
Identificar un estilo de aprendizaje favorito para mejorar las propias técnicas o hábitos de estudio puede sonar a una buena idea, pero algunos investigadores han denominado esto como un neuromito, y la evidencia científica ha llevado a otros a afirmar que eso ni siquiera existe o que su funcionalidad es cuestionable.
Saber cuál es nuestro estilo de aprendizaje favorito puede resultar algo interesante desde la perspectiva del autoconocimiento, pero suponer que si aplico un estilo particular siempre voy a aprender mejor termina siendo algo limitante en lugar de enriquecedor.
Por una parte, dependiendo de la disciplina, arte, oficio o ciencia que se aprende, puede resultar mejor aplicar estilos diferentes; si me gusta leer (con un estilo “convergente”) o aprender “visualmente”, no tiene mucho sentido que pretenda aprender a bailar sin usar el cuerpo o “kinestésicamente”, es decir, leer permite aprender muchísimas cosas, pero habrá algunas que requieren aplicar otras técnicas o estilos.
De esta manera, el desarrollo de habilidades diversas puede pasar por la aplicación de diferentes estilos de aprendizaje y no sólo de uno “favorito”.
Por otra parte, incluso dentro del aprendizaje de una misma disciplina puede resultar limitante aplicar un único estilo de aprendizaje, por ejemplo, si considero que aprendo más escuchando podcast, por ejemplo, resultaría extremadamente limitante que nunca lea ni una palabra bajo el supuesto de que mi estilo es “auditivo” y no “visual”.
La práctica de etiquetar grupos de estudiantes con un estilo particular, con la excusa de orientar mejor su proceso formativo, es algo que ha dejado de hacerse en muchos países de Europa. Por otra parte, suponer que esta segmentación facilita el trabajo de los docentes al permitir una mejor orientación de los recursos pedagógicos o didácticos, también es algo absurdo, ya que los docentes deberían considerar los ritmos diferentes de aprendizaje en lugar de los estilos favoritos, al momento de diversificar sus estrategias.
De la misma manera que es importante tener varias miradas sobre un fenómeno para comprenderlo mejor, puede resultar conveniente contemplar estilos diferentes para aprender mejor. Entender cuál es nuestro estilo favorito puede servir para retarnos a usar otros estilos y mejorar nuestras propias técnicas de estudio, para lograr experiencias más profundas y enriquecedoras. No tiene mucho sentido pretender aprender mucho o mejor aplicando un único estilo, como tampoco tiene sentido creer firmemente en un único enfoque sin aceptar otras miradas.