Mucha veces en la vida transitamos ese camino de los días negros, oscuros y áridos en los que no encuentras una salida de la tormenta. Sientes que todo se acaba, que no hay solución a tu problema, además de sentirte solo y sin esperanza. Sé que todos hemos sentido esos días de infierno como los he denominado y para ello, quisiera exhortar algunas experiencias recientes acerca de estos días infernales.
Nada ni nadie te preparan para enfrentar esos días, llegan como una tormenta que arrasa todo a su paso y levantarte de ello implica tiempo y un viaje intenso de exploración interna, pero la pregunta está en ¿cómo sales de esa situación en esos momentos de crisis?, ¿cómo soportar la inclemencia de llevar el peso de la incertidumbre y la vulnerabilidad humana?
En los últimos meses he vivido días complejos, cuando la enfermedad llega de manera repentina a tus seres queridos y crea un ambiente ambivalente de pensamientos y emociones encontradas. Recurres a las herramientas espirituales que son indispensables en momentos de crisis, pero la situación viene acompañada de la incredulidad que rodea tu capacidad de aferrarte a esa pequeña posibilidad, esperanza y fe de que todo en la vida pasa como pasa la lluvia en un día de verano; de igual forma, están los ejercicios psicoterapéuticos que has recibido en algún momento de tu vida, que te pueden ayudar a liberar la tensión. Sin embargo, la realidad está ahí, golpeándote fuerte.
Hace unos días tuve que ir a una clínica cancerológica en la ciudad de Bogotá a visitar a un ser querido, iba con mi fe puesta en Dios de que la iba a ver y darle lo mejor de mí, pero en el trayecto hubo bastantes percances, como el perdernos de la ruta inicial propuesta por una de las aplicaciones de navegación terrestre. Llegamos tarde a la clínica y con un poco de estrés. Llegar a una clínica cancerológica no es tan fácil de asimilar: ves a muchas personas con rostros y aspectos padeciendo la enfermedad y entre tanta gente ves la lucha de todos por preservar la vida (pacientes, familiares, médicos, enfermeras, personal de aseo y cafetería y celadores).
Por fin vi a mi ser querido, con la alegría de saber que se encontraba bien y estable; sin embargo, toda esa ilustración de la realidad que se me presentaba comenzó a abrumarme. Los ires y venires de los trámites que conllevan dar de alta a un paciente, conseguir una silla de ruedas, esperar un largo tiempo para la firma de la orden de salida, fatigaron aún más el ambiente.
Al salir de la clínica sientes que has pasado una prueba más en tu vida, que la has sobrevivido, pero la prueba sigue y seguirá. Con mi padre tuvimos que desplazarnos a la EPS para autorizar unas órdenes y en ese camino de afán y cansancio encontramos una biblioteca que hace parte de la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá. Mientras esperábamos el turno decidimos ir a la biblioteca y les puedo decir que fue un bálsamo en momentos de angustia. Por unos instantes me despojé de la carga tan pesada que llevaba y me sumergí en el mundo fantástico que ofrecen los libros. No nos podíamos demorar mucho, pero logré encontrar un momento de paz en medio de la oscuridad. Leí unas cuantas páginas de varios libros que llamaron mi atención. Uno de ellos ‘No me equivoqué’, de Mauricio A. Moreno, que narra la travesía de un clicloviajero por Latinoamérica y el otro libro fue el de Fabrina Acosta, ‘Mujeres sin receta. Más allá de los mitos’.
En medio del dolor podemos encontrar momentos de esperanza, pero es un desafío hallarlos y que nos impulsen a seguir adelante. Ese día me di cuenta de muchas cosas, una de ellas es que todos los seres humanos compartimos momentos de tristeza, ansiedad y dolor, quizá como lo sugirió el filósofo Martín Buber: “el sentido de la vida no solo se encuentra en la introspección, sino en el encuentro con el otro a través del diálogo y la empatía”. Pero está aquel aprendizaje en que debemos atravesar el sufrimiento con las heridas abiertas, sabiendo que de alguna manera hace parte de lo que nos hace humanos.
