Para esta temporada de mitad de año, las cortas vacaciones se vuelven una bendición por el tiempo que compartes con tu familia, el descanso para desconectarte del trabajo y la oportunidad que tienes de viajar y visitar nuevos lugares antes desconocidos. Por supuesto, incrementa la congestión vehicular en carretera: se dice que en este puente de San Pedro y San Pablo transitaron por las carreteras de Colombia más de tres millones de vehículos, esto según cifras de la Superintendencia de Transporte (2024), por lo cual se debe prestar mayor atención a las alertas en las vías y tener precaución al conducir para que no ocurran accidentes fatales. Sin embargo, recorrer en vehículo las carreteras nacionales es una experiencia que te permite descubrir y experimentar nuevos caminos, paisajes, gentes, comidas y climas que vale la pena vivir.
Los viajes familiares o en carretera no son solo una forma de llegar de un punto A a un punto B, son la excusa perfecta para perdernos en historias interminables contadas por algún integrante que va en el vehículo. En algún tiempo mi papá, desde su asiento de conductor, con las manos firmes en el volante y los ojos brillando de emoción cada vez que contaba sus anécdotas de cómo él había recorrido esas mismas rutas en su juventud junto con su padre y sus hermanos. Como éramos niños con mis hermanos, muchas veces nos cansábamos de escucharlo, pero ya más grandecitos, le poníamos atención y disfrutábamos de sus historias que contaba con gran emoción y nostalgia.
Las paradas en los pueblos pintorescos son un descanso para el cuerpo y un regalo para los sentidos. El olor de las panaderías locales, las fiestas propias de los pueblos nos tientan desde cuadras antes para hacer un alto en el camino y degustar las diferentes comidas que se preparan en estos sitios. Aunque, si no se cuenta con la prudencia necesaria para consumir estas comidas típicas de los pueblos, puede que haya complicaciones estomacales. Este fue el caso que me contó una tía acerca de un viaje que tuvo con un amigo en un bus rumbo a Pamplona; el bus hizo una parada en el municipio de Málaga, mi tía y el amigo tenían hambre, así que bajaron a un restaurante a comerse un tamal. Rápidamente acabaron el suculento alimento y corrieron nuevamente para que el bus no los dejara. La flota arrancó para seguir su camino, pero unos kilómetros adelante al amigo de mi tía le comenzaron unas molestias en el estómago muy fuertes; cada vez eran más frecuentes e incontrolables, tanto así que este no aguantó e hizo parar el bus y como pudo, bajó de él y echó a correr por la loma arriba. Cuenta mi tía que, ella tuvo que irse detrás de él con papel higiénico en mano para poder auxiliar a su amigo.
Definitivamente, los viajes en carretera no solo nos enseñan geografía y paciencia, sino también son anecdóticos que nos hacen vivir los momentos presentes. Aprendemos a apreciar los pequeños detalles que hacen que nos salgamos de la rutina y las zonas de confort en la que vivimos usualmente. Hoy, cuando conduzco y miro la carretera por la ventana de mi propio auto, con mi propia familia en el asiento trasero, veo que realmente lo que importa no es el destino al que vayamos, sino el viaje en sí mismo porque los viajes en carretera familiares son, sin duda, la más dulce melodía que la vida puede componer.