En el mundo mágico de la abuela, se fueron tejiendo historias y fabulas, con las que se divertía la inquieta imaginación de su nieto Eduardo, por eso el niño se perdía en los relatos de épocas pretéritas, cuando el valle de Chiquinquirá estaba cubierto de naturaleza viva; extensos pantanos, tupidos bosques y aves de plumajes vistosos, animando con sus cantos el paisaje rupestre.
El niño a través del tiempo había ido construyendo su mundo de ensueños, con la ayuda de la riqueza literaria histórica que le regalara de tarde en tarde la abuela, igual que las multitudes de peregrinos que traían en el voz a voz, históricas leyendas y mitos de tierras lejanas, acompañados por el rasgar de tiples, guitarras y bandolas bajo la luz de la luna.
El niño imaginaba, el extenso valle alrededor de la laguna de Fúquene, donde en los inviernos se asentaba la neblina a descansar, después de su interminable viaje sobre las crestas de la cordillera, mientras hoy se le veía cubriendo el paisaje con un hálito misterioso, entre los encenillos, gaques y robles envueltos de una amorfa capa de musgo, haciendo que en las noches la magia de la luz plateada de la luna, despertara en la febril imaginación del atrevido visitante, fantasmas gigantescos que cobrando vida, con el paso y el ulular del viento, acompañados por los sonidos nocturnos de batracios, búhos y lechuzas que se integraban, como en aquelarres de brujería, en medio de las noches frías que helaban el cuerpo y los espíritus.
Así mientras llegaba el amanecer con los tibios rayos del sol, y el canto de los pájaros, anunciado el despertar de la vida, entonces el color de las orquídeas trepadas en los gajos de los árboles, y los guiches plenos de colores vivos igual al arcoíris, queriendo alcanzar el cielo con sus alargadas espigas, haciendo del bosque un paraíso de ilusiones.
Así era para él, el extenso valle de la neblina, un lugar que transpiraba poesía, donde los nativos habían sembrado y cosechado sus sueños e ilusiones Muiscas, donde nació la Virgen del Rosario, y donde año tras año, las caravanas de peregrinos habían traído alegría, música, historias, coplas y poesía, un suelo fértil para que creciera el don de las artes, en propios y extraños, allí surgieron genios de las letras, escultura, músicos y artesanos, como si fueran silvestres, en un despertar animado por la voz del espíritu, así surgieron hombres y mujeres libres de pensamiento y acción, así floreció el arte como flores en primavera.
Hasta que una noche en que la camándula se iba deslizando entre los dedos de la abuela, y ella en cada vuelta iba envolviendo cada misterio del rosario, para ofrecérselos a la Virgen de Chiquinquirá, mientras tanto Eduardo su nieto menor permanecía arrunchado, en el suave y tierno calorcillo que emanaba la nona, la monotonía del murmullo, emitido por los Padrenuestros y las Avemarías, iban adormilando al pequeño, en tanto él pensaba, que si las incontables Avemarías desgranadas en los rosarios, durante la vida de su abuela, y la de todos los devotos de esta oración, por algún milagro de la Santa Patrona, un día se convirtieran en una gota de lluvia, seguro que caería un segundo diluvio sobre este valle de lágrimas.
Hasta ahí le alcanzaron los infantiles pensamientos a Eduardito, porque empezó a caminar por los extraños senderos oníricos, en medio del torrencial aguacero de Avemarías, hasta que fue sustraído bruscamente del sueño por la Nona, para que se levantara a orinar, no fuera el Mandingas y lo hiciera en la cama.
Cuando el pequeño Eduardo volvió al rincón del lecho, la anciana ya se había perdido entre la espesa bruma del mundo de Fu, el gran Dios del sueño en la mitología Muisca, según las historias de la misma Nona, esa noche el niño soñó caminando en el lecho de Fu en la isla del Santuario, la que está en la mitad de la laguna de Fúquene, allí avanzó sin temores por el estrecho sendero que lleva al muelle, hasta llegar a la orilla, entonces hundió sus pies descalzos en el agua fría, sintiendo que el suelo era de arcilla, y tomando del fondo pegotes de greda, empezó a moldear figuras de aves, en medio del sueño, luego les impartió una piadosa bendición, invocando a la Virgen de Chiquinquirá, para que las figuras de patos, tingüas, copetones y colibrís cobraran vida, así veía volar sus creaciones en medio del sueño, hasta que el tañido de las campanas del santuario de Chiquinquirá, lo sacó del mundo de Fu.
Entonces vio a la abuela, arreglándose presurosa para ir al santo oficio, y él dándose vuelta entre las cobijas, oyó cuando ella salía rumbo a la iglesia, diciendo con dulzura” mijito, échese el mejor sueño, que es el de los pajaritos”.
Desde esas calendas, Eduardo descubrió que Dios y la vida, lo habían premiado con el talento de ser artista, un escultor privilegiado, para imprimir en sus obras sentimientos y sensaciones captadas en la realidad histórica de la humanidad y la naturaleza.
*Por: Fabio José Saavedra Corredor