Solo en los silencios íntimos se siente el alma – David Sáenz #Columnista7días

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Cada día se hace más difícil encontrar el silencio que conduce a la paz y al sosiego. No solo hay ruido constante en nuestros teléfonos con sus infinitas notificaciones, también hay ruido en las calles. Ruido que no proviene únicamente de los conductores impacientes que utilizan sus bocinas para aturdir a todo aquel que tenga la mala suerte de escucharlos. No les basta con dejar el aire contaminado de humo y petróleo. Por otra parte, hay un escándalo que proviene de la música estruendosa de almacenes de ropa, de calzado, de verduras, y otros establecimientos.

Hoy, queriendo encontrar un poco de silencio y de sosiego, entré al templo de Santo Domingo en la ciudad de Tunja, una de las iglesias más bellas de Colombia. Tanto así que algunos se refieren a su capilla del Rosario como la Capilla Sixtina de América. Quería encontrar silencio; más que decir palabras, buscaba un refugio en el que pudiera cerrar los ojos y escuchar la vida del mundo interior. Iluminar por unos minutos las sombras que generan el ocultamiento del alma.

Para mi infortunio, fue muy difícil. Pese a que el templo estaba en silencio, bello, tranquilo, de la calle provenía un sonido ensordecedor. Los vecinos de los almacenes de enfrente tenían música a todo volumen. Quería escuchar el silencio, pero solo escuchaba música que, aunque también puede alegrar el alma, no quería escuchar en ese momento.

Este desencuentro con el ruido invasivo me llevó a reflexionar sobre la pérdida de espacios sagrados de tranquilidad en nuestras vidas. Vivimos en una era donde el bullicio es constante, y el verdadero silencio se ha convertido en un lujo. La necesidad de reconectar con nuestro yo interior se vuelve más apremiante en un mundo tan escandaloso. Solo en los silencios íntimos se puede sentir el alma, y es en esos momentos de calma donde realmente podemos respirar, reflexionar, tomar fuerzas, valorar la vida, darnos cuenta que cada minuto cuenta, perdonar, perdonarnos…

En conclusión, debemos valorar y proteger esos espacios de paz y tranquilidad que aún nos quedan, como los templos de la capital boyacense. Por consiguiente, desde esta columna de opinión se invita a la ciudadanía y a sus gobernantes a no permitir que la belleza del centro histórico se perturbe por la contaminación auditiva. No se pide que el Centro se vuelva un lugar callado, solo se pide el equilibrio y respeto a quienes no desean tener los oidos perturbados con tanto bullicio.

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