Los “divertidos enemigos” de nuestro proyecto de vida – Jaime Leal Afanador #ColumnistaInvitado

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Se ha preguntado Usted por qué a algunas personas les va mejor en la vida frente a otras que, en condiciones similares, no lo logran. ¿Por qué a unos amigos de infancia, colegio o universidad, con familias muy parecidas, obtienen mejores trabajos, relaciones de pareja, de familia y de reconocimiento social que a otros?.

Una explicación puede estar en la suerte: Ganarse una lotería, tener siempre buena salud, hacerse amigo de alguien muy influyente o estar en el lugar indicado en un momento específico, entre otros. Pero le pasa a muy pocos y no a la mayoría.

Otra explicación, más racional y común, se halla en el esfuerzo, la disciplina, la constancia en el trabajo y el orientar las acciones de la vida hacia propósitos específicos, en respuesta a una lógica universal: los grandes logros generalmente son producto del compromiso gradual y constante, acompañado de esfuerzo, estudio y trabajo. Una persona perezosa, que no cumple sus deberes, que no atiende sus obligaciones familiares, que retrasa las tareas y hasta cae en alguna adicción, difícilmente podrá ascender.

Algunos dirán que tienen un objetivo claro de vida, que estudian, trabajan, responden por su familia y se esfuerzan, pero que no avanzan como quieren y que el éxito les da la espalda. Es muy posible, entonces, que sean víctimas de los “ladrones del tiempo productivo”, o “divertidos enemigos”, que todo el tiempo golpean la puerta de nuestra atención y esfuerzo.

Estos son los actos individuales comunes, legal y socialmente admitidos, que se cuelan en el día a día de nuestras familias y amigos, pero que se llevan nuestra atención, dedicación y un muy valioso tiempo (difícilmente recuperable).

Son, por ejemplo, las horas en exceso dedicadas a animar a la selección de fútbol o cualquier equipo deportivo, a atender en exceso las redes sociales, a chatear con amigos, a discutir sobre política, a seguir la farándula, a atender chismes, a dormir más tiempo del recomendado, o a dedicar mucho tiempo a reuniones sociales y la ingesta de comida o licor, y hasta a atender malestares “provocados” como el guayabo, el trasnocho o el mal dormir por falta de hábitos saludables, entre otras muchas actividades que, generalmente, todos hemos hecho en algún momento de nuestras vidas y que así como nos pueden distraer, o divertir, pueden convertirse en “enemigos”.

No estoy diciendo que hay que apartarse del mundo material, pues esto hace parte de nuestro entorno, nos permite relacionarnos, conocer a otros y disfrutar de otra forma en ocasiones. Solo invito a que, en los términos de la ética aristotélica, orientada a cómo conducir nuestra vida al bien, vivamos el justo medio; es decir, la prudencia que significa movernos en el término que hay entre el exceso y el defecto o, como decimos en términos coloquiales, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre.

Dejarse llevar y no controlarse frente a estas acciones, conlleva relegar compromisos para después, dejar en segundo plano las apuestas esenciales (más saber, más trabajo, más ingresos, más familia, más reconocimiento…), empeñar la vida y estar más pendientes de otros que de uno mismo. Quienes han avanzado en sus planes de vida (triunfado) son personas controladas al respecto, pues en últimas, saben que esta es una decisión personal y que cada uno sabrá valorar, o arrepentirse, con el paso del tiempo.

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