El campeón – Eduardo Yáñez Canal #DomingosDeCuentoYPoesía

Cuento y Poesia Eduardo Yanez Canal

Lo dijo el cura en la misa de once: “Vean a los renacuajos que se convierten en sapos. Y que tal las orugas, ¿les gusta comerlas? Pues deberíamos alabarlas al ver cómo se transforman en bellas mariposas”.

Era el cambio: dejar el sapo a un lado y convertirme en príncipe. Soy Manuel Contreras, tengo 16 años de edad y desde que tuve uso de razón quise destacarme. Como no lo hacía en las materias clásicas lo intenté en el deporte.

En atletismo competí en velocidad, y me ufanaba de los 13 segundos en  100 metros planos. Hasta que apareció Gamaliel Urquiza (número uno en matemáticas, física, química, sociales, literatura y artes marciales) quien me sacó veinte metros mientras yo forcejeaba con Franco Trujillo por el segundo puesto.

Me acordé del cura y cambié a los 1.500 metros planos. Tenía 5 minutos 18 segundos como marca y me consideraba ganador. Pero vinieron los inter colegiados y Gamaliel – ¡cuando no! – se inscribió en el último momento. “Para completar el cupo del colegio” dijo el prefecto de disciplina, a manera de disculpa.

En el estadio General Santander me sentí ganador al tomar la delantera en la segunda vuelta. Vana ilusión, ya que faltando 200 metros sentí en la nuca el suspiro ligero del Gama. En los últimos 120 metros consideró prudente alejarse, y ganó con las manos en alto sonriendo a los fotógrafos de La Opinión, el diario local. Terminé con los brazos en jarra y me negué a dar declaraciones a un periodista impertinente que pretendía saber qué me había pasado.

Pasé entonces a la natación cuando el profesor Faustino Rosales invitó a las albercas. Solo Enrique Arévalo y yo nos inscribimos, así que supuse que en los 100 metros estilo pecho sería el ganador porque el otro nadador prefería la marihuana. Pero mi contrincante enfermó de churrias y no hubo competencia. Debía buscar otro deporte.

Salté entonces al ciclismo. O mejor, lo intenté en sueños. Fito Cuéllar, un vecino, vendía su bicicleta a buen precio y le pedí plazo para reunir el billete. Fue entonces que empecé a soñar. Cuando caminaba al colegio o volvía a casa me imaginaba que superaba fácilmente a quienes pasaban en sus bicicletas. La mía era la mejor Todos en mi casa me insistían en que comprara la cicla a Fito, pero yo prefería soñar, y cuando me iba a acostar repetía mi sprint:

  • ¡Sobre su caballito de acero, Manú Contreras deja atrás a sus rivales y corona el premio de montaña de primera categoría!…¡póngale vida, póngale abono, póngale Vitabono, un producto más de Sulfácidos S.A¡

Sin embargo, una noche sucedió. ¿Comida trasnochada, exceso de imaginación o los fríjoles del almuerzo? Cuando me acosté, después de hacer las tareas, empecé a verme con pinta de ciclista, guantes reforzados, casco aerodinámico, camiseta de lycra y zapatillas con el mejor agarre. De pronto, sentí una energía inusitada al insinuarse la montaña. Ahí empecé a subir y dejar atrás a mis rivales. Fue tanta la emoción (los envidiosos la llaman doping) que no tuve límites, y mi mente, acostumbrada al dolor, dio paso a una placidez sin tropiezos.

Me sentía volar al pedalear con más fuerza y velocidad. Sin  embargo, de un momento a otro la mente falló ya que crucé primero en las alturas y no pude detenerme. Me devolví a seguir pedaleando cuesta abajo. Los aficionados me miraban desconcertados cuando pasé gritando con los brazos levantados:

  • ¡Soy el campeón, el número uno, el mejor!

Me desperté, empapado en sudor. Eran las tres de la mañana y no entendía que había pasado. Me fui a la cocina a tomarme un jugo de mora. Pero no podía esperar más. Desayuné café con pan francés y entré a mi cuarto, saqué el chancho de metal y conté una a una las monedas. Luego, con mi paquete, fui a la casa de Fito. Toqué el timbre de la puerta y, ante la demora injustificada, volví a tocar.

  • ¿Quién es el del afán? ¡Suéltelo, que eso no da leche! – replicó la voz de Emilio, el padre de mi amigo.
  • Manuel Contreras, don Emilio. ¿Está Fito?

Se oyó un murmullo agrio alternado con pasos que se dirigían al fondo de la casa. Después, los zapatos que identificaban a un estudiante se acercaron. Era Fito.

  • ¿Qué hubo Manú? ¿Por qué la madrugada?  – me dijo, al aparecer en la puerta con un pan en la boca.
  • Perdón Fito, pero ya tengo la plata de la bicicleta.

Cuéllar siguió comiendo su ración acostumbrada. Luego, imperturbable y en medio de mordiscos, me espetó:

  • ¡Huy, no friegue, se le adelantaron chino! Ayer vino Gamaliel y se llevó la cicla. Como usted no volvió a decir nada…

No oí la última frase. Sentí que todo se hundía. Había entendido el significado de mi sueño. Otra vez, Gamaliel Urquiza me había vencido y yo no sería campeón mundial ni una mierda.


Eduardo Yáñez Canal

Profesor, periodista y escritor. Docente universitario y de bachillerato. Autor de los siguientes libros: La marcha de los ochenta (1987); ¡A calzón quita o! (1990); La vida de Luis Enrique Barbosa CHITA (2017); De mi puño y letra (2019); Uno y Veinte (2020); Sin tocar el aro – Historia y Análisis del Baloncesto en Colombia (2021); Popurrí (2022) y ¡A punta de risa! (2023). Coautor del libro digital Historias en Yo Mayor (2021). Mención de Honor en el concurso Bogotá en 100 palabras V Versión (2021). Redactor en los diarios El Espacio y El Tiempo. Ganador del trofeo Mundo Gemma a la mejor crónica de la Feria Internacional del Café (1988).    


Los escritores interesados en participar en este espacio dominical, deben enviar sus trabajos a nombre del escritor, Fabio José Saavedra Corredor, al correo: cuentopoesiaboyaca@gmail.com.

La extensión del trabajo no debe exceder una cuartilla en fuente Arial 12. El tema es libre y se debe incluir adicionalmente una biografía básica (un párrafo) del autor.

Los criterios de selección estarán basados en la creatividad e innovación temática, el valor literario, redacción y manejo del lenguaje y aporte de este a la cultural regional.

Todos los domingos serán de Cuento y poesía, porque siempre hay algo que contar.

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