La inteligencia artificial (IA) ha sido objeto de un sinfín de debates y preocupaciones, en parte debido a la imagen popular (caricaturesca) de máquinas autónomas que, de alguna manera, podrían rebelarse contra la humanidad. Sin embargo, esta visión apocalíptica desvía la atención de los verdaderos responsables de las crisis sociales y bélicas: las decisiones humanas y los sistemas económicos que priorizan el lucro sobre el bienestar común. Atribuir a la IA la culpa de una posible guerra global es no solo erróneo, sino también una forma de evadir la responsabilidad que recae en quienes diseñan y ejecutan las políticas económicas.
La inteligencia artificial, en su esencia, no es más que una herramienta creada y programada por seres humanos. No tiene voluntad propia, ni capacidad para tomar decisiones morales o políticas, en estricto sentido. Lo que la IA puede hacer está estrictamente limitado por los parámetros que se le han impuesto y por la dirección que sus creadores le han dado. En este sentido, las decisiones sobre cómo se utiliza la IA, ya sea para el bien común o para la guerra, están completamente en manos de los humanos. Es nuestra responsabilidad, como sociedad, decidir si usamos estas herramientas para construir un futuro más justo y equitativo o si permitimos que se conviertan en instrumentos de destrucción.
Aquí es donde entra en el escenario el análisis del capitalismo salvaje, un sistema económico que tiende a priorizar el beneficio por encima de cualquier otro valor. En un contexto capitalista, la industria armamentística es un negocio extremadamente lucrativo. Gobiernos y corporaciones invierten sumas astronómicas en el desarrollo y venta de armamento, impulsados por la promesa de grandes retornos financieros. Esta lógica de maximización del lucro es la que realmente pone en riesgo la paz mundial, no la inteligencia artificial en sí misma.
El capitalismo salvaje fomenta una cultura en la que la vida humana es secundada frente a los beneficios económicos. Muchos recursos que podrían destinarse a la inversión social, como la educación, la salud o la lucha contra la pobreza, son desviados hacia la producción de armas y la perpetuación de conflictos que mantienen la demanda de estos productos bélicos. Este desvío de recursos es una decisión política y económica que refleja una escala de valores profundamente distorsionada, en la que la vida humana se devalúa en favor del capital.
Culpar a la inteligencia artificial de los males que aquejan a nuestra sociedad es ignorar la verdadera raíz del problema: la estupidez humana y la codicia que perpetúan un sistema económico insostenible. La IA, como cualquier otra tecnología, tiene el potencial de ser utilizada para el bien o para el mal. Sin embargo, es nuestra responsabilidad colectiva asegurarnos de que se utilice para promover la paz, la justicia y el bienestar de todos, y no para alimentar un ciclo interminable de violencia y destrucción.
De esta manera, no es la inteligencia artificial la que nos llevará a una guerra, sino las decisiones de los seres humanos que privilegian el negocio de las armas por encima de la vida humana. Si realmente queremos evitar un futuro catastrófico, debemos cuestionar y reformar las estructuras económicas y políticas que perpetúan estos ciclos de violencia. Así, podremos utilizar herramientas como la IA para construir un mundo más pacífico y justo.