Una fisioterapeuta que trabaja como docente en una Universidad de la capital boyacense, me contó una historia en la que la solidaridad se hace protagonista. A continuación, narro su relato, pues considero que, en un mundo marcado por las malas noticias, también se hace necesario reconocer la bondad y la solidaridad:
El viernes pasado, una estudiante llegó corriendo a la universidad. De manera inesperada, se cayó en una alcantarilla. Al principio, pensó que solo se había torcido el tobillo y, a pesar del dolor intenso, decidió continuar con sus actividades, tenía que presentar un examen. Sin embargo, su pie comenzó a dolerle con más fuerza.
Una profesora, al verla tan afectada, decidió llevarla a urgencias. Después de los estudios médicos correspondientes, descubrieron que la estudiante se había lastimado gravemente y necesitaba cirugía. La operaron el sábado. Fue dada de alta el domingo. No obstante, siguió con sus actividades académicas. Fue a la Universidad con el pie vendado, y por supuesto, con todas las limitaciones físicas que ello implica.
La fisioterapeuta se la encontró y al notar su situación, le sugirió el uso de una bota ortopédica, un dispositivo que bloquea los movimientos del tobillo, con el fin de que pudiera llevar una vida un poco más normal durante su recuperación. Sin embargo, la bota es costosa y no todos tienen acceso a ella. Recordó que, en un semestre anterior, había atendido a un paciente que también había sufrido una fractura de tobillo y había usado esa misma bota. Cuando él terminó su tratamiento, le comentó que, si alguien la necesitaba, le avisara, ya que tenía intenciones de donarla.
Fue en ese momento cuando la fisioterapeuta hizo toda la gestión necesaria para la donación de la bota. Le explicó a la paciente cómo debía ponerse y quitarse la bota, además de enseñarle cómo caminar con ella y subir escaleras. La estudiante, profundamente agradecida, le envió un mensaje por WhatsApp expresando lo siguiente: “Desde mi experiencia con una discapacidad temporal, he notado cómo la gente tiende a apartar a quienes tienen una limitación física. La gente no está dispuesta a ayudar, sino que se aleja, si no fuera por mi familia y por la ayuda que me brindaron algunas personas en la Universidad, el suplicio habría sido peor”.
Este incidente dejó una pregunta en la profesional de la salud: ¿qué tan dispuestos estamos a ayudar al otro en nuestra vida diaria? «Si cada uno de nosotros ayudara, aunque fuera una vez por semana, el mundo sería un lugar muy diferente», concluyó.
La historia que me compartió la fisioterapeuta pone de manifiesto la importancia de la solidaridad, especialmente cuando se trata de la salud de los demás. Las dificultades físicas, incluso las temporales, pueden hacer que las personas se sientan vulnerables y aisladas. Sin embargo, pequeños actos de apoyo, como el de la profesora que acompañó a la estudiante al médico, o como el del hombre que decidió hacer una donación, o la fisioterapeuta que gestionó la donación y compartió su conocimiento, pueden devolverles la esperanza y permitirles llevar una vida más normal a quienes no escapan de la tragedia del cuerpo humano.
La solidaridad no solo consiste en ayudar en momentos de crisis, sino también en reconocer que cada persona enfrenta luchas invisibles que requieren comprensión y apoyo. Si todos hiciéramos un esfuerzo por ofrecer nuestra mano amiga, incluso en las situaciones más simples, nuestras vidas serían más felices y tranquilas.Una fisioterapeuta que trabaja como docente en una Universidad de la capital boyacense, me contó una historia en la que la solidaridad se hace protagonista. A continuación, narro su relato, pues considero que, en un mundo marcado por las malas noticias, también se hace necesario reconocer la bondad y la solidaridad:
El viernes pasado, una estudiante llegó corriendo a la universidad. De manera inesperada, se cayó en una alcantarilla. Al principio, pensó que solo se había torcido el tobillo y, a pesar del dolor intenso, decidió continuar con sus actividades, tenía que presentar un examen. Sin embargo, su pie comenzó a dolerle con más fuerza.
Una profesora, al verla tan afectada, decidió llevarla a urgencias. Después de los estudios médicos correspondientes, descubrieron que la estudiante se había lastimado gravemente y necesitaba cirugía. La operaron el sábado. Fue dada de alta el domingo. No obstante, siguió con sus actividades académicas. Fue a la Universidad con el pie vendado, y por supuesto, con todas las limitaciones físicas que ello implica.
La fisioterapeuta se la encontró y al notar su situación, le sugirió el uso de una bota ortopédica, un dispositivo que bloquea los movimientos del tobillo, con el fin de que pudiera llevar una vida un poco más normal durante su recuperación. Sin embargo, la bota es costosa y no todos tienen acceso a ella. Recordó que, en un semestre anterior, había atendido a un paciente que también había sufrido una fractura de tobillo y había usado esa misma bota. Cuando él terminó su tratamiento, le comentó que, si alguien la necesitaba, le avisara, ya que tenía intenciones de donarla.
Fue en ese momento cuando la fisioterapeuta hizo toda la gestión necesaria para la donación de la bota. Le explicó a la paciente cómo debía ponerse y quitarse la bota, además de enseñarle cómo caminar con ella y subir escaleras. La estudiante, profundamente agradecida, le envió un mensaje por WhatsApp expresando lo siguiente: “Desde mi experiencia con una discapacidad temporal, he notado cómo la gente tiende a apartar a quienes tienen una limitación física. La gente no está dispuesta a ayudar, sino que se aleja, si no fuera por mi familia y por la ayuda que me brindaron algunas personas en la Universidad, el suplicio habría sido peor”.
Este incidente dejó una pregunta en la profesional de la salud: ¿qué tan dispuestos estamos a ayudar al otro en nuestra vida diaria? «Si cada uno de nosotros ayudara, aunque fuera una vez por semana, el mundo sería un lugar muy diferente», concluyó.
La historia que me compartió la fisioterapeuta pone de manifiesto la importancia de la solidaridad, especialmente cuando se trata de la salud de los demás. Las dificultades físicas, incluso las temporales, pueden hacer que las personas se sientan vulnerables y aisladas. Sin embargo, pequeños actos de apoyo, como el de la profesora que acompañó a la estudiante al médico, o como el del hombre que decidió hacer una donación, o la fisioterapeuta que gestionó la donación y compartió su conocimiento, pueden devolverles la esperanza y permitirles llevar una vida más normal a quienes no escapan de la tragedia del cuerpo humano.
La solidaridad no solo consiste en ayudar en momentos de crisis, sino también en reconocer que cada persona enfrenta luchas invisibles que requieren comprensión y apoyo. Si todos hiciéramos un esfuerzo por ofrecer nuestra mano amiga, incluso en las situaciones más simples, nuestras vidas serían más felices y tranquilas.