo entre hacer tareas a vela, ver cocinar a mi familia en un pequeño reverbero de alcohol y jugar en medio de la penumbra total con mis amigos del barrio. Solo unas pocas familias podían tener el lujo de contar con una planta eléctrica para la época, y lo del reverbero era básicamente porque aún no se desarrollaba la industria del gas natural para la época en Colombia.
Cada mañana, además, tenía que ir al colegio más temprano de lo que estaba acostumbrado, ya que, entendía, la hora del país se adelantaba ese año una hora. Todo esto pasó en 1992 debido a un efecto macroclimático que sacudió al país: el fenómeno de El Niño.
Resulta que nunca nos había impactado de la manera en la que sucedió, y Colombia estaba lejos de estar preparada para enfrentarlo. Los embalses se secaron, y no se pudo satisfacer la demanda energética debido a la naturaleza del tipo de abastecimiento a través de hidroelectricidad. Adicionalmente y para aprovechar más la luz solar en el día, el presidente César Gaviria decidió adelantar una hora. Todo esto ocurrió ese año.
¿Aprendimos algo? Tan solo 18 años después, para el año 2010, volvimos a sufrir otro efecto macroclimático, pero en esa ocasión, no por escasez extrema sino por exceso de lluvias. Recibimos en ese entonces uno de los fenómenos de La Niña más fuertes y de mayor impacto, y nuevamente, no estábamos preparados para algo así.
Literalmente, Colombia se inundó. Pero como resultado, surgió la ley de gestión del riesgo, que en gran medida gobierna ahora la generación de infraestructura en el país. Tal vez no sea el momento de poder evaluar la incidencia del sistema nacional de gestión del riesgo, pero algo podemos intuir.
Para poder verificar la eficacia y la rápida respuesta ante este tipo de fenómenos, podríamos recordar el evento de avalancha en Mocoa en el año 2017, el derrumbe sobre la vía a Quibdó en enero de 2024 o los recientes incendios en los cerros orientales de Bogotá. ¿Tuvimos una rápida respuesta? ¿Podríamos considerar que hemos mejorado en 32 años?
Colombia, con su rica biodiversidad y paisajes exuberantes, se enfrenta a un desafío monumental: el cambio climático. Esta crisis global no perdona fronteras ni discriminaciones, y sus efectos se sienten con fuerza en este país. Desde la pérdida de glaciares en la Sierra Nevada de Santa Marta hasta la deforestación en la Amazonía colombiana, los impactos son evidentes y preocupantes.
Uno de los impactos más graves del cambio climático en Colombia es la intensificación de fenómenos meteorológicos extremos. Las inundaciones repentinas y deslizamientos de tierra causan estragos en comunidades vulnerables, dejando a su paso pérdidas humanas y materiales irreparables. Además, la variabilidad climática amenaza la seguridad alimentaria al afectar la producción agrícola, poniendo en riesgo la subsistencia de millones de colombianos que dependen de la tierra para sobrevivir.
La pérdida de biodiversidad es otra consecuencia alarmante del cambio climático en Colombia. Los ecosistemas únicos, como los páramos y los bosques tropicales, están siendo devastados a un ritmo alarmante debido al aumento de las temperaturas y la alteración de los patrones de precipitación. Esto no solo amenaza la supervivencia de especies endémicas, sino que también compromete la capacidad del país para proporcionar servicios ecosistémicos vitales, como la regulación del clima y la provisión de agua limpia.
A pesar de estos desafíos, Colombia también posee un potencial único para liderar la lucha contra el cambio climático. Su compromiso con la conservación ambiental y el desarrollo sostenible se refleja en iniciativas como la protección de áreas protegidas y la promoción de energías renovables. Sin embargo, se necesitan acciones más audaces y coordinadas a nivel nacional e internacional para mitigar y adaptarse a los impactos del cambio climático de manera efectiva. Pero dichas iniciativas, debemos alejarlas de lo político o lo económico.
Si realmente Colombia quiere superar las crisis macroclimáticas y sus efectos, debe generar acciones que estén encaminadas al cuidado de los ecosistemas y sobre todo a la generación de infraestructura para generar equidad hídrica.
Es imperativo que el Gobierno colombiano trabaje en estrecha colaboración con la sociedad civil, el sector privado y la comunidad internacional para implementar políticas y medidas concretas que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero, fortalezcan la resiliencia de las comunidades y protejan los ecosistemas vulnerables. Pero sobre todo y de manera urgente, para poder llevar agua de manera sostenible y real a regiones donde es actualmente parte de lo que se considera como un lujo.
¿Es coherente que siendo uno de los países con mayor cantidad de recursos hídricos por Km2, existan regiones donde la gente sufre sed?
El cambio climático es una realidad innegable que exige una acción urgente y decidida. Colombia no puede permitirse el lujo de quedarse de brazos cruzados mientras su patrimonio natural y sus ciudadanos están en riesgo, tanto por exceso como por escasez. Es hora de actuar con determinación y solidaridad para construir un futuro más sostenible y resiliente para todos los colombianos y las generaciones venideras. Y esta responsabilidad es de todos, pero sobre todo de quienes pueden ejecutar.