Fantasía y viento – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

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El gran día había llegado, la ansiedad se leía en los rostros de los nativos y visitantes, las horas se iban deslizando lentamente en el tobogán del tiempo, siguiendo el rítmico tic-tac del reloj de la torre del templo, en tanto, el viento, que vagabundeaba de cerro en cerro, se fundía con la suave brisa que subía del río, acariciando las doradas espigas en los extensos trigales próximos a la siega.

Esa mañana, el pequeño Lorenzo mantenía la mirada fija en las burbujas de su tetero, mientras se deleitaba con el desayuno, él podía intuir que era día de salida de la familia, porque todos en la casa parecían tener prisa, su papá se había afeitado antes que trajeran la leche y la abuela madrugado a cambiarle el agua a la lora y los canarios, cuando esto sucedía, generalmente Lorenzo era el primero en estar arreglado y listo, después que lo bañaban en el enorme platón azul, lleno hasta el borde con agua hervida y olor a hierbas de la huerta de la abuela, entonces ella como quien no quiere la cosa, sacaba de las profundidades del seno, una pequeña botella de coñac, y a escondidas de la nuera, en dos volandas le agregaba un chorrito en el agua, según decía para fortalecer el cuerpo, alma y mente del nieto.

El pequeño pensó, que todos los días tenía que soportar el baño, y ese fastidioso chequeo materno, al mínimo detalle, con la infaltable aplicación de la crema anti-quemaduras, que la mano materna esparcía en sus pequeñas nalgas, mientras emitía raros balbuceos y tiernas carantoñas.  A media mañana, él todavía permanecía sentado en el caminador, estacionado en el amplio corredor de la casona, esperando pacientemente la partida, mientras doña Eustorgia, su Mamita señora, y Doña Limbania, su Mamita verdadera, corrían por la casa dando órdenes a diestra y siniestra, en tanto él desocupaba el segundo tetero del día.

En ese momento, se dibujó en el portón abierto, la figura de la vecina solterona, anunciando alegre, que se sumaba a la salida de la familia, a disfrutar el Festival del Viento y las Cometas, luego acercándose al coche, le retiro de la boca el chupo al niño, y echándoselo al hombro, se ofreció a sacarle los gases.

Lorenzo no entendía ni jota, que eran las tales cometas, cuando empezó a sentir las delicadas palmaditas en la espalda, que no solo le hicieron eructar, sino que también lo obligaron a devolverle las atenciones, en el hombro a la ansiosa aprendiz de mamá, razón por la cual, después de acomodarlo nuevamente en el caminador, partió como una exhalación a cambiarse de blusa.  En ese momento doña Limbania, venia acomodándose su sombrero andaluz, que la hacía ver tan elegante y sin más preámbulos cogió el coche y anuncio la partida, parecía encabezar una procesión, rumbo a la plaza principal a disfrutar la fiesta del aire.

Como siempre su madre empujaba el coche con delicadeza, no había hueco u obstáculo que se atrevieran a cruzarse en su camino, y si lo había, los fuertes brazos de su progenitor, lo levantaban como grúa, y en un segundo estaba al otro lado sin contratiempos. Así pasaron entre la gente, hasta encontrar el atrio, y allí todos contentos, a disfrutar las susodichas cometas. Primero concursaron las infantiles que llenaron el cielo de colores, el pequeño Lorenzo vio como el viento jugaba con las diminutas cometas, parecían mariposas dejándose llevar por la brisa o las flores del ocobo del patio, cuando un ventarrón mecía las ramas de su copa, llevándose los pétalos, para danzar y danzar a su antojo con ellos, entonces Lorenzo vio los ojos iluminados de los niños concursantes, como si estuvieran entregándole al viento sus sueños amarrados a la cola, pensó que todos querían alcanzar las nubes, para estar más cerca del cielo, mientras que él, no dejaba de chupar la mamila y recibir caricias de los amigos de la familia, que sin permiso le apretaban los cachetes, queriendo arrancarle una sonrisa.

El cansancio y el vuelo de tanto papalote, lo dejaron dormido, mientras el espectáculo continuaba, en ese instante su madre se acordó de compartir el avío y las bebidas.  Según ella, imposible perderse los cometeros profesionales que dibujaban en el cielo figuras magnificas, o las veloces acrobáticas, había para todos los gustos, hasta águilas, lombrices, estrellas y abejas que con su zumbido volvieron a dormirlo.

Cuando despertó, la noche ya había caído y frente a sus ojos, tenía un gigantesco pez espada y un enorme pulpo, inesperadamente paso zumbando una libélula, perseguida por un delfín, él se sintió en un mundo fantástico, no sabía si estaba despierto o dormido, fue cuando doña Limbania, su Mamita verdadera, ordenó el regreso a casa, todos parecían que fueran en huida, entonces el pequeño se soñó que volaba en una cometa y que su mamá era el viento más tierno, que la impulsaba por los aires, hasta llevarlo sin novedad al corredor de su casa. Así terminó para Lorenzo su primer Festival del Viento, después de tomar su segundo baño del día, en el mismo platón azul, con agua tibia perfumada y el infaltable chorrito de coñac de la nona Eustorgia.

*Por: Fabio José Saavedra Corredor

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