Un tunjano en el país más feliz del mundo – Gustavo Núñez Valero #CrónicasYSemblanzas

Cronicas y semblanzas Un tunjano

El antropólogo Antonio José Gómez Gómez nació en 1944 en Tunja, en una casona antigua situada a cuadra y media de la iglesia de Santa Bárbara y a dos cuadras de la plaza de Bolívar. Desde hace 40 años vive en Helsinki (670 mil habitantes), ciudad vanguardista, cosmopolita y cultural, conocida como la “Hija del Báltico”.

 Helsinki es la capital de Finlandia (5.6 millones de habitantes), país situado al norte de Europa, cuya economía, hasta hace pocas décadas dependía de la agricultura y la exportación de materias primas; hoy su sector económico clave es el manufacturero y sus principales industrias son la electrónica, la maquinaria, los vehículos, la industria forestal y los productos químicos; actualmente  ocupa los primeros lugares de las clasificaciones internacionales que miden el éxito social, económico y político de las naciones; de hecho, en los últimos siete años, de manera consecutiva, según el Informe Mundial sobre la Felicidad 2024, de la ONU, Gallup y la Universidad de Oxford, Finlandia es el país más feliz de la tierra, seguido por Dinamarca, Islandia, Suecia y Noruega. Su sistema educativo está considerado como el mejor del mundo. También, es el país donde se inventaron el sauna, se creó la empresa tecnológica Nokia y, según la leyenda, donde vive Papá Noel.

Helsinki dista de Bogotá 15.907 kilómetros. Un vuelo entre estas dos ciudades dura 18 horas, con una sola escala y hasta 33 horas, con tres escalas.

En el momento (noviembre de 2024), después de trabajar por más de 35 años como profesor en varias instituciones universitarias de esa ciudad, Antonio José Gómez Gómez vive pensionado en su apartamento del acogedor barrio Etelä Haaga.

—Mi tiempo lo dedico a leer, a escribir, a comunicarme con mi familia, a asistir al gimnasio tres veces por semana para mantenerme en forma y, de vez en cuando, a tomarme una cerveza, en algún bar cercano, con mis amigos.

Panorámica de Helsinki. Foto de Gustavo Núñez Valero.
Panorámica de Helsinki. Foto de Gustavo Núñez Valero.

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Su padre fue Antonio María Gómez Morales. Nació en Tunja en 1909. Desde niño, cuando aún tenía pantalón corto, entró a trabajar en el Panóptico de Tunja como mensajero, con el tiempo pasó a ser almacenista, luego, secretario y por último, director desde 1946 hasta 1955. Posteriormente se vinculó como funcionario raso a la Contraloría del departamento y se retiró de allí años más tarde siendo Contralor Auxiliar.

Su madre, María Teresa Gómez, nació en Tunja en 1914. Fue profesora de la Escuela Anexa, en donde trabajó hasta jubilarse.

Fue el sexto de los nueve hijos que tuvieron Antonio María y María Teresa. El mayor, Gustavo, vive en Barranquilla, está retirado; la segunda, Cecilia, ya fallecida, era profesora  de biología y química; la tercera María Antonia, sicóloga, también fallecida; el cuarto, Francisco, ingeniero electrónico, trabajó en la IBM, fallecido; la quinta, Leonor, pianista y profesora, vive en Tunja; el séptimo, Jorge, ingeniero de Vías y Transportes, fallecido; el octavo, Jaime, ingeniero electrónico, vive en Bogotá y  el noveno, Ricardo, trabaja en la rama judicial, vive en Sincelejo y está a punto de pensionarse.

Existe en la familia la versión de que siendo Antonio María director del Panóptico trajeron a Tunja el cuadro de la virgen de Chiquinquirá y lo pasearon por las principales calles de la ciudad. Los reclusos le pidieron permiso para poder observar el cuadro desde la puerta del penal. Él dio su visto bueno, pero les pidió que se comprometieran a no volarse. Aceptaron y efectivamente, después de que pasó por allí la procesión, los penados regresaron a sus celdas. Realizado el conteo se estableció que el número de internos estaba completo. En efecto, cumplieron su palabra.

—Me parece haber escuchado esa historia, no de boca de mi papá, pero parece que sí ocurrió. Mi padre era un buen creyente, no tanto como mi madre. Los dos provenían de familias muy católicas, de ahí que la versión se creíble.

Sobre el ambiente religioso de Tunja comenta:

—Cuando nací, Tunja no llegaba a los 20 mil habitantes. Era un pueblo bastante aislado, muy religioso; se celebraban con mucha pompa las festividades religiosas de todo tipo, procesiones, misas, cantos y oraciones. La Semana Santa era uno de los eventos más importantes. Las procesiones invariablemente pasaban por delante de nuestra casa. Entonces, desde muy niño tuve esa fijación religiosa que después me costó mucho trabajo sacármela, desprenderme de ella.

Fue acólito de la iglesia de San Ignacio. Desde muy pequeño le encantó escuchar historias de boca de sus abuelos, tíos y, en general, de la gente mayor.

Sus estudios primarios los cursó en la Escuela Anexa a la Normal de Varones de Tunja; los de bachillerato, en los colegios “José Joaquín Ortiz” de Tunja y Bolívar de Ubaté, Cundinamarca.

En el “José Joaquín Ortiz” estudió los primeros cinco años; no pudo terminar allí la secundaria ya que cuando debía matricularse para el grado sexto (hoy once), la comunidad religiosa que lo regentaba, la de los jesuitas, anunció su decisión de clausurar las actividades académicas en ese plantel y trasladó los profesores a otros colegios del país; eso ocurrió a finales de 1962. A comienzos de 1963, aprovechando la circunstancia de que el esposo de una de sus hermanas era profesor del Colegio Bolívar de Ubaté, fue matriculado allí, en donde recibió, en diciembre, su diploma de bachiller. Al año siguiente entró a estudiar Antropología en la Universidad de Los Andes en Bogotá.

Antonio José Gómez con su esposa Viola. Foto archivo particular.
Antonio José Gómez con su esposa Viola. Foto archivo particular.

— Afortunadamente mi familia pudo conseguir una beca para mí, porque de otra manera habría sido imposible pagar esa matrícula tan costosa. Eran $1800. Imagínate. En esa época era un capital monstruoso. Yo hacía las cuentas por el número de clases que recibía. Por cada hora de clase un estudiante pagaba $20,80, que era mucha plata.

Mientras cursaba sus estudios universitarios comenzó a visitar tribus indígenas como prácticas de campo.

—Estuve primero en la Guajira, en donde, en aquella época, muy pocos indígenas hablaban castellano.

También, como parte de sus prácticas, visitó comunidades campesinas de pescadores en la costa atlántica.  Su tesis la hizo sobre los indígenas Kuna en el Golfo de Urabá.

En la Universidad de los Andes fue alumno del reconocido maestro Gerardo Reichel-Dolmatoff, máxima autoridad en el conocimiento y estudio de los grupos aborígenes de Colombia.

Al terminar su carrera empezó a buscar trabajo y lo consiguió en la Universidad de Antioquia. Fue profesor de esa institución durante dos años. En ese tiempo, como práctica docente, convivió con los indios Yuko, conocidos en los últimos años como indios Yukpa o motilones del Cesar, en la selva del Perijá, frontera con Venezuela; el acceso al territorio de ese pueblo aborigen era muy difícil; para llegar tenía que hacer recorridos de varios días a caballo, en condiciones muy complicadas.

En 1968 contrajo matrimonio con Gloria Posada, especialista en educación preescolar.

En 1970 volvió a su natal Tunja y se vinculó laboralmente a la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

—Ahí trabajé en el Departamento de Sociales con varios compañeros, entre ellos Javier Ocampo López, Carlos Cuervo, Ovidio Toro, Armando Moncada y Neftalí Cárdenas. Fui profesor de Antropología y Prehistoria durante varios años.

El licenciado en Ciencias Sociales Hernán Forero Buitrago, ex supervisor de educación secundaria y exsecretario encargado de educación de Boyacá dice de él:

—Fui alumno en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia del profesor Antonio J. Gómez durante el primer semestre de 1970, en la asignatura de Antropología. Recuerdo con claridad sus relatos en clase acerca de sus vivencias en varias tribus indígenas de Colombia y con dos comunidades campesinas de este país en las cuales realizó estudios etnológicos. Defensor de la cultura aborigen, crítico de la invasión española que conquistó a América y de los cronistas españoles, entre ellos de Juan de Castellanos. Las evaluaciones que aplicaba eran muy particulares. Las hacía mediante exigencias conceptuales a través de definición de términos como “dolmen”, “palafito”, “monolito fálico”, etcétera.

Además de dictar sus cátedras desarrolló trabajos de investigación y defensa del patrimonio cultural y arqueológico en Boyacá. En cuanto a los primeros, fue evidente su labor de campo con los indios Tunebos, ahora U’wa, en el Norte de Boyacá y con la etnia Cofán en el Putumayo. Sobre lo segundo, fueron significativos sus aportes a la conservación de los monolitos descubiertos en inmediaciones de los predios de la UPTC, donde, según los historiadores, existió el Templo de Goranchacha, lugar sagrado de los Muiscas. Esos monolitos, gracias a su tesón y al de otros profesores y estudiantes de la Universidad fueron salvados de la destrucción y trasladados al Pozo de Hunzahúa, antes denominado Pozo de Donato.

A la Tunebia fue en compañía de la pareja de investigadores y antropólogos Guillermo Rendón García y Anielka Gelemur,  también reconocidos músicos que actuaron en escenarios de América y Europa.

Los tres académicos, además de profundizar en el estudio de los Tunebos, realizaron acciones de defensa de esta etnia.

Una calle de Helsinki. Foto Gustavo Núñez Valero.
Una calle de Helsinki. Foto Gustavo Núñez Valero.

Dicho viaje se realizó en 1974. Lo hicieron a lomo de mula durante tres días desde el municipio de Güicán, Boyacá.

—Bajamos por el cañón del río Cubugón. Atravesamos unos paisajes preciosos, en aquella época todavía vírgenes.

En la Tunebia se concentraron en la región del Chuscal, municipio de Cubará, en donde existía una misión de los padres misioneros javerianos de Yarumal, perteneciente a la jurisdicción eclesiástica de la Prefectura Apostólica de Arauca.

—En El Chuscal estuve presenciando unos ritos de iniciación de niñas a la pubertad. Allá estaba prohibido verlos, pero me colé en una de esas chozas donde estaban dos niñas púberes que tenían su primera menstruación. Todo lo debían hacer en secreto porque los misioneros prohibían esas costumbres ancestrales.

No se le olvida que allí pasó malos momentos porque la tensión con los misioneros fue permanente.

—Claro que no era una situación nueva para mí porque los antropólogos nunca hemos tenido buenas relaciones con los misioneros.

Relata que había un sacerdote, Abraham Builes, a quien los indígenas le temían por los castigos que imponía.

—Ese cura Builes era espantoso, un tirano. Le rehuía. Temía que si nos encontrábamos me le enfrentaría, lo encararía y las consecuencias llegarían a ser graves, pues podría darme una cachetada y no sé cómo iría a reaccionar yo. Lo cierto era que los dos nunca nos íbamos a querer.

Experimenta satisfacción al rememorar que con los indígenas mantuvo excelentes relaciones.

—Sí, conocí a muchos tunebos. Por supuesto, fueron amigos míos. Tengo algunas fotos de quien fue mi guía y mi intérprete, Zura-Sha. Los curas insistían en que él se llamaba Antonio Martínez. Yo le dije: “Olvídate de ese nombre. Respeta tus tradiciones y tus antepasados. Si te dieron ese nombre tus padres, tú eres Zura-Sha y que los curas se vayan a freír patatas”.

Durante el tiempo que estuvo vinculado a la UPTC, 1970-1981, el ambiente universitario fue convulsionado no solo en esa institución sino en la universidad pública colombiana en general. Hubo constantes huelgas y movimientos de protesta.

Compañeros de trabajo y alumnos suyos aseguran que durante aquella época Antonio J. Gómez, aunque asistía a las reuniones de la Asociación de Profesores Universitarios en las cuales se debatían los problemas económicos, académicos y administrativos de la educación superior no asumió posiciones intransigentes. Recuerdan sí que en esas discusiones contribuía con análisis serenos de los asuntos que se abordaban. Están seguros de que mucho de su tiempo lo dedicó al estudio de tribus indígenas y de algunas comunidades locales.

Los mismos compañeros y exalumnos tienen presente que en ese tiempo era bastante flaco. Él, que ahora en las fotografías que publica en su cuenta de Facebook desde Helsinki, se le ve robusto, acepta que era tan flaco que sus amigos le pusieron un sobrenombre que no le molestó y que reflejaba, sin duda, su condición física.

— Me llamaban la Pantera Rosa. Ese apelativo me gustó tanto que hasta compré unos adhesivos de aquella figura y los pegué en mi carro. Después apareció el ingeniero tunjano Domingo Dueñas, quien era más alto y flaco que yo y empezaron a llamarlo también Pantera Rosa. Al enterarme fui a reclamarle “derechos de antigüedad”.

Antonio Gómez en la Tunebia con su guía Zura-Sha. Foto archivo particular.
Antonio Gómez en la Tunebia con su guía Zura-Sha. Foto archivo particular.

En 1975 realizó un estudio sobre el municipio de Sáchica. Lo plasmó en el libro “Sáchica. Una comunidad rural boyacense”, editado por la Biblioteca de Extensión Universitaria de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

—En este escrito fotografié al pueblo como era a comienzos de los años 70, cuando apenas llegaba a la condición de caserío. La carretera a Tunja acababa de abrirse apenas un año atrás o algo así. Era un pueblo bastante aislado culturalmente en todo sentido. Sus habitantes eran gente muy sencilla, labriegos que vivían en unas condiciones difíciles porque no se cuenta con yacimientos de agua, no había acueducto. Era muy difícil cultivar esa tierra.

A Sáchica estaba vinculado desde 1963, año en el cual su padre compró un terreno y construyó una pequeña casa a la que iba con su familia a pasar los fines de semana y las temporadas de vacaciones.

—En esta obra quise reproducir las escenas que viví junto con la población, por ejemplo, extrayendo el yeso de las colinas. Interactué con los campesinos. Ahí trabajaban hombres y mujeres de todas las edades. Participé en sus conversaciones sencillas, en sus bromas y en sus querencias. Me fue muy fácil vincularme con las gentes porque éramos vecinos y amigos.

A finales de los años 70 se divorció. En ese momento ya tenía dos hijas.

La separación lo llevó a buscar alternativas de nueva residencia. Se le ocurrió pedir traslado a la seccional de la UPTC en Chiquinquirá donde acababan de crear la carrera de licenciatura en Ciencias Sociales en jornada nocturna. Su deseo era desempeñarse como docente, pero las directivas de la Universidad le hicieron saber que le hacían el traslado siempre y cuando asumiera la dirección de ese programa académico. Con alguna resistencia aceptó.

Allí trabajaba de lunes a viernes y los sábados y domingos se trasladaba a Tunja para visitar a sus hijas.

Su rutina diaria en Chiquinquirá la iniciaba en la mañana con actividades de lectura en su habitación y caminatas por la ciudad.

—Esas mañanas eran muy aburridas porque no había mucho que hacer allí.

La jornada laboral la iniciaba al medio día, después de almorzar. En la tarde realizaba actividades administrativas y en la noche dictaba clases.

Una mañana, en desarrollo de sus recorridos por el centro de Chiquinquirá vio a alguien que conocía. Se le acercó, lo saludó. Era Jorge Velosa Ruiz, quien había trabajado en Bienestar Universitario de la UPTC. Él le respondió con efusividad. Tenían una amistad cercana.

—Él tenía un programa radial en Chiquinquirá y en ese momento estaba creando su grupo musical. Como me había oído cantar y tocar guitarra me invitó a formar parte de este. No me le medí porque nunca toqué la guitarra con técnica. Yo hacía ruido musical y cantaba. Eso sí tuve buena voz. Ese mismo día le dije: “Mira Jorge, tú sabes cómo toco la guitarra y estoy muy lejos de hacerlo con precisión y técnica. Te agradezco”. Fue la última vez que me vi con él.

Debía ir con frecuencia a la UPTC en Tunja a participar en reuniones con el rector, directivos y profesores del Departamento de Sociales. En una de estas ocasiones, su compañero y amigo Pedro Gustavo Huertas Ramírez, quién estaba organizando un congreso internacional de culturas orientales en Paipa, lo convenció de presentar una ponencia en ese evento. Como tema escogió la Diosa Madre.

Antonio Gómez en Helsinki en compañía de dos de sus hijas, su hijastra Xana y sus cuatro nietas finlandesas. Foto archivo particular.
Antonio Gómez en Helsinki en compañía de dos de sus hijas, su hijastra Xana y sus cuatro nietas finlandesas. Foto archivo particular.

—Es un concepto que en antropología es muy interesante e importante, porque al darle género femenino a la divinidad se le convierte en una gran mujer, una mujer que pare a sus hijos. En algunos casos es la esposa del sol, en todo caso es la esposa de un macho cósmico. Ahí se encuentran las raíces de la mentalidad humana. La presencia de ese origen femenino del cual proviene toda la vida. La madre tierra o la madre cósmica tiene sus ciclos como toda mujer. En este caso, tiene las estaciones, épocas de lluvias, épocas de sequias y a veces se pone de mal genio y manda rayos y truenos o se pone a mandar terremotos, en fin…

Con su ponencia Antonio J. Gómez cautivó al auditorio.  Antes de retirarse del atril explicó:

— Yo podría haber profundizado mucho más pero no encontré suficiente bibliografía tanto en Tunja como en Chiquinquirá e inclusive en Bogotá.

De inmediato se le acercaron varios profesores mexicanos, lo felicitaron y le dijeron que en la Universidad donde ellos trabajaban, el Colegio de México, había mucha documentación, existían especialistas en religión de la India y de otros países orientales. De inmediato le ofrecieron una beca.

Como La Diosa Madre tiene su origen en la India, no dudó en aceptar.

—Uy venga para acá la beca —les dijo.

Pocas semanas después de haber presentado la ponencia en Paipa, Antonio José Gómez ya estaba haciendo maletas.

Pero antes de irse de Boyacá concretó su propósito de garantizar el sustento de sus dos hijas. Aprovechando la circunstancia de que su exesposa es especialista en educación preescolar decidió montarle y dejarle un jardín infantil. Para el efecto destinó los ahorros que tenía y los dineros que recibió por la venta de su carro.

—Me fui con lo que tenía puesto, no más. La casa, que en derecho me correspondía la mitad, se la dejé toda a mi exesposa. El jardín infantil se llamó “Mi casita”.

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Del Colegio de México, institución que le confirió la beca, ya tenía referencias. Allí se habían graduado varios profesores de la UPTC, entre ellos Javier Ocampo López, Fernando Díaz, Pedro Gustavo Huertas y Gilberto Forero.

—Diría que es quizá la universidad de más alto nivel que existe en México en términos de ciencias humanísticas. Y sí, efectivamente, la biblioteca del Colegio de México era gigantesca. Uno se perdía en medio de la inmensidad de los anaqueles y los libros. En aquella época no había computadoras, pero se podía bucear en medio de tantos libros. Ahí encontré de todo.

Pasaron varias semanas para convencerse de que se encontraba estudiando en México. Aún estaba sorprendido de esa oportunidad que le había dado la vida. Allí los profesores eran nativos de India, Gran Bretaña, Estados Unidos, China, Japón, algunos de los cuales no hablaban español. Ante esta circunstancia, unida al hecho de que el 95% de la bibliografía era en inglés, se vio obligado a aprender este idioma de manera rápida. No le fue fácil, pero lo logró.

En los predios del Colegio de México conoció a Marianne Suominen, una finlandesa que vivía en ciudad de México desde hacía unos 12 años, era intérprete y profesora de inglés y estudiaba allí cultura china. Con ella entabló una amistad y luego se convirtieron en pareja.

Marianne tenía una hija de siete años, llamada Xana. Ella vivió un tiempo con los dos, pero su madre la envió a Helsinki a casa de su abuela.

Una vez se graduaron los dos decidieron probar suerte en Europa.

—Tenía que salir de México porque culminé los estudios y se acabaron los ingresos. Mi mujer también terminó sus estudios. Nos preguntamos: ¿para dónde diablos nos vamos? Entonces dijimos: busquemos opciones. Intentamos ir a Australia, a Nueva Zelanda, a Canadá, pero no conseguíamos nada y el dinero se nos estaba acabando. Decidimos irnos para España.

Al país ibérico llegaron en momentos de crisis económica. Durante siete meses estuvieron buscando trabajo en varias universidades sin lograr respuesta positiva. La única oferta laboral que tuvo Antonio fue la de jardinero.

La segunda hija de Antonio Gómez, María Carolina, en compañía de su esposo. Foto archivo particular.
La segunda hija de Antonio Gómez, María Carolina, en compañía de su esposo. Foto archivo particular.

Como los pocos ahorros que tenían se agotaban, Marianne decidió llamar a su madre a Helsinki para preguntarle si los recibía en su casa mientras conseguían alguna ocupación. Ella le respondió afirmativamente.

Cuando tomaron la decisión de viajar a Helsinki vivían en Barcelona donde unos amigos, quienes prácticamente los estaban sosteniendo, brindándoles hospedaje y alimentación.

Al anochecer de un día de comienzos de noviembre de 1984, finales del otoño europeo, Antonio y Marianne salieron de Barcelona con destino a Helsinki. El primer trayecto lo hicieron en bus. Toda la noche estuvieron atravesando Francia.  A media mañana llegaron al puerto alemán de Travemünder. Al medio día abordaron el barco. Esa tarde y toda la noche navegaron por el Mar Báltico.  A las 10 de la mañana del día siguiente llegaron a Helsinki. En el puerto los estaba esperando un hermano de Marianne que era taxista.

El viaje desde Barcelona hasta Helsinki debieron realizarlo en condiciones muy precarias. El valor de los pasajes lo cubrieron con los últimos dineros que tenían. No dispusieron de plata para comprar alimento durante el recorrido. Debieron racionar unos paquetes de galletas y pasabocas que sus amigos de Barcelona les obsequiaron. En el barco durmieron en el suelo porque no pudieron pagar un camarote.

—Llegamos sin un peso, realmente en completa miseria. Si no hubiera sido por mi suegra, yo hubiera pasado hambre. Ella se portó increíblemente con nosotros.

Estas remembranzas las hace con un dejo de tristeza.

—Ah ¡qué pobreza! Fueron esos los períodos más pobres que he vivido en toda mi existencia.

Como llegó cuando empezaba el frío y no tenía ropa de invierno, tuvo que vestirse con prendas de sus cuñados, quienes, según su descripción, eran unos típicos finlandeses grandísimos; uno de ellos medía un poco más de un metro con noventa.

—Así que la ropa me quedaba nadando, pero era eso o morirme de frío.

Tanto él como su compañera comenzaron la lucha por la subsistencia. Ella, a los pocos días, consiguió ocuparse en la traducción de documentos al español y él debió aceptar el ofrecimiento que le hicieron para recolectar fresas en una granja.

No habían pasado muchas semanas después de su llegada a Helsinki cuando Antonio y Marianne contrajeron matrimonio. Esta circunstancia le permitió obtener la nacionalidad finlandesa, lo cual le abrió las puertas laborales en ese país.

—Me hice finlandés sin renunciar a la nacionalidad colombiana.

Se fueron a vivir a un apartamento pequeño que el Estado les dio a un bajo precio. No tardó mucho en nacer Paula, la hija de esta pareja.

Desde un comienzo su objetivo fue el de vincularse como profesor de una universidad. Por eso, día tras día, valiéndose del dominio que tenía del inglés comenzó a visitar instituciones de educación superior, en donde, luego de manifestar su interés de laborar, entregaba su hoja de vida. Poco a poco le fueron apareciendo oportunidades.

—Encontré un colega que trabajaba en la Universidad Sueca y justo estaba buscando un profesor para enseñar cultura latinoamericana a los estudiantes avanzados de español y claro que yo me apunté. Entonces, de repente, aparecí dictando clases de antropología y cultura latinoamericana en Finlandia, en mi propia lengua, aleluya.

Pocos años después de estar en Helsinki, la mayor de sus dos hijas colombianas, Luz Adriana, se entusiasmó con la idea de vivir con su padre en Helsinki. Se propuso hacer realidad este sueño y lo logró. Tenía unos 17 años cuando llegó a ese lejano país. Se unió a la familia finlandesa de su padre.

Por desavenencias familiares Antonio y Marianne se divorciaron. Él se fue a vivir con su hija Luz Adriana a un pequeño apartamento que tomó en arriendo. Todos los fines de semana iba a visitar a su hija Paula y a  Xana, por quien siempre ha sentido cariño paternal y la ha considerado como su hija.

La plaza del Senado en Helsinki. Al fondo la catedral luterana, símbolo de esa ciudad. Foto Gustavo Núñez Valero.
La plaza del Senado en Helsinki. Al fondo la catedral luterana, símbolo de esa ciudad. Foto Gustavo Núñez Valero.

Además de la Escuela Superior Sueca de Economía y Ciencias Empresariales de Helsinki, o Universidad Sueca como él la denomina, la Universidad Tecnológica de Otaniemi, también lo vinculó laboralmente.

Junto con su hija Luz Adriana adquirieron un apartamento.

—Fue una deuda monstruosa y estuvimos pagándola durante muchos, muchos años.

En 1991 llegó a su vida Viola, su actual esposa, quien es finlandesa y sueco hablante.

Tuvieron que pasar 10 años para que la Universidad Sueca lo nombrara de tiempo completo

—Fueron tiempos difíciles. No fue una vida muy fácil, yo la pasé muy mal.

Es entonces en 1994 cuando la situación le comienza a mejorar.

Su hija Luz Adriana desde recién llegada comenzó a aprender el idioma finés. Estudió enfermería y se casó con un chileno, con quien tiene tres hijas.

—Aprendió a hablar el idioma de una manera que hasta el día de hoy sigo envidiando. Yo no doy pie con bola. Esta lengua es endiabladamente complicada. Mi hija, porque estaba tan joven, la aprendió muy rápido. En un año ya estaba parloteando como papagaya.

Su segunda hija colombiana, María Carolina, fue a Helsinki, pero no le llamó la atención vivir allí. Se regresó a Colombia. Obtuvo su grado como doctora en biología. Contrajo matrimonio con el biólogo marino Yezid Lozano. No tiene hijos. Trabaja en el Instituto Humboldt de Villa de Leyva.

Paula, su hija finlandesa, es experta en computadores, contrajo matrimonio y tiene una hija, que, en el momento, 2024, tiene ocho años.

Antonio trabajó hasta el 2007.

—Me pensioné a los 63 años. Por no haber llegado a los 65 me quedó una pensión bastante baja, pero es que ya no daba con mi alma porque, bueno, 40 años de cátedra, de investigación, ya las rodillas no me daban para dictar clases. Desde entonces estoy dedicado a leer, tengo una tableta electrónica con la que me mantengo informado, miro televisión. Estoy descansando. Ya pasé el umbral de los 80 años.

Marianne, con quien estuvo casado en segundas nupcias, murió en el año 2015.

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Se quedó a vivir en Helsinki porque se siente bien allí.

—Esta ciudad me gustó desde el primer momento que la vi. Fue amor a primera vista, me pareció tan interesante y, por supuesto, diferente. Vivo en un barrio muy bonito; tiene unas zonas verdes preciosas. Bueno, es que Helsinki es una ciudad de parques. Una de las cosas que me asombró cuando llegué en 1984 fue saber que había mil parques.

Sobre las diferencias que existen entre vivir en Finlandia y vivir en  Colombia dice:

—Hay muchas. Las fundamentales tienen que ver con que, quizás, aquí aprendes a creer en las personas, a creer que puedes vivir en una sociedad organizada donde prima el respeto y la honestidad. Muy de vez en cuando ocurren casos de corrupción por parte de funcionarios administrativos o gobernantes. Eso te da una confianza increíble. Por ejemplo, a la hora de pagar impuestos se saca el dinero del bolsillo con todo gusto porque se ven los impuestos trabajando, concretamente se palpa la acción de los bomberos, la policía, los aseadores, la seguridad.

Interior de la catedral ortodoxa de Helsinki. Foto Gustavo Núñez Valero.
Interior de la catedral ortodoxa de Helsinki. Foto Gustavo Núñez Valero.

Acepta que, por supuesto, en la sociedad finlandesa existen defectos, y serios, como el aumento de la drogadicción entre la población joven y el consumo de bebidas alcohólicas por parte de alguna población adulta.

—Obvio, esto no es un paraíso.

Reconoce que allá hay una desventaja con respecto a Colombia.

—En Colombia hay algo muy sólido que es la familia. Se cuenta con la familia en todas las circunstancias. Aquí no. Aquí los jóvenes se salen de la casa hacia los 18 años, se van a la universidad, hacen su vida propia, tienen su habitación en alguna parte, el Estado les proporciona auxilios, ayudas para pagar la renta y a los 18, 19 años ya viven en parejas sin casarse y cuando esto ocurre lo hacen cerca de los 30 años; en la mayoría de los casos ya tienen hijos, uno o dos, porque aquí no se tienen muchos hijos y, bueno, la familia se atomiza fácilmente. Cada uno se va por su lado. Se llaman de vez en cuando, se reúnen, una navidad o algo así, pero no existe la unidad que yo conocí en Colombia.

Se siente orgulloso de que su hija mayor cultive esta costumbre colombiana.

—Yo veo a mi hija Luz Adriana, la enfermera, luchando para mantener unidas a sus tres hijas y lo ha logrado. Es algo que la gente aquí le admira. Esas nietas mías son increíblemente unidas y se quieren muchísimo. Desde luego que esto se ha logrado porque mi hija es colombiana. Mi hija Paula si heredó la tradición finlandesa y ella es un poco más alejada de nosotros, pero la tenemos a tiro y últimamente ya está accediendo a comunicarse con nosotros una vez por semana. Eso aquí es insólito: ¿para qué diablos quieres comunicarte con tus hijos una vez por semana? ¿a quien se le ocurre eso? Pero es que nosotros tenemos esa raíz que no es solamente colombiana sino también indígena y española. En esas culturas la vida del clan, el apellido, eran muy importantes y nosotros seguimos manteniendo esa tradición.

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A pesar de no haber aprendido a hablar finés, lengua con la cual, confiesa, no dio pie con bola, no ha tenido problemas para comunicarse con los demás, por cuanto allí el inglés es lengua franca y él lo maneja bien. Además, su trabajo lo desarrolló dictando clases en español.

El finés pertenece a la familia de las lenguas urálicas, las cuales tienen un número significativo de hablantes en Estonia, Finlandia, Hungría, Rusia, Noruega y Suecia. Su estructura es completamente diferente a las de las lenguas indoeuropeas.

Dice defenderse hablando finés, pero acepta que habla como Tarzán y en ocasiones sus interlocutores pasan a hablarle en inglés, lo que entiende como un mensaje claro de que no comprenden lo que les está diciendo.

—Me imagino que ellos se dicen: pobre extranjero, no lo dejemos sufrir, hablémosle en inglés. Sí, eso me sucede y me seguirá sucediendo aquí.

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Al responder la pregunta sobre la diferencia entre ser profesor en una universidad colombiana y en una de Finlandia, no duda en afirmar que el nivel  académico de los estudiantes finlandeses es más alto que el de los estudiantes  de las universidades en las cuales trabajó en Colombia.

—Por esta razón aquí el profesor tiene que ser mucho más preciso, exacto y científico.

No desconoce desde luego que en Colombia no todos los estudiantes tienen un bajo nivel, por cuanto muchos sobresalen. no solo en el país sino en el exterior.

Está seguro de que mientras en Colombia los estudiantes tienen más conocimientos geográficos e históricos, en Finlandia son buenos, muy buenos, en idiomas.

—Cuando llegaban estudiantes españoles a la Universidad Sueca e iban a mis clases, yo solía impresionarlos con una pregunta que hacía a mis alumnos: ¿levante la mano quien de ustedes hable menos de cuatro lenguas? y nadie la levantaba porque como eran finlandeses hablaban finés y si estaban en la Universidad Sueca era porque sabían sueco, además, porque en Finlandia el inglés es obligatorio y dado que estaban en una clase de español, manejaban este idioma. Entonces, los españoles se iban con la boca abierta.

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Después de instalarse en Helsinki ha regresado varias veces a Colombia; unas  ha venido solo, otras en compañía de su hija finlandesa Paula y una con su actual esposa.

—Mi mujer Viola disfrutó mucho nuestro viaje a Colombia en 1997. Estuvimos en Barranquilla en casa de mi hermano mayor; la llevé a conocer Cartagena y las islas vecinas; le encantó Santa Marta; estuvimos en Bucaramanga visitando a otro de mis hermanos, en fin, conoció a Colombia y la recuerda con mucho cariño.

Confiesa que en su último viaje a su patria experimentó una sensación extraña.

—En Colombia, durante mi último viaje en 2012, me sentí fuera de lugar o, para ser más preciso, como gallo en corral ajeno. Me pareció espantoso el tráfico en Bogotá y la falta de respeto de los peatones, de los conductores en todo el país. En Sincelejo, por ejemplo, las motos circulan por las aceras. Allí un motociclista me dio un empujón por la espalda, me tiró a la calle y me dijo: “Quítate de ahí viejito huevón”. Ante eso pensé: carajo, esto en Finlandia jamás me hubiera ocurrido. Claro, tengo familiares en Colombia, pero afortunadamente la tecnología moderna me permite comunicarme con ellos. Cada día puedo ver la cara de mi segunda hija, de mis hermanas, sobrinos, primos, yerno.

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No niega que en Helsinki extraña el cuchuco de trigo, la sopa de pajarilla, el chunchullo, los chicharrones de Runta.

La comida que más le gusta es el pescado.

—El pescado me encanta. Cuando yo era niño en la casa lo comíamos solo el viernes santo, es decir, una vez al año. Cuando tuve mi primer sueldo lo primero que hice fue irme a un restaurantico a comerme un plato de pescado. Ahora en Helsinki lo como tres veces a la semana.

—Cuando llegué a Finlandia y me di cuenta de que lo que más se consumía era pescado dije: ¡Aquí fue, aquí me quedo! —lo dice en medio de risas festivas.

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En Helsinki siempre se acuerda de Tunja. Entre 2019 y 2021 escribió un libro sobre esta ciudad. Su título es: “Historias de Tunja. La otra cara de la moneda”. Muestra el acontecer tunjano desde la óptica del indígena que habitaba Hunza, territorio que al llegar los españoles pasó a llamarse Tunja.

—Aquí presento la cara que no muestra la historia oficial. Me meto en la piel del indio, asustado, avasallado, ese que fue despojado de todo. Expongo el trauma padecido por nuestros antepasados muiscas, que después de haber brillado con estirpe de señores, fueron reducidos a la condición de sirvientes, arrieros, peones e inclusive esclavos.

No solo reconoce como antepasados a los indígenas, sino también a los españoles. “A mis antepasados muiscas, a su cultura, a su raza y creencias, destruidas por la invasión de mis antepasados españoles” dice en la dedicatoria.

El texto también incluye relatos sobre distintos aspectos de la vida tunjana, surgidos de los testimonios logrados de boca de muchos ancianos, a mediados del siglo pasado, cuando aún era un niño.

Sobre los dineros que se obtienen de la venta de este libro afirma que están destinados a apoyar económicamente una obra social en Boyacá. Se trata de un hospital para gatos que montó una sobrina suya en el municipio de Cómbita.

Ella dejó su profesión y se dedicó a cuidar gatos enfermos. Se financia con los aportes que mensualmente hacen las personas que apadrinan uno de estos animalitos.

Ese establecimiento alberga a más de 30 gaticos que requieren alimentos, medicinas y, desde luego, los servicios de un veterinario que los atienda.

—Espero que muchos tunjanos compren mi libro y ayuden a solventar las penurias económicas que afronta ese hospital de gatos.

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Uno de los relatos incluido en “Historias de Tunja” lo denominó “Las ánimas benditas de la catedral”. Este lo resume así:

—En 1954 estábamos en la plaza de Bolívar un grupo de niños, casi todos acólitos de alguna iglesia. Había entre nosotros uno que era acólito de la catedral. Él nos contó una historia fantástica sobre el día que se apagó la cera del Santísimo. Nos dijo que todo había sido un caos: las bancas empezaron a saltar solas, las columnas se mecieron, los santos hicieron venias en sus nichos, todo bajo un sonido de trueno.  Ante eso el sacristán, que se llamaba Sandalio, llegó con sus manos temblorosas arrastrándose por la nave central hasta donde estaba la cera del Santísimo y con un fósforo prendió la cera y como por encanto las almas del purgatorio dejaron de gemir, las bancas no saltaron más y todo pasó.

Acepta que él se creyó el cuento.

—Todo lo di por cierto. Como yo era acólito de San Ignacio salí disparado para esa iglesia. Llegué a mirar si la lámpara del Santísimo estaba encendida. Cuando comprobé que estaba prendida me dije: ¡Qué bueno! En los días siguientes luego de llegar a la casa, procedente de la escuela, salía corriendo a constatar que la lámpara del Santísimo estuviera prendida. Aquello era otro mundo. Estábamos metidos como en un ambiente mágico.

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Sobre su futuro, ya tomó una decisión.

—Así que vivo en este país, mantengo mi lengua. Poseo un apartamento que terminé de pagar un poquito antes de pensionarme. Mi familia más próxima está aquí: mi mujer, mis hijas, mis nietas. Eso sí, a veces me asaltan dudas existenciales: ¿qué diablos hago?.  De todas maneras, estoy sobrellevando mi vejez y esperando lo que el destino depare. Mi determinación es quedarme en este país con huesos y todo.

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